La hierba alta aparece
despeinada por la brisa, guarda las huellas de la lluvia que ha quedado
atrapada en centenares de gotas minúsculas. Ésas que mojan ahora los bajos de
mis pantalones y la fina tela de mis zapatillas de verano. Las ruinas de la
iglesia abandonada aparecen entre las ramas de los árboles mientras el prado
que la rodea permanece en un absoluto silencio, como de cuento. Mi imaginación
ha dibujado este sitio decenas de veces, lo he visto esbozado en los viejos grabados
que retratan las guerras carlistas, pero, ahora que por fin estoy aquí, me
sorprende su magia.
Lo llevaba buscando durante
más de una hora, he preguntado por su nombre antiguo que no encaja en la
geografía ni en la memoria actual. No es fácil encontrar un punto perdido en la
historia con un mapa de hace casi ciento cuarenta años en las manos, pero,
cuando por fin aparece, los sentidos se despiertan.
Después de una jornada llena
de reuniones de trabajo por varios puntos de Vizcaya, la última tarde de la
primavera me ha traído hasta las cercanías de Bilbao. Ya fuera del horario
laboral, una cita apuntada en la agenda me alarga el día: San Pedro de Abanto.
Foto de la entrada.Es difícil imaginar entre
tanto silencio el fragor de la lucha, los gritos de los heridos, los sonidos
del miedo, pero en este prado apacible, donde hoy pastan las vacas, se libró
hace ciento treinta y nueve años una cruenta batalla que duró varios días.
Antonio López, mi tatarabuelo, sólo llevaba unas pocas semanas en el ejército.
Cuando se alistó, muy probablemente para huir del hambre, no podía imaginar que,
en tan poco tiempo, la muerte le iba a mirar con tanta saña. Desde la
retaguardia, el Regimiento de Infantería de Zamora había visto como las
sucesivas oleadas de soldados liberales habían caído en la colina, pero el
general Primo de Rivera estaba sediento de gloria y le importaba más la toma de
la cima que las vidas de los centenares de cuerpos que yacían en la subida. Él
formó parte de la última carga que consiguió tomar San Pedro de Abanto durante
unos momentos, antes de que los carlistas contra atacarán.
Cerca del lugar se levanta
hoy el Barrio llamado de El Mortuero –un nombre que lo dice todo- y dónde un
vecino me comenta que cuando era niño encontraba con facilidad balas de plomo
con sólo escarbar un poco en la tierra.
Unamuno nos describe el
paisaje en su novela Paz en la guerra. Su protagonista también vivió el
infierno de aquella batalla.
"Extendíase a su frente el risueño valle de
Somorrostro, cual circo de un vasto anfiteatro. Divídelo en partes desiguales
la ría, más allá de la cual iban perdiéndose de vista los perfiles de las
montañas del campo enemigo, empezando en el Janeo, que domina a lo largo el
valle todo. Del lado acá de la ría, guardando su entrada y dominando el valle
el Montaño puntiagudo con sus escalones; luego se despliegan, en media luna, la
ladera de Murrieta, la fragosa colina de San Pedro de Abanto y la de Santa
Juliana, después separada de ella por la garganta que da paso a la carretera.
Desde aquí, elevándose en gradería, escalan las colinas las estribaciones de la
elevada sierra de Galdames. El valle sube, en suave pendiente, a unirse con la
red de colinas que le enlazan a las alturas circundantes, alturas a las que suelen
bajar a descansar las nubes."
"La línea carlista se extendía en semicírculo por la montañosa
gradería trepando después las abruptas eminencias de Galdames. Habían talado la
vertiente de Santa Juliana, y todo era, hasta los altos de Triano, trincheras y
cortaduras en el ferrocarril minero que faldea los montes. Por todas partes
fosos y trincheras, caminos cubiertos, sin aspilleras; fosos, sobre todo, que
no ofreciesen saliente alguno de blanco al cañón enemigo. Ayudábanlos las obras
de minería, aquellos tajos que hacían más accidentado al terreno. Dominaban la
carretera, eje del valle, en redondo y con fuegos desenfilados. Todos, hasta
las mujeres, habían trabajado con ardor, como hormigas en aquellas obras.
¿Quién los resistía? ¡Ni Dios pasaba por allí ya!"
Y más lejos, en otros repliegues del terreno, antes de llegar a Bilbao,
nuevas líneas dificultaban el acceso”
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