Tras el levantamiento del
sitio de Bilbao, Serrano marchó a Madrid y el general Gutiérrez de la Concha
quedó al frente del Ejército del Norte, que estaba compuesto por treinta mil
infantes, dos mil jinetes y cincuenta piezas de artillería. Enfrente tenía a
las tropas carlistas, al mando de Dorregaray, formadas por veinticinco mil
soldados de todas las armas y con menos artillería, apenas unas doce piezas.
Entrada de las tropas liberales en Bilbao. |
Concha, tras descartar una
acción contra Durango, decidió llevar el teatro de las operaciones a Navarra y
conquistar Estella, la capital de los carlistas. El grueso del ejército liberal
lo formaba el 3er Cuerpo, organizado por el Marqués del Duero apenas unos meses
antes. El 2º Cuerpo se quedó en Bilbao para defender la plaza mientras el 1er. Cuerpo,
al mando del cual estaba el teniente general Antonio López de Letona, le
acompañó en su avance. Los dos batallones del regimiento de Zamora nº 8, donde
estaba encuadrado el tatarabuelo Antonio, formaban parte de la primera Brigada
comandada por el brigadier Benito Rubio de la Segunda División del mariscal de
campo Melitón Catalán, perteneciente a este 1er Cuerpo.
El general Manuel Gutiérrez de la Concha, Maru´qes del Duero |
Partieron desde Portugalete
hacia Vitoria sin apenas encontrarse resistencia durante el camino, pero el
avance fue lento porque dejaban a sus espaldas ciudades controladas por el
carlismo, como Oñate, y porque algunas partidas carlistas interrumpían de forma
intermitente las comunicaciones entre Bilbao y la capital alavesa. En ella
Concha pasó un mes, preparando los detalles del ataque a Estella y a, finales
de Mayo, pasaron por La Guardia y Logroño.
El mismo recorrido siguió
el personaje de Benito Pérez Galdós en uno de sus Episodios Nacionales: “En
Logroño supimos que los carlistas, rehaciéndose con tenaz esfuerzo del
descalabro de Bilbao, reorganizaban y fortalecían sus huestes para salir al
encuentro de Concha, en Navarra. Faltos de recursos, apelaban a la munificencia
de las Diputaciones Forales y al patriotismo de los realistas pudientes;
esquilmaban a los pueblos, y decididos a no perdonar medio alguno para adquirir
dinero, llegaron al extremo increíble de afanar los fondos de la Santa Cruzada.
Sin hacer caso del Obispo, que puso el grito en el cielo al tener noticia de la
exacción sacrílega, conminaron a todos los párrocos a que aflojaran sin demora los parneses de la Bula, alegando que
se trataba de defender la Religión y que ya ajustarían ellos sus cuentas con el
Papa.”
El 9 de junio los dieseis
batallones del Primer Cuerpo, mandado por el mariscal Rosell, que había
sustituido a Letona, se encontraban acantonados en Sesma. Todas las fuerzas liberales
arrojaban un total de 48 batallones, 20 Plasencias, 32 Krupp y más de 1.000
jinetes.
Debían enfrentarse al
ejército carlista que se había situado en las colinas que circundan Estella y
cuyo plan de defensa podemos conocer a través de la alocución que hizo
Dorregaray en esa ciudad el 16 de junio: “Hemos
abierto un perímetro de cinco leguas, numerosos atrincheramientos, sistema de defensa
que al par que se esterilizará casi por completo el terrible poder de la
artillería de nuestros enemigos, que tan desigual sabe hacerse para nosotros el
combate, les obligará a ellos a caminar a la zapa, fortificándose de nuevo a
cada palmo de terreno que logren avanzar en su penosa marcha, para venir a
estrellarse con las últimas trincheras, dejando el campo cubierto de víctimas”.
Antonio Dorregaray. Retrato de E. Moreno para Historia contemporánea: anales desde 1843 hasta la conclusión de la última Guerra Civil. 1877 |
En la misma, el cruel
Dorregaray amenazaba con una guerra sin cuartel, ante lo cual el general Concha
le respondió: “Soldados: El jefe del
ejército enemigo acaba de publicar una proclama anunciando para más adelante la
guerra sin cuartel. Las postrimerías de una causa perdida se distinguen
generalmente pos sus crueldades. No sigamos nosotros tan horrible ejemplo. Nuestra
misión es vencer y no asesinar.”
Entre el movimiento de los
ejércitos, la voz narradora de Pérez Galdós nos dibuja con enorme transparencia
la situación política que latía por detrás: “Con sutileza de imaginación introducíame
yo en el cerebro del de arriba y de los de abajo, y encontraba la percepción de
un solo ideal. ¿Qué querían, por qué peleaban? Debajo del emblema de la
soberanía nacional en los unos y del absolutismo en el otro, latía sin duda
este común pensamiento: establecer aquí un despotismo hipócrita y mansurrón que
sometiera la familia hispana al gobierno del patriciado absorbente y caciquil.
En esto habían de venir a parar las mareantes idas y venidas de los Ejércitos,
que unas veces peleaban con saña y otras se detenían, como esquivando el venir
a las manos. Discurría yo, metido en las entendederas de aquellos hombres, que
si por el momento no era lógico el acuerdo entre ellos, no tardaría el tiempo
en dar realidad a mis maliciosas conjeturas. Concluirían por hacer paces,
reconociéndose grados y honores como en los días de Vergara, y la pobre y
asendereada España continuaría su desabrida Historia dedicándose a cambiar de
pescuezo a pescuezo, en los diferentes perros, los mismos dorados collares.”
Vista de Estella desde Monte Muro. |
En su intento de liberar
Bilbao las tropas liberales avanzaron por el valle de Somorrostro hacia la cima
de San Pedro de Abanto. Ahora, para conquistar Estella era necesario conquistar
la colina de Monte Muro, desde la que se dominaba la capital carlista. Pero
ésta no iba a ser la única similitud entre ambas batallas. Otra vez, y no sería
la última, el soldado de segunda Antonio López Martín se iba a encontrar, de
forma inesperada, en el centro de las operaciones en el momento más difícil.
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