Nota previa. Esta es la 7ª entrada sobre la batalla de San Pedro de Abanto. Se recomienda comenzar a leer por la primera.
Después de tres días de duros e intensos combates, la batalla en San Pedro de Abanto se detuvo por culpa del tiempo y del cansancio de las tropas. El paisaje que dejó la lucha era desolador como describe el Volumen 5 de Los Anales desde 1843 hasta la conclusión de la última Guerra Civil: “La naturaleza, que en los tres días de combates se había mostrado en todo su esplendor, el 28 cubrió el cielo de nubes, oscureciéndose como si vistiera luto por tan horrible hecatombe; enrarecióse el aire, formaba la lluvia charcos de sangre alrededor de los cadáveres y por todas partes no se veían más que horrores, ruinas, cenizas y destrucción. Pocas o ninguna casa había intacta en aquella inmensa circunferencia; por todas partes se veían cadáveres, trozos de capote, morrales, paquetes de cartuchos y otros muchos objetos abandonados por sus dueños muertos o heridos”.
Después de tres días de duros e intensos combates, la batalla en San Pedro de Abanto se detuvo por culpa del tiempo y del cansancio de las tropas. El paisaje que dejó la lucha era desolador como describe el Volumen 5 de Los Anales desde 1843 hasta la conclusión de la última Guerra Civil: “La naturaleza, que en los tres días de combates se había mostrado en todo su esplendor, el 28 cubrió el cielo de nubes, oscureciéndose como si vistiera luto por tan horrible hecatombe; enrarecióse el aire, formaba la lluvia charcos de sangre alrededor de los cadáveres y por todas partes no se veían más que horrores, ruinas, cenizas y destrucción. Pocas o ninguna casa había intacta en aquella inmensa circunferencia; por todas partes se veían cadáveres, trozos de capote, morrales, paquetes de cartuchos y otros muchos objetos abandonados por sus dueños muertos o heridos”.
Dibujo de las ruinas de San Pedro. Dibujo de L. Urgelles para El Estandarte Real. Edición Junio de 1891 |
Unamuno, que describe el
combate con cierto agarrotamiento en su novela Paz en la guerra, se libera a la
hora de narrar las dramáticas consecuencias de la batalla y nos deja magníficas
descripciones de la locura de la guerra, que beben, como se puede apreciar con
facilidad, de las crónicas de los corresponsales.
“Amaneció
triste y nebuloso el día 28. Los carlistas del Montaño recibían el cañoneo,
rezando en voz alta algunos el acto de contrición. La niebla hizo cesar el
fuego, se abrieron las nubes, y la lluvia formó charcos de barro junto a los
muertos.
Con las fuerzas
justas para mantener las posiciones y ante el empeoramiento del tiempo, el
general Serrano decidió esperar acontecimientos antes de continuar la lucha. En
el bando enemigo, los generales carlistas discuten si deben levantar o no el
cerco sobre Bilbao. Aunque en menor medida, también han sufrido grandes
pérdidas y apenas tienen munición. Pese a que la mayoría aconseja la retirada, los
generales Ollo y Andechaga logran convencer a Don Carlos que mantenga la línea
en las posiciones que defienden.
Tras un primer día
sin combates llegó la noche y como nos narra Unamuno “durmieron los vivos cerca de los muertos, mientras los cuervos
se congregaban en las alturas.”
A diferencia de los
liberales, el enemigo no había perdido a ninguno de sus oficiales de mayor
rango, pero en la mañana del Domingo de Ramos una batería situada en Las
Carreras disparó una granada contra un grupo de uniformados. Estaban reunidos
junto a una casa situada dos kilómetros a la izquierda de San Pedro de Abanto.
El proyectil cayó en el centro del grupo, segando una pierna del general Ollo,
jefe del ejército carlista, que además recibió el impacto de la espoleta en su
pecho, heridas horribles que le produjeron la muerte en pocos instantes. Un
casco de granada hirió en el muslo izquierdo al General Rada, que fue
trasladado al hospital de Santurce donde falleció poco después.
Muerte del general Ollo. Dibujo de J. Alaminos para Historia contemporánea: segunda parte de la Guerra Civil : anales desde 1843 hasta el fallecimiento de Don Alfonso XII |
Muerte del General carlista D. Nicolás Ollo. Dibujo de Inocente garcía Asarta para El Estandarte Real. Edición de Septembre 1899 |
La lucha dio paso a
una tregua tácita y ambos contendientes aprovecharon para enterrar a los
caídos. Unamuno vuelve a describirlo otra vez con maestría: “Reunidos unos y otros en el campo neutral,
para dar sepultura a los muertos, habían abierto grandes zanjas en que los
echaron como quien sotierra langostas, sin el último beso de sus madres, blancos y negros, en la santa
fraternidad de la muerte, a descansar para siempre en paz en el seno del campo
del combate, regado con su sangre. Cayo sobre ellos con la tierra la ultima
oración, la ultima lástima y después un inmenso olvido.”
28 de Marzo de 1874: enterramiento de los cadáveres, después de las batallas de Somorrostro.
Edición correspondiente a Marzo de 1890.
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Los corresponsales,
que habían informado con brío de la lucha y la heroicidad, ahora silencian las
consecuencias de la barbarie de la guerra, se centran en los lazos de
compañerismo que se establecen entre los enemigos: "...después
de las rudas acciones de marzo, reinó una tregua de tres días en los campos
enemigos, para llevar a cabo el sepelio de cadáveres y dar descanso a las
tropas combatientes. Durante esta tregua se han verificado [...] escenas
conmovedoras de fraternidad y alegría, en las cuales conversaban amistosamente, y
se separaban luego con abrazos y apretones de manos, los mismos que en los días
anteriores habían peleado con denuedo en campo contrario; y liberales y
carlistas se preguntaban por sus amigos, paisanos y parientes, deploraban la
guerra, y juntos hacían votos por la felicidad de España.”
La tregua: soldados del ejercito y soldados carlistas en las avanzada de Murrieta. Dibujo de Losé Luis Pellicr para La Ilustración Española y Americana. Edición 15 de abril de 1.874 |
Don Miguel, en cambio, no se deja llevar por los
sentimentalismos y en su novela Paz en la guerra describe la realidad con una
enorme lucidez:
“Al separarse había un calor nuevo en el apretón de manos,
porque entonces, después de haberse batido unos con otros, mucho mejor que
peleando con el moro, sentían a la patria, y la dulzura de la fraternidad humana.
Peleando los unos con los otros hablan aprendido a compadecerse; una gran
piedad latía bajo la lucha; sentían en ésta la solidaridad mutua como base, y
de ella subía al cielo el aroma de la compasión fraternal. A trompazos mutuos
se crían los hermanos.
Pero era brutal y sobre todo estúpido, realmente
estúpido, totalmente estúpido. Se mataban por otros, para forjar sus propias
cadenas, no sabían por qué se mataban. Formaban en dos ejércitos enemigos, y
asunto concluido. El enemigo era el enemigo, y nada más; el de enfrente, el
otro. La guerra era para ellos la tarea, de oficio, la obligación, el
quehacer.”
Tras la muerte de más
de seis mil soldados, los altos mandos de ambos ejércitos comenzaron sus
componendas, sus causas absurdas que habían llevado al país a una situación
desesperada. Las crónicas se centran en la caballerosidad que se establece
entre los oficiales enemigos y en el carácter español de los soldados ante las
adversidades, como en el texto que describe el dibujo “Paseo de la Castellana”:
“Como los soldados españoles, tan fieros en la pelea, conservan
inalterable su buen humor proverbial, á pesar de las penalidades de una ruda
campaña, el trozo de carretera que atraviesa el pueblo de Somorrostro, y que es
el punto de reunión y de cita en el campamento, ha sido bautizado con el
pretencioso nombre de Paseo de la
Castellana: allí se reúnen aquéllos para leer los periódicos de Madrid,
los telegramas del ejército del Centro, y las cartas de su tierra.”
Carretera de Somorrostro: sitio denominado por
las tropas "Paseo de la Castellana".
Dibujo de José Luis Pellicer
para La Ilustración Española y Americana. Edición del día 30 de marzo de 1874.
Unamuno, en cambio, es más
duro con una realidad que otros intentan disfrazar: “Entretanto
los jefes supremos discutían Ias bases de un arreglo, sirviéndose de algún cura
como de intermediario. Reconocimiento de grados ofrecían los unos; Carlos VII
monarca absoluto o nada, contestaban los otros; plebiscito nacional, replicaban
aquellos; derecho de tradición y nada de soberanía popular a la moderna, contra
replicaban éstos. Mantenían enhiesta los carlistas la bandera de «Dios, Patria
v Rey,» con mayor empeño que nunca.”
Campamento de Las Carreras durante los últimos temporales de lluvia y viento. Edición del día 22 de abril de 1874. |
El temporal anegó las
trincheras, y la espera de nuevos refuerzos mantuvo durante semanas a los
contendientes en las mismas posiciones que les dejó la batalla. Un nuevo cuerpo
de ejército al frente del cual vino el general Gutiérrez de la Concha, logró al
tercer intento lo que no habían logrado antes Morriones y Serrano. No lo hizo
por Somorrostro sino a través del cercano paso de Las Muñecas. El 1 de mayo los
liberales por fin conseguían levantar el sitio de Bilbao y entraban en la
ciudad. No obstante, merece la pena leer una carta escrita en Somorrostro que
publicó un diario antes de la llegada de Concha: “Ignoro cuál será el plan de las operaciones sucesivas, pero está en
la conciencia de todo el ejército que por Somorrostro no se salva Bilbao; es
tal la serie de atrincheramientos y obstáculos, unos naturales, artificiales
los otros, que será imposible dar un paso que no cueste torrentes de sangre, y
aun de este modo será imposible llegar á Bilbao. No hay soldado en el mundo que
pueda ir al asalto con fuegos de frente y de los dos flancos de retaguardia,
porque no hay probabilidad de que ninguno llegase; todos ó casi todos tienen
que quedar en el camino, los más fuera del combate, los menos imposibilitados
de superar obstáculos, como zanjas, barrancos y otros de análoga naturaleza,
pero todos superiores á las humanas fuerzas”
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Una vez mas mi enhorabuena. A ver cuando se incluye esta guerra y las otras dos guerras carlistas en los libros de historia que se estudian en el colegio. Yo particularmente, o esos dias no fui a clase o no me acordaba de nada de esto, me parece vergonzoso.
ResponderEliminarMuchas gracias. El mito de las dos Españas, que explota más tarde con la Guerra Civil, viene de más lejos. También de aquella época perviven regímenes forales(para mi arcaicos por mucho que se les buscara acomodo en la Constitución)Y curiosamente las zonas donde los nacionalismos vasco y catalán reciben hoy más votos coinciden con las que hace un siglo y medio eran más afines a los carlistas. No puede entenderse el presente sin conocer el pasado
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