Antonio López Martin se alistó en
el ejército como soldado voluntario de segunda el 11 de febrero de 1874. Ése
día la Primera República cumplía un año. En los últimos doce meses, desde la
renuncia a la corona de Amadeo de Saboya, se habían sucedido cuatro gobiernos
desgastados por los levantamientos cantonales, la oposición de los monárquicos
alfonsinos, que conspiraban a favor de la restauración borbónica, y la guerra
contra los carlistas. El régimen republicano ya estaba herido de muerte por
mucho que el General Serrano hubiera vuelto solo unas semanas antes del exilio
para ponerse al frente de un gobierno conservador que mandaba al margen de las
Cortes.
La Asamblea Nacional republicana
había abolido las quintas obligatorias y con ellas las injusticias que habían
condenado al ejército solo a los más pobres que no tenían dinero para pagar las
exenciones del servicio. Antonio cumplía con los requisitos que debían tener
los soldados de las nuevas milicias populares: no tenía antecedentes penales ni
padecimientos físicos, era mayor de diecinueve años –él acabada de cumplir los
veinte- y simpatizaba con la causa liberal. Probablemente en su caso el
ejército era la única salida para escapar del hambre: la paga de dos pesetas
diarias pagaderas mensualmente eran motivo suficiente para enfrentarse a una
guerra.
El general Domingo Morriones |
En ese momento, la guerra civil
dura ya dos años y tiene un futuro incierto. Los carlistas prolongan el sitio
de Bilbao e intentan conquistarla, aunque es una empresa imposible y una
antigua obsesión que ya habían intentado durante la Primera Guerra. Ahora, al
igual que entonces, tratan de hacerse con la ciudad para tomar sus recursos y
obtener un éxito que legitime, frente a las potencias internacionales, las
pretensiones al trono de Don Carlos, que se ha negado a aceptar el primer
régimen republicano instaurado en España, tras la abdicación de Amadeo de
Saboya.
Don Carlos de Borbón |
Benito Pérez Galdós define así la
situación en sus Episodios Nacionales: “la
impía guerra civil, monstruo nefando que sólo me mostraba sus extremidades
dolorosas. Dos Ejércitos, dos familias militares, ambas enardecidas y heroicas,
se destrozaban fieramente por un quítame allá ese trono y un dame acá ese
altar. No era fácil decir cuál de estos dos viejos muebles quedaba más
desvencijado y maltrecho en la lucha. En sin fin de páginas de la Historia del
mundo se ven hermosas querellas y tenacidades de una raza por este o el otro
ideal. Contiendas tan vanas y estúpidas como las que vio y aguantó España en el
siglo XIX, por ilusorios derechos de familia y por unas briznas de
Constitución, debieran figurar únicamente en la historia de las riñas de
gallos.”
En Madrid se unen los dos
batallones de Zamora, el 1º que venía de Málaga con el 2ª que lo hacía desde
Granada. Ambos parte en tren con cuatro compañías de Cazadores de las Navas y llegan a Santander de
madrugada, según informó la prensa de la época. Tras cinco días de viaje en
ferrocarril, Antonio debe esperar otros cuatro días en la capital cántabra, que
se ha convertido en un inmenso campamento donde coinciden las tropas de
refuerzo con los heridos de la batalla anterior. Cuatro días más tarde, el 7 de
marzo, embarca hacia Santoña para, desde allí, incorporarse al frente. Lo hace
en el Marqués de Nuñez, un vapor a hélice con casco de hierro y aparejo de
barca, proa de clípper y airoso botalón bajo el cual se disponía el habitual
mascarón de proa.
Marqués de Nuñez |
En la tarde del 19 de marzo su Regimiento embarcó en varios mercantes anclados en el muelle de Santoña junto con otros
cuerpos. La misión era desembarcar en la playa de Las Arenas y desde allí
forzar el paso a Bilbao. Los vapores llegaron a tres millas de la playa antes
del amanecer, pero el fuerte oleaje volvió muy peligroso el paso de la barra
del Nervión y los barcos regresaron desembarcando por la noche en la playa de
Laredo, donde pernoctaron. Posteriormente se supo que los carlistas sólo tenían
dos compañías en Las Arenas que no podrían haber hecho frente a los diez
batallones republicanos embarcados.
General Francisco Serrano, Duque de la Torre |
Los soldados pueden ver de inmediato las secuelas de la derrota anterior, también el resto del país puede hacerse una idea a través de los dibujos que publica La Ilustración Española y Americana sobre el Hospital de Sangre allí instalado y que describe con las siguientes palabras: “Hubo necesidad de convertir la iglesia parroquial de Somorrostro en un vasto hospital de sangre, cuyo aspecto dejaba en el alma una impresión profundísima de pena y amargura. Allí había una confusión espantosa de objetos destinados al culto, entre otros pertenecientes al servicio de Sanidad militar: el pavimento estaba cubierto de paja y atestado de colchones que habían sido requisados en la población, y sobre ellos los desdichados heridos, más o menos graves, quejándose unos lastimeramente, gritando otros como desesperados, no pocos ya inmovibles, con la mirada extraviada”
Hospital de sangre de Somorrostro. Dibujo de José Luis Pellicer para la Edición del 22 de marzo de 1.874 de La Ilustración Española y Americana |
La Revista recoge también una
explosión hecho que había sucedido unos días antes delante de la Iglesia de San
Juan: “De repente una llamarada vivísima
eclipsa por un momento la luz del día, y resuena á la vez un estruendo
horroroso; habíase incendiado, produciendo explosión horrible, uno de los
citados carros, que contenía dos grandes cajones de pólvora y no pequeña
cantidad de espoletas cargadas y estopines. Los soldados huyeron como poseídos
de gran pánico, pero muchos infelices fueron víctimas de aquel inesperado
suceso, que ha tenido en realidad las proporciones de una verdadera catástrofe”.
Explosión de un carro de municiones de guerra, ocurrida en Somorrostro el 19 del actual. Dibujo de José Luis Pellicer para la Edición del 30 de marzo de 1.874 de La Ilustración Española y Americana |
Imagen actual de la Iglesia de San Juan de Muskz que aparece en el grabado anterior |
No obstante, la batalla ni
siquiera había comenzado y lo peor estaba por llegar
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