16 julio, 2013

San Pedro de Abanto I. Las semanas previas a la batalla.

Antonio López Martin se alistó en el ejército como soldado voluntario de segunda el 11 de febrero de 1874. Ése día la Primera República cumplía un año. En los últimos doce meses, desde la renuncia a la corona de Amadeo de Saboya, se habían sucedido cuatro gobiernos desgastados por los levantamientos cantonales, la oposición de los monárquicos alfonsinos, que conspiraban a favor de la restauración borbónica, y la guerra contra los carlistas. El régimen republicano ya estaba herido de muerte por mucho que el General Serrano hubiera vuelto solo unas semanas antes del exilio para ponerse al frente de un gobierno conservador que mandaba al margen de las Cortes.

La Asamblea Nacional republicana había abolido las quintas obligatorias y con ellas las injusticias que habían condenado al ejército solo a los más pobres que no tenían dinero para pagar las exenciones del servicio. Antonio cumplía con los requisitos que debían tener los soldados de las nuevas milicias populares: no tenía antecedentes penales ni padecimientos físicos, era mayor de diecinueve años –él acabada de cumplir los veinte- y simpatizaba con la causa liberal. Probablemente en su caso el ejército era la única salida para escapar del hambre: la paga de dos pesetas diarias pagaderas mensualmente eran motivo suficiente para enfrentarse a una guerra.

Según describe su expediente militar, partió el 27 de Febrero en un tren especial desde Granada para incorporarse al Ejército de Operaciones del Norte. Pertenecía a la 1ª Compañía del 2ª Batallón del Regimiento de Infantería de Zamora nº 8. En los periódicos de la época se puede seguir el rastro de ese tren, que descarriló en la estación de Loja sin que hubiera que lamentar heridos. Su llegada a Madrid unos días más tarde coincidió con la de un telegrama que sembró de inquietud la capital. Lo había mandado el General Morriones tras fracasar en el intento de levantar el cerco de Bilbao comunicándole al Gobierno: "Imposible romper la línea del enemigo. Vengan nuevos refuerzos y otro comandante en jefe". El General Serrano, a la vista de las dificultades de la contienda, había abandonado la Presidencia del Gobierno, aunque no la de la República, para ponerse al frente del ejército.

El general Domingo Morriones
En ese momento, la guerra civil dura ya dos años y tiene un futuro incierto. Los carlistas prolongan el sitio de Bilbao e intentan conquistarla, aunque es una empresa imposible y una antigua obsesión que ya habían intentado durante la Primera Guerra. Ahora, al igual que entonces, tratan de hacerse con la ciudad para tomar sus recursos y obtener un éxito que legitime, frente a las potencias internacionales, las pretensiones al trono de Don Carlos, que se ha negado a aceptar el primer régimen republicano instaurado en España, tras la abdicación de Amadeo de Saboya.

Don Carlos de Borbón
Benito Pérez Galdós define así la situación en sus Episodios Nacionales: “la impía guerra civil, monstruo nefando que sólo me mostraba sus extremidades dolorosas. Dos Ejércitos, dos familias militares, ambas enardecidas y heroicas, se destrozaban fieramente por un quítame allá ese trono y un dame acá ese altar. No era fácil decir cuál de estos dos viejos muebles quedaba más desvencijado y maltrecho en la lucha. En sin fin de páginas de la Historia del mundo se ven hermosas querellas y tenacidades de una raza por este o el otro ideal. Contiendas tan vanas y estúpidas como las que vio y aguantó España en el siglo XIX, por ilusorios derechos de familia y por unas briznas de Constitución, debieran figurar únicamente en la historia de las riñas de gallos.”



En Madrid se unen los dos batallones de Zamora, el 1º que venía de Málaga con el 2ª que lo hacía desde Granada. Ambos parte en tren con cuatro compañías de  Cazadores de las Navas y llegan a Santander de madrugada, según informó la prensa de la época. Tras cinco días de viaje en ferrocarril, Antonio debe esperar otros cuatro días en la capital cántabra, que se ha convertido en un inmenso campamento donde coinciden las tropas de refuerzo con los heridos de la batalla anterior. Cuatro días más tarde, el 7 de marzo, embarca hacia Santoña para, desde allí, incorporarse al frente. Lo hace en el Marqués de Nuñez, un vapor a hélice con casco de hierro y aparejo de barca, proa de clípper y airoso botalón bajo el cual se disponía el habitual mascarón de proa.

Marqués de Nuñez
En la tarde del 19 de marzo su Regimiento embarcó en varios mercantes anclados en el muelle de Santoña junto con otros cuerpos. La misión era desembarcar en la playa de Las Arenas y desde allí forzar el paso a Bilbao. Los vapores llegaron a tres millas de la playa antes del amanecer, pero el fuerte oleaje volvió muy peligroso el paso de la barra del Nervión y los barcos regresaron desembarcando por la noche en la playa de Laredo, donde pernoctaron. Posteriormente se supo que los carlistas sólo tenían dos compañías en Las Arenas que no podrían haber hecho frente a los diez batallones republicanos embarcados.

La situación que vive el país puede leerse claramente en la portada de la edición de La Ilustración Española y Americana que sale en esos momentos y dice: “Quisiéramos dar comienzo a esta revista anunciando a nuestro lectores algún grande y próspero suceso de los que espera con creciente ansiedad el país […] habremos de demorar por algunos días la impaciencia que nos devora ante la expectativa de los próximos acontecimientos que libren a nuestro país de una guerra asoladora y fratricida”.

General Francisco Serrano, Duque de la Torre

Los soldados pueden ver de inmediato las secuelas de la derrota anterior, también el resto del país puede hacerse una idea a través de los dibujos que publica La Ilustración Española y Americana sobre el Hospital de Sangre allí instalado y que describe con las siguientes palabras: “Hubo necesidad de convertir la iglesia parroquial de Somorrostro en un vasto hospital de sangre, cuyo aspecto dejaba en el alma una impresión profundísima de pena y amargura. Allí había una confusión espantosa de objetos destinados al culto, entre otros pertenecientes al servicio de Sanidad militar: el pavimento estaba cubierto de paja y atestado de colchones que habían sido requisados en la población, y sobre ellos los desdichados heridos, más o menos graves, quejándose unos lastimeramente, gritando otros como desesperados, no pocos ya inmovibles, con la mirada extraviada”

Hospital de sangre de Somorrostro. Dibujo de José Luis Pellicer
 para la Edición del 22 de marzo de 1.874  de 
La Ilustración Española y Americana

La Revista recoge también una explosión hecho que había sucedido unos días antes delante de la Iglesia de San Juan: “De repente una llamarada vivísima eclipsa por un momento la luz del día, y resuena á la vez un estruendo horroroso; habíase incendiado, produciendo explosión horrible, uno de los citados carros, que contenía dos grandes cajones de pólvora y no pequeña cantidad de espoletas cargadas y estopines. Los soldados huyeron como poseídos de gran pánico, pero muchos infelices fueron víctimas de aquel inesperado suceso, que ha tenido en realidad las proporciones de una verdadera catástrofe”.

Explosión de un carro de municiones de guerra, ocurrida en Somorrostro el 19 del actual. Dibujo de José Luis Pellicer para la Edición del 30 de marzo de 1.874 de La Ilustración Española y Americana

Imagen actual de la Iglesia de San Juan de Muskz que aparece en el grabado anterior

No obstante, la batalla ni siquiera había comenzado y lo peor estaba por llegar

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