La crónica que firmó
ese mismo día 27 Marianoa Araús, el corresponsal de El Imparcial nos describe la situación de
la batalla en el momento decisivo, cuando las tropas liberales lanzaron su último
ataque contra San Pedro de Abanto. “Para
explicar ahora lo terrible del combate empeñado en esas posiciones, y la
importancia de su adquisición, creo conveniente hacer una ligera descripción de
la naturaleza del terreno y de las defensas carlistas. A la izquierda de la
carretera, marchando hacia San Pedro, hay una cañada de escasa profundidad, que
empieza medio kilómetro del rio y termina en el
mismo pueblo de San Pedro. Por la altura de la derecha corre la carretera, la
cual, al llegar á cien metros del pueblo, se dirige á la izquierda faldeando la
colina,
donde está situada la iglesia. La altura máxima
de la cañada por la izquierda forma una estribación del Montaño, paralela al
monte, que termina en un pico, sobre el cual los carlistas tienen un reducto
que defiende á la vez el pueblo, la cañada en su parte superior y la carretera,
de la cual dista á lo sumo unos ochocientos metros, que es la anchura de la
cañada por aquel lado. Al abrigo de ese reducto había una formidable trinchera
en sentido diagonal, construida en los campos que lindan casi con las casas del
pueblo, y desde cuya defensa se puede barrer la cañada, la carretera y la
multitud de sendas y caminos que para el servicio de las heredades hay por
aquel sitio.
El pueblo, mirado desde nuestras posiciones, presenta el siguiente aspecto: á la derecha la iglesia con el cementerio, situada sobre una colina. Su construcción es de
mampostería, y la circunda un camino cubierto con trincheras de tierra, donde
se embotan muchas de las granadas. A la izquierda se halla una casa de pobre
aspecto pero sólida. Sigue un claro de cincuenta metros declinando el terreno,
y en seguida se ve un grupo de ocho ó, nueve casas, casi todas destruidas por
nuestra artillería; después otro claro, otra casa, otro claro, y por último,
tres casas llamadas de Murrieta apoyadas en la colina coronada por el reducto.”
La colina de San Pedro de Abanto. |
Cuando las noticias
sobre las heridas de Loma y Primo de Rivera llegaron hasta Serrano, éste se
acercó hasta el frente para exigir un último esfuerzo: el ataque directo contra
San Pedro de Abanto que “se ordenó ocupar
a todo trance”. Como relatan las crónicas sus soldados “más que la victoria iban a buscar la muerte” y no pudieron
alcanzar el objetivo: “conmovían el ánimo
mas fuerte los ayes de los heridos que llenaban el terreno de combate; no era
ya posible intentar nuevo asalto; la noche se aproximaba a cubrir aquel campo
verdaderamente de sangre y heroicidades”.
Las crónicas dejan
constancia de la participación del Regimiento de Zamora, donde estaba el
tatarabuelo Antonio en el instante más dramático de la batalla: “Enardecida la sangre de nuestros soldados
por la resistencia de los carlistas que defendían las trincheras de la iglesia,
salieron de sus puntos acometiendo bravamente y á pecho descubierto al enemigo.
Tres batallones subieron la pendiente; creo que fueron Estella, Marina y uno de
Zamora, y sin detenerse un momento, llegaron hasta la misma trinchera, se
corrieron hacia la derecha y entraron en la plaza por el Este, esto es, por el
flanco izquierdo enemigo. Pero no bien llegaron allí los primeros, se vieron
fusilados por los carlistas desde una trinchera, invisible hasta entonces para
ellos, situada detrás del pueblo, y hecha con tal arte, que ofende al pueblo,
la carretera y el valle que comienza al otro lado de San Pedro. En esa
trinchera había lo menos cuatro batallones carlistas, que distinguí
perfectamente, formados cuatro horas antes, cuando no llegaban allí los fuegos
de nuestros soldados. No fué humanamente posible sostenerse allí, y los
batallones volvieron á su posición, continuando desde ella su tiroteo. Al cerrar la noche, la situación era, pues,
la siguiente: Los carlistas en la iglesia y trincheras que la rodean. El resto
de San Pedro, en poder de nuestros soldados, aunque el número de los que ocupaban
las casas no creo que pasaban de 500, que se batían con furor. La casa aislada
próxima á la iglesia, ardiendo. A 50 metros de la iglesia, cuatro batallones
nuestros, resguardados por las tapias de las heredades, y en distintas
trincheras próximas, ofendiendo á Serantes, hasta 11 batallones de la división
Loma y brigadas Chinchilla y Cortijo, que se mandaron reforzar con la división
Andía, para atacar mañana con mayor fuerza al enemigo.”
Pero, una vez más,
las palabras escritas por Unamuno nos cuentan en su Paz en la guerra lo que
pasaba frente los ojos del carlista Ignacio: “Delante de las casas de Murrieta, en un crucero de las veredas que
desde la carretera conducen a las faldas del Montaño, segaba de prisa la
muerte. Iban los nacionales guareciéndose en los setos que guarnecían las
veredas, encorvados, recibiendo en la cara el aliento de la tierra, que los
llamaba, y oyendo sobre sus cabezas el resoplido de las granadas que los
protegían. Los oficiales, apoyados en largos palos, animaban, y a las veces
apaleaban a los rezagados. En sitios hacían los vivos parapeto de los muertos.
Por la parte de San Pedro iban las masas a estrellarse a la colina dejando en
su reflujo cuerpos ensangrentados, como el mar algas. Caían a las veces sobre
los muertos los vivos y ahogaba las quejas de los heridos el roncar del fuego.
En las casas de Murrieta alto descansaban muchos carlistas porque tomado por el enemigo el barrio bajo, sus cañones suspendieron el fuego. A Ignacio y compañeros los llevaron por un camino hondo y resguardado a ocupar un parapeto en el alto de las Guijas.
Respiró un momento, estaban en terreno esquistoso y lleno de maleza de árgoma y brezo, encima de la explanada de Murrieta. Enfilaban todo el camino de Las Carreras a Murrieta, y el crucero de la muerte. Ante sus ojos se extendía en vasto panorama casi todo el campo de batalla; San Pedro, entre la maleza y la ermita de Santa Juliana, que como un búho gigantesco, parecía contemplar la matanza con sus dos huecos de la torre, a guisa de dos grandes ojazos despavoridos; a la espalda de la posición, el barranco donde los navarros habían dado en febrero su famosa carga; encima, el puntiagudo Montaño, y entre éste y el Janeo, un pedazo de mar sereno, el rinconcito de la playa de Pobeña, donde rompían mansamente las olas, lamiendo las arenas."
Acción de San Pedro de Abanto. Dibujo de Caba para Anales de la Guerra Civil : (España desde 1868 a 1876) |
Iglesia de Santa Juliana. El gigantesco búho de ojos despavoridos que describió Unamuno |
Barridos a tiros por el frente y los flancos, recibiendo fuegos en
redondo, avanzaban en el arroyo de San Pedro cuya defensa era desesperada,
briosa, por parte de los carlistas. De aquella posición dependía todo, allí
estaba entonces la clave, o por lo menos así lo creían.
La línea carlista,
formada con hileras de parapetos y defendida con fusiles Remingthon y Berdan
reformado, se batía en posición ventajosa y obligaron a los soldados del
gobierno a replegarse. La descripción de un testigo presencial es estremecedora:
“Increíble parece cómo venían aquellos
hombres, que ni aún en marcha seguían por el camino unos detrás de otros,
diseminados, tristes y sombríos, pintados en sus semblantes amarillos y negros
de la pólvora, el sufrimiento, la aflicción y la tristeza y en sus nuevos y
rotos vestidos, llenos de barro, las señales de tres días de luchar, quizás sin
comer, con rasguños y sangre en las manos y cara, producidos por las asperezas
que tuvieron que vencer en el terreno”
Las pérdidas
liberales se calcularon aquel día en unas 1.500. Las bajas por ambos bandos
durante los 3 días superaron los 8.000, una parte importante de ambos
ejércitos. La situación del campo de batalla queda reflejada en las palabras de
un testigo presencial: “Por todas partes
se veían cadáveres, trozos de capotes, morrales, paquetes de cartuchos y otros
muchos objetos que habían sido abandonados por sus dueños muertos o heridos.”
El inicio de la
crónica del corresponsal de El Imparcial no deja lugar a dudas: “Regreso del campamento hondamente afectado
por las terribles consecuencias de la jornada. La lucha ha sido ruda, tenaz y
muy sangrienta. Los carlistas resistiendo hasta la desesperación: nuestros
soldados, atravesando atmósferas de plomo, han atacado con entusiasmo
verdaderamente febril. Cada posición, cada trinchera, cada altura ganada al
enemigo, ha necesitado esfuerzos sobrehumanos: no eran soldados los valientes
que á cuerpo descubierto la mayor parte de las veces tomaban las trincheras,
eran héroes.”
Tampoco el comunicado que
mandó el Jefe del Estado Mayor al Ministro de Guerraa las nueve y treinta y cinco de esa noche: “ El fuego se generalizó, nuestras tropas ocuparon las casas de
Murrieta y otras de la barriada, suspendiendo atacar resueltamente la posición
de San Pedro, por estar batido en todas las posiciones por los
atrincheramientos enemigos. Me he trasladado con el cuartel general á Las
Carreras y casas de la barriada, donde permanezco, teniendo todo el terreno que
tan duramente hemos conquistado cubierto de las numerosas y sensibles bajas
causadas. Me propongo, en la noche, asegurar las casas tomadas, evacuar los
heridos, refrescar las tropas que me sea posible sin desguarnecer la extensa
línea que ocupa este ejército, y ver de conquistar con un supremo esfuerzo la
importante posición de San Pedro. No puedo precisar las pérdidas sufridas, que
son muy sensibles: los generales Primo de Rivera, Loma y brigadier Terrero,
heridos; el coronel Rodríguez Quintana, de artillería, muerto, y las que con
más conocimiento detallaré á V.E.”
Una carta publicada por un
diario ministerial, aporta más datos: “Tenemos
batallones en los cuales hay compañías que han quedado siete hombres mandados
por un cabo; en otros, aunque cubiertas las vacantes de sangre, no hay jefes ni
oficiales bastantes para mandar las tropas en la serie de combates que aún
hemos de librar. No hay batallón, de los que han entrado en combate, que no
haya tenido algunos jefes heridos ó contusos.”
27 de Marzo de 1874. Ambulancia de heridos en la ermita de San Lorenzo.
Dibujo de L Urgelles para la Edición de El Estandarte Real de Marzo de 1.890.
|
En la noche del 27 el
Regimiento de Zamora atrincheraba la posición conquistada en el Montaño,
permitiendo a los carlistas recoger dos heridos alaveses. Antonio López había
sobrevivido a la batalla. Peor parado había salido el comandante del segundo de
Zamora, Ventura Roger, que recibió dos balazos de suerte: uno de soslayo en el
vientre, con media pulgada de profundidad, y otro que le atravesó la pierna
izquierda, sin interesar ni hueso ni tendón alguno.
En la confusión del combate imaginé a mi bisabuelo Antonio formando parte de ese desesperado ataque final con el Batallón de Zamora. Ahora que, años después, he conseguido documentación sobre el Regimiento. Sé que fue el 1er Batallón el que ascendió por la colina de Abanto. El 2º Batallón, al que pertenecía Antonio, recibió la orden de avanzar hacia allí a medio día y cuando llegó ya estaba anocheciendo y la batalla acababa por ese día. No obstante, la nueva información me ha permitido conocer detalles sobre lo que sucedería al día siguiente. Y con la escena ya escrita me resisto a cambiar esa última carga tan heroíca como inútil.
Hay que aprender
de Unamuno que describe de esta forma los sentimientos de su protagonista por
seguir vivo después de una batalla tan dura: “En su cara quedó la expresión de una alma serena, como la de haber
descansado, en cuanto venció a la vida, en la paz de la tierra, por la que no
pasa un minuto. Junto a él resonaba el fragor del combate, mientras las olas
del tiempo se rompían en la eternidad.”En la confusión del combate imaginé a mi bisabuelo Antonio formando parte de ese desesperado ataque final con el Batallón de Zamora. Ahora que, años después, he conseguido documentación sobre el Regimiento. Sé que fue el 1er Batallón el que ascendió por la colina de Abanto. El 2º Batallón, al que pertenecía Antonio, recibió la orden de avanzar hacia allí a medio día y cuando llegó ya estaba anocheciendo y la batalla acababa por ese día. No obstante, la nueva información me ha permitido conocer detalles sobre lo que sucedería al día siguiente. Y con la escena ya escrita me resisto a cambiar esa última carga tan heroíca como inútil.
dormidasenelcajondelolvido by José María Velasco is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.
No hay comentarios:
Publicar un comentario