30 junio, 2010

El final de la investigación

El pasado 23 de Septiembre publicaba en este blog un artículo titulado ¿Otra novela sobre la guerra civil? En él escribía, al inicio de la investigación histórica para mi novela, “hoy empieza un viaje que no sé a dónde me llevará, ni cuánto tiempo durará, pero en el que estoy seguro que disfrutaré de muchas sorpresas”.

La primera etapa de ese camino está a punto de terminar. Después de leer más de un centenar de libros y de haber consultado una enorme cantidad de ejemplares de diarios y revistas, que abarcan un periodo de ciento cincuenta años de nuestro país, conozco con cierto detalle el paisaje histórico en el que se desarrollará la novela. Pero la aventura me ha llevado por recodos insospechados, gracias a la ayuda de personas, que eran desconocidas hace sólo unos meses y sin las cuales, no hubiera podido descifrar parte de la historia. He ido encontrando, a través de diferentes archivos, documentos muy valiosos que narran detalles importantes de la crónica de mi familia. Han sido ahí donde aparecieron las mayores sorpresas.

El expediente militar de mi tatarabuelo Antonio me ha explicado muchos aspectos de la vida de aquel teniente cuarentón que volvió de luchar en Cuba, momento que marca el inicio cronológico de la trama. Hoy sabemos, además, que su carrera militar había empezado mucho tiempo antes, alistándose como soldado en la tercera guerra carlista y que, treinta años después, su trabajado ascenso por los grados más humildes del escalafón del ejército, le llevó a participar en cruentas batallas y en dos guerras y le permitió regresar a su pueblo con una cierta posición. El certificado de defunción de mi tío abuelo Paco, que disfraza su fusilamiento, frente a las tapias del cementerio de Granada, bajo la fría causa de “por arma de fuego”, habla con sus silencios de aquellos meses de verano y otoño del 36 en los que la locura destrozó tantas vidas. La auditoria de guerra que siguieron contra mi abuelo José al final de la contienda, me ha explicado detalles desconocidos que ocurrieron durante el conflicto. La separación, la huida, la lenta agonía hacia la derrota, aunque ha sido incapaz de arrojar luz sobre los claroscuros de este personaje ambiguo. El sumario que siguieron contra mi abuela María me ha explicado detalles trágicos de su vida. Aquella mujer que ayudó a los huidos a la sierra después de la guerra civil, tuvo una relación más intensa con esa lucha de la que imaginábamos. Su detención y su ingreso en la prisión fueron de un enorme dramatismo. Su expediente penitenciario me ha permitido conocer sus días dentro de las cárceles franquistas, la larga espera para conseguir el indulto. Al leer esos documentos por primera vez (los he releído luego decenas de veces durante este tiempo) una enorme emoción me recorrió el cuerpo. Como ya he explicado otras veces en este blog, era como recibir una carta, enviada con décadas de retraso, que me contaba sus vidas. Confieso que en ocasiones no pude evitar las lágrimas, al tratar de imaginar la dureza de las situaciones a las que se enfrentaron y que se pueden entrever bajo las líneas de los documentos oficiales.

Las entrevistas con diferentes miembros de mi familia me han ratificado detalles que ya conocía y otros completamente novedosos y, sobre todo, me han ayudado a conocer mejor a los personajes y a admirar aún más a las personas reales que sufrieron aquellos hechos. Fueron pequeñas personas que se vieron obligadas a enfrentarse a acontecimientos muy grandes para los un hombre o una mujer nunca pueden estar preparados y trataron de afrontarlos con la mayor dignidad posible.

Hoy que conozco mejor la historia de mi familia me siento aún más orgulloso de ser un “mitailla”, el apodo con el que nos conocen en el pueblo granadino de Churriana. Ahora que estoy cerrando esa investigación, que ocupa ya casi cuatrocientas páginas, releo, diez meses más tarde, lo que escribía en septiembre y me alegra reconocer que las sorpresas han sido muchas y muy grandes y que he disfrutado mucho más de lo que podía imaginar. Desconozco cuantas etapas le quedan a mi viaje, que me temo que va a ser más largo de lo que pensaba al principio (sobre todo ahora que finalizo mi año sabático y comienzo de nuevo a trabajar en el mundo del software), pero estoy seguro de que mientras continúe en el camino seguiré disfrutando.

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29 junio, 2010

Para ir concluyendo...


Los años dan una perspectiva a los historiadores que les permiten analizar y relatar los acontecimientos, pero, para aquellos que los viven en su rabiosa cotidianidad, es difícil comprender lo que está ocurriendo, especialmente si la historia se está desarrollando en un entorno hostil de locura generalizada. A lo largo de los últimos meses, he leído muchos libros y artículos con la intención de tratar de entender que ocurrió durante la guerra civil en España y, sobre todo, cómo los miembros de mi familia pudieron sentir y vivir aquellos dramáticos momentos. Si el primer objetivo es harto difícil, el segundo se desvela casi imposible. No obstante, sobre una base de rigor histórico, se puede construir, con una pizca de imaginación y sentido común, un paisaje que, no siendo verdadero en su totalidad, sea al menos probable.

En 1.936 se enfrentan dos concepciones opuestas. Parafraseando a Antony Beevor (su libro “La guerra civil española” es uno de los mejores que he leído) mientras en un bando eran centralistas, ultraconservadores y ultracatólicos y tenían una estrategia única, en el otro se produce una amalgama de ateos y católicos, centralistas, nacionalistas e independentistas, moderados y extremistas, republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas… con estrategias e intereses diferentes y, en ocasiones, opuestos.
A finales del verano del 36, ambos bandos, que controlan cada uno una parte significativa del territorio, ya saben que la contienda será larga y se preparan para abordarla. Los sublevados han impuesto, desde el primer momento, una guerra de terror que sólo busca la paz de los cementerios y la represión brutal no es más que un mecanismo previamente definido y aceptado por ellos, bajo una premisa de centralización del poder. La figura emergente de Franco, que no estaba destinado en un primer momento a ser el líder de la revuelta, es la que poco a poco va a ir monopolizando ese poder, ya que él controla las unidades más operativas y preparadas del ejército. En el otro bando, el gobierno republicano, desbordado desde el inicio, ha tenido que armar al pueblo con el objetivo de hacer frente al golpe, pero con ello, ha perdido buena parte de su autoridad, que está en manos de unas milicias, que en muchos casos actúan sin control, cometiendo tropelías, bajo una sed de justicia que, en ocasiones, se desborda en venganza.
La ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista es clave para los insurgentes. Sin ella no hubiera sido posible el traslado del ejército de África a través del Estrecho, vital para la supervivencia del golpe. Durante muchos tiempo, ese apoyo es negado tanto por los nacionales como por sus aliados (incluso en sucesos tan fragrantes cono el bombardeo de Gernika) y la República tratará de demostrarlo sin éxito. Su objetivo era evitar la farsa de no intervención auspiciada por las democracias de Gran Bretaña y Francia, que originó el colapso republicano. Mientras estos gobiernos hablaban de neutralidad frente a su opinión pública, sus empresas colaboraban activamente con los golpistas. Estudios recientes han demostrado con pruebas documentales, que los servicios de inteligencia británicos estaban al corriente del más mínimo detalle de las actividades de alemanes e italianos en colaboración con los fascistas españoles y de los actos de represión que estaban cometiendo. Ante esa situación la República, desesperada, sólo recibe la ayuda, totalmente interesada, de la Unión Soviética, que cobra un alto precio, tanto económico como ideológico por ello. También recibe la asistencia altruista de unos millares de idealistas, que vienen de diferentes países a combatir en nuestra tierra contra un fascismo que también amenaza las suyas. Esas brigadas internacionales jugarán un importante papel, exagerado en ocasiones por la propaganda. La mayoría de los embajadores, muchos de ellos personas muy conservadoras, toman partido por los sublevados y cortocircuitan, en bastantes ocasiones, los intentos republicanos por conseguir el apoyo de las democracias occidentales.
En el interior, el partido socialista de debate entre sus dos almas: una republicana de centro izquierda y otra revolucionaria. Estas dudas hacen que los comunistas, que contaban con escasos militantes antes del inicio del conflicto armado, se conviertan en el partido mayoritario en el control del ejército y traten de unificar el poder, que las milicias anarquistas se han encargado de desbocar durante los primeros momentos, preocupadas únicamente por expandir su ideal libertario. Esa deriva hacia el extremismo hace que los partidos republicanos de centro vayan desapareciendo del escenario político. Los nacionalistas vascos y catalanes, mientras tanto, se preocupan también de defender sus intereses más que de ganar la guerra. El centro de su lucha se basa en defender y aumentar unas competencias recientemente recuperadas, después de varios siglos.
En el otro bando, la Falange, que no pasaba de ser un pequeño partido minoritario antes del golpe, ha incrementado espectacularmente su número de afiliados. En algunos casos, se trata además de elementos de izquierdas, que ante la brutalidad de la represión, visten la camisa azul con la intención de salvar su vida, aunque paguen un alto precio moral por ello. Incluso hay un momento en el que los dirigentes falangistas prohíben la venta de tejido azul mahón, para que no se confeccionen más camisas ante la ola de arribismo. Tras la muerte de José Antonio, Franco controla el partido y lo unifica con los carlistas, que, con sus antiguas posturas ultramontanas vienen luchando contra cualquier intento liberal desde hace más de un siglo. Esta espiral de extremismo se lleva también por delante cualquier vestigio de los diferentes partidos conservadores que se habían presentado en coalición con la CEDA a las últimas elecciones.
Sólo en unos meses el escenario cambió por completo y la deriva extremista condujo a una locura, que seguro que sería muy difícil de entender por unas mentes sencillas. Los avances tanto culturales, como tecnológicos y económicos que llegan a nuestro país a finales de los años veinte y principios de los treinta, se desvanecen y una de nuestras generaciones más brillantes acaba enterrada en una cuneta o huyendo hacia el exilio. Para aquella familia de agricultores granadinos la esperanza duró poco. Estoy seguro que ese nivel de ilusión lo vivieron con diferente intensidad y pasión, en una extraña mezcla de religiosidad profunda y de deseo de cambio. El entusiasmo vital de los jóvenes y el escepticismo resignado de los mayores, cambió hacia una única desesperación por sobrevivir frente unos hechos para los que era imposible estar preparados.
El avance de la guerra fue una sucesión de empates y derrotas que el enemigo administró con paciencia. Franco en muchas ocasiones desesperó a sus aliados y en lugar de optar por una victoria rápida, prolongó la guerra para poder exterminar así a su enemigo y fraguar las bases de una larga dictadura sin oposición posible. Los republicanos, conscientes de la represión que desarrollaba el oponente y de que su única salida era la muerte, la cárcel o el exilio alargaron hasta el último suspiro la lucha.
Muchos fueron los que perdieron en abril del 39. Los nacionalistas vieron como sus competencias y sus ideales de país desaparecían con la dictadura. Los republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas vieron pisoteados tanto sus ideales comunes, como los particulares de cada uno. Las democracias occidentales tuvieron que levantarse en armas contra la invasión del fascismo, apenas un año más tarde, y colaborar con el comunismo soviético, que no tuvo más remedio que enfrentarse al nazismo, con el que antes había firmado un pacto de no agresión. Al final, después de ser un laboratorio de pruebas, acabamos exportando la locura al resto del mundo. Pero cuando finalmente llegó la paz al resto de países, no conseguimos importar sus democracias, ni sus declaraciones de derechos humanos y nos obligaron a aguantar el tormento a lo largo de cuarenta años de negra dictadura, en los que mi familia pagó con muerte, cárcel y palizas sus antiguos deseos. Más tarde, el miedo, la vergüenza y el paso del tiempo, acabaron por esconder sus vidas en el cajón del olvido. Las historias orales, contadas en voz baja durante generaciones, han luchado por evitarlo. Por eso, yo trato ahora de escribir esas viejas historias, para que algún día mi hija también pueda conocerlas y sentirse orgullosa de ellas.
Por cierto, he dejado para el final la afirmación más evidente, que todos aquellos que leen este blog ya han debido adivinar hace tiempo. No he podido evitar enamorarme de aquella república imposible, atacada por todos, y de mis antepasados, que se están convirtiendo, a través de los párrafos y escenas que voy escribiendo con gran dificultad y lentitud, en personajes de novela, arrojados a un escenario cruel, pero magnífico de narrar. ¡Ojalá el resultado esté a la altura de todos ellos!

23 junio, 2010

Málaga 18 de Julio de 1.936

En Julio de 1.936 Málaga, como el resto del país, vivía un ambiente de tensión extrema. Durante los meses previos, los socialistas y los anarquistas habían tenido enfrentamientos que derivaron en graves disturbios. La excusa había sido un arte de pesca: el boliche. La UGT trató de ir suprimiéndolo porque esquilmaba la riqueza pesquera del litoral, pero muchas familias que vivían de él, se afiliaron a la CNT y salían a pescar con protección. Los enfrentamientos acabaron con el incendio de locales anarquistas, el tiroteo de la Casa del Pueblo, en el que produjeron varias muertes, y una posterior huelga general. Mientras la izquierda malagueña se enzarzaba en guerras fratricidas, los militares conspiraban para preparar el golpe de estado. A principios de mes, Queipo de Llano visitó la ciudad con el objetivo de asegurarse que su Comandante Militar, el General Patxot, se alinearía con el alzamiento. La relación entre ambos generales no era buena y Queipo confiaba más en los oficiales Huelín y Segalerva. Patxot era consciente de la dificultad que tenía la acción en Málaga, ya que la población era fervientemente republicana, pero en varias reuniones mantenidas en un restaurante y en el Campamento Benítez se establecieron los detalles del pronunciamiento.

En la mañana del 18 de Julio, la radio transmitió la noticia de la sublevación del ejército de Marruecos. Huelín y Segalerva presionaron a un dubitativo Patxot para que firmara la declaración del estado de guerra. También trataron, esta vez sin éxito, de encarcelar a varios sargentos sospechosos de no secundar su causa. A las cinco de la tarde, el capitán Huelín se presentó en el cuartel de Capuchinos con la orden de la salida de las tropas, a lo que algunos oficiales se negaron. Finalmente y bajo gran presión, la compañía salió a la calle, entre los vítores favorables a la república de los vecinos del barrio, que pensaban que los soldados marchaban hacia el puerto para embarcar con destino a Melilla y luchar contra los sublevados. La intención de los militares era muy diferente: el control de los edificios más importantes. Con ayuda de jóvenes falangistas colocaron ametralladoras en la calle 14 de abril, que era el nombre que tenía la calle Larios. La población se asustó y corrió a refugiarse donde pudo, mientras todos los comercios cerraban sus puertas a toda prisa.

Las autoridades republicanas de negaron a rendirse. Los guardias de asalto se mantuvieron fieles a la legalidad y armaron a los obreros que se lanzaron en la mañana del 19 contra el principal foco de la rebelión: el cuartel de Capuchinos. Los oficiales golpistas no eran numerosos, ya que una parte de sus compañeros y de los soldados eran contrarios al golpe y la Falange en aquel momento contaba con apenas unos trescientos afiliados. Los rebeldes esperaron un desembarco de tropas procedentes de Melilla que no se produjo. En vista de su desesperada situación, optaron por rendirse. El alzamiento había fracasado. El pueblo se emborrachó de alegría, confraternizó con los soldados y recorrió las calles vitoreando a la República. A continuación una locura de destrucción arrasó los locales más conocidos de los elementos derechistas: el partido Acción Popular, el periódico la Unión Mercantil, los almacenes Temboury y el Círculo Mercantil fueron incendiados. Los sindicatos requisaron todos los coches disponibles y los marcaron con sus siglas.

El día 22 los obreros regresaron a las fábricas, los tranvías circulaban y las calles habían sido limpiadas, pero el pueblo, que había aplastado el golpe con sus propias fuerzas, se creyó en condiciones de gobernar la ciudad. Aprovechando el vació de poder, la euforia revolucionaria trajo un poder popular, acéfalo, que no pudo ser controlado por los dirigentes republicanos. Se implantaron en muchos lugares un sistema autogestionario, favorable al reparto de la riqueza. En las fábricas, comercios y restaurantes se establecieron colectividades y la titularidad pasó a manos de sus trabajadores. Pero al amparo de las siglas políticas de las milicias, actuaron también personas sin escrúpulos, ni ideología, que acabaron por desvirtuar el ideal revolucionario con su exhibicionismo de armas y su arrogancia de poder, que el gobierno republicano se vio, en la distancia, incapaz de dominar. Los principales golpistas fueron juzgados y condenados a muerte y, durante los dos meses siguientes, los fusilamientos acabaron con la vida de unas trescientas personas, hasta que las autoridades pudieron frenar los asesinatos, que se producían sobre todo después de los bombardeos de la aviación nacional.

La anarquía apasionada y los ideales fueron barridos en los meses posteriores por la realidad de la guerra. Los anarquistas se negaban a cavar trincheras porque para ellos cavar era mantener la explotación y un signo de cobardes. Su arrojo no pudo con las tácticas militares y medio año más tarde las tropas fascistas entraban en Málaga. Se ha acusado en muchas ocasiones al gobierno republicano de no haber conseguido controlar el desorden y ante esa situación de no haber defendido con mayor fuerza la ciudad. Tras su caída casi 17.000 personas fueron fusiladas por la “justicia” franquista.

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14 junio, 2010

¿Héroe o villano?

El 10 de Julio de 1.936 el general Miguel Campins llega a Granada con el objetivo de tomar posesión de su nuevo cargo como Gobernador Militar de la ciudad. Pese a ser amigo personal de Franco, no está al tanto de los detalles de la sublevación, que algunos de sus compañeros están organizando y cuya intención es acabar con la República. Sus subordinados, que llevan semanas conspirando para derribar el régimen democrático, le reciben con indisimulada hostilidad, ya que piensan que le envía el gobierno tratando de cortocircuitar sus planes. Él era un militar profesional, íntegro, independiente de militancia política y con una cultura muy superior a la media de sus compañeros de armas. En la tarde del 17 de Julio un capitán médico, que era radioaficionado, capta por la radio las noticias sobre el golpe de estado que acaba de perpetrar el ejército de África y se lo comunica a Campins. Éste recibe la llamada del gobernador civil, que, al igual que él, ha accedido a su cargo sólo unas semanas antes, y le pide que vaya a verlo de forma inmediata. Ambos saben lo sucedido, pero ninguno de los dos lo dice claramente. Se trata de una reunión de tanteo, en la que pretenden conocer cuáles son las intenciones del otro. Horas después el ministro Casares Quiroga llama al general y le comunica que las tropas se han alzado en Melilla, no obstante, le miente al decirle que el gobierno controla la situación. El objetivo de la llamada es conocer qué está ocurriendo en Granada y la posición del general con respecto a la sublevación. Éste le responde lo mismo que acaba de decirle al Gobernador Civil: él respeta la legalidad republicana.
A lo largo del día 18 los rumores sobre el golpe llegan a los partidos políticos, que solicitan la creación de milicias para garantizar la República. Las autoridades les responden que no será necesario, ya que el alzamiento no se ha producido en Granada. Esa misma tarde Queipo de Llano ya ha controlado Sevilla y da la orden a Campins de que declare el bando de guerra y posteriormente ofrece la primera de sus charlas radiofónicas, dando una versión sesgada de la realidad. Éste decide no actuar y a la mañana siguiente visita los cuarteles. El ambiente es extraño. A pesar de ello, la sublevación no se ha producido. En realidad, los conspiradores le están preparando a la espera de la reacción que pueda tener su jefe, del que desconfían. Éste ha podido comprobar lo que se está preparando. Al frente de la conspiración de encuentra el comandante falangista Valdés Guzmán. En esa mañana, Campins recibe órdenes del gobierno de Madrid de armar una milicia que salga en rescate de Córdoba, que ha caído en manos rebeldes, pero también las desobedece.
Los partidos políticos ya saben que la rebelión no ha triunfado en varias ciudades como Madrid, Barcelona o Málaga porque las milicias armadas lo han impedido y solicitan la entrega inmediata de armas con la intención de defender la legalidad. Una vez más le son denegadas. En la tarde del 19 de Julio se incrementa la inquietud de los obreros y las actividades preparatorias de los golpistas. A primeras horas de esa noche, Campins recibe la orden de repartir armas entre los comités. Una vez más desobedece. A lo largo de dos días no ha actuado en defensa de la República, pero tampoco ha tratado de derribarla. A finales de ese día, los militares con ayuda de falangistas toman el control del aeródromo de Armilla y ultiman los detalles para el control de toda la ciudad durante el día siguiente. En ese momento él, que ha perdido ya el contacto con Madrid, ordena que no detengan la huida terrestre de las tropas fieles a la republica que abandonan la base aérea. Los aviones ya habían despegado con destino a zona controlada por el gobierno.
En la mañana del día 20 tres aviones republicanos aterrizan en la base de Armilla, desconocen que está bajo control del enemigo. Campins tiene una conversación telefónica muy tensa con Queipo, ya que le niega a éste el envío de los aviones capturados, como le había solicitado. Después reprende a Valdés por hablar directamente con Sevilla. Éste acaba enviando los aviones a Queipo, con la solicitud de destitución de Campins. En la tarde del día 20, los golpistas de hacen rápidamente con el control de Granada y detienen a su gobernador, que antes ha firmado el bando de guerra. Esa noche Queipo le acusa de traidor durante su charla radiofónica y ordena su traslado unos días después a Sevilla, donde lo procesan y lo condenan a muerte. El 17 de Agosto es fusilado. Mientras tanto en Granada, Valdés Guzmán se ha puesto al frente del nuevo régimen, iniciando una represión brutal que conllevará miles de asesinatos.
Durante muchos años la posición de Campins mantuvo una ambigüedad extraña, pero la mayoría consideraron que había permanecido fiel a la República. Sólo un año después de los hechos, en 1.937, el periodista Ángel Gollonet publica un libro “Rojo a Azul”, un panfleto propagandista a favor del franquismo, donde le que califica de traidor por no secundar el glorioso alzamiento. Muchos años más tarde Ian Gibson, en varios de sus libros y desde una posición totalmente contraria a Gollonet, simpatiza con el gobernador por haberse resistido inicialmente a los golpistas. Estudios y libros que han aparecido muy recientemente y que han podido acceder a la agenda personal de Campins, han demostrado que éste, aunque no simpatizaba con las ideas del golpe, había decidido sumarse al mismo en el último instante, porque no quería ir contra sus soldados, ni facilitarles armas a los obreros. Lo cierto es que su indefinición a lo largo de las 48 horas más importantes de su vida le costó la vida.
Queipo se negó a aceptar la solicitud de indulto que había pedido Franco y ratificó la condena a muerte de Campins, que fue fusilado frente a la sede del actual Parlamento Andaluz. Su muerte sirvió de escarnio público para los trabajadores sevillanos, que en ese momento se dirigían a sus trabajos en los tranvías y fueron obligados a contemplar la ejecución. Aún hoy, su figura tiene un halo de ambigüedad que le hace parecer héroe y villano al mismo tiempo. En su defensa habría que decir que intentó en todo instante minimizar las pérdidas humanas y compatibilizar su respeto por la legalidad con la negativa a enfrentarse a sus compañeros sublevados. Su indefinición es la misma que la de miles de personas, que durante aquellos tres días dudaron qué partido tomar. La diferencia es que otros cuando tomaron la decisión (fuera la que fuera) hicieron creer que su fe había sido inquebrantable desde el primer minuto. Uno de los que no tuvo ninguna duda, Valdéz Guzman, fue el nuevo gobernador de Granada. Desde su cargo fue el responsable de miles de asesinatos. Su familia se vio obligada a cambiar sus restos a un nicho anónimo del cementerio de la ciudad. Al parecer, los descendientes de los muertos no le dejaban descansar en paz. Probablemente, el recuerdo de los asesinados debió perseguirle también en vida, en los pocos años que sobrevivió al golpe. Murió enfermo en marzo del 39.

09 junio, 2010

Granada. 18 de Julio de 1.936.

El 18 de Julio de 1.936 el gobierno legítimo, elegido democráticamente por soberanía popular, fracasó porque no supo derrotar el golpe de estado perpetrado por una parte del ejército, con la colaboración de civiles fascistas. A su vez los golpistas fracasaron porque su intento triunfó en menos de la mitad del territorio que pretendían controlar. Este doble fracaso, este empate, llevó al país a una guerra civil que marcó para siempre su historia. Durante ese día y los posteriores, cada ciudad, cada pueblo vivió una situación completamente diferente, aunque, en todos ellos, fue constante la intensa incertidumbre por la evolución de los acontecimientos.

La primavera del 36 había sido muy agitada en Granada. Tras el fraude electoral cometido en febrero por los partidos de derechas y la repetición de las elecciones en la provincia, la tensión era evidente en el ambiente de las calles. A lo largo de los últimos meses se habían sucedido los enfrentamientos entre falangistas y miembros de izquierdas y se llegó al verano en mitad una espiral de violencia, que todos veían difícil de contener. Las máximas autoridades, el Gobernador Civil, Torres Martínez y el Militar, el General Campins, habían tomado posesión de sus cargos a principios de Julio y desconocían todos los detalles del clima de conspiración que asfixiaba la ciudad. El primer día del mes, Ideal, el periódico conservador, salía de nuevo a la calle después del incendio provocado tras la ola de huelgas, que había destrozado sus instalaciones semanas antes. En su primera página queda reflejada claramente la atmósfera de intriga: “No llegamos tarde para incorporarnos a las huestes de los que han emprendido la meritoria tarea de sacar al país de las actuales horas dramáticas”.

Las primeras noticias del golpe de estado que se estaba produciendo en las guarniciones del Ejército de África llegan a los gobernadores en la noche del día 17, a pesar de ello el día siguiente amanece tranquilo y despejado, como era de esperar de un sábado de verano. En los cines triunfaba la película Encadenada, el último éxito de la Metro, protagonizado por Clark Gable y Joan Crawford. La prensa hablaba del entierro del conde de Galatino, personaje célebre en la ciudad, y del júbilo del alcalde, Fernández Montesinos (primo de Federico García Lorca), por la subvención, superior al millón de pesetas, que le concedían a la universidad granadina para su traslado a los terrenos de la Cartuja. En el Ideal aún aparecían notas de duelo sobre la muerte de Calvo Sotelo, que se había producido unos días antes en Madrid. A lo largo del día 18 empezaron a llegar los primeros rumores del levantamiento. Ese día se podía ver una mayor presencia en la calle de la guardia de asalto y la portada de El Ideal “Causas ajenas a nuestra voluntad nos han impedido recibir la acostumbrada información general. Por esta circunstancia, el presente número consta sólo de ocho páginas” anuncia lo que está empezando a ocurrir. No obstante, las primeras noticias van acompañadas de la impresión de que se trataba de una intentona más de los militares destinada al fracaso. A la tarde, el general golpista Queipo de Llano, que se ha hecho con el control de Sevilla ordena la declaración del estado de guerra en la provincia de Granada, que se encuentra bajo su jurisdicción militar. Los rumores hacen que los miembros de los partidos de izquierda y los sindicatos soliciten la entrega de armas con el objetivo de evitar el éxito de la sublevación. La actitud de Campins va a ir variando a lo largo de las horas (y será objeto de un artículo posterior). En la noche del 18 se produce la primera emisión radiofónica de Queipo (que trataría de aterrorizar a sus enemigos a través de las ondas los meses posteriores). Su alocución, como toda propaganda bélica, reflejaba una situación más favorable para su causa de lo que en realidad estaba ocurriendo. A partir de ese momento la inquietud se desbordó. En la madrugada, el control de la radio quedó en manos del Frente Popular.

La mañana del 19 amaneció con uno de los últimos titulares del periódico progresista El Defensor antes de su cierre ““Ciudadanos: ¡Viva la República! El Gobierno cuenta con todos los recursos necesarios para dominar la rebelión”. Las primeras informaciones hablaban del fracaso del golpe, que sólo había triunfado en Marruecos y Sevilla. Tampoco reflejaban la realidad que se estaba produciendo. El alzamiento había fracasado en la mayoría de las ciudades importantes como Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao o Málaga, pero los sublevados controlaban buena parte del territorio. Los obreros volvieron a solicitar armas con las que defender la legalidad, pero las autoridades les calmaron pensando que la guarnición granadina le sería fiel. La realidad era otra, ya que la mayoría de los mandos llevaban mucho tiempo conspirando a favor de la sublevación. La actitud dubitativa de Campins era lo único que había impedido hasta ese momento que salieran a la calle.

En la mañana del día 20, las tropas sublevadas controlan el aeródromo de Armilla, un factor clave en el levantamiento, pese a que las tropas y los aviones, que han permanecido fieles al gobierno, han abandonado las instalaciones, inutilizando lo poco que han dejado. No obstante, ese mismo día aterrizan allí tres aviones de caza republicanos que desconocían que la base estaba en manos enemigas. Los aviones capturados, con ayuda de falangistas del cercano pueblo de Churriana, jugarán un importante papel a favor de los golpistas en los próximos días. A primeras horas de la tarde, los militares comenzaron la sublevación vitoreando a la república y la gente inocente los aplaudía al pasar, pensando que estaban luchando por defender aquel sueño que se había iniciado una tarde de abril. Cuando al cabo de las horas la confusión cesó y fueron ocupando la radio, los periódicos, el ayuntamiento y los centros oficiales, propagando el estado de guerra y prohibiendo las libertades, el pueblo desarmado no podía resistir, pese a ello unos pocos, la mayoría anarquistas, deciden levantar barricadas en el Albayzín, el barrio más izquierdista. Los sublevados obligan a Campins a firmar el Bando de Guerra y a continuación lo destituyen. Curiosamente el texto del bando finaliza con un ¡Viva la República! que aumenta la confusión. Pero los golpistas tienen muy clara la estrategia e inician el terror de la represión.

El día 21 comienzan los bombardeos de artillería y aviación contra la población del Albayzín, que reciben un ultimátum de las nuevas autoridades a través de la radio a la mañana siguiente. La resistencia duró tres días. Los obreros, escasamente armados, se vieron obligados a entregarse, aunque algunos consiguieron huir hacia territorio bajo control republicano. A mediodía del 23, Radio Granada confirmaba el fin de la resistencia: “Todas las mujeres y los niños abandonarán su casas y se concentrarán en la Eras de Cristo y carreteras de Jaén y Pulianas”. A partir de entonces y durante varias semanas Granada y los pueblos de la vega son una mancha nacional rodeada en el mapa por territorios fieles a la República. Eso provocó aún más miedo entre los sublevados, que iniciaron una brutal represión. Las calles se llenaron de las camisas azules falangistas, de boinas rojas carlistas, de mangas verdes de los miembros de la CEDA, de grupos de hombres armados que, parapetados detrás de sus escapularios y sus detentes, vociferaban su brutalidad, su ritual de venganza. Las escuadras negras, formadas en algunos casos por delincuentes comunes, iniciaron las temidas sacas y los fusilamientos colectivos frente a las tapias del cementerio o en cualquier camino de la vega. La escritora estadounidense Helen Nicholson, que vivía en aquellos días cerca del cementerio, recogió estas impresiones en su diario pese a simpatizar con los franquistas: “Las ejecuciones habían ido aumentando a un ritmo que alarmaba a toda la gente seria. El guardián del cementerio rogó a mi yerno que le encontrara un sitio donde poder llevar a su mujer y a los doce hijos más pequeños, que vivían aún con ellos. La casa junto al camposanto donde vivían se había convertido en un infierno intolerable. No podían evitar el escuchar las detonaciones todas las mañanas y a veces otros lúgubres ruidos que las acompañaban - los gritos y lamentos de los agonizantes- que hacían de sus vidas una pesadilla. Temía además el efecto que tales impresiones pudieran producir en los niños más pequeños”. Más de 10.000 personas fueron asesinadas a lo largo de aquellos meses.

Entre los fusilados estuvo mi tío-abuelo Paco. En el momento del golpe mis abuelos se encontraban en Jayena, el único pueblo de la comarca de Alhama donde triunfó el alzamiento. Ellos, al igual que bastantes miembros de mi familia se vieron obligados a abandonar a toda prisa sus casas para sobrevivir. La dureza de su huida es ya otra historia.