14 febrero, 2010

Para recordar un centenario

El 14 de febrero de 1.910, hace hoy cien años, nacía María Álvarez López en un pueblo de la vega granadina, cercano a la capital. A lo largo de los últimos meses, he ido publicando en mi blog artículos relacionados con la investigación que vengo realizando para escribir mi novela. He guardado para este centenario el que considero el más interesante e importante de todos. Hasta ahora me he limitado a informaros de la existencia de mis artículos y me he alegrado de que los leáis, pero éste os lo recomiendo especialmente:

El 24 de febrero de 1.942 el teniente de ingenieros José María Matamoros Mora, que era instructor de guardia de justicia militar, recibió un telegrama en el Negociado 1ª 3ª del Teniente Coronel de la 23ª División del Estado Mayor, ordenándole incoar diligencias previas para esclarecer los hechos ocurridos el día anterior en una cueva del Barranco del Abogado en Granada, donde se habían producido dos muertos y un herido. Éstos eran familiares de “huidos a la sierra”, término con el que se designaba a aquellas personas que, después de la guerra, continuaban la resistencia contra Franco. En ocasiones, ni siquiera trababan de resistir contra nadie, sino simplemente de sobrevivir con sus familias. Posteriormente se sabría que las muertes producidas habían sido cuatro.


En realidad, había sido una emboscada organizada por la 108 Comandancia Rural de la Guardia Civil para detener o matar a estos miembros del maquis. Pese a la crueldad de la operación, que acabó además con más de diez personas detenidas, sólo un miembro de la partida, de diecisiete años, resultó muerto y no pudieron detener a ninguno de ellos. Todos los detenidos eran familiares y vecinos y mi abuela María estaba entre ellos.

El proceso de tortura se inició en el mismo momento de su detención. Se presentaron en su cueva y empezaron a golpearle y a interrogarla en presencia de mi madre, que entonces era sólo una niña de seis años. Pese a su corta edad, también a ella le preguntaron por su padre, que según declaración de algunos interrogados, formaba parte de la partida de los hermanos Quero y luego la dejaron abandonada, llevándose a mi abuela a la prisión, donde la siguieron torturando durante días e incluso la pusieron frente a un pelotón y simularon su fusilamiento, con el objetivo de que confesara algún tipo de información. Mi abuela, que en esos momentos estaba embarazada de siete meses, se negó. Mientras, mi madre cruzaba sola Granada buscando a una tía.

Obviamente el sumario del consejo de guerra que iniciaron contra ella y varias personas más, no recoge esta información, que se ha ido contando en mi familia con el paso de las generaciones. Pero si aparece en dicho sumario un documento revelador. Se trataba de un pequeño papel, que uno de los detenidos había intentado pasar a su mujer unos meses más tarde, escondido dentro de un paquete de tabaco. Está repleto de faltas de ortografía, que una vez corregidas dice así: “…estoy incomunicado y metido en una celda… tengo los huesos rotos de tantos golpes y martirio como me han dado, me tuvieron una noche y un día en el cuartel colgado de las palmas y a cada momento una paliza que me reservo para mi… porque el pan que recibo lo más que me dura es día y medio… porque a todas horas esta uno esperando que hagan lo que quieran, así que no te puedo hablar más de esto…”

Las diligencias previas e interrogatorios se alargaron durante meses. En un primer informe que solicitan sobre mi abuela, al poco tiempo de su detención, aparece “ha observado buena conducta en todos sus aspectos, careciendo de antecedentes, desconociendo sus actividades políticas”, solo unos meses más tarde, en cambio, la opinión de los informes ha cambiado “ha observado mala conducta, siendo de filiación socialista.”

El 7 de mayo el juez instructor, Manuel López Gil, (Matamoros sólo había realizado las primeras diligencias durante la primera semana) presenta un dictamen donde resume todas las diligencias practicadas y entiende que debe darse fin al periodo sumarial y elevar los autos. El 22 de Septiembre el auditor solicita la elevación a plenario de la causa. Pidió la celebración de un consejo de guerra con arreglo al Código de Justicia Militar pese a que todos los detenidos eran civiles. Uno días antes, el juez había emitido un oficio reservado para el director de la prisión, comunicándole que había solicitado para mi abuela la pena de muerte. Desconozco la fecha en la que designaron al fiscal, pero éste firma el documento de petición de condena el 12 de Noviembre. Por el contrario, no se designa defensor hasta el 16 de Septiembre de un año más tarde, cuando ya habían transcurrido casi 18 meses de la detención de mi abuela sin ningún tipo de defensa. Debió ser en ese momento en el que le comunicaron que habían solicitado para ella pena de muerte. Le aconsejaron que, en esas circunstancias, lo mejor era separarse de su bebé para evitar una ruptura más trágica (lo cual acabaría haciéndolo unas semanas más tarde cuando mi tía Resu fue recogida por sus abuelos). No obstante, la comunicación oficial de los cargos no la realizaron hasta el 17 de Enero de 1.944, días antes de la celebración del juicio. La composición del tribunal tampoco se realiza hasta esos días.

Al inicio del juicio, el fiscal rebaja su solicitud inicial de pena de muerte por una condena de treinta años. Durante el juicio el fiscal expuso de forma detallada su informe, el defensor se limitó a pedir la absolución de los acusados y éstos se limitaron a callarse. El fallo de la sentencia, al parecer dictado en ese mismo momento, vino a confirmar en la mayoría de los casos más graves la petición del fiscal, salvo en el caso de mi abuela que fue condenada finalmente a diez años de prisión, una pena menor de la solicitada. Según el tribunal había infringido el artículo 53 de la Ley de Seguridad del Estado de 1.941. Dicho artículo penalizaba los robos y los secuestros (la actividad que realizaban los maquis para subsistir) y castigaba a los cooperadores (por el mero hecho de darles cobijo) con la misma pena que los que cometían dichas acciones. Esta equiparación sólo se entiende si tenemos en cuenta que el régimen franquista, atacaba con dureza a cualquier persona que pudiera colaborar con el maquis.

Nos encontramos pues con una justicia que tortura a las personas y que ni siquiera tiene piedad de una mujer en avanzado estado de gestación. Una justicia que alarga las diligencias y los interrogatorios durante meses sin presencia de un abogado defensor, que no es nombrado hasta un año y medio después de la detención, cuando el fiscal hace ya meses que ha acabado su trabajo. Un abogado defensor que apenas se limita a pedir la absolución sin realizar su verdadero trabajo. Un fiscal que inicialmente solicita una pena y que, cuando comienza el juicio, probablemente se da cuenta que su petición inicial era totalmente excesiva y la reduce. Un tribunal que se nombra días antes de dictar sentencia y falla sentencia de forma inmediata. Unos acusados que, sólo días antes del juicio, es cuando conocen los cargos que hay contra ellos. Una justicia que establece la misma pena para aquellos que cometen delitos como para aquellos que simplemente les dan cobijo. Pero la injusticia no acabó aquí

La mayor parte de los detenidos eran familiares y vecinos de los “huidos a la sierra”, pero también detuvieron a varias personas que habían confesado formar parte de una cadena que les habían suministrado munición. Se trataba de un sargento de artillería y varios falangistas. En los informes solicitados sobre ellos podemos ver sobre el militar: “el Glorioso Movimiento le sorprendió en esta capital, habiendo actuado en el frente durante toda la guerra de liberación como soldado de artillería. Se le considera adicto a la causa nacional, habiéndose significado como propagandista antimarxista y perteneciente a la F.E.T y J.O.N.S.” o también sobre el falangista de mayor relevancia dice “según informes adquiridos este individuo es de pésimos antecedentes en lo que respecta a conducta pues siempre fue enemigo de trabajar viviendo de los bienes de su esposa, siendo su conceptuación pública mala por cuanto maltratando a su esposa la arrancaba el consentimiento para la enajenación de bienes de la misma, siendo vicioso e inhumano desprovisto de todo sentimiento por la publicidad que tuvo la violación por el mismo de una sobrina hijo de un hermano que al morir se la entregó para su custodia. Al terminarse la guerra fue jefe de Milicias de esta ciudad y de su actuación sólo puede decirse que siguió igual conducta y sustrajo en distintas ocasiones objetos de valor unas veces del local de Falange y otras fuera del mismo o población, habiéndolo sido también procesado por injurias a la Autoridad Judicial en la persona del Sr. Juez y Secretario en acto de funciones de sus cargos, desconociéndose por cuestiones de conducta sus ideales políticos ha ostentado el cargo de Jefe de Milicias con gran extrañeza de opinión de esta Comandancia”.

Los familiares y los vecinos de los “huidos a la sierra” tuvieron que soportar la tortura, la cárcel y la condena, simplemente por ser familiares que hombres que se habían negado a rendirse y pese a que no tenían ningún tipo de antecedentes y los informes de conducta que había sobre ellos sólo tenían el inconveniente de sus ideas de izquierdas. En cambio, los detenidos falangistas tuvieron un proceso muy diferente. Todos ellos fueron puestos en libertad después de declarar, evitando su estancia en la prisión, tuvieron un abogado defensor diferente y todos ellos fueron absueltos en el juicio.

Yo sabía, por las historias orales que contaba mi familia, que mi abuela había estado unos años en la cárcel después de la guerra y que había sufrido mucho por ello. No he conocido los detalles de ese sufrimiento hasta hace apenas unas semanas, cuando recibí la documentación del consejo de guerra donde aparece todo lo que he narrado. Cuando lo leí, volví a tener esa sensación que ya había tenido cuando recibí su expediente penitenciario: era como una carta enviada con décadas de retraso que me contaba su historia. Entonces entendí, todavía más, las lágrimas de mi abuela el día que murió Franco, que he narrado en otro artículo de este blog. Sólo aquel día vio el fin de sus torturadores. Dos sentimientos muy poderosos se desbordaron en mi interior: ahora más que nunca cobra sentido mi idea de escribir una novela que dignifique su memoria, ahora más que nunca me siento orgulloso de ser el nieto de María Álvarez López.


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12 febrero, 2010

Agradecimiento

En mayo inicié esta aventura y, poco a poco, fui colgando aquí los escritos que sacaba del cajón del olvido. Luego el viaje me llevó a senderos nuevos y empecé a escribir después de muchos años sin hacerlo. La investigación que estoy realizando para mi novela me aportó otros horizontes y, a lo largo del camino, se han ido incorporando amigos. En septiembre incluí un contador en el blog y la semana pasada llegó a las 1.000 visitas (ahora ya va hacia las 1.200). Quiero agradeceros a todos vuestras lecturas porque me animan a seguir escribiendo y para el próximo reto: llegar a los 2.000, necesito de vuestra ayuda. Si tenéis amigos a los que les pueda interesar lo que escribo, mandarles un mail con un link a mi blog. Así seremos más caminado juntos. Gracias!

11 febrero, 2010

El héroe desconocido

Tras la caída de Málaga en febrero de 1.937, más de cien mil personas iniciaron “la desbandá”, una huida desesperada por la carretera hacia Almería. Hay un personaje, Norman Bethune, que se convirtió en uno de los héroes de esa carretera y que, hasta hace pocos años, era un desconocido en nuestro país. Creo que merece la pena saber más de él...

El 3 de noviembre de 1.936, Norman Bethune llegaba a España. Era un médico canadiense de cincuenta y seis años, que abandonó su acomodada posición como jefe de un hospital de Montreal para luchar por la causa de la República porque, como él mismo dijo, “la democracia se debate entre la vida y la muerte. Si no los detenemos en España, ahora que aún podemos hacerlo, convertirán el mundo en un matadero”.



En la primera línea del frente de Guadarrama, observó que muchos de los heridos, que podrían sobrevivir, morían por las distancias con los hospitales. Es entonces, cuando organiza por primera vez en la historia, un servicio móvil de transfusiones de sangre. A principios de febrero consciente de que la caída de Málaga está próxima, se dirige hacia allí con una ambulancia y acompañado de su equipo. Su idea era atender a los milicianos heridos, pero cuando llega a Almería se entera de que Málaga ya ha sido tomada por los fascistas, pese a ello, continúa su viaje. Lo que se encuentra a continuación es el mayor drama que había visto: “ a unas cuantas millas más allá nos encontramos con la cabeza de la lamentable procesión. Aquí estaban los más fuertes con todas sus pertenencias sobre los burros, las mulas y los caballos. Los pasamos, y cuanto más lejos íbamos, aún más penosa era la vista. Miles de niños, contamos unos cinco mil de menos de diez años, y al menos, mil de ellos iban descalzos y, muchos de ellos cubiertos con una sola prenda. Estos iban recolgados de los hombros de sus madres o agarrados a sus manos.” Bethune y su equipo vaciaron su ambulancia y durante varios días estuvieron evacuando a los más necesitados, mientras la aviación alemana seguía ametrallando a los refugiados.

Cuatro meses más tarde, Bethune volvió a Canadá donde realizó una gira para contar los horrores que había visto en aquella carretera. En 1.938 se marchó a China como médico de las tropas de Mao, que luchaban contra la invasión japonesa. Allí, como cirujano de campaña, salvó nuevamente a multitud de personas pese a los escasos medios con los que contaba. Se cortó un dedo en una operación de urgencia cuando llevaba algo más de un año. La infección se propagó y murió. El pueblo chino siempre le estuvo agradecido. Bethune es la persona con más estatuas en ese país, sólo por detrás del omnipresente Mao.

Pero nuestro país no tiene memoria. En España su nombre cayó en el olvido hasta que, hace pocos años, un historiador descubrió su historia, fue tirando del hilo y se organizó la maravillosa exposición “La huella solidaria” que, después de visitar varias ciudades españolas, explica ahora su historia en otros países. Aunque España olvidó a Bethune, él nunca la olvidó, “España es una herida en mi corazón. Una herida que nunca cicatrizará. El dolor permanecerá conmigo, recordándome siempre las cosas que he visto”.

Pese al esfuerzo de muchas personas como Bethune, España y, años más tarde, el mundo entero se convirtieron en lo trataban de evitar, en un matadero. En la mayoría de los países, las democracias vencieron al fascismo, pero nuestro país tuvo que soportar durante más de cuarenta años la derrota. Hoy los callejeros de las ciudades están, en ocasiones, llenos de nombres de personas sin mérito. Setenta y tres años después, la ciudad de Málaga ni siquiera ha dedicado una calle al hombre que salvó a muchos de sus hijos.

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10 febrero, 2010

La caída de Málaga contada por los que la vivieron

La caída de Málaga ha sido analizada por la perspectiva de los historiadores a lo largo de los más de setenta años que han transcurrido desde que sucedió, pero la narración de los que vivieron los hechos desde dentro aún me parece mucho más interesante y, además, me ha sorprendido la cantidad de libros escritos, sobre todo por extranjeros, sobre el tema.

En la mayoría de los casos, las historias se entrecruzan y se solapan como la de varios escritores que paso a comentar. En Febrero de 1.937 vivían en Málaga dos ancianos que compartían edad: setenta y tres años e incluso amistad y que podía decirse que estaban ambos de vuelta de todo, pero que tenían una visión completamente opuesta de los hechos. Se trataba del escocés Sir Peter Chalmers Mitchel que había sido director del Zoo de Londres y presidente de la Sociedad Zoológica de dicha ciudad y que llevaba varios años residiendo en Málaga, dedicándose a escribir libros. Este hombre, con pinta de intelectual de ateneo, había sido uno de los pocos que había seguido llevando corbata en la Málaga republicana y sentía simpatía por los comunistas y anarquistas. Todo lo contrario que Edward Norton, un estadounidense que había sido cónsul de su país en Málaga y que, años después, tras abandonar su carrera diplomática, había decidido retirarse en la ciudad, ocupando la presidencia de una compañía exportadora de pasas y almendras que era propiedad de un amigo. Chalmers es especialmente interesante cuando describe el castigo que sufre la ciudad asediada y la brutal represión que comienza en los primeros momentos tras entrada de las tropas enemigas. Norton obvia estos temas y se escandaliza de la actuación de “los rojos” y de la anarquía que traen los comités republicanos. Sir Peter escribió en 1.937, sólo unos meses después de los hechos, su libro “My house en Málaga” que desgraciadamente no ha sido reeditado ni traducido. Ambas cosas ocurrieron hace sólo unos años con “Muerte en Málaga” de Norton que lo escribió por la misma época.

Paralelamente a la vida de estos dos ancianos, discurren las de dos idealistas jóvenes. Arthur Koestler era un periodista húngaro, que en aquel momento se sentía comunista y trabajaba para el servicio de inteligencia de la Republica (su personalidad me parece tan interesante que ya escribí un artículo sobre él en este blog). También en 1.937 escribió “Testamento español”, un libro donde recoge, fruto de su propia experiencia personal, el derrumbamiento de los frentes, la caótica situación de la ciudad y la represión. Treinta años más tarde su ideología ha cambiado y, desde el más furibundo antitotalitarismo que le había provocado el estalinismo, reescribe y retitula el libro que pasa a llamarse “Diálogo con la muerte”. En este caso se centra más en su espera de la muerte en una cárcel de Sevilla, aunque sigue narrando de forma vigorosa los acontecimientos de Málaga incluidos su detención a manos de Luis Bolín.


Éste era capitán del ejército de Franco y secretario de su oficina de prensa y había tenido una participación clave en el golpe de estado, ya que fue la persona que alquiló el Dragon Rapide, el avión que transportó a Franco para ponerse al frente de la sublevación militar. Bolín, que era miembro de una de las familias ricas de Málaga, escribió en los años sesenta “España. Los años vitales”. Para entonces ya debía conocer los otros libros y el suyo trata de dar una visión muy diferente de los hechos, llegando incluso a negar algo que su superior, Queipo de Llano, había reconocido treinta años antes, el ametrallamiento de los refugiados que huían por la carretera de Almería.

La detención, a manos de Bolín, de Koestler y Chalmers y la posterior liberación de éste último con la ayuda de Norton entrecruzan los hechos en los cuatro libros.

Pero además de estos cuatro personajes merece la pena destacar la visión de dos extranjeros que participaron directamente en los hechos bélicos. Bonaventura Caloro era un legionario italiano que en su libro “De Málaga a Tortosa” relata, bajo la perspectiva de su euforia juvenil y fascista, la historia de este cuerpo, desde que llegan hasta que marchan de nuestro país. Elizaveta Parshina era una joven rusa que trabajaba como voluntaria traduciendo del ruso al español. A las pocas semanas de estar en Madrid, pidió ser destinada a la primera línea del frente, llegando así a Málaga una semana antes de su caída. En su libro “La brigadista” narra sus experiencias durante toda la guerra, pero es en los primeros capítulos, precisamente los relacionados con los hechos de Málaga, donde el interés de la narración es mayor. Su marcha de la ciudad dejando atrás los heridos de un hospital o la muerte de un niño en un bombardeo en la carretera de Almería, ambos magníficamente descritos, cambian su opinión del mundo y, a partir de ese momento, hacen que aquella joven traductora sin experiencia militar se convierta en una luchadora ferviente y temeraria de las brigadas internacionales.

Gamel Woosley vivía con su marido, el también escritor Gerald Brenan en un pueblo cercano a Málaga en el momento en el que los milicianos consiguieron detener el golpe de estado en la ciudad. Aunque se marchó a Gibraltar, vio lo suficiente como para escribir “Málaga en llamas” donde recoge sus sentimientos ante la barbarie de ambos bandos.

Finalmente hay otro libro de alguien que no vivió los hechos, Diego Carcedo, pero que los narra a través del conocimiento que tiene tras las conversaciones con Porfirio Smerdou, el cónsul de Mexico en Málaga. “El Schinlder de la Guerra Civil” narra la historia de un hombre que salvó a muchas personas con simpatía por los nacionales durante el dominio republicano. Especialmente interesante es el pasaje donde cuenta la noche previa a la entrada de los fascistas. Esa noche sus refugiados nacionales comparten la misma comida, aunque diferentes escondite, con los primeros republicanos a los que esconde. Bolín, que era primo de su mujer, a la entrada en la ciudad le agradece lo que ha hecho por sus amigos, pero le pide la entrega de sus enemigos en la misma situación. Otra diferencia entre la magnanimidad de unos y otros la encontramos cuando intercede por el antiguo alcalde republicano de Málaga que le había facilitado ayuda para evadir a personas que estaban en peligro de ser fusiladas. El nuevo fiscal, el franquista Carlos Arias Salgado, se niega en cambio a salvar la vida del antiguo alcalde.

“Los camiones pasaban cada vez más llenos y más deprisa, erizados de rifles, y sus ocupantes, blandiendo las pistolas, cantaban La Internacional. Llevaban marcadas a tiza las iniciales de todos los grupos de izquierdas […] ¿A dónde se dirigían? Ellos sabían tan poco como nosotros. La revolución de la derecha, frustrada en su comienzo, había desencadenado la revolución de la izquierda. El aire se llenaba de esperanzas y promesas. Estaba claro que, para ellos, “era una maravilla estar vivos aquella madrugada”. Los camiones pasaban en un torrente interminable. El día seguía adelante, radiante, caluroso, con esperanza y determinación en el aire”Málaga en llamas. Gamel Woosley.

“El cielo estaba casi totalmente despejado el 26 de enero, un campo abierto para los aviones y un paraíso para los pilotos. En nuestro jardín, la buganvilla había alcanzado la floración perfecta. Los jazmines amarillos habían florecido tras las lluvias y su perfume impregnaba la casa. […] Los aviones parecían una cuña de gansos cuando se abrían y zigzagueaban sobre nosotros, descendiendo cada vez más abajo. […] La brisa del noroeste era cálida. La primavera estaba en el aire. Y también los aviones. Era nuestro tercer día sin pan y sin patatas. […] Mientras tomábamos el té en el jardín, dos formas grises y alargadas avanzaban por el mar, los cruceros nacionales Canarias y Almirante Cervera. La alarma causada por la presencia de los cruceros fue espantosa y miles de personas huyeron para refugiarse en los arroyos cercanos a nuestra casa. […] Hacía una tarde preciosa. Las montañas, los olivares cercanos y el Mediterráneo estaban muy hermosos. Pero no teníamos ojos para el paisaje, No podíamos disfrutar del bello escenario que nos rodeaba porque la sombra del inminente ataque pendía sobre nosotros. Observamos con cierta inquietud que los cañones se oían cada vez más cerca”Muerte en Málaga. Edward Norton.

“La calle estaba llena de asnos cargados con niños, mujeres ancianas y jóvenes y soldados abatidos que trataban de ayudar a los niños y a los ancianos. Como uno de los más terribles cuadros de Goya, iban corriendo, empujando, gimiendo, gritando con el miedo y la miseria en sus caras. Y mientras desde el mar los buques iban yendo y viviendo, iluminando las curvas de la carretera. […] Un clamor llegó gritando al camino Nuevo desde el extremo inferior de la caleta y pronto vimos que lo causaba una turba desordenada de hombres armados, muy diferentes a las disciplinadas tropas italianas que habían tomado la ciudad pacíficamente veinticuatro horas antes. Una gran multitud de hombres gritando y gesticulando. Pude ver como lanzaban contra el barranco escarpado de su izquierda lo que parecía ser dos o tres paquetes de ropa vieja, pero luego me di cuenta de que se trataban de hombres heridos”Mi casa en Málaga. Sir Peters Chalmers-Mitchell

“El barco de guerra inglés ya no está fondeado en el puerto. A Europa no parece importarle la suerte de Málaga. Unos hombres y mujeres suben corriendo desde el puerto, con los rostros mirando al cielo. Unos segundos más tarde las campanas se echan al vuelo: alerta de ataque aéreo. Ni siquiera hay sirenas. Todo el mundo corre de un lado a otro en un desorden irresponsable; el pánico es mucho mayor del que haya visto nunca en Madrid. La ciudad es más pequeña; los objetivos se ven con mayor nitidez gracias al mar de fondo” […] La ciudad está en un caos total. Los milicianos del ejército de la zona duermen tumbados en las aceras, en los portales, debajo de las mesas de mármol de los cafés. Han perdido toda traza de soldados: son fardos de ropa sucia con criaturas temblorosas dentro. Los que no duermen deambulan por las esquinas de las calles, liándose cigarrillos, esperando la llegada de sus verdugos. Están abatidos. Han intentado impedir el avance de los tanques lanzándoles piedras. […] Bajé a la ciudad. Desde ayer ha cambiado su fisonomía: ya no hay tranvías; todas las tiendas cerradas; grupos de gente en todas las esquinas y en todos los rostros el velo gris del miedo como una telaraña. Sol radiante, cielo de un azul brillante, pero las amplias alas de la muerte están desplegadas para envolver a la ciudad. […] No hay electricidad, no hay tranvías, ni policías en las esquinas, Sólo la oscuridad y el estertor de una ciudad estrangulada: un disparo, un grito embriagado, un gemido en una calle más allá. Milicianos que pasan corriendo, sin saber dónde ir, como dementes. Mujeres con mantillas negras que revolotean como murciélagos en las sombras de las casas. […] Un ejército de invasores extranjeros acampa detrás de las colinas, recuperando fuerzas para mañana, ocupar estas calles e inundarlas con la sangre de personas cuya lengua no comprende, con quienes no tiene pleitos pendientes, y cuya existencia ayer le era tan desconocida como indiferente le será mañana su muerte” Testamento español. Diálogo con la muerte. Arthur Koestler

Uno de los acorazados fascistas se acercó a la costa y comenzó el bombardeo. Los obuses estallaban entre las rocas, sobre la carretera empezó a caer una lluvia de pedruscos. La gente corría llevando a los niños en brazos y abandonando los últimos restos de sus pertenencias. Se oían los llantos y los gemidos de los heridos. Todos intentaban llegar a alguna curva donde la carretera se alejara del mar. Los viejos, con lágrimas en los ojos suplicaban para que los abandonasen allí e intentasen salvar a los niños. Nuestros coches se pararon. Salimos y nos tumbamos en el suelo mientras esperábamos que terminase el bombardeo. Cuando el acorazado se alejó nos levantamos y caminamos un rato. Había un carro volcado en nuestro camino. Del montón de harapos asomaba la manita de un niño. Corrí hacia el carro pero al ver al niño me di cuenta de que ya no necesitaba ayuda… A partir de aquel momento me di cuenta de que ya no podría dejar las armas. Había empezado una nueva vida, la vida del soldado y ese nuevo camino me lo marcó la mirada congelada de aquel niño. […] Había gente aplastada por las piedras que caían cuando disparaban desde los barcos a los acantilados. Vi muchos niños muertos en las cunetas. Me acuerdo de una mujer que había muerto y todavía tenía un niño pequeño en brazosLa brigadista. Elizaveta Parshina.

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09 febrero, 2010

La caída de Málaga vista por los historiadores

La caída de Málaga está analizada en diferentes libros y su estudio ha ido evolucionando a lo largo del tiempo. Apenas unos meses después de los hechos. La maquinaria propagandística de Franco comenzó a describirlos. “Rojo y azul” o “Sangre y fuego” de Ángel Gollonet, “Semilla Azul” de Francisco Lluch y “La conquista de Málaga” de Tebib Arumi relataban, en el florido discurso típico del NODO, las brillantes acciones que las gloriosas tropas nacionales habían realizado. Estos libros pomposos, carentes de la más mínima objetividad y narrados por escritores de tercera no han hecho que sus autores pasen a la historia. De hecho a Arumi, el seudónimo bajo el que se escondía Víctor Ruiz, lo encontramos hoy en algunos buscadores como el abuelo de Alberto Ruiz-Gallardón, el actal alcalde de Madrid. No obstante, pese a esa subjetividad manifiesta, la lectura de esos libros me parece sumamente interesante porque ayudan a descubrir la mentalidad de aquellos “conquistadores”.
En los últimos años del franquismo, algunos militares historiadores escribieron libros donde describían muy bien las campañas bélicas y, aunque obviamente destilaban admiración por los nacionales con los que habían luchado, trataban ya de hacer un ejercicio más objetivo sobre el teatro de operaciones, conscientes quizás de que, en ese terreno, los nacionales, que contaron en Málaga con la inestimable y decisiva ayuda de italianos y alemanes, era superiores. En esa línea, “La Campaña de Andalucía” de Martínez Bande e “Historia del ejército popular de la República” de Salas Larrazábal creo que son dos magníficos libros.
Con la llegada de la democracia, los historiadores dieron voz al bando de los perdedores y comenzaron a analizar los hechos desde otra perspectiva. “La guerra civil en Málaga” de Antonio Nadal, analiza con detalle la ayuda de Italia y Alemania que fue fundamental para la conquista de la ciudad, así como los problemas y las limitaciones que tenía el ejército republicano. Esa línea, la continúan y amplían otros historiadores como Encarnación Barranquero que centran su atención en los hechos dramáticos que ocurren en la carretera de Almería, la represión franquista, el hambre o la situación en la prisión de Málaga sobre los que ha escrito varios libros muy interesantes y todos ellos recomendables.
Más recientemente han ido apareciendo otros “historiadores” revisionistas que tratan en algunos casos de negar lo evidente y justificar lo injustificable. Y al igual que en otros países hay personas que aún niegan la existencia del holocausto, aquí vuelven a centrar sus culpas exclusivamente sobre los desastres de los republicanos. Pío Moa lo hace a nivel general y en lo que se refiere a nivel local “La guerra civil en Málaga” de Juan A. Ramos Hito se limita adjuntar durante cientos de páginas documentos oficiales, que tratan de demostrar algo ya demostrado anteriormente por otros muchos: la responsabilidad de la República en la caída de Málaga. Si el ejercicio se quedará ahí, aún me parecería interesante, pero lo que me parece deleznable es que trate de quitar importancia y casi negar el drama que aconteció en la “desbandá” de la carretera de Almería y que trate de equiparar la represión republicana con la nacional, llegando incluso a justificar la segunda como consecuencia de la primera.
En este sentido vuelvo aquí a recordar un dato que ya aparece en este blog y que lo aporta un historiador británico, mundialmente reconocido por sus trabajos de investigación: Anthony Beevor en su libro “La Guerra civil española” cifra en 1.500 los fusilados en Málaga durante el periodo republicano tras el 18 de julio. En la primera semana, tras la toma de la ciudad, calcula unas 3.500 personas ejecutadas por los fascistas. Desde el 15 de febrero de 1937 hasta agosto de 1944, 16.952 personas fueron condenadas a muerte y fusiladas en Málaga.
La historia puede contarse desde muchas ópticas. Creo además que es necesario tratar de aproximarse a los hechos desde todas las visiones para intentar entenderlos y puedo incluso llegar a entender a aquellos que en 1.937 la narraban desde la euforia del fascismo, pero me cuesta entender que, más de setenta años más tarde, haya “historiadores” que se acerquen peligrosamente a esa línea.

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08 febrero, 2010

Triste domingo de carnaval

El 8 de febrero de 1.937, hoy hace 73 años, las tropas franquistas entraban en Málaga. Si quieres conocer más sobre cómo aconteció y sus trágicas consecuencias, puedes leer el siguiente artículo.


El domingo 7 de febrero de 1.937 era domingo de carnaval, pero en la ciudad de Málaga el pan de había acabado días atrás. Las largas colas para conseguir comida habían desaparecido, porque ya no quedaban apenas alimentos. Los tranvías no funcionaban. Las tiendas permanecían cerradas y la mayoría de sus escaparates estaban rotos. Hasta el pescado que ofrecía su litoral, que había sido la base de la dieta de las semanas anteriores, había desaparecido de los mercados. El último avión republicano que defendió la ciudad había caído en combate y la flota que debía defenderla estaba amarrada en el puerto de Cartagena. Los frentes se habían desmoronado y las tropas franquistas estaban a las puertas de la ciudad, que estaba a merced del enemigo por tierra, mar y aire. Los milicianos que volvían del frente se topaban con el desconcierto y el abandono. Las autoridades militares estaban abandonando Málaga sin planificar una retirada y sin ni siquiera comunicarla. Esa tarde se quedó sin electricidad y las conexiones telefónicas hacía días que apenas funcionaban. En sus calles su población casi se había doblado con las familias llegadas desde toda la provincia e su huída de las tropas nacionales.

Arthur Koestler, un periodista húngaro que había llegado diez días antes, reflejó en su diario la impresión que le causó Málaga: “una ciudad después de un terremoto. Oscuridad, calles enteras en ruinas; las aceras desiertas llenas de obuses y un cierto olor que ya había percibido en Madrid: una fina nube de polvo suspendido en el aire, mezclado con -¿lo estaré imaginando?- un olor acre de carne humana?”

¿Qué había pasado para que se llegara a esta situación? El pueblo malagueño, que había conseguido aplastar el golpe de estado del 18 de Julio, consideró que estaba capacitado para gobernar la ciudad sin ayuda de ningún gobierno y la anarquía y las disputas entre las diferentes organizaciones, especialmente anarquistas y comunistas, hicieron que el gobierno republicano de Largo Caballero -más preocupado por mantener la defensa de Madrid- no oyera las desesperadas peticiones de ayuda. Además la provincia de Málaga, representaba una línea de frente demasiado grande, cercada por el enemigo que ofrecía una única salida: la cartera que bordeaba la costa hasta Almería. Una vía destrozada por las lluvias y con algún puente destruido.

Para Franco, la ciudad era un objetivo secundario, pero, tras los fracasos en la conquista de Madrid, necesitaba una victoria que fuera fácil de conseguir para ofrecérsela en bandeja a las tropas italianas, que habían ido desembarcando en la guerra desde un mes antes. Por ello, el 10 de enero aceptó por fin las peticiones que veía realizando Queipo de Llano, jefe del Ejército del Sur para conquistar Málaga “la roja”.

Los combates se iniciaron por el frente occidental y la primera fase acabó con la caída de Marbella el 16 de Enero. Precisamente el día en que el coronel Villalba, el nuevo comandante militar y el enésimo en esos meses, se hacía cargo de la defensa republicana. El mal tiempo obligó a parar las operaciones militares, dando una pequeña tregua, que fue aprovechada por Franco para colocar a las tropas italianas, totalmente frescas, en el frente oriental, desde donde lanzó el segundo avance fascista que acabó con la conquista de Alhama el 22 de Enero. Una nueva tempestad detuvo la ofensiva durante unos días, pero la suerte de las operaciones ya estaba echada.

El 4 de febrero comenzó la ofensiva final desde todos los frentes. Las tropas italianas, que debían vencer la orografía de varios puertos en el frente oriental, avanzaron más deprisa que las tropas nacionales que venían desde Marbella por la desprotegida línea de la costa. Estaban poniendo en práctica el concepto de guerra “célere”, llevada a cabo por tropas motorizadas con el apoyo de blindados, aviones y artillería del Corpe Truppe Volontarie CTV. Siglas a las que el gracejo popular le otorgó un significado muy diferente: “¿Cuándo te vas’”. 

En ese momento se creó una disputa entre italianos y españoles por ser los primeros en entrar en la ciudad conquistada. Queipo, que no estaba dispuesto a perder esa carrera, dejando que unos extranjeros se llevaran el mérito del asalto, envió continuos telegramas exigiendo el avance de sus tropas ”españolas” desde Marbella. El general Roatta, que estaba al mando de las tropas italianas, le mandó a su vez un telegrama a Franco ofreciéndole la conquista y atribuyéndose el mérito de la misma.

Y en esta situación llegamos al domingo de carnaval. La mañana amaneció radiante. Era uno de esos días en los que Málaga se viste de primavera en pleno invierno. En el ambiente flotaba esa extraña calma que anticipa la desgracia. A primera hora aparecieron nueve aviones en el cielo, pero en lugar de lanzar bombas, inundaron la ciudad de octavillas con el último mensaje de Queipo. El general llevaba semanas lanzando sus discursos apocalípticos a través de radio Sevilla. Cada noche los malagueños podían oírle a escondidas, dado que estaba prohibido. Los papeles que llovían del cielo traían su última misiva “Vuestra suerte está echada y habéis perdido. Un círculo de hierro os ahogará en breves horas porque si por tierra y aire somos los más fuertes, la Escuadra legal a la dignidad de la Patria os quitará toda esperanza de huir”. Fue en ese momento, cuando entre el pueblo malagueño se extendieron las historias de represión salvaje que habían realizado las tropas moras de Franco en los pueblos vecinos y, con el enemigo a punto de cortar la única salida que quedaba por la carretera hacia Almería, el pánico se adueñó de todos los habitantes y defensores de Málaga, que emprendieron la “desbandá” a lo largo de esa carretera.

Al alba del 8 de febrero las tropas nacionales entraban en la ciudad cuando escapaban los últimos refugiados. Se calcula que más de cien mil personas, en su mayoría mujeres, ancianos y niños, se abocaron a una huida desesperada caminando más de doscientos kilómetros. Al menos unos cinco mil murieron en aquella maldita carretera, ametrallados por los aviones italianos y alemanes y bombardeados desde el mar por la flota fascista. Sólo en la primera semana, las tropas nacionales fusilaron a tres mil quinientas personas. Y aunque haya historiadores que traten de discutir esos cálculos, hay algo indiscutible: hace hoy setenta y tres años comenzó una de las mayores atrocidades del franquismo.

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07 febrero, 2010

La Huida

Después de varias semanas sin intentarlo, hoy he vuelto a enviar un microrelato al concurso de la Cadena Ser. Espero que os guste.

¡Acelera! ¡Continuemos avanzando! -gritó Thelma.

El viento desordenaba el pelo de aquellas dos mujeres que compartían algo más que una sonrisa cómplice. Se estrecharon sus manos y una foto voló en el asiento trasero mientras el policía las perdía en su carrera ralentizada. El Ford Thunderbird celeste levantó el polvo del amanecer arrojándose al precipicio.

Nadie esperó a los títulos que aparecieron en la pantalla, ni oyó la banda sonora que les estaba despidiendo. Una áspera manada de abrigos silenciosos enfiló la puerta protegiéndose del frío de la noche. Entonces lo vi en sus ojos. Ellos también estaban huyendo de algo.


Nota.- Recomiendo leer este microrrelato con la canción The Ballad of Lucy Jordan de Marianne Faithfull de fondo o volver a ver Thelma & Louise una vez más.


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