La caída de Málaga está analizada en diferentes libros y su estudio ha ido evolucionando a lo largo del tiempo. Apenas unos meses después de los hechos. La maquinaria propagandística de Franco comenzó a describirlos. “Rojo y azul” o “Sangre y fuego” de Ángel Gollonet, “Semilla Azul” de Francisco Lluch y “La conquista de Málaga” de Tebib Arumi relataban, en el florido discurso típico del NODO, las brillantes acciones que las gloriosas tropas nacionales habían realizado. Estos libros pomposos, carentes de la más mínima objetividad y narrados por escritores de tercera no han hecho que sus autores pasen a la historia. De hecho a Arumi, el seudónimo bajo el que se escondía Víctor Ruiz, lo encontramos hoy en algunos buscadores como el abuelo de Alberto Ruiz-Gallardón, el actal alcalde de Madrid. No obstante, pese a esa subjetividad manifiesta, la lectura de esos libros me parece sumamente interesante porque ayudan a descubrir la mentalidad de aquellos “conquistadores”.
En los últimos años del franquismo, algunos militares historiadores escribieron libros donde describían muy bien las campañas bélicas y, aunque obviamente destilaban admiración por los nacionales con los que habían luchado, trataban ya de hacer un ejercicio más objetivo sobre el teatro de operaciones, conscientes quizás de que, en ese terreno, los nacionales, que contaron en Málaga con la inestimable y decisiva ayuda de italianos y alemanes, era superiores. En esa línea, “La Campaña de Andalucía” de Martínez Bande e “Historia del ejército popular de la República” de Salas Larrazábal creo que son dos magníficos libros.
Con la llegada de la democracia, los historiadores dieron voz al bando de los perdedores y comenzaron a analizar los hechos desde otra perspectiva. “La guerra civil en Málaga” de Antonio Nadal, analiza con detalle la ayuda de Italia y Alemania que fue fundamental para la conquista de la ciudad, así como los problemas y las limitaciones que tenía el ejército republicano. Esa línea, la continúan y amplían otros historiadores como Encarnación Barranquero que centran su atención en los hechos dramáticos que ocurren en la carretera de Almería, la represión franquista, el hambre o la situación en la prisión de Málaga sobre los que ha escrito varios libros muy interesantes y todos ellos recomendables.
Más recientemente han ido apareciendo otros “historiadores” revisionistas que tratan en algunos casos de negar lo evidente y justificar lo injustificable. Y al igual que en otros países hay personas que aún niegan la existencia del holocausto, aquí vuelven a centrar sus culpas exclusivamente sobre los desastres de los republicanos. Pío Moa lo hace a nivel general y en lo que se refiere a nivel local “La guerra civil en Málaga” de Juan A. Ramos Hito se limita adjuntar durante cientos de páginas documentos oficiales, que tratan de demostrar algo ya demostrado anteriormente por otros muchos: la responsabilidad de la República en la caída de Málaga. Si el ejercicio se quedará ahí, aún me parecería interesante, pero lo que me parece deleznable es que trate de quitar importancia y casi negar el drama que aconteció en la “desbandá” de la carretera de Almería y que trate de equiparar la represión republicana con la nacional, llegando incluso a justificar la segunda como consecuencia de la primera.
En este sentido vuelvo aquí a recordar un dato que ya aparece en este blog y que lo aporta un historiador británico, mundialmente reconocido por sus trabajos de investigación: Anthony Beevor en su libro “La Guerra civil española” cifra en 1.500 los fusilados en Málaga durante el periodo republicano tras el 18 de julio. En la primera semana, tras la toma de la ciudad, calcula unas 3.500 personas ejecutadas por los fascistas. Desde el 15 de febrero de 1937 hasta agosto de 1944, 16.952 personas fueron condenadas a muerte y fusiladas en Málaga.
La historia puede contarse desde muchas ópticas. Creo además que es necesario tratar de aproximarse a los hechos desde todas las visiones para intentar entenderlos y puedo incluso llegar a entender a aquellos que en 1.937 la narraban desde la euforia del fascismo, pero me cuesta entender que, más de setenta años más tarde, haya “historiadores” que se acerquen peligrosamente a esa línea.
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