El 14 de febrero de 1.910, hace hoy cien años, nacía María Álvarez López en un pueblo de la vega granadina, cercano a la capital. A lo largo de los últimos meses, he ido publicando en mi blog artículos relacionados con la investigación que vengo realizando para escribir mi novela. He guardado para este centenario el que considero el más interesante e importante de todos. Hasta ahora me he limitado a informaros de la existencia de mis artículos y me he alegrado de que los leáis, pero éste os lo recomiendo especialmente:
El 24 de febrero de 1.942 el teniente de ingenieros José María Matamoros Mora, que era instructor de guardia de justicia militar, recibió un telegrama en el Negociado 1ª 3ª del Teniente Coronel de la 23ª División del Estado Mayor, ordenándole incoar diligencias previas para esclarecer los hechos ocurridos el día anterior en una cueva del Barranco del Abogado en Granada, donde se habían producido dos muertos y un herido. Éstos eran familiares de “huidos a la sierra”, término con el que se designaba a aquellas personas que, después de la guerra, continuaban la resistencia contra Franco. En ocasiones, ni siquiera trababan de resistir contra nadie, sino simplemente de sobrevivir con sus familias. Posteriormente se sabría que las muertes producidas habían sido cuatro.
El 24 de febrero de 1.942 el teniente de ingenieros José María Matamoros Mora, que era instructor de guardia de justicia militar, recibió un telegrama en el Negociado 1ª 3ª del Teniente Coronel de la 23ª División del Estado Mayor, ordenándole incoar diligencias previas para esclarecer los hechos ocurridos el día anterior en una cueva del Barranco del Abogado en Granada, donde se habían producido dos muertos y un herido. Éstos eran familiares de “huidos a la sierra”, término con el que se designaba a aquellas personas que, después de la guerra, continuaban la resistencia contra Franco. En ocasiones, ni siquiera trababan de resistir contra nadie, sino simplemente de sobrevivir con sus familias. Posteriormente se sabría que las muertes producidas habían sido cuatro.
En realidad, había sido una emboscada organizada por la 108 Comandancia Rural de la Guardia Civil para detener o matar a estos miembros del maquis. Pese a la crueldad de la operación, que acabó además con más de diez personas detenidas, sólo un miembro de la partida, de diecisiete años, resultó muerto y no pudieron detener a ninguno de ellos. Todos los detenidos eran familiares y vecinos y mi abuela María estaba entre ellos.
El proceso de tortura se inició en el mismo momento de su detención. Se presentaron en su cueva y empezaron a golpearle y a interrogarla en presencia de mi madre, que entonces era sólo una niña de seis años. Pese a su corta edad, también a ella le preguntaron por su padre, que según declaración de algunos interrogados, formaba parte de la partida de los hermanos Quero y luego la dejaron abandonada, llevándose a mi abuela a la prisión, donde la siguieron torturando durante días e incluso la pusieron frente a un pelotón y simularon su fusilamiento, con el objetivo de que confesara algún tipo de información. Mi abuela, que en esos momentos estaba embarazada de siete meses, se negó. Mientras, mi madre cruzaba sola Granada buscando a una tía.
Obviamente el sumario del consejo de guerra que iniciaron contra ella y varias personas más, no recoge esta información, que se ha ido contando en mi familia con el paso de las generaciones. Pero si aparece en dicho sumario un documento revelador. Se trataba de un pequeño papel, que uno de los detenidos había intentado pasar a su mujer unos meses más tarde, escondido dentro de un paquete de tabaco. Está repleto de faltas de ortografía, que una vez corregidas dice así: “…estoy incomunicado y metido en una celda… tengo los huesos rotos de tantos golpes y martirio como me han dado, me tuvieron una noche y un día en el cuartel colgado de las palmas y a cada momento una paliza que me reservo para mi… porque el pan que recibo lo más que me dura es día y medio… porque a todas horas esta uno esperando que hagan lo que quieran, así que no te puedo hablar más de esto…”
Las diligencias previas e interrogatorios se alargaron durante meses. En un primer informe que solicitan sobre mi abuela, al poco tiempo de su detención, aparece “ha observado buena conducta en todos sus aspectos, careciendo de antecedentes, desconociendo sus actividades políticas”, solo unos meses más tarde, en cambio, la opinión de los informes ha cambiado “ha observado mala conducta, siendo de filiación socialista.”
El 7 de mayo el juez instructor, Manuel López Gil, (Matamoros sólo había realizado las primeras diligencias durante la primera semana) presenta un dictamen donde resume todas las diligencias practicadas y entiende que debe darse fin al periodo sumarial y elevar los autos. El 22 de Septiembre el auditor solicita la elevación a plenario de la causa. Pidió la celebración de un consejo de guerra con arreglo al Código de Justicia Militar pese a que todos los detenidos eran civiles. Uno días antes, el juez había emitido un oficio reservado para el director de la prisión, comunicándole que había solicitado para mi abuela la pena de muerte. Desconozco la fecha en la que designaron al fiscal, pero éste firma el documento de petición de condena el 12 de Noviembre. Por el contrario, no se designa defensor hasta el 16 de Septiembre de un año más tarde, cuando ya habían transcurrido casi 18 meses de la detención de mi abuela sin ningún tipo de defensa. Debió ser en ese momento en el que le comunicaron que habían solicitado para ella pena de muerte. Le aconsejaron que, en esas circunstancias, lo mejor era separarse de su bebé para evitar una ruptura más trágica (lo cual acabaría haciéndolo unas semanas más tarde cuando mi tía Resu fue recogida por sus abuelos). No obstante, la comunicación oficial de los cargos no la realizaron hasta el 17 de Enero de 1.944, días antes de la celebración del juicio. La composición del tribunal tampoco se realiza hasta esos días.
Al inicio del juicio, el fiscal rebaja su solicitud inicial de pena de muerte por una condena de treinta años. Durante el juicio el fiscal expuso de forma detallada su informe, el defensor se limitó a pedir la absolución de los acusados y éstos se limitaron a callarse. El fallo de la sentencia, al parecer dictado en ese mismo momento, vino a confirmar en la mayoría de los casos más graves la petición del fiscal, salvo en el caso de mi abuela que fue condenada finalmente a diez años de prisión, una pena menor de la solicitada. Según el tribunal había infringido el artículo 53 de la Ley de Seguridad del Estado de 1.941. Dicho artículo penalizaba los robos y los secuestros (la actividad que realizaban los maquis para subsistir) y castigaba a los cooperadores (por el mero hecho de darles cobijo) con la misma pena que los que cometían dichas acciones. Esta equiparación sólo se entiende si tenemos en cuenta que el régimen franquista, atacaba con dureza a cualquier persona que pudiera colaborar con el maquis.
Nos encontramos pues con una justicia que tortura a las personas y que ni siquiera tiene piedad de una mujer en avanzado estado de gestación. Una justicia que alarga las diligencias y los interrogatorios durante meses sin presencia de un abogado defensor, que no es nombrado hasta un año y medio después de la detención, cuando el fiscal hace ya meses que ha acabado su trabajo. Un abogado defensor que apenas se limita a pedir la absolución sin realizar su verdadero trabajo. Un fiscal que inicialmente solicita una pena y que, cuando comienza el juicio, probablemente se da cuenta que su petición inicial era totalmente excesiva y la reduce. Un tribunal que se nombra días antes de dictar sentencia y falla sentencia de forma inmediata. Unos acusados que, sólo días antes del juicio, es cuando conocen los cargos que hay contra ellos. Una justicia que establece la misma pena para aquellos que cometen delitos como para aquellos que simplemente les dan cobijo. Pero la injusticia no acabó aquí
La mayor parte de los detenidos eran familiares y vecinos de los “huidos a la sierra”, pero también detuvieron a varias personas que habían confesado formar parte de una cadena que les habían suministrado munición. Se trataba de un sargento de artillería y varios falangistas. En los informes solicitados sobre ellos podemos ver sobre el militar: “el Glorioso Movimiento le sorprendió en esta capital, habiendo actuado en el frente durante toda la guerra de liberación como soldado de artillería. Se le considera adicto a la causa nacional, habiéndose significado como propagandista antimarxista y perteneciente a la F.E.T y J.O.N.S.” o también sobre el falangista de mayor relevancia dice “según informes adquiridos este individuo es de pésimos antecedentes en lo que respecta a conducta pues siempre fue enemigo de trabajar viviendo de los bienes de su esposa, siendo su conceptuación pública mala por cuanto maltratando a su esposa la arrancaba el consentimiento para la enajenación de bienes de la misma, siendo vicioso e inhumano desprovisto de todo sentimiento por la publicidad que tuvo la violación por el mismo de una sobrina hijo de un hermano que al morir se la entregó para su custodia. Al terminarse la guerra fue jefe de Milicias de esta ciudad y de su actuación sólo puede decirse que siguió igual conducta y sustrajo en distintas ocasiones objetos de valor unas veces del local de Falange y otras fuera del mismo o población, habiéndolo sido también procesado por injurias a la Autoridad Judicial en la persona del Sr. Juez y Secretario en acto de funciones de sus cargos, desconociéndose por cuestiones de conducta sus ideales políticos ha ostentado el cargo de Jefe de Milicias con gran extrañeza de opinión de esta Comandancia”.
Los familiares y los vecinos de los “huidos a la sierra” tuvieron que soportar la tortura, la cárcel y la condena, simplemente por ser familiares que hombres que se habían negado a rendirse y pese a que no tenían ningún tipo de antecedentes y los informes de conducta que había sobre ellos sólo tenían el inconveniente de sus ideas de izquierdas. En cambio, los detenidos falangistas tuvieron un proceso muy diferente. Todos ellos fueron puestos en libertad después de declarar, evitando su estancia en la prisión, tuvieron un abogado defensor diferente y todos ellos fueron absueltos en el juicio.
Yo sabía, por las historias orales que contaba mi familia, que mi abuela había estado unos años en la cárcel después de la guerra y que había sufrido mucho por ello. No he conocido los detalles de ese sufrimiento hasta hace apenas unas semanas, cuando recibí la documentación del consejo de guerra donde aparece todo lo que he narrado. Cuando lo leí, volví a tener esa sensación que ya había tenido cuando recibí su expediente penitenciario: era como una carta enviada con décadas de retraso que me contaba su historia. Entonces entendí, todavía más, las lágrimas de mi abuela el día que murió Franco, que he narrado en otro artículo de este blog. Sólo aquel día vio el fin de sus torturadores. Dos sentimientos muy poderosos se desbordaron en mi interior: ahora más que nunca cobra sentido mi idea de escribir una novela que dignifique su memoria, ahora más que nunca me siento orgulloso de ser el nieto de María Álvarez López.
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