20 enero, 2014

Los soldados de Salamina siguen combatiendo

Hace varios años escribí en este blog apenas un par de líneas sobre Soldados de Salamina de Javier Cercas. En ellas comentaba que, en mi opinión, estaba sobrevalorada. A veces uno se pone estupendo y dice enormes tonterías: diez años más tarde he vuelto a releerla y he llegado a la conclusión de que, no sólo no estaba en lo cierto, sino que es una gran novela. Algo en mi interior me insinuaba que estaba equivocado: la crítica literaria había acogido muy bien los libros que Cercas había ido escribiendo en este tiempo y siempre me han gustado los artículos que escribía en El País -hace unos meses publicó uno en el que diseccionaba un certero diagnóstico sobre la situación actual de Cataluña que le valió las críticas furibundas de esos independentistas ultraortodoxos que cada vez están más de moda-. Semanas atrás me descargué de internet una conferencia que realizó en la Fundación March donde daba su visión sobre la narrativa. Sus palabras, cargadas de una fina ironía, me fascinaron.

Una de las reglas claves de las novelas es que sus personajes cambien a lo largo de sus páginas. Yo creo que los lectores también cambiamos y, aunque mantenemos ciertos gustos constantes y fidelidades imperturbables por ciertos autores que nos robaron el alma, vamos madurando con el paso del tiempo. Mi proceso de aprendizaje como escritor quizás no tenga resultados esperados –aún tengo esperanza y sigo firme ante el desaliento-, pero, al menos, me ha dado una visión como lector mucho más rica. Desde esa perspectiva, la relectura de Soldados de Salamina una década después me ha resultado muy enriquecedora.

Portada de la novela con la magnífica fotografía de Robert Kapa
sobre la ceremonia de despedida de las Brigadas Internacionales
No he visto mejor mecanismo a la hora de mezclar la realidad con la ficción. En las clases de escritura explican que el narrador es la voz que elige el escritor para contar la historia y que conviene tener clara esa diferencia si no se quiere caer en errores gravísimos. Javier Cercas aparece aquí como un personaje que narra en primera persona, una voz que desde el primer momento nos atrapa con su credibilidad, que nos engaña, de manera fascinante, con una verosimilitud que es sólo un espejismo de la realidad. Porque  todo lo que nos cuenta no es más que un ejercicio de ficción en el que aparecen multitud de personajes reales, todos ellos movidos a su interés por unos hilos invisibles

Hace unos meses muchos críticos literarios y lectores se rindieron a la novela HHhHH de Laurent Binet. Celebraban el carácter novedoso y el talento de su autor a la hora de inmiscuirse en la trama con el objetivo de contarnos no sólo un relato sino el proceso de creación del mismo. Aunque debo reconocer que apenas hojeé algunas de sus primeras cuarenta páginas y que la historia central que trataba de narrar me parecía muy interesante, el exhibicionismo del novelista y su presencia constante me hicieron abandonarla –como lector, me importaba un comino que hubiera tenido una novia checa a través de la que había conocido la ciudad de Praga, donde transcurre la acción, o sus opiniones sobre las películas de Tarantino, que son algunos de los muchos detalles totalmente superfluos que recuerdo de su lectura-.

El personaje de Javier Cercas en Solados de Salamina comparte muchos detalles biográficos con el Cercas escritor, pero no son lo mismo. “Escribir consiste, entre otras cosas, en fabricarse una identidad, un rostro que al mismo tiempo es y no es el nuestro, igual que una máscara”. El autor se inventa un periodista y le traspasa algunos de sus rasgos, incluido su propio nombre, como una excusa para encontrar una voz narradora que modula a la perfección con la intención de contarnos unos sucesos reales en los que participan, entre otros, uno de los fundadores de la Falange, Sánchez Mazas, o un novelista a la búsqueda del reconocimiento que se merece, el chileno Roberto Bolaño, pero los verdaderos protagonistas son el escritor fracasado Cercas y el soldado republicano que, después de pelear en muchas guerras y vivir muchos exilios, se sorprende que a alguien se interese por su pasado y quiera contarlo.

Soldados de Salamina no cuenta una historia sino muchas y, hasta la propia estructura de la obra, está diseñada para alzar un andamiaje donde quepan todas sin que ninguna chirríe. En la primera parte, Los amigos del bosque, se encuentran el germen de todo: un novelista fracasado, también como persona, descubre unos hechos que le fascinan: al final de la guerra y en pleno derrumbe republicano, el fundador de la Falange, Sánchez Mazas, logra salvarse de un fusilamiento colectivo y, en el encuentro con uno de los soldados que participa de su búsqueda por los alrededores, éste decide mirar hacia otro lado.

El autor nos va introduciendo en lo que quiere contar de forma paulatina y, convertido en el propio narrador, encuentra una voz que nos atrapa desde el primer momento. Traza los personajes con una fina ironía que le funciona a lo largo de todo el texto y, a través de detalles minúsculos, le provoca al lector una enorme empatía por la mayoría de ellos. Es imposible no engancharse al periodista depresivo que sueña –y sufre- con esa historia que nos transmite y se convierte en su redención o sentir antipatía por ese concejal –maravilloso secundario de aparición fugaz- más interesado en engullir la comida y hablar de la vulgaridad de la política que en facilitarle a nuestro héroe la información que solicita. Una posición más ambivalente se produce con el falso protagonista: tras intentar, sin mucho afán, que empaticemos con él, comienza a poner las cosas en su sitio: “Las guerras se hacen por dinero, que es poder, pero los jóvenes marchan al frente y matan y se hacen matar por palabras, que son poesía, y por eso son los poetas los que siempre ganan las guerras, y por eso Sánchez Mazas, que es tuvo siempre al lado de José Antonio y desde ese lugar de privilegio supo urdir una violenta  poesía patriótica de sacrificio y yugos y flechas y gritos de rigor que inflamó la imaginación de cientos de miles de jóvenes y acabó mandándolos al matadero, es más responsable de las armas franquistas que todas las ineptas maniobras militares de auqle general decimonónico que fue Francisco Franco.”

En la segunda parte, titulada como el libro Soldados de Salamina, se centra en los hechos que rodean a Sánchez Mazas, pero, aunque nuestro escritor consigue acabar su novela, siente que está incompleta. Al principio de la tercera parte, Cita en Stockton, nos confiesa que “los libros siempre acaban cobrando vida propia” porque “uno no escribe nunca acerca de lo que conoce, sino precisamente de lo que ignora”. Entonces decide iniciar la búsqueda del verdadero protagonista: el soldado republicano que le salvó la vida al dirigente de la Falange y lo hace desde el auténtico germen: una entrevista con el novelista chileno Roberto Bolaño que años atrás, mientras trabajaba en un camping en Castelldefels, conoció a un combatiente que guardaba una biografía maravillosa. Todos esos hechos reales, aparecen ficcionados y así conocemos a Miralles, un anciano que luchó por la libertad en numerosos frentes no sólo en España, sino también en África y Europa.

Es esta tercera parte, sin duda, la mejor. Las conversaciones con Bolaño están repletas de metaliteratura y salpican el texto de frases memorables, puestas muchas de ellas en boca del chileno: “Para escribir novelas no hace falta imaginación. Sólo memoria. Las novelas se escriben combinando recuerdos”... “Un escritor de verdad no deja nunca de ser un escritor, aunque no escriba”…”Uno nunca encuentra lo que busca sino lo que la realidad le entrega”… “Todos los buenos relatos son reales, por lo menos para quien los lee, que es el único que cuenta”

Nuestro escritor fracasado se lanza entonces a la búsqueda de Miralles, pese a la advertencia de Bolaño: “la realidad siempre nos traiciona, lo mejor es no darle tiempo y traicionarla a ella. El Miralles real te decepcionaría; mejor invéntatelo: seguro que el inventado es más real”. Lo acaba encontrando en un geriátrico de una ciudad provinciana en Francia. Hasta allí viaja con el deseo de conocer si fue el miliciano que salvó la vida a Sánchez Mazas. En el tren de vuelta la respuesta permanece abierta para el lector, pero Cercas lo ve entonces todo claro: “Allí vi de golpe mi libro, el libro que desde hacía años venía persiguiendo, lo vi entero, acabado desde el principio hasta el final… allí supe que … mientras yo contase su historia Miralles seguiría de algún modo viviendo… Vi mi libro entero y verdadero, mi relato real completo, y supe que ya sólo tenía que escribirlo”

Los libros maravillosos tienen recorrido más allá de su final y, a veces, lo tienen en el plano de la realidad: los lectores que nos quedamos con la duda que deja en el aire sobre Miralles sabemos hoy que, a raíz de la publicación del libro y muchos años más tarde, el auténtico Javier Cercas pudo conocer al hijo del auténtico Miralles. Pese a lo que afirmaba el autor en sus páginas, yo creo -por experiencia propia- que hay veces que la realidad no nos traiciona, sólo hay que darle la oportunidad para que nos sorprenda y nos lleve incluso mucho más lejos de lo que la ficción había imaginado.

Fotografía del verdadero Miralles,
 que tuvo una biografía casi tan novelesca como el inventado por Cercas.

Para muchos nuestra Guerra Civil es algo olvidado que pertenece a un pasado casi tan remoto como las batallas entre los griegos y los persas: la Segunda República, el “glorioso” Alzamiento, la caída de Málaga y su posterior masacre o la lucha de los que se echaron al monte tras la derrota, les pilla tan lejos como la batalla de Salamina, pero en la imaginación de algunos aquellos soldados continúan combatiendo como en las últimas líneas de esta maravillosa novela: “llevando la bandera de un país que no es su país, de un país que es todos los países y que solo existe porque ese soldado levanta su bandera abolida… sin saber muy bien hacia dónde va ni con quién va ni por qué va, sin importarle mucho siempre que se hacia adelante”. Nada mejor como un final apoteósico para el que lector mantenga la emoción mucho tiempo después de cerrar la última página.

Democracia y derecho a decidir. Artículo de Javier Cercas publicado en El País el 13 de Septiembre de 2013

http://bit.ly/KzivHv


Conferencia "Novela y ficción" realizada por Javier Cercas en la Fundación March el 22 de Octubre de 2.013

http://bit.ly/1cNDb5w



2 comentarios:

  1. Estoy completamente de acuerdo en tu afirmación de que los lectores con el tiempo vamos cambiando. Y yo añadiría, que suerte de ser así, nos sorprendemos a nosotros mismos de lo que en un principio despreciabas o no valorabas, pasado un tiempo puede que cambie la opinión, sobre un mismo hecho o tema.
    Este libro en concreto me fascinó de un buen principio; tal vez me enganchó que muchos de los hechos que narra, transcurren, relativamente cerca de donde vivo y esto te hace ver la trama con más interés. A parte del contexto geográfico, toda la historia, contada en tres partes bien diferenciadas, me tuvo más horas de las precisas con la luz encendida a altas horas de la noche.
    La mayoría, que conozca, coincidimos que la tercera parte es la mejor.

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  2. Agradezco tu comentario. Resulta curioso, pero las novelas que nos describen los paisajes que conocemos con nuestros propios ojos nos ofrecen una proximidad en la que nos sentimos más cómodos. Ahora estoy leyendo Nada de Carmen Laforet. La calle Aribau que aparece en ella es a la vez muy parecida y muy diferente a la actual, pero es un territorio próximo al que podemos darle forma más allá de las palabras.

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