19 mayo, 2010

La Victoria del Frente Popular

Las ilusiones republicanas que explotaron una tarde de abril de 1.931 fueron difuminándose con el paso del tiempo. Los monárquicos, la burguesía y los terratenientes se adaptaron rápidamente a los nuevos tiempos y, pese al fuerte sentimiento antirrepublicano de muchos de ellos, decidieron concurrir a los comicios. Una vez más se trataba de cambiar para que nada cambiase. Con el triunfo de los republicanos y socialistas, la promesa de reformas que acabarían con las desigualdades anacrónicas, generó un gran anhelo entre los más desfavorecidos, pero topó con la encarnizada resistencia de los poderosos, que no estaban dispuestos a perder sus privilegios. La reforma agraria quedó estancada ante la oposición de los caciques. La necesaria reforma del ejército, que buscaba una mayor profesionalización del mismo, generó una profunda enemistad hacia la república entre una buena parte de los oficiales. En ese entorno, una de las mejores generaciones que ha dado nunca nuestro país vio como naufragaban sus esfuerzos intelectuales por modernizarlo de un retraso atávico de siglos. La Segunda República pasó así a la historia, gracias a la deformación posterior que haría el franquismo, como una época turbulenta, presa de los conflictos sociales, caracterizada por los fracasos colectivos. Dos años más tarde de su proclamación, la victoria electoral de los conservadores provocó que se ralentizaran, y en la mayoría de los casos se detuvieran, las reformas acometidas. Esto acabó por asesinar muchas esperanzas que derivaron hacía una mayor violencia social.

En esa situación se llegó a las elecciones de febrero de 1.936, a la que acudieron desunidos los partidos de derechas, mientras la izquierda había conseguido concentrarse en torno al Frente Popular. Pese a ello, todas las previsiones presumían la victoria conservadora. En Granada la campaña electoral había sido especialmente violenta. Los grupos derechistas no estaban dispuestos a perder las votaciones y, de forma orquestada con las instituciones locales, urdieron una estrategia con el objetivo de impedirlo. Se concedieron miles de licencias de armas de fuego y se repartieron más de diez mil armas. Los mítines de Frente Popular eran impedidos por bandas de escopeteros y las personas que portaban propaganda frentepopulista eran detenidas.

El domingo 16 de febrero fue desapacible, pero más pacífico de lo esperado, después de la virulencia de las semanas anteriores. Los primeros resultados ofrecidos por el gobierno no establecían un panorama claro de la situación. El diario ABC, siguiendo la misma línea, se queda sin calificativos en su edición del día posterior a las votaciones y habla de datos contradictorios, incompletos, confusos. La realidad apareció horas más tarde y reflejaba una clara e inesperada victoria progresista. En Granada las primeras informaciones hablaban de un triunfo conservador en la provincia y de los socialistas y republicanos en la capital. En Churriana, el pueblo de mi familia, la derecha había obtenido 848 votos por 133 del Frente Popular.

Sólo un día más tarde, la edición del periódico El defensor insiste en la victoria de los partidos progresistas y en una nota titulada Contra la arbitrariedad y el atropello, por respeto a la verdad y a la justicia, habrá que anular las elecciones en la provincia de Granada” publica “En muchos pueblos de la provincia de Granada los monterillas y los caciques han ofrecido un espectáculo electoral bochornoso. Tenemos en nuestro poder una larga relación de episodios que acredita el desenfreno escandaloso y brutal a que se han dedicado los enemigos de la democracia… No han tenido para las organizaciones de izquierda ni la más ligera sombra de respeto. Se les ha tratado como a gentes fuera de la ley. Detenciones en masa de apoderados e interventores. En algunos pueblos no han podido entra los candidatos. De otros han tenido que huir los elementos izquierdistas perseguidos por las furias caciquiles…Las elecciones en la mayoría de los pueblos de la provincia de Granada están plagadas de tantas arbitrariedades y falsean de tal modo el sentir del cuerpo electoral, que no se puede poner en duda la necesidad de su anulación por respeto al sufragio y por espíritu de justicia. Las actas amañadas por los monterillas y caciques chorrean arbitrariedad y escándalo por todos los conceptos. Y en la mayor parte de los casos la arbitrariedad está probada por actas notariales.”

Fernando de los Ríos

En esa situación el Frente Popular convoca un mitin en el estadio de futbol de Los Cármenes y una posterior manifestación por el centro de la ciudad a la que asisten más de cien mil personas. El último orador fue el diputado socialista (y futuro ministro) Fernando de los Ríos. Sus última palabras fueron una premonición de lo que acabaría sucediendo en el futuro "...vendrán a hablarnos falsos revolucionarios so pretexto que todo está igual, que las cosas no adelantan y que ellos y vosotros habéis sido engañados, procurarán echaros a la calle para crear conflictos a las autoridades y que se produzcan choques entre vosotros y la fuerza pública, para que luego hagáis responsables a los que os dirigen de las consecuencias los actos que en la oscuridad, ellos han tramado". Al finalizar la manifestación, unos jóvenes falangistas iniciaron las provocaciones de derivaron en una espiral de violencia por ambos bandos. Altercados, asaltos, incendios, manifestaciones, disparos, entierros multitudinarios… fueron el escenario de aquella primavera, donde la convivencia en la ciudad, como en el resto del país, inició un camino hacia la agitación que ya no tendría retorno.

Unas semanas después, el Parlamento creó una comisión con el objetivo de analizar los resultados fraudulentos que se habían producido en Granada y en Cuenca. Sus conclusiones establecían que “las elecciones se habían desenvuelto en un ambiente de matonería, de escopeterismo, de coacción pública y privada inigualables” y ordenaba repetir los comicios en ambas provincias. Antes de ese dictamen intervinieron los tres únicos diputados izquierdistas granadinos que habían sido elegidos. Fernando de los Ríos tomó la palabra en un memorable discurso denunciando los abusos cometidos. “Las colinas de harapientos de Granada, la colina del Albayzín y en donde está lo que se llama el Barranco del abogado, recordando la actitud que había tomado uno de ellos en el año 31 y que lo enunciaba con estas palabras tan dramáticas como humanas – en mi hambre mando yo- al recordar este ansia de regir soberanamente en su hambre, esas colinas de miseria, digo, han votado por la candidatura de izquierdas”. Era la primera vez que alguien hablaba en las Cortes de esos barrios desfavorecidos.

La repetición de los comicios en Granada representó un vuelco que le dio al Frente Popular todas las actas de diputados. Previamente la CEDA, la coalición derechista, había decidido introducir en su candidatura a cuatro falangistas, que en ese momento estaban en prisión por actividades violentas y antidemocráticas. Hasta ese momento, la Falange era un partido minoritario que apenas alcanzaba el centenar de afiliados en la provincia, pero que se estaba viendo fortalecido por la deriva extremista a la que se estaban viendo abocados los grupos políticos. La derrota hizo que estos elementos, que siempre habían sido antirrepublicanos, fueran cada vez más radicales y numerosos e iniciaran la conspiración para derivar por las armas un régimen democrático en el que no creían, con la complicidad de una parte de la opinión pública que aceptaba, cada vez más, la violencia como arma política.

Durante aquella primavera de 1.936, mi abuela María debió cerrar la lechería que había montado con su marido en la calle Elvira, donde las cántaras siempre estaban brillantes. Se marchó con mi madre, que entonces tenía poco más de un año, a vivir a Jayena, un pueblo del sur de la provincia del que provenía la familia de mi abuelo. En aquel momento, no sabía que el destino que le esperaba, a su regreso después de la guerra, sería aquellas colinas del Barranco del Abogado, donde los harapientos solo podían gobernar su hambre, pero tampoco estaría Fernando de los Ríos para poder defenderlos.

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17 mayo, 2010

La Málaga de finales del siglo XIX

Durante los últimos cuatro años del siglo XIX, mi bisabuela Antonia vivió en Málaga, esperando el regreso de su padre de la Guerra de Cuba. He tratado de documentarme para poder ambientar el escenario de aquellos años



A finales de siglo, Málaga arrastraba una larga decadencia económica. La crisis de la siderurgia había cerrado numerosas ferrerías. Las deficiencias estructurales, la competencia extranjera y la plaga de la filoxera habían hundido el comercio de pasas y vinos, que había sido la principal actividad económica de la provincia. La industria de la caña de azúcar también se había derrumbado por la competencia de Cuba y la introducción del cultivo de la remolacha azucarera. En ese momento, quedaba muy atrás la época de riqueza de la ciudad, que había atraído a comerciantes, tanto extranjeros como de otras regiones del país y que había hecho que apellidos como los Temboury, Loring, Grund, Gross, Larios, Bolín o Huelin formaran parte de las familias más pudientes y conocidas de la sociedad malagueña. La pobreza que se extendió por el mundo rural produjo una gran expansión demográfica, que trajo como consecuencia la expansión urbanística.


LA CALLE LARIOS

El eje principal era la calle Larios, que se finalizó en 1.891. Allí se encontraba el Círculo Mercantil, que era el club que contaba con más socios. En sus salones, exquisitamente decorados, se realizaban tertulias y actos culturales. En la misma calle se encontraban los cafés Inglés y España y la pastelería La Dulce Alianza. La plaza de la Constitución ya constituía el centro de la ciudad y en ella se encontraba el café de la Loba, que tenía una nevería en verano. La burguesía elitista vivía en la Alameda, que ya en aquella época contaba con filas de grandes árboles, estatuas, fuentes y bancos. Iluminada desde mediados de siglo, era el escenario social y de ocio por excelencia, muy apreciado por los malagueños por la brisa de las mañanas de verano. La antigua aristocracia se había trasladado al el Paseo de Reding y las familias adineradas se habían asentado más allá, en las mansiones de la Caleta y el Limonar. Los barrios populares se extendían hacia el norte hasta llegar al río, Goleta y Molinillo, o bien al otro lado del Guadalmedina, en torno a las fábricas de los barios del Perchel y la Trinidad. Otro barrio humilde era el de “chupa y tira”, que se levantaba entre la calle de la Victoria y el Camino Nuevo. Le llamaban así porque la dieta de sus habitantes eran las almejas y los productos del mar, que eran los más baratos y que consumían casi a diario. La mayoría de sus hogares estaban formados por los corrales de vecinos.


LA PLAZA DE LA CONSTITUCIÓN

Todos los malagueños de abolengo pertenecían al Liceo. En sus salones, decorados con cuadros de pintores malagueños, se celebraban tertulias, se llevaban a cabo labores de beneficencia, concursos literarios, efemérides, representaciones teatrales, ópera, conciertos y exposiciones. Su tono cultural decayó a partir de 1890, haciéndose más recreativo y social. Los oficiales del ejército se reunían en el Centro Militar, cuyos salones estaban decorados con lienzos de escenas militares. Era un recinto severo, muy alejado del círculo de recreo que había sido años antes y donde, en ese momento, se lloraban las pérdidas de soldados en la guerra de Cuba.

El periódico de la época era La Unión Mercantil, de tendencia conservadora, que publicaba en 1.896 la evolución diaria de la suscripción popular para erigir una estatua al Marqués de Larios, que había muerto el año anterior. Su realización fue finalmente encargada a Benlliure y sería finalizada en 1.899. También recogía el diario la evolución de los planes para la construcción del Parque realizados por la Sociedad Propagandista del Clima y el Embellecimiento de Málaga. Esta sociedad se constituyó en 1.897, pero ya en 1.896 La Unión Mercantil se hace eco de sus actividades. La explotación del clima y de la actividad turística surgió como preocupación social frente a la crisis económica que padeció la ciudad a raíz de la desindustrialización. La propuesta era la construcción del parque unida a la prolongación de la alameda donde se ubicaría la estatua de Larios, mientras en el parque habría una de Cánovas del Castillo.


LA ALAMEDA

La proyección de películas se inició en Málaga en 1.896, sólo nueve meses después de que los hermanos Lumiere lo mostraran al mundo en París. La proyección de imágenes animadas se hizo por primera vez para un reducido grupo de personalidades en un salón del Hotel Victoria, pero el nuevo entretenimiento alcanzó un rápido éxito entre la población y, pese a que a finales de 1.897 hubo un cierto letargo, debido a las reticencias que la burguesía de toda Europa, manifestaba tras un grave incendio ocurrido en un pabellón parisino en el que proyectaban películas, un año más tarde la exhibición de las mismas se había convertido en una actividad estable en Málaga. Los cafés España, La Loba y El Siglo se habían apuntado a la nueva moda y en ocasiones acompañaban las imágenes con música de piano en vivo. El precio de las entradas de había ido reduciendo desde la peseta a los cincuenta céntimos conforme aumentaba su popularidad. En la temporada veraniega de 1.899 se realizaron proyecciones incluso en barracones que se situaron en los terrenos ganados al mar, en la zona denominada Marqués de Guadiaro, en la cual se iba a construir el Parque. El cinematógrafo es un invento que encuentra su lugar en una sociedad dinámica que tiene inquietudes nuevas, donde el exotismo y los descubrimientos científicos y las novedades causan furor y la cultura de masas posibilita la existencia de tiempo de ocio para una población ávida de emociones.

En el verano del 98 hubo protestas, rayanas al desorden público, contra la calidad del pan. Aquellos bonetes y roscos empequeñecieron. Nacieron rápidamente dos celebridades taurinas: Lolita Pretel y Ángeles Pagés, mujeres y catalanas, pero fueron fugaces. Ese otoño empezaron a triunfar dos jóvenes toreros: Machaquito y Lagartijo. La navidad del 98 trajo un aumento de la petición de aguinaldos. A final de año se temió un golpe de estado, que no se produjo. Aquella Nochevieja pasó con tristeza motivada por la crisis económica y política que había provocado la derrota en Cuba, que había sumido a la ciudad, como a todo el país, en un estado de depresión.


12 mayo, 2010

El desastre del 98

Durante la guerra, la vida había seguido su curso cotidiano en España, sobre todo entre las clases ricas que no tenían familiares en el frente. Los periódicos siguieron alimentando las falsas esperanzas hasta que empezó el momento de la guerra de verdad. Tras la derrota de la flota, los periódicos trataron de mantener durante las semanas posteriores el espíritu patriótico y aún publicaban noticias sobre pequeñas acciones militares, transmitiendo falsas esperanzas sobres las posibilidades reales de las tropas. Pero en Agosto la realidad saltó: la guerra se estaba perdiendo, de hecho estaba perdida antes de empezarla. Se comenzó a hablar de la paz, pese a que el General Blanco, que estaba al frente del ejército en Cuba, seguía propugnado la guerra con el único argumento de la defensa del honor y la gallardía del soldado español. La burbuja en la que había vivido el país explotó y comenzó el drama, especialmente para aquellos que tenían a sus seres queridos defendiendo al país al otro lado de un océano.

Comenzó también el desastre en la administración, si las noticias sobre el curso de la guerra no habían sido claras, a partir de la derrota, las novedades sobre el estado de los familiares eran escasas. Los periódicos locales publicaban cada cierto tiempo el listado de bajas de la provincia, pero esta información siempre llegaba con meses de retraso y no podía considerarse cierta, ya que nuca estaba actualizada. Lo único claro es que los muertos ya no iban a volver, pero eso no significaba que el ser querido estuviera aún vivo. Los diarios publicaban en su primera página los precios de los artículos de primera necesidad, se había convertido en la noticia cotidiana más importante, debido al incremento continuo de la inflación, junto a los horarios de las misas y la previsión del tiempo.

La tristeza y el desánimo se extendieron rápidamente, como si en mitad del baile se hubieran quedado sin música. Los que meses atrás cantaban soflamas patrióticas sobre la invencibilidad de España y caricaturaban al enemigo, ahora trataban de buscar culpables o simplemente miraban al suelo. En Cuba quedaba un ejército que había pasado meses, años en algunos casos, de hambre y enfermedades, lo cual añadía dolor a la derrota. Aunque la contienda bélica había finalizado, las negociaciones de paz se alargaron varios meses, lo que les retuvo en la isla más tiempo del que deseaban. A finales de año llegaron la mayoría de los repatriados, pero al igual que el país que les había despedido había empeorado en pocos meses, su salud también había cambiado mucho en ese tiempo. Los barcos llegan cargados de heridos y enfermos, algunos de ellos en fase terminal consumidos por el vómito de la fiebre amarilla. Los hombres jóvenes que se marcharon, ahora son espectros de lo que fueron, que, descalzos en muchos casos, tiritan bajo mantas.

Hacinados en los buques también desembarcan muertos, que no han podido resistir las pésimas condiciones del viaje que ha durado más de dos semanas. Los barcos de la Compañía Transatlántica desembarcan en los puertos de Cádiz, Málaga, La Coruña y Cartagena a miles de hombres que han perdido más que una guerra. La compañía del Marqués de Comillas ha conseguido la exclusiva para su transporte. Una vez más, los ricos que trataron de sacar partido de la guerra, lo hacen ahora de la derrota. La Trasatlántica cobra cada pasaje de soldado más caro de lo que costaba a cualquier otro pasajero.



Hasta ese momento la guerra era algo que ocurría en una isla lejana, pero con la llegada de los soldados a partir de agosto, el país pudo ver con sus propios ojos la dimensión del desastre. Aquellos soldados infelices, esqueléticos, famélicos eran la señal más clara del mismo. Su desgracia no acaba con su llegada al país. Los enfermos pasan cuarentena en los hospitales y luego son enviados a sus casas. Les esperan familias que durante meses no han tenido noticias sobre su estado, que han tratado de encontrar sus nombres en los periódicos, que ahora cuentan de madres a las que les cuesta reconocer a sus hijos, debido al estado en el que regresan. Se organizan las primeras actividades de caridad y las campañas periodísticas para recaudar fondos, que mitiga la sensación de desánimo que duraba meses. Pero esta efervescencia apenas dura y rápidamente llega el olvido. A los soldados les cuesta tiempo cobrar sus pagas atrasadas, a los huérfanos y viudas que les concedan las suyas. Los heridos y los enfermos sufren su situación, pero también a los sanos les cuesta reinsertarse en el mercado laboral debido a la crisis. A muchos de aquellos soldados no les queda otra salida que convertirse en mendigos. La hipocresía y la indiferencia se extienden por una sociedad que los había despedido con alegría por la victoria y que ahora critican que pidan limosna con sus uniformes raidos.

La crisis del 98 produjo un fuerte sentimiento antimilitarista en una buena parte de la población, que había visto como muchos de sus hijos habían ido a luchar y a morir en una guerra que sólo le interesaba a unos pocos. Este sentimiento se alargaría después con las guerras coloniales en el norte de África. También produjo gran desconfianza de los militares hacia los políticos, que los mandaron a un conflicto sin los medios necesarios y luego se desentendieron de la suerte de su ejército. España iniciaba el siglo XX sumida en una de sus mayores crisis que fue reflejada por una generación de escritores y de pensadores. Es imposible entender la historia del siglo pasado de nuestro país sin tener en cuenta ese punto de partida.

Después de su regreso de Cuba, mi tatarabuelo Antonio permaneció dos años más en el ejército, en situación de excedencia, hasta el 27 de mayo de 1.902, fecha en la que se retira después de más de veintiocho años de carrera militar. Aquel joven soldado que había marchado con apenas veinte años a luchar contra los carlistas, podía por fin retornar a su pueblo con una posición social y económica muy diferente, para él y para su familia, de cuando lo había abandonado. Moriría diez años más tarde.

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06 mayo, 2010

La derrota heroica

La entrada de los Estados Unidos en la contienda, supuso el principio del fin de la Guerra de Cuba. Tras la explosión del Maine, el gobierno español trató de evitar el enfrentamiento abierto y peregrinó por todas la cancillerías europeas buscando una mediación, pero pagó caro su aislamiento diplomático, originado por su desidia durante los años anteriores. El país vivía en aquellos momentos en una burbuja. Hacía ya muchos años que sus glorias imperiales se habían desvanecido, pero la clase dirigente y los periódicos soflamaban a la población con proclamas patrióticas, menospreciando la capacidad bélica estadounidense con calificativos exaltados.

En esas semanas, por reorganización de su unidad, mi tatarabuelo Antonio López pasa a formar parte 7ª compañía de la 3ª Brigada de Tropas de Administración Militar, que operaba al mando del capitán Humberto Rodríguez Brochero en Sancti-Spiritus. Esta ciudad está situada junto al río Yayabo en el centro de la isla, al norte de Sierra de Escambray. En el momento en el que Antonio llega a Sancti-Spiritus, el ejército del rebelde Máximo Gómez habían sufrido numerosas bajas, aún así más de diez mil mambises estaban cerca de la ciudad faltos de víveres y municiones.


El Almirante Cervera

Los EE.UU declararon la guerra el 21 de abril e impusieron un bloqueo naval en toda la isla. Una semana más tarde la flota española zarpa hacia el Caribe comandada por el almirante Cervera, que se había opuesto desde el principio a la operación militar, sabiendo que iban hacia una derrota inevitable. Después de veinte días de navegación, Cervera consiguió despistar a la escuadra estadounidense y atracar en el puerto de Santiago de Cuba, que fue rápidamente bloqueado por los buques enemigos. La Corona había afrontado este conflicto con las arcas vacías y sus barcos se encontraban en clara inferioridad frente a la potente armada americana. Un enfrentamiento a mar abierto representaba un suicidio, pero en España, a miles de kilómetros de distancia, la prensa presionaba para que la marina se enfrentara con valentía al adversario. El almirante trató de evitarlo, pero también se negó a una salida durante la noche que hubiera dado alguna ventaja a sus navíos. Finalmente el gobierno, al que le importaba más un final rápido de la guerra que la vida de sus marinos, dio la orden y el 3 de Julio Cervera sale al frente de la flota al mando del buque insignia, el Infanta María Cristina, en el que navega también su propio hijo. Le espera un enemigo mayor, que controla la geografía donde se desarrollan las operaciones: los barcos salen uno a uno por la estrecha bocana del puerto enfrentándose así al conjunto de la flota enemiga. El resultado de la batalla no pudo ser más desigual, mientras los americanos apenas tuvieron una víctima, 470 de los nuestros murieron o fueron heridos y más de 1.700 cayeron prisioneros. El contralmirante estadounidense Dewey afirmó que “desde su jefe hasta el último oficial de la escuadra norteamericana han admirado la bravura y heroísmo desplegados por los españoles”.


Los estrategas sabían que la batalla se libraría en el mar y que nuestro ejército de tierra dependía de la escuadra, así que una vez ésta fue destruida no tenía sentido ninguna resistencia. Para los estadounidenses la victoria sólo era cuestión de tiempo. Las torpezas estratégicas de los generales españoles anticiparon además el desastre. El ataque norteamericano no se produjo en la bien guarnecida La Habana, sino en Santiago, donde la defensa era más débil. Allí nuestro ejército estaba rodeado, hambriento y enfermo. La única arma que les quedaba para compensar los fallos estratégicos era el heroísmo. En el fuerte de El Caney resistieron hasta la extenuación el asalto de unas fuerzas diez veces mayores. En la Loma de San Juan unos 250 soldados se batían contra más de 3000 soldados yanquis. Eran actos de valentía a la desesperada, que sólo podían ser jaleados por una nación con criterios trasnochados, que anteponía sentimientos de honor, valor y heroísmo a los más pragmáticos de simple eficacia militar. Finalmente los americanos dieron un plazo de una semana para la rendición de la ciudad, la respuesta española fue negativa, obligando a una evacuación interminable de la población civil. El día 10 comienza el bombardeo y sólo un día después se firma la rendición y, a través de la medicación de Francia, se aceptan las duras condiciones de paz impuestas por Estados Unidos. No obstante, el tratado tardará varios meses en firmarse, ya que las negociaciones duraron hasta diciembre.

La repatriación de las tropas españolas comienza en agosto. El 28 de noviembre las tropas del general Aguirre empiezan la evacuación de Sancti-Spiritus reconcentrándose en Cienfuegos. Antonio permanece allí hasta el 10 de enero de 1.899 que embarca de regreso a casa en uno de los últimos barcos. El viaje de repatriación dura 19 días. Desembarcó en el puerto de Málaga el 29 de Enero del último año del siglo XIX. Dos semanas antes había llegado a Cádiz el barco que transportaba los restos de Cristóbal Colón, que habían sido desenterrados de la catedral de La Habana. Esos huesos era todo lo que le quedaba a España de su imperio americano.

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05 mayo, 2010

El ejército de Cuba

Antonio López llega a Cuba con las tropas de refuerzo que manda el gobierno para tratar de reconducir la evolución de la guerra. El esfuerzo no fue pequeño. España mandó a las Antillas a 250.00 hombres, el mayor ejército que nunca había cruzado un océano. Habría que esperar hasta la Segunda Guerra Mundial, con el desplazamiento de tropas estadounidense a Europa, para que ese hecho se viera superado. Pero el reclutamiento de soldados fue una de las mayores injusticias de la época. Aunque en teoría, el servicio militar era obligatorio, en la práctica sólo los pobres iban al ejército. Aquellas familias que tuvieran 300 duros podían pagar la redención que evitaba que sus hijos fueran llamados a filas. En 1.896 el destino era una guerra lejana, lo cual hizo que se incrementara espectacularmente el pago de dichas redenciones en metálico. Las familias pudientes no tuvieron el menor problema en hacerlo y los jóvenes de clase alta evitaron tener que combatir. Las clases medias se embarcaron en el pago de créditos, generando grandes beneficios en toda una estructura de empresas crediticias e hipotecarias que se rápidamente se montó a tal efecto. Las familias con recursos empeñaron sus tierras y cosechas. Los pobres en cambio no tuvieron ninguna salida y así, el ejército español en Cuba estaba formado en su mayor parte por desposeídos.

Las familias más pobres con la marcha de sus hijos perdían también su capacidad de trabajo y de generar ingresos. Ante esa situación las protestas se generalizaron y la prensa obrera se posicionó frente a la política de un gobierno que sacrificaba a sus hijos en una guerra que defendía los intereses de unos pocos. El Socialista, órgano de prensa del partido fue el que más claramente denunció esta situación. Su lema “o todos o ninguno” trataba de combatir la injusticia. Pero, una vez más, las clases acomodadas no estaban dispuestas a perder sus privilegios.

Muchos reclutas trataron de sustantivar sus nombres masculinos en femenino para evitar, sin suerte en la gran mayoría de los casos, su marcha hacia la guerra. El número de jóvenes que huían para evitar el servicio militar aumentó en gran medida. El gobierno optó incluso por conceder a los prófugos de la justicia el indulto a cambio de su reclutamiento, lo cual significó el ingreso en el ejército de aventureros, que salva en contadas ocasiones donde predominó el romanticismo, primaron las falta de escrúpulos. Sin embargo el contingente no puede limitarse sólo a los reclutas, sino también a un buen número los voluntarios. Se emitió una circular autorizando a todos los jefes de unidades a cursar las solicitudes de los sargentos que pidieran reenganche, a cambio de lo cual se les concedería el grado de teniente. Éste fue el caso de mi tatarabuelo Antonio.

Los medios de comunicación, que tomaron una actitud beligerante y miope frente a la realidad del conflicto y de la situación del propio país, se encargaron de publicitar los fastos de la marcha de los soldados españoles, que iban a luchar con gallardía en la defensa del honor del país. La realidad era bien distinta: se enviaba a la guerra a un ejército de pobres, que no habían sido entrenados y no contaban con los medios más elementales para el conflicto y con ello se abrió una brecha social, que incidiría posteriormente en la historia del siglo veinte.

El General Weyler llegó a Cuba con un objetivo muy concreto: ganar la guerra al precio que fuese. Había sido nombrado para ejecutar las prácticas que su antecesor en el cargo, atendiendo a criterios humanitarios, no había querido realizar. Cambió la estrategia de la guerra. Ahora sólo importaba eliminar al enemigo, pero también a la población civil que le apoyaba. Por ello, promulgó un bando que obligaba a la población a recluirse en campos de concentración, que son un invento de esta guerra. La orden se cumplió de manera brutal provocando hambre y epidemias. Se construyó además una segunda trocha, una fortificación que iba de costa a costa, para evitar el movimiento de tropas sublevadas. En torno a las cuales se concentró a las mejores tropas, haciendo que estas barreras resultaran infranqueables, pero dejando inmensas zonas de territorios rurales en manos del enemigo.

La estrategia parecía inicialmente que iba a conseguir los resultados que pretendía, pero pasó el segundo año de guerra sin que la victoria pareciera próxima y la batalla de la propaganda se estaba perdiendo sin remedio. Los periódicos estadounidenses se encargaron de encender la opinión pública, denunciando las condiciones de vida de la población cubana. Su país quería comenzar entonces una expansión colonial que le llevaría a convertirse en la mayor potencia muchos años después. El objetivo no era humanitario, sino sustituir a España como metrópoli en Cuba.

En España, un anarquista atentó contra el presidente del gobierno, el conservador Cánovas de Castillo. Con su muerte se produjo la llegada al poder de los liberales de Sagasta, que no estaban de acuerdo con la estrategia sucia de Weyler. Pero la destitución de éste ni siquiera alteró las ambiciones estadounidenses, que no dudaron de prender la mecha de la guerra. Mandaron a Cuba a un buque, el Maine que estalló por los aires el 15 de febrero de 1.898. Aunque luego se supo que la explosión fue por causas internas y no por un ataque español, fue la chispa que prendió el conflicto.

Antonio mientras tanto permanecía en la ciudad de Manzanillo, aunque había cambiado de unidad el 20 de Julio de 1.897, siendo destinado a la 7ª Compañía, y donde estuvo desempañando el servicio de convoyes hasta fin de Febrero de 1.898. La edición del 27 de noviembre de 1.897 de La Correspondencia Militar da la noticia de la concesión de la Cruz de primera clase del Mérito Militar pensionada.

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04 mayo, 2010

La vida en Cuba de un teniente de la brigada de transporte

Antonio López pertenecía al cuerpo de la Administración militar, que fue el que recibió más críticas durante la guerra de Cuba. Su labor, aprovisionar a un ejército numeroso en una guerra que se libraba a mucha distancia de la metrópoli, fue muy complicada. La alimentación era escasa y se basaba fundamentalmente en arroz, tocino y café: Se fueron introduciendo productos locales como la yuca, el boniato, la malanga a la que no estaban acostumbrados los soldados españoles y a los que los sublevados cubanos le sacaron mayor partido. En los últimos días de la guerra apenas quedaban galletas de arroz. Pero si la adquisición de víveres era complicada, su transporte era aún más difícil. Las compañías de transporte a lomo, fundamentalmente mulos, debían llegar a los sitios más apartados e inaccesibles. Los convoyes debían recorrer muchos kilómetros para llegar a sus destinos y por el camino eran asaltados por tropas emboscadas, que obligaron a que la mayoría de los soldados españoles se destinaran a la protección de los mismos.

Los altos oficiales estaban en las ciudades, lejos de los problemas de las zonas rurales y utilizaban los convoyes para su propio disfrute. A veces daban órdenes de cargar una docena de mulas con bebidas, mesas, sillas, tiendas de campaña y utensilios de cocina de uso exclusivo de la plana mayor, mientras los soldados morían de hambre, como es el caso de un joven corneta que murió en la oscuridad de la noche, mientras unos faroles lejanos iluminaban la opípara cena de un general.

Nadie podía apartarse del convoy, se presentía al enemigo por toda la sabana encharcada y tapizada de una diminuta hierba. Sólo se percibían lo sonidos del bosque, como el de una jutía subida a una guásima y el penetrante olor a tierra húmeda y raíces podridas. “Se camina por un laberinto agreste, lleno de acechanzas: a cada instante se teme la sorpresa, el ataque impetuoso, la granizada de plomo que brota de armas invisibles.” El mayor enemigo fue la manigua cubana y el arma más mortífera la picadura de las más de trescientas especies de moscas y mosquitos, como el mosquito jején o lancero, el repugnante rodador, las cucarachas aladas o el bicho candela, que hicieron que el 40% de los muertos se produjeran por fiebre amarilla y sólo un 5% de los soldados muriera en acciones de combate.

La parte oriental de la isla estaba en manos de los insurrectos. Los soldados se concentraban en la trocha de Mariel y en las ciudades de la costa. La situación en Manzanillo, ciudad en la que estaba destinado Antonio, era especialmente difícil para las tropas españolas. Según una crónica de un periodista “no dominamos más que el terreno que pisamos. Poseemos tan solo las poblaciones de importancia, que son las que están en el litoral; no reciben más víveres que los que les llegan por mar. Para conducir un convoy, tiene que salir toda la brigada y tiene que poner de exploradores dos batallones. Los pueblos del interior están muy mal racionados y como la brigada no puede salir á operaciones, porque está dedicada única y exclusivamente á la conducción de convoyes, apenas llega á Manzanillo de retorno de conducir uno a algún pueblo, tiene que alistarse para conducir otro á otro lugar […] Cada conducción de convoy nos cuesta de veinte y cinco a treinta bajas, pero nada de esto dicen los partes oficiales. Se entierran á los muertos y se acabó el ocuparse más de ellos, pero si una mula se despeña o se inutiliza, entonces se forma expediente para averiguar las causas que motivaron ese percance, y se pierde el tiempo y la paciencia lastimosamente en averiguaciones inútiles. Los insurrectos han ideado unas trincheras, desde las que nos causan bastantes bajas, sin que por nuestra parte se las causemos á ellos. Consisten en unas zanjas hasta la altura del hombre, dejan una hendidura y con palmas y tierra tapan la parte que comprende á la cabeza, de modo, que hieren a mansalva nos hacen desde ellas un tremendo fuego. Cuando destocan algunas compañías á la descubierta, a tomarles las posiciones, entonces los insurrectos se corren por la misma zanja hasta buscar la salida.”

Manzanillo es una ciudad costera en la parte sudoriental de la isla. La región contaba con unas condiciones excepcionales para la agricultura por ser sus tierras fértiles y ricas, ubicadas en llanos que se benefician de un régimen de lluvias frecuentes por su cercanía al macizo montañoso de Sierra Maestra. Debido a esas condiciones, la región resultó muy atractiva para los plantadores de caña. La ciudad actuaba como un centro exportador de azúcar y tenía una burguesía local, fundamentalmente española, que se reunía en os centros culturales como el Casino Hispano. A la ciudad habían llegado un buen número de emigrantes canarios. Cerca de Manzanillo se había fundado, apenas un año antes, el central “Santa Teresa”. Alrededor de la industria se estructuró el batey, con su tienda, telégrafo, fonda e iglesia. En cada uno de los laterales de la carretera se erigieron los barrios obreros, que se destacaban por la uniformidad de largas hileras de pequeñas casas, donde residía el personal administrativo y técnico de la industria. En el centro de los barrios, sobre una meseta, se alzaba de forma imponente la casa del administrador de la Compañía Teresa Sugar Company, un majestuoso bungalow de dos pisos sobre fuertes columnas de madera y anchos corredores. La vivienda estaba comunicada con la industria a través de una calle recta y sombreada de dos hileras de palma real.


El transporte de caravanas se hizo cada vez más difícil. Weyler decidió a finales de año abandonar la guarnición que protegía el río Cauto y confío toda la red de abastecimiento a convoyes terrestres fuertemente protegidos, que avanzaban lentos y vulnerables en mitad de la manigua. A finales de ese año quedó detenido en Bueyito un convoy de 165 carretas que salió de Manzanillo para Bayamo y fue atacado por el camino por los insurrectos. La columna que los custodiaba estaba formada por 2.450 hombres al mando del general Rey. En los combates murieron seis oficiales y dieciocho soldados y los heridos ascendieron a setenta y seis. El convoy finalmente llegó a Bayamo el penúltimo día del año.

A principios de 1.898 un corresponsal de El Imparcial hacía balance de las penurias que habían sufrido los convoyes en los dos años anteriores “nuestras columnas van necesariamente por un campo que el enemigo domina, y han de andar leguas y leguas, 30 ida y 30 vuelta de la boca del río Cauto a Manzanillo, por entre emboscadas y malos caminos, perdiendo el ganado que arrastra las carretas, pagando muy caro por la conducción, regando el camino de enfermos y agotando durante la jornada la comida que se lleva para aquellos pueblos y aquellos destacamentos que viven aislados”

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03 mayo, 2010

La marcha hacia Cuba

A finales de enero de 1.896 Antonio López ha conseguido, después de veintidós años de carrera militar, su ascenso a teniente. Para ello ha tenido que ofrecerse voluntario para marchar a la Guerra de Cuba, que había estallado un año antes. Más concretamente, un domingo de carnaval fue el día elegido por los sublevados, que pensaron que esa fiesta facilitaría los movimientos de personas. Después de un año de guerra, el gobierno español había decidido cambiar la estrategia, mandando al frente del ejército de Cuba a Valeriano Weyler, un general de ascendencia prusiana, con fama de duro e inflexible y experto en reprimir revueltas, que es despedido con entusiasmo por todas las estaciones en las que para el tren que le lleva a Barcelona. Una vez allí, su marcha desde el puerto es apoteósica. Las tropas uniformadas con el traje de rayadillo, una tela de dril blanca con rayas azules, fueron despedidas con entusiasmo y obsequiadas con avellanas, naranjas y cigarros. Les regalaron cordones para los zapatos. La multitud hormigueaba por los muelles. Según publicaba la prensa con motivo del acto “un entusiasmo rayano al delirio invadía todos los pechos y los vivas y los gritos llenaban el espacio, siendo a veces imposible contener la multitud que, deseosa de dar el adiós de despedida al general y a sus soldados, arrollaba a la guardia municipal encargada de mantener el orden”. La banda de música tocaba marchas militares y muchas barcazas acompañaron al vapor en su salida del puerto.

Mientras esto ocurre, Antonio abandona Melilla, la plaza donde había pasado los últimos trece años de su vida junto a su mujer y donde habían nacido sus tres hijas, y marcha a Málaga. En una casa del barrio marinero de El Palo vivirán su mujer, que estaba embarazada en el momento de su marcha, y sus hijas, mientras él parte a una guerra caribeña y lejana. Espera más de veinte días en los barracones del Depósito de Ultramar en Cádiz para embarcar hacia Cuba en el vapor Santo Domingo, curiosamente el mismo barco en el que Weyler había embarcado en Barcelona un mes antes. El rancho cuartelero durante su espera lo componen garbanzos duros y patatas. Cada día a las ocho duermen en jergones y almohadas de esparto que producía picazón por culpa de los piojos. La ropa de cama se hereda a lo largo de varias generaciones de reclutas. El Santo Domingo era un buque construido veinte años antes en Escocia, que se había reparado recientemente para incrementar su capacidad de carga a más de mil pasajeros. Tenía casco de hierro, dos palos cruzados, tres cubiertas, cinco bodegas. Un día antes de partir se recibió un telegrama de Cuba anunciando un brillante recibimiento que preparaban en La Habana y el pago de un peso a cada soldado.

La travesía del océano duró diez días, durante los cuales buena parte de sus pasajeros fueron presa de mareos por su falta de costumbre a viajar en barco y dedicaron la mayoría del tiempo a espulgarse la ropa y matar piojos. La dieta era cansina. A las siete de la mañana, el desayuno consistía en un agua de castañas parecida al café; a las diez repartían barreños de garbanzos, judías, macarrones y carne al vapor que emitían un olor que atontaba; a las cinco de la tarde repetían la misma comida, con una botija de hojalata de dos cuartillos de un vino artificial, que una sola copa era suficiente para emborrachar. El reglamento alimenticio de la Compañía Trasatlántica indicaba que la dieta de la tropa debía incluir carne, bacalao y bebidas de limón, pero al parecer escasearon durante el trayecto. La situación se agravó el día cuatro de marzo, cuando se levantó un gran temporal que duró tres días y que azotó el barco. Éste llegó a los ocho de la mañana del día diez a Puerto Rico, donde ancló durante unas pocas horas. A las cinco de la tarde del trece de marzo fondearon finalmente en La Habana.

Cuando Antonio llega a Cuba la guerra estaba en una situación extremadamente complicada para el ejército español. Las guerrillas mambises controlaban buena parte de la isla, adueñándose totalmente de las zonas rurales y amenazaban las principales ciudades, sometiendo incluso a la capital, La Habana, a un estado de sitio. Weyler estaba organizando una estrategia que acabara con la sublevación y con algunos hechos vergonzosos protagonizados por las tropas, como los sucesos de El Cano, en los que, por error, se enfrentaron entre sí batallones españoles con el resultado de bastantes soldados muertos y heridos. La prensa de aquellos días daba cuenta de numerosos incendios de ingenios, almacenes y fábricas de azúcar, ataques a poblados y sabotajes contra líneas férreas, mientras los principales caudillos de la rebelión marchaban por las provincias occidentales, sosteniendo breves pero intensos combates, cuyo número e imprevisibilidad socaban la baja moral de los soldados. Sin embargo, en cuestión de medio año, Weyler lograría dar la vuelta a la situación, y los rebeldes comenzaron a pasar serias dificultades, ya que les era imposible abastecerse sobre el terreno gracias a la impopular política de reconcentración que ordenó el capitán general. Antonio es destinado como teniente de 2ª a la 14º Compañía de la Brigada de transporte a lomo, que era una de las tres que operaba en Manzanillo, estando ésta a las órdenes del capitán Jaime Coleman Feijoó.

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