27 noviembre, 2009

Las ideas de destrucción masiva

A veces las ideas pueden ser más peligrosas que las armas. La historia suele recordar a los dictadores y a los asesinos, pero olvida a las mentes que les ayudan a diseñar su maquinaria de muerte y destrucción. Continuando con mi investigación histórica, no sólo aparecen héroes casi desconocidos que impresionan por su biografía, sino también algunos personajes que pueden llegar a mostrar el lado más negro del alma humana.
El 23 de agosto de 1938 la Guerra Civil española, después de algo más de un año de duración, estaba en pleno apogeo. Ese día Franco envió el telegrama 1.565 a la persona que había sido primer catedrático numerario de Psiquiatría en la Universidad española. Se trataba del comandante Antonio Vallejo Nájera, jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares. Le autorizó a la constitución de una institución sin precedentes: el Gabinete de Investigaciones Psicológicas, con la finalidad de iniciar y desarrollar un programa de investigaciones psiquiátricas a los hombres y mujeres capturados. Vallejo, imbuido de las teorías raciales de Hitler, quería estudiar, con el beneplácito del caudillo, los fundamentos biológicos del marxismo.



Inició el estudio con un grupo de presos de las Brigadas Internacionales, pero su segundo grupo de experimentación estuvo formado por cincuenta presas, treinta de las cuales estaban condenadas a muerte. Eran milicianas republicanas de la cárcel de Málaga, ciudad a la que consideraba proclive a la “enfermedad marxista”. No se tiene constancia de la fecha en la que trabajó con ellas, probablemente sería en 1939, un año después de la caída de la ciudad en manos franquistas. A la situación ambiental de la ciudad ocupada y la atmósfera de revancha, Vallejo añadió sus prejuicios sexistas. La mujer no era nada. Eran pobres por culpa propia, inferiores y portadoras de la destrucción racial. El método que utilizó fue similar al empleado con los brigadistas, pero en su análisis añadió connotaciones negativas por el hecho de ser mujeres: «Recuérdese para comprender la activísima participación del sexo femenino en la revolución marxista su característica debilidad del equilibrio mental, la menor resistencia a las influencias ambientales, la inseguridad del control sobre la personalidad ( ) Cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer ( ) entonces se despiertan en el sexo femenino el instinto de crueldad y rebasa todas las posibilidades imaginadas, precisamente por faltarle las inhibiciones inteligentes y lógicas, característica de la crueldad femenina que no queda satisfecha con la ejecución del crimen, sino que aumenta durante su comisión ( ) Además, en las revueltas políticas tienen la ocasión de satisfacer sus apetencias sexuales latentes»


Utilizó a estas presas malagueñas para sus experimentos. El peligro provenía de lo que retóricamente denominó «complejos psicoafectivos», aquellos que «descomponen la patria [ ... ], los de resentimiento, rencor, inferioridad, emulación envidiosa, arribismo ambicioso y venganza, que de sembrarse en las multitudes de la nueva España impurificarían la elevada idealidad del Movimiento Nacional, empequeñecerían el horizonte espiritual de la patria que soñamos, además de que, introducidos en el futuro orden político¬ social inspirarían medidas legislativas no muy diferentes de las marxistas». Precisamente, ése era el tipo de características negativas que Vallejo Nájera «descubrió» en las presas de Málaga sometidas a investigación psiquiátrica por él y su equipo, proporcionándole una supuesta base empírica en la que sostener su discurso.


Con esa base absolutamente banal, planteó que existe una raza española, la hispanidad, que a lo largo de los siglos se ha ido deteriorando a medida que el país se iba democratizando. Esa degeneración comenzó en el siglo XIV con la conversión de los judíos y prosiguió a lo largo de los siglos hasta llegar a la lucha de clases de la República. “Inductores y asesinos, sufrirán las penas merecidas, la de la muerte más llevadera. Unos padecerán emigración perpetua, lejos de la Madre Patria, a la que no supieron amar, otros perderán la libertad, gemirán durante años en prisiones hurgando sus delitos y legarán a sus hijos un hombre infame: los que traicionan a la patria no puede legar a su descendencia apellidos honrados”.


Así formuló la teoría de la eugenesia social, ya probada con éxito en la Alemania nazi. Este pensamiento abogaba por apartar a los tarados de la sociedad -republicanos y comunistas-. "En todo resentido existe un marxista auténtico", llegó a decir. A diferencia de los biologistas alemanes, franceses o británicos, el origen del mal no tenía un origen genético porque iría contra los postulados de la iglesia católica, sino un origen cultural en que el ambiente era determinante. La solu¬ción no estaba en buscar un gen malvado y liquidarlo. Jamás se mostró geneticista en los textos de esa época: «La dege¬neración de la raza reside a nuestro entender en factores externos que actúan de manera desfavorable sobre el plasma germinal.» El tema era el ambiente, el entorno. Se imponía la protección y mejora de la raza.


Sus ideas inspiraron las tres leyes básicas del franquismo en cuanto a la delimitación de penas: la Ley de Responsabilidades Políticas de febrero de 1939, que permitía juzgar a los vencidos por sus actividades políticas desde el año 1934, la Ley de Represión del Comunismo y la masonería de 1 de marzo de 1940 y Ley de Seguridad del Estado de 29 de marzo de 1941. En su obra “La locura y la guerra. Características biopsíquicas de los marxistas internacionales”, Vallejo Nájera expuso con claridad el objeto de la investigación: “tenemos ahora una ocasión única de comprobar experimentalmente que el simplismo del ideario marxista y la igualdad social que propugna favorece su asimilación por los deficientes mentales”. El psiquiatra Carlos Castilla del Pino, que le tuvo de profesor, tuvo muy claro cuál era la finalidad de esos experimentos: “la única manera de poder justificar -sin sentimientos de culpa y en aras a un ideal superior- todas las tropelías que se cometieron es montar un edificio ideológico que lo explique. Para Vallejo Nájera, el ‘rojo’ es un degenerado y un hombre que, si se multiplica, está degenerando la raza hispánica. Por tanto, hay que exterminarle”.


Franco no se conformaba con su victoria, pretendía la eliminación total del enemigo y necesitaba de una base pseudocientífica en la que apoyarse. En este sentido las ideas, como las de Vallejo Nájera, en ocasiones son más peligrosas que las armas. En todo caso, la historia recuerda muchas veces a los bárbaros que cometen los genocidios, pero no a aquellos que los diseñan. España se llenó así de campos de concentración que sólo se cerraron después de transportar a los prisioneros en trenes de ganado hasta nuevos centros de detención. En las cárceles se fusiló a diario. La represión no sólo afectó a personas que cometieron el “error” de defender el Gobierno legítimo de la República, sino que metió en la cárcel a miles de mujeres, solas, embarazadas o con niños pequeños, muchos de los cuales murieron en las cárceles franquistas de hambre o de enfermedad. Víctimas inocentes cuyo único delito era ser hijos de rojos. Ellos fueron uno de los objetivos del régimen, material a moldear para la construcción de la “nueva España”.


En este contexto tan horrible, puede entenderse mejor la situación que mi abuela encontró en la prisión de Málaga a la que llegó el 21 de Abril de 1.944, después de haber pasado más de dos años en la prisión de Granada, donde había parido a mi tía. Según el documento de liquidación de condena que acompañaba su traslado, le quedaba por cumplir 7 años, 11 meses y 12 días (había sido condenada a una pena de diez años por “un delito contra la seguridad del Estado”). Un tiempo enorme que debería pasar lejos de sus tres hijas. Ayer recibí el expediente penitenciario de mi abuela María y, conforme lo iba leyendo, pude reconstruir su vida durante esos años. A la pérdida de la guerra y la falta de libertad, había que añadir una nueva derrota: la de soportar los mecanismos burocráticos de la maquinaria de represión franquista. Mi abuela luchó por reducir su condena y, para ello, tuvo que entrar en el juego de los que la habían detenido. El régimen le obligo a la “redención” por el trabajo, a la “educación” diseñada para lavar los cerebros. Un estado que finalmente se vio obligado a conceder indultos porque no podía soportar tanta población reclusa, sobre todo después de que la 2ª Guerra Mundial acabase con la derrota de los suyos y necesitase publicitar su propaganda de apertura. Su expediente me llegó como una carta franqueada con décadas de retraso y cuenta una biografía, la de mi abuela, de la que después de conocer estos hechos me siento aún más orgulloso.
Quiero agradecerle a la profesora de la Univeridad de Málaga Encarnación Barranquero, su amabilidad y su ayuda.
Para saber más:
Los manuales sobre la documentación preparatoria de novelas dicen que es recomendable incluir algun tema cuando se ha podido contrastar al menos en dos fuentes diferentes. Hay mucha bibliografía que documenta las "investigaciones" realizadas por Vallejo Nájera, pero si tuviera que destacar un libro sería Irredentas. Las presas políticas y sus hijos en las cárceles franquistas de Ricard Vinyes. Basándose en muchos testimonios de presas describe de forma muy real toda la dureza del universo penitenciario del franquismo.
Un ultimo agradecimiento, pero no por eso menor, a las personas de los archivos de Instituciones Penitenciarias y del Historico Provincial de Málaga que amablemente me han enviado el expediente penitenciario de mi abuela.

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24 noviembre, 2009

Arthur Koestler. El último mohicano de la prensa en la caída de Málaga

Arthur Koestler nació en Budapest en 1905, en el seno de una familia de clase media de origen judío. Su madre era vienesa y su padre húngaro. Tuvo una vida cómoda hasta la Primera Guerra Mundial. Su padre, representante de empresas textiles inglesas y alemanas, se arruinó después de la guerra. Esta crisis suscitó en él un sentimiento crítico frente a la sociedad y la adquisición de una fuerte conciencia social. Vivió intensamente la revolución húngara sintiéndose un "comunista romántico". Tras la caída de la "Comuna", escapó de Hungría con su madre y se instaló en Viena. A los 20 años, siguiendo sus ideas sionistas, se marchó a un kibutz en Palestina. Fue dibujante de arquitectura en Haifa, vendedor en un bazar y periodista en El Cairo.

Posteriormente volvió a Europa y empezó a trabajar como periodista especializado en temas científicos para Ullstein, que era la mayor cadena periodística de Europa y un símbolo de la República de Weimar, una empresa que aunaba el progreso, el poder político y el ideal de cosmopolitismo judeo-alemán. Alemania se encontraba al borde de la guerra civil. Tras una crisis económica no superada, la inestabilidad y la violencia política presidían el ambiente. Koestler fue destinado como redactor a Berlín coincidiendo con la ascensión del partido nazi, que pasó de 4 a 107 diputados en el Parlamento alemán. Fue en ese momento cuando se alistó en el Partido Comunista.

Como él mismo dijo: “Una fe no se adquiere por medio del razonamiento. Uno no se enamora de una mujer e ingresa en el seno de la iglesia como resultado de una persuasión lógica”. Fue despedido, al parecer por sus ideas comunistas, y su activismo político aumentó a partir de aquel momento. Viajó a la Unión Soviética durante un año y luego se marchó a vivir a París, donde se habían refugiado muchos intelectuales alemanes que huían del régimen nazi. Allí comenzó a trabajar en el aparato de propaganda del Komintern (la Internacional Comunista). Aunque tenía fuertes convicciones políticas, hacía un tiempo que había comprendido su “fracaso como comunista”, ya que su fuerte personalidad no cuadraba con la disciplina de. A pesar de ello, sus ideales le llevaron a luchar contra el fascismo. La victoria de Hitler y sus posteriores vivencias en la guerra civil española hicieron que mantuviera sus lazos con el comunismo.

Koestler embarcó en Southampton el 22 de agosto de 1936 en el vapor Almanzora, con destino a Lisboa. Viajaba bajo las credenciales del diario inglés News Chronicle que, unos días antes, había publicado detalles acerca del espionaje auspiciado por los nazis en España. El diario inglés tenía en ese momento una tirada que superaba de largo el millón de ejemplares y era uno de los periódicos ingleses que había tomado partido por la causa republicana. Koestler explicaría luego ese momento en el que muchos intelectuales de todo el mundo marchaban a colaborar con la Republica: “España provocó el último estertor en la conciencia moribunda de Europa. La campaña internacional con la que se expresó esa conciencia fue una mezcla de pasión y farsa. España se convirtió en el lugar de encuentro de la bohemia izquierdista que fueron de gira revolucionaria; poetas, novelistas, periodistas y estudiantes de arte cruzaron en masa los Pirineos para concurrir a congresos de escritores, para elevar la moral en el frente leyendo sus obras desde altavoces móviles a los milicianos”.

Pero Koestler fue a España por otros motivos. En Lisboa se encontraban buen número de conspiradores españoles y se alojó en el Hotel Aviz, donde se había establecido el cuartel general de los emisarios de Franco ante la autocracia portuguesa. Obtuvo un salvoconducto firmado por José María Gil Robles y treinta y seis horas después de su llegada, se marchó a Sevilla para mantener una entrevista con el general Queipo de Llano, autorizada por Luis Bolín, jefe del departamento de prensa del bando nacional. Queipo le recibió inmediatamente después de concluir una de sus famosas arengas radiofónicas nocturnas. Las preguntas de su entrevista iban dirigidas a aclarar la amistad de los sublevados con Alemania e Italia y el origen de los aviones de esas nacionalidades que estaban combatiendo a las órdenes de los golpistas. La entrevista fue publicada en portada por el News Chronicle el 1 de septiembre. Uno de los titulares decía: “Dictadura militar si triunfan los rebeldes”. Su primer despacho tuvo una gran repercusión que hizo crecer su fama como periodista.

En Sevilla, Arthur Koestler fue testigo de la cruel represión por parte de las tropas nacionales. “Las calles están llenas de soldados, carlistas de boina roja, legionarios y pilotos alemanes vestidos de blanco, pero el elemento dominante es la Falange fascista, que crece todos los días en una avalancha tan sólo comparable con la oleada de primavera de los nazis en Alemania, hace tres años”.

Después de la entrevista, un corresponsal nazi que había trabajado en la cadena Ullstein y unos pilotos alemanes vestidos con el uniforme de la aviación del ejército español le reconocieron en el Hotel Cristina. Le denunciaron a Bolín que trató de detenerle, pero consiguió escapar a Gibraltar. Un colega francés le comentó a Koestler que Bolín juró que si le volvía a encontrar le pegaría un tiro. Luis Bolín era malagueño, Cuando estalló el alzamiento trabajaba como corresponsal del ABC en Londres y jugó un papel clave, ya que fue quien contrató el Dragón Rapide, el avión que llevó a Francisco Franco de Las Palmas a Tetuán para encabezar la rebelión al frente de las tropas africanas..



Después de su huida a Gibraltar, Arthur Koestler marchó a París y de allí a Londres. Unos meses más tarde viajó por segunda vez a España, esta vez con pasaporte español. Julio Álvarez del Vayo, por entonces Ministro de Relaciones Exteriores republicano, le pidió que buscara pruebas sobre la infiltración alemana desde antes de la guerra. Prefería que lo hiciera un extranjero porque desconfiaba de las divisiones políticas a las que se enfrentaba la República. Koestler recopiló información al respecto, la metió en una maleta y partió en coche desde Madrid con destino a Valencia y posteriormente a París. Era un enorme automóvil que habían puesto a su disposición y cuya carrocería había sido diseñada y construida para el ex primer ministro Lerroux. Con él viajaron tres pilotos comunistas franceses, pertenecientes a la escuadra de Malraux que, por el cuidado que le dispensaba a la maleta, interpretaron erróneamente que contenía oro de la república. El viaje coincidió con la marcha del gobierno de Largo Caballero a Valencia, ante el peligro de que Madrid cayera en manos de los nacionales. Su fuga le llenaría de vergüenza a causa de la posterior y heroica defensa de Madrid cuando todo parecía perdido.

A su vuelta a París, mientras Inglaterra y Francia incrementaban sus esfuerzos diplomáticos con el objeto de  poner fin a la movilización de voluntarios extranjeros para ayudar a la República, Koestler comenzó a escribir su libro “Testamento español”, que él mismo calificaría años después de propaganda. La obra, escrita en alemán, apareció a principios de 1937 y la edición francesa estaba en imprenta cuando Arthur recibió por tercera vez la orden de dirigirse a España. Volvió a viajar con credenciales del News Chronicle hacia Valencia y de allí salió el 26 de enero de 1937 con destino final a Málaga.

Llegó al atardecer del día 28 y en su diario nos describe muy bien la situación que encontró: “Una ciudad después del terremoto. Oscuridad, calles enteras en ruinas; las aceras desiertas, llenas de cartuchos y un cierto hedor que conocía de Madrid; un polvo de tiza suspendido en el aire mezclado con olor a pólvora y ¿será mi imaginación? El penetrante olor a carne humana quemada. Madrid después de los bombardeos parecía un lugar de veraneo comparada con esta ciudad agonizante”.

Durante los días siguientes recogió en sus diarios y en las crónicas que enviaba a su periódico los hechos dramáticos que se produjeron durante la caída de Málaga en manos de los fascistas. Aunque corría grave peligro, su oficio de periodista no podría ocultar su labor de espía, esta vez decidió quedarse. Todos los periodistas huyeron pero como él mismo escribió en su diario: “seré el último mohicano de la prensa en el mundo”.

Se refugió en la casa de Sir Peter Chalmers-Mitchell, un eminente zoólogo británico retirado, sobre la que ondeaba la bandera británica. El anciano era el único inglés que quedaba en la ciudad. Ese día Koestler le había pedido a una compañera que mandara a su periódico un telegrama: “Málaga perdida. K se queda”. En su libro “Diálogo con la muerte” escribiría que se sintió imposibilitado de huir por una decisión interior que le compelía a quedarse para ver el final. En otro libro suyo, “La escritura invisible”, explica: “He tratado de explicar las razones, o racionalizaciones, que me llevaron a decidir quedarme a pesar de todo. En Dialogo con la muerte estas razones se nublan porque al escribirlo yo mismo no las podía comprender. No podía aún hacer cara a esa cobardía revertida, el miedo a sentir miedo, que había jugado un papel principal en mis acciones; ni podía comprender el tortuoso camino del deseo de la muerte”. Arthur y Sir Peter se quedaron toda la noche bebiendo a la espera de la entrada de los nacionales, cada uno guardaba una jeringa con morfina para precipitar el final si fuese necesario.

Luis Bolín entró en Málaga con las tropas nacionales y al día siguiente fue a su antigua mansión. La encontró vacía, pero intacta y se dirigió a la de su tío Tomás Bolín, un falangista perteneciente a una de las familias ricas de la ciudad y vecino de Sir Peter Chalmers-Mitchell. El inglés había ayudado a huir a Tomás cuando el alzamiento militar del 18 de julio fracasó en la ciudad.

Koestler describe la tensa escena del encuentro con su enemigo: cuando Luis Bolín entró en la casa de Sir Peter se sorprendió de encontrarle y se dispuso a matarle allí mismo. En ese momento también llegó Tomás Bolín a recoger unas maletas que le había confiado a su vecino. Sir Peter mantuvo una acalorada discusión con los Bolín en una habitación contigua. Inmediatamente se llevaron a ambos detenidos. Antes de despedirse  el británico  le recitó unos versos del poeta Swinburne: “Vive y llénate de los días y muere cuando te llegue el día, y no hagas mucho caso de la muerte para que en tu día no coseches ninguna maldad”.

Koestler permaneció detenido todo el día en la comisaría y pudo ver cómo comenzaban las represalias de los vencedores. Después de varias horas, le registraron encontrándole dinero republicano, una pluma y la jeringa. Le devolvieron el dinero para que se pagase “el pasaje al cielo”, pero le quitaron la jeringa. Cuando Arthur les pidió la pluma, le argumentaron la negativa diciéndole que no la iba a necesitar allá arriba. Mientras tanto Chalmers-Mitchell, retenido en un hotel bajo promesa de no escapar, aprovechó la primera oportunidad que tuvo para huir a Gibraltar. El arresto de Koestler fue conocido unos días más tarde por su periódico, que organizó una campaña internacional para solicitar su liberación.

A Arthur lo trasladaron en tren a la prisión de Sevilla, donde veinte días después recibió el primer mensaje del exterior. “Era un rollito de papel marrón usado para los cigarrillos españoles, tirado por el visor de la puerta de mi celda, en la cárcel de Sevilla. Al desplegar el papel hallé líneas escritas en caligrafía de niño con muchas faltas de ortografía. Decía: Camarada, sabemos que estás aquí y que es amigo de la República Española. Ha sido condenado a muerte, pero no le fusilarán. Tienen demasiado miedo al nuevo rey de Inglaterra. Solamente nos matarán a nosotros, los pobres y los humildes. No hubo otras cartas. Luego me enteré de que esos hombres fueron ejecutados esa misma noche”. A ellos les dedicaría su libro “Testamento Español”.

Posteriormente recibió en la prisión la visita de un periodista simpatizante de los nacionales que le pidió que firmara un artículo favorable a su bando. Koestler dudó al principio, pero luego pensó que era su “sentencia de muerte moral” y se negó a hacerlo. Esas breves dudas le atormentaron en la celda durante las semanas siguientes. “Ser ejecutado en una guerra civil es una de las formas más desagradables de morir. Y yo tenía mucho tiempo para pensarlo una y otra vez. Uno piensa muchísimo si no tiene otra cosa que hacer que caminar ida y vuelta, ida y vuelta, durante por lo menos dieciocho horas al día y eso durante 97 días”.

Después de ese tiempo, Koestler fue canjeado por la mujer del aviador Carlos Haya, uno de los héroes de los nacionales. Queipo había llegado a ofrecer hasta veintiuna personas republicanas detenidas a cambio de ella. Fue el mismo aviador quien trasladó personalmente a Koestler en su avión hasta La Línea. El canje de prisioneros se hizo en la frontera con Gibraltar. Nunca volvió a España. Según él mismo confesó: “es inútil volver, después de mucho tiempo, a un lugar con el que uno tuvo fuertes lazos emocionales. Uno no hallará lo que busca y tendrá una gran decepción”.

Después escribió la novela Los gladiadores, que habla de una revolución fracasada: la llevada a cabo por Espartaco. La historia fue llevada al cine por Stanley Kubrik. La experiencia en la guerra española marcó a Koestler que fue muy crítico con la política soviética con respecto a la misma. El proceso que Stalin desencadenó contra algunos compañeros y su pacto con Hitler le hicieron abandonar el partido y escribir la novela que le daría fama: El cero y el infinito. A partir de ese momento, el hombre que había sido un ferviente comunista, dedicó su vida a luchar contra el estalinismo y cualquier clase de totalitarismo.

Participó en la Segunda Guerra Mundial, fue apresado por los nazis e internado en el campo de concentración de Vernet d'Ariège. Gracias a la ayuda de un miembro del Servicio de Inteligencia fue puesto en libertad condicional y se estableció en Marsella, desde donde consiguió pasar a Argelia y de allí a Casablanca e Inglaterra, país que, al terminar el conflicto, eligió como su patria y donde vivió el resto de su vida.

En marzo de 1983 Arthur Koestler y su esposa Cynthia pusieron fin voluntariamente a sus vidas en su domicilio londinense con una sobredosis de barbitúricos. Él tenía 77 años y desde hacía siete padecía la enfermedad de Parkinson, agravada con una leucemia. Con su muerte fue fiel a la última causa que defendió en su vida: la eutanasia voluntaria. Era vicepresidente de la Voluntary Euthanasia Society. Si a lo largo de los años sesenta había defendido incansablemente que ningún hombre tiene derecho a matar a otro hombre a sangre fría, en sus últimos años pasó a defender, prioritariamente, que cada hombre tiene derecho a matarse a sí mismo a sangre fría.

Dejó escrita una nota en la que, entre otras cosas, decía: Intentar suicidarse es un juego arriesgado cuyo resultado es únicamente conocido por el jugador si el intento falla. Quiero que mis amigos sepan que abandono su compañía con plenas facultades mentales, con alguna tímida esperanza en una vida posterior despersonalizada más allá de los límites del espacio y del tiempo y de los límites de nuestra comprensión. Este sentimiento oceánico me ha sostenido frecuentemente en momentos difíciles, y ahora también, mientras estoy escribiendo esto.

Leyendo sus palabras podemos entender su vida: "Si he narrado mis aventuras, es porque ellas son típicas de esa especie de la humanidad a la que pertenezco: los exiliados, los perseguidos, los expulsados de Europa; de los miles y millones que, a causa de su raza, de su nacionalidad o de sus creencias, se han convertido en la escoria de la tierra". 

Para saber más de Koestler recomiendo la lectura de sus obras y también del libro de Andrew Graham Yoll: “Arthur Koestler: del infinito al cero”.

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13 noviembre, 2009

La carretera de la muerte

Ahi va mi tercer ejercicio en la escola d'escriptors. La misma historia contada desde la visión de dos narradores diferentes:


1

Nunca podré olvidar aquellos largos días de febrero. El domingo de carnaval amaneció radiante. Era uno de esos días en los que Málaga se viste de primavera en pleno invierno, pero aquel domingo no hubo risas, ni disfraces, sólo el silencio extraño que precede a la desgracia. Los bombardeos que habían asolado la ciudad durante las últimas semanas de repente callaron. Nunca un carnaval fue tan triste. La inquietud, que se había ido apoderando de todos durante los días previos, estalló y con ella vino el pánico. Las noticias de la radio hablaban de calma y de resistencia, pero las calles se llenaron de miles de personas huidas de los pueblos cercanos y de milicianos con la mirada perdida. Con ellos llegaron las malas noticias, las barbaridades que cometían las tropas moras, los fusilamientos, los ajustes de cuentas que llevaban seis meses esperando. Entonces toda la ciudad cayó presa del espanto, abandonada a la entrada inminente del ejército enemigo.

Las tiendas vacías, los escaparates rotos, los tranvías parados nos despidieron en la huida. A partir de ese momento me perdí entre una masa oscura que solo buscaba un poco de esperanza, me sumé a una larga marcha que nos hizo atravesar el infierno. La carretera serpenteaba junto al mar y a la vuelta de cada recodo veía la infinita hilera de fugitivos que todo lo cubría. Al final del primer día, las cunetas empezaron a llenarse de enseres que sólo representaban una pesada carga, eran los restos abandonados de la mudanza más lúgubre que jamás he visto. La marcha compacta empezó a disgregarse, a deshacerse en jirones en los que iban quedando atrás los más débiles, los más viejos.

Con la llegada de la primera noche volvió el miedo. Caminando a oscuras las familias comenzaron a separarse. Recuerdo que el silencio duró poco y rápidamente empezaron a llamar a los que se iban perdiendo. Toda la carretera se convirtió en un lamento de nombres: ¡José, María, Antonio, Carmen, Pedro! A los gritos le siguió el llanto y al llanto le siguió el eco que duró toda la noche. Las madres que no estaban presas del miedo, ataban a sus hijos en un hatillo que los ligaban como un cordón umbilical hacia la vida.

Con la luz del día volvió la esperanza, pero apareció el cansancio y el levante trajo una niebla espesa como un mal presagio. A media mañana, el sol disipó la bruma y todos tratamos de despertar el ánimo. El enemigo se entretuvo en la ciudad conquistada escampando su furia, disfrutando ebrio de su victoria, pero no tenía suficiente. Los últimos milicianos que huían en un camión nos anunciaron que la infantería motorizada de los italianos no estaba dispuesta a darnos tregua. Nos pasamos los días siguientes con miedo a verlos aparecer de repente detrás de cada curva, con sus uniformes nuevos, recién estrenados para una guerra que no era la suya. Al final del segundo día, los que aparecieron a lo lejos fueron los barcos, con esa silueta amenazante de los que están al acecho, de los que se saben dueños de la vida y sólo esperan la orden que lo cambia todo. Y esas órdenes siempre llegan. Al caer la tarde, estaban tan cerca que empezamos a ver sus caras de odio. Pude observar como maniobraban en la cubierta sus preparativos para la tragedia. Entonces empezaron los obuses y ni siquiera la noche pudo salvarnos, iluminaron la oscuridad con sus fantasmagóricos reflectores y comenzaron las ráfagas y las carreras. Yo huí lo más lejos que pude, oculté mi miedo entre los cañaverales. Junto al calor de otros cuerpos volvió la noche con su silencio y me quedé dormida.

Al despertar me di cuenta de que había estado soñando rodeada de cadáveres fríos que ya no se levantarían. Reemprendí la marcha. La carretera se adentró en la tierra y nos dio una tregua, pero la alegría es siempre breve. Primero oímos el ruido sordo de sus motores y luego aparecieron en el cielo, soltando sus bombas. Cuando acabaron las explosiones, los aviones empezaron las ráfagas y luego otra vez el llanto. Más adelante, la carretera volvió junto al mar y se estrechó en un acantilado. Lo que pasó entonces he tratado de olvidarlo muchas veces, pero la memoria es mala amiga y, como el mar, siempre nos devuelve todo aquello que le arrojamos. Aquella mañana sentí el olor de la sangre, vi el pánico en los ojos de los que me rodeaban y la inclemencia de los barcos y los aviones masacrando la vida en aquella carretera. Nunca podré olvidar una mirada, la de aquella mujer, aturdida por la locura inmisericorde del momento, que trataba de amamantar a su hijo muerto. Tres días más tarde llegaba a Almería.


2

El pasado martes 9 de febrero nuestro enemigo, ciego de ira, demostró como administra su victoria. Fue en las afueras de Maro, la carretera se empina en los acantilados junto al mar, en la cuesta que llaman de los caracolillos. Allí no hay espacio para los cañaverales, ni para los sarmientos o las pencas, solo para el gris de la gravilla de la carretera y abajo el blanco de las olas. Por allí pasaba la tortuosa riada humana que escapaba de Málaga y de toda la Axarquía, su comarca de poniente, en un éxodo que ya duraba varios días. Los viejos cansados caminaban con las piernas llenas de llagas, las mujeres iban arrastrando a sus hijos, los más afortunados a lomos de algún mulo o dentro de un serón, los pocos milicianos que pudieron huir en camiones ya habían pasado por allí muchas horas antes.



Fue en aquel estrechamiento del camino donde la aviación alemana e italiana, con sus junquers y sus fiats, ametrallaron si piedad al gentío, en vuelos rasantes que iban descargando la muerte por oleadas. Desde el mar la flota fascista, con los acorazados Almirante Cervera y Canarias a la cabeza, disparaban sus cañones. El paisaje en la carretera fue dantesco: una mujer arrodillada con los brazos en cruz rogaba clemencia, algunos viejos se arrojaban al vacio con el objetivo de acabar cuanto antes su dolor, los niños corrían presa del llanto, la metralla pasaba segando los cuerpos, mientras los barcos apuntaban sus obuses hacia las rocas, donde sabían que los desprendimientos causaban más estragos. Un carromato repleto de seres humanos estalló repartiendo su muerte por la carretera. Solo se oían gritos, las explosiones de las bombas reverberando el sonido en un eco continuo y el ruido sordo de las balas. El enemigo estaba tan cerca que podían verles las caras.

Cuando se les acabó la munición, se alzó la niebla. Cientos de cuerpos quedaron tendidos sobre la carretera y entonces sólo se oían las quejas y los lamentos que susurraban los heridos. Ahora el general Queipo de Llano debe estar en Málaga celebrando su pequeña victoria.

Almería, 12 febrero 1.937.

Nota.- Estos relatos novelan una situación basada en testimonios y hechos totalmente reales. Para saber más:
http://servicios.diariosur.es/lahuida/main.html
http://www.malaga1937.es


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12 noviembre, 2009

Los hijos de la noche

Podemos aventurar que la República Española fue el primer país en la historia militar moderna en incorporar comandos guerrilleros en un ejército regular. Los integrantes del “Batallón de Guerrilleros”, debían difundir el descontento, practicar el sabotaje, proceder a la destrucción de vías férreas, dar golpes de mano y atentar contra ciertos personajes. En suma, todo un plan de actividades más o menos parecidas a lo que más tarde, ya durante la Segunda Guerra Mundial, tomaría el nombre de “comandos”. Al parecer el proyecto de ese cuerpo militar (más adelante conocido como el célebre XIV Cuerpo de Ejército) había sido aprobado por Largo Caballero y revocado luego por Prieto, aunque después sería repuesto y cobraría auge.

Cada división contaba con varias brigadas, y éstas, a su vez, mantenían en pie cada una de ellas a unos 140-150 combatientes o guerrilleros, mandados por un capitán de milicias. Estos guerrilleros procedían de la masa de evadidos o de los propios milicianos que se incorporaban como voluntarios a tales unidades. Los grupos destinados a labores de sabotaje se componían, de ordinario, de 5 o 6 miembros y un sargento responsable. Hacían su propia vida "en comuna", con sus propios servicios y sus miembros tenían un marcado carácter independiente, haciendo una vida al margen del ejército regular, que a veces rayaba en la indisciplina. Cada unidad elegía su propio jefe según su habilidad, astucia y valor demostrados en las misiones. Se especula que los hermanos Quero formaron parte de estos grupos conocidos como “los hijos de la noche”, aunque cuando fueron interrogados nada más acabar la guerra negaron haber pertenecido a dichos grupos.


La primera noticia de actuación de “los hijos de la noche” en Andalucía la tenemos en un informe establecido en Sevilla el 22 de abril de 1938 con destino al Cuartel General de Burgos, se indicaba que a las 3,30 h. del 3 de marzo pasado se había registrado un sabotaje en Dúrcal-Motril, entre las estaciones ferroviarias de Gorgoracha y Pilar, en la provincia de Granada. Los autores eran los guerrilleros del XIV Cuerpo de Ejército. Los desperfectos habían sido considerables. Tanto que el tren debió detenerse.

No obstante, la operación más importante realizada por estos cuerpos fue el rescate del fuerte de Carchuna. En la medianoche del 23 de mayo de 1.938 se realizó la que está considerada como la única acción de comando del ejército español. Una treintena de soldados republicanos, voluntarios de la 55 brigada perteneciente a la 71 División del XXIII Cuerpo de Ejército, liberaron a 308 oficiales y soldados procedentes del Ejército Republicano del Norte, todos ellos asturianos, que se encontraban prisioneros en el Fuerte de Carchuna, ya que eran empleados por los fascistas en la construcción de fortificaciones.

La operación se preparó con la información que aportaron cuatro prisioneros que se habían evadido unos días antes y contó con la colaboración de varios paisanos que sirvieron de enlaces y que eran marineros y pescadores de Adra que tenían un buen conocimiento de la zona. El comando formado por una treintena de hombres debía salir del pequeño puerto pesquero de Castel de Ferro e de internarse cuatro millas dentro de las líneas enemigas.

El primer intento se frustró por problemas de logística: una de las lanchas averió el motor y la otra perdió la orientación, llegando incluso hasta la vertical de Motril (una milla náutica, unos 2 kms. más allá del objetivo) en zona "nacional", pasando desapercibida al enemigo. Hay que tener en cuenta que no disponían de embarcaciones especializadas para este tipo de operación, sino barcas de pesca sin luces de posición, en plena oscuridad, sin instrumentos de navegación ni radiofonía, muchos de los comandos integrantes no sabían nadar, intentando confundir el enorme ruido de sus motores con el de los demás pesqueros de la zona.

En un segundo intento, pese al oleaje y la avería de otra de las lanchas consiguieron desembarcar en la Punta de Llano, situada en la costa entre Calahonda y el cabo Sacratif, cerca de Motril, al este de Carchuna. Ante la avería tuvieron que recurrir a una lancha de remos remolcada por una a motor. Como ésta última no podía alcanzar la orilla, parte del desembarco de hombres, armas y explosivos tuvo que hacerse a nado en las todavía frías aguas de Mayo, en pleno silencio y en la oscuridad de la noche. Inmediatamente atacaron la fortificación con el respaldo de otra unidad republicana desde tierra.

El asalto se habría producido «sin grandes contratiempos, después de unas breves escaramuzas en las que los guardianes sufrieron algunas bajas, incluyendo éstas al alférez que mandaba el destacamento que vigilaba a los prisioneros; lograron poner en libertad a los presos, a los que facilitaron algunas armas y granadas, otros tomarían las armas de sus antiguos captores, todo el grupo y sus enlaces pudieron regresar a las líneas republicanas, haciendo el itinerario por la Sierra, junto con algunos suboficiales "nacionalistas" que en realidad eran leales a la República. Sufrieron bajas en la retirada.

Para facilitar el paso del grupo de rescate junto a los 308 asturianos liberados por las líneas del frente nacional de la zona, el 220 Batallón de la 55 Brigada, unidad que cubría el frente granadino, lanzó un «ataque de distracción apoyado por algunas baterías de artillería y de mortero». Así, el grupo de rescate y los prisioneros asturianos liberad
os conseguirían regresar a posiciones republicanas antes de la amanecida del 24 de mayo.

Según contaron los presos republicanos asturianos rescatados en la operación, los guerrilleros que realizaron la operación ni siquiera se dieron a conocer entre sus liberados, simplemente les sacaron "del infierno", y se esfumaron, una vez que comprobaron que los presos ya estaban a salvo en las líneas republicanas. Entre la treintena de hombres que participaron en esta operación estuvieron tres brigadistas norteamericanos del Batallón Lincoln: Irvin Goff, William Aalto y el comandante Alex Kunslich.

Según algunos autores, el escritor estadounidense Ernest Hemingway que cubrió la guerra civil como corresponsal, se inspiró en las audaces acciones guerrilleras de Goff para su famosa obra "Por quién doblan las campanas", que más tarde se llevaría a la gran pantalla en Hollywood, encarnando su papel Gary Cooper. Goof, de origen judío, realizó otras operaciones como la voladura del puente de Guadalaviar, en Albarracín, la destrucción de un convoy militar cargado de soldados italianos del CTV en la línea ferroviaria Córdoba-Los Rosales, y la captura de todo el Estado Mayor de una división franquista en el sector de Tremp (Cataluña). Combatió en España hasta 1.9939 y dos años más tarde, cuando Alemania atacó a la URSS se enroló en los paracaidistas americanos. Debido a su condición de antifascista prematuro y de curtido ex-combatiente en España, que le cerraba el camino a combatir en el frente integrado en fuerzas regulares, conseguiría ser trasladado al OSS (Office of Strategic Services, que más tarde se transformaría en la CIA) constituido para el espionaje, el sabotaje y la guerrilla en territorio enemigo. Combatió como comando guerrillero en Alemania e Italia. Terminaría la guerra con el grado de capitán, el mismo que había alcanzado en la Guerra Civil de España. Durante el periodo de la "Caza de Brujas" de McCarthy, fue perseguido por sus ideas comunistas.

El testimonio de Goff sobre la operación de Carchuna es el siguiente: "Fue algo parecido a una pantalla, desembarcamos treinta y cinco comandos con muchas bombas de mano y libramos la acción, breve y sangrienta, sin obstáculos. Durante el repliegue hacia la playa, dos camaradas españoles, otro estadounidense y yo, fuimos interceptados por soldados enemigos y no conseguimos llegar a tiempo a los barcos, que desamarraron sin nosotros. Nos zambullimos en el mar mientras los fascistas nos disparaban. Los camaradas españoles se ahogaron y vimos impotentes sus cuerpos flotar sin poder acudir en su ayuda. Al amanecer nos escondimos entre los peñascos, y al caer la noche volvimos a nadar hasta territorio republicano. Empleamos tres días para un recorrido de más de cinco kilómetros, para, por fin, estar seguros detrás de nuestras líneas".

William Aalto era de Nueva York, comunista y homosexual. Voluntario en España antes de cumplir los 19 años, Aalto tomó parte en algunas acciones de guerrilla, entre ellas la de Carchuna. Regresó a los EE.UU. a finales de 1938, y cuando éstos entraron en la II Guerra Mundial también se incorporó al OSS. Posteriormente sería expulsado del Cuerpo a instancias del senador republicano William Donovan, por su homosexualidad, integrándose como instructor de Operaciones Especiales del ejército norteamericano en los campamentos de instrucción en Gran Bretaña. Por "conducta inmoral" Aalto también fue expulsado del Partido Comunista.

05 noviembre, 2009

La guerra contra los carlistas del tatarabuelo

Cuando me contaban la historia de la familia, curiosamente el punto de partida siempre era la historia del tatarabuelo que luchó en la Guerra de Cuba. Sólo se trataba de un inicio porque, salvo su participación en esa guerra caribeña y lejana, nadie supo contar mucho más de Antonio López Martín.

Ayer recibí su expediente del Archivo Militar de Segovia y, como si fuera una carta que llega con un retraso de 125 años, la historia del tatarabuelo empezó a cobrar vida. Efectivamente, Antonio había luchado en Cuba con el grado de teniente, que era lo único que la familia había conservado del misterio de su historia, pero su vida había estado marcada por muchos acontecimientos y dos guerras.


Fue un joven que, a los veinte años, se alistó voluntario para luchar como soldado en la tercera guerra carlista. Posiblemente porque, en el entorno rural del que procedía, la carrera militar era la única salida para eludir la miseria del mundo campesino de su pueblo. Hoy que afortunadamente vemos la guerra por televisión en informaciones asépticas y políticamente correctas, me ha sorprendido descubrir las batallas en las que un joven e inexperto se vio envuelto y donde no faltaron las cargas de infantería a bayoneta calada entre la niebla de la pólvora y los cañones.

Después de luchar cinco años como soldado raso, la mayor parte de los cuales durante la guerra, Antonio emprendió una humilde carrera militar que le haría ascender por todos los grados más bajos del escalafón (obrero, cabo 2ª, cabo 1ª, sargento 2ª, sargento 1ª) hasta llegar a teniente, aunque para esto último sucediera, tuviera que presentarse nuevamente voluntario para otra guerra, esta vez la de Cuba. Pero antes de eso había pasado diecisiete años en diversas plazas militares como Granada, Alicante, Barcelona, Madrid, Chafarinas y sobre todo Melilla.

Hoy sé que el teniente maduro que regresó de Cuba y del que la familia hablaba como si fuera una persona importante y de respeto, al menos en el entorno campesino en el que todos luego vivieron, se había ganado a pulso sus galones. Y empezó a ganárselo en una guerra, la única que ha ganado algún miembro de mi familia acostumbrada a las derrotas. Una guerra victoriosa que, aunque consiguió desterrar para siempre al absolutismo de nuestro país, no pudo mantener una republica, en este caso la primera porque ese ha sido el destino de la familia: ver truncados lo sueños republicanos.

Estas son “las batallitas del tatarabuelo” contra los carlistas:

Antonio López Martín ingresó en el ejército el 11 de febrero de 1.874 a la edad de 20 años como soldado de 2ª voluntario del Regimiento de Infantería de Zamora nº 8, 2ª Batallón para participar en las campañas de la 3ª Guerra Carlista. En ese momento, la guerra, que ya duraba varios años, estaba en plena intensidad. Tras la renuncia de Amadeo de Saboya, se había proclamado la Primera República y se producía el tercer conflicto a lo largo del siglo entre los carlistas y los liberales. Los primeros defendían el absolutismo, la iglesia y los fueros y eran contrarios a cualquier progreso en las libertades. La guerra se libró básicamente en los feudos carlistas concentrados en el entorno rural de Cataluña, Navarra y el País Vasco, que curiosamente, pero no por casualidad, actualmente también son las zonas de mayor influencia de los nacionalistas.

El bando liberal había sido derrotado por los carlistas en Bilbao y se solicitaron refuerzos. El 27 de Febrero de 1.874 Antonio partió de Granada en un tren especial para formar parte del Ejército de Operaciones del Norte y llegó a Santander el 3 de Marzo. Cuatro días más tarde embarcó para Santoña y en Mayo formó parte de las acciones en San Pedro de Abanto.

A finales de Junio se dirigió al frente de Estella. El ejército republicano trataba de conquistar esta ciudad de manos de los carlistas. El día 26 se desplegaron en torno a ella, pero el ataque se detuvo por falta de aprovisionamientos, lo cual benefició al enemigo que, comprendiendo el movimiento envolvente, corrió hacia Abárzuza. El día 27 el ejército que había pernoctado a la intemperie, se encontraba rendido de fatiga, hambriento y empapado de agua por las inclemencias del tiempo. El General Gutiérrez de la Concha centró su ataque hacia las trincheras de Monte Muro, donde los carlistas habían concentrado sus defensas. La artillería comenzó el fuego a las 12 mientras la infantería tomaba posiciones para el ataque. Dos horas más tarde los ataques de infantería fueron repelidos en tres ocasiones. El humo era sofocante y no permitía ver las posiciones enemigas, por lo que el general ordenó tocar el alto el fuego. Cuando el humo se disipó, cinco batallones carlistas avanzaban para recuperar sus posiciones a golpe de bayoneta. El general se dirigió a Abárzuza para mandar en persona los cinco batallones que tenía allí situados. Al llegar a la pendiente de Monte Muro arengó a sus soldados y, cuando iba a subir a caballo para lanzar la ofensiva final, fue alcanzado por las balas carlistas, que inmediatamente lanzaron un ataque con el objetivo de capturarle. Sus hombres consiguieron repelerlo y llevarle hasta Abárzuza, donde llegó sin vida. Ante la desmoralización por la pérdida y la imposibilidad de mantener la batalla por las inclemencias del tiempo y la falta de provisiones, se determinó la retirada. Las bajas fueron de más de 1.500 hombres, siendo algunos heridos rematados en la retirada por los carlistas. El resultado de la batalla provocó un retraso del final de la guerra y al tatarabuelo le concedieron la medalla de Bilbao.

Luego participó en el ataque y la toma de Oteiza el día 11 de Agosto a las órdenes del general Domingo Morriones. Según el parte de guerra de dicho general, en la batalla tuvo a su mando a 10.500 infantes, 28 piezas de artillería y 800 caballos. El regimiento de Zamora, donde estaba encuadrado Antonio, fue el primero en recibir el fuego enemigo a las 11 de la mañana y una hora y media más tarde se encontraban ya a cincuenta metros de la trinchera enemiga. En el ataque final al pueblo de Oteiza ocupó el flanco derecho dispersando a los carlistas, la mayoría de ellos navarros. Este ataque no era una operación aislada, el objetivo de Morriones era llamar la atención del enemigo mientras un convoy de víveres y municiones llegaba a Vitoria.


En Septiembre, Pamplona llevaba tres semanas sitiadas por los carlistas, sin que nadie hubiera podido entrar en ella, con el consecuente desabastecmiento de su población. El tatarabuelo formó parte del convoy de víveres y municiones que Morriones consiguió llevar desde Tafalla. En Enero de 1.875 formó parte del avance que consigue levantar definitivamente el bloqueo de la ciudad y la toma el 3 de febrero del pueblo de Puente la Reina. El 24 de Junio le fue concedida por sus acciones en trincheras la Cruz sencilla del Mérito Militar con distintivo rojo. Posteriormente intervino en la toma de Aoiz realizada por el general Reina y estuvo destinado en Huarte y en los montes de Esquinza.

En 1.876 participó en la campaña de Logroño y formó parte de las acciones realizadas en Tolosa. El 13 de febrero formó intervino en la batalla del puerto de Elgueta, de donde consiguieron desalojar a los carlistas que contaban con 12 batallones más artillería. Terminada la campaña pasó a Vitoria y se acantonó en Haro, donde fue licenciado al final de la guerra de forma ilimitada y se le abonó un año de servicio que extinguía su empeño, mitad en activo, mitad en la reserva. En esa situación pasó el año 1.877 en el que terminó sus obligaciones como soldado e inició su trabajada ascensión como oficial.

He podido recopilar esta información gracias al Archivo Militar de Segovia que me ha facilitado el expediente de mi tatarabuelo y al libro La Guerra Civil en España de 1.872 a 1.876 escrito por Juan Botella Carbonell, Un libro que fue publicado en 1.876 !! y al que podéis acceder en el siguiente link: http://www.latinamericanstudies.org/book/La_Guerra_Civil_en_Espana_de_1872-76.pdf

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