24 noviembre, 2009

Arthur Koestler. El último mohicano de la prensa en la caída de Málaga

Arthur Koestler nació en Budapest en 1905, en el seno de una familia de clase media de origen judío. Su madre era vienesa y su padre húngaro. Tuvo una vida cómoda hasta la Primera Guerra Mundial. Su padre, representante de empresas textiles inglesas y alemanas, se arruinó después de la guerra. Esta crisis suscitó en él un sentimiento crítico frente a la sociedad y la adquisición de una fuerte conciencia social. Vivió intensamente la revolución húngara sintiéndose un "comunista romántico". Tras la caída de la "Comuna", escapó de Hungría con su madre y se instaló en Viena. A los 20 años, siguiendo sus ideas sionistas, se marchó a un kibutz en Palestina. Fue dibujante de arquitectura en Haifa, vendedor en un bazar y periodista en El Cairo.

Posteriormente volvió a Europa y empezó a trabajar como periodista especializado en temas científicos para Ullstein, que era la mayor cadena periodística de Europa y un símbolo de la República de Weimar, una empresa que aunaba el progreso, el poder político y el ideal de cosmopolitismo judeo-alemán. Alemania se encontraba al borde de la guerra civil. Tras una crisis económica no superada, la inestabilidad y la violencia política presidían el ambiente. Koestler fue destinado como redactor a Berlín coincidiendo con la ascensión del partido nazi, que pasó de 4 a 107 diputados en el Parlamento alemán. Fue en ese momento cuando se alistó en el Partido Comunista.

Como él mismo dijo: “Una fe no se adquiere por medio del razonamiento. Uno no se enamora de una mujer e ingresa en el seno de la iglesia como resultado de una persuasión lógica”. Fue despedido, al parecer por sus ideas comunistas, y su activismo político aumentó a partir de aquel momento. Viajó a la Unión Soviética durante un año y luego se marchó a vivir a París, donde se habían refugiado muchos intelectuales alemanes que huían del régimen nazi. Allí comenzó a trabajar en el aparato de propaganda del Komintern (la Internacional Comunista). Aunque tenía fuertes convicciones políticas, hacía un tiempo que había comprendido su “fracaso como comunista”, ya que su fuerte personalidad no cuadraba con la disciplina de. A pesar de ello, sus ideales le llevaron a luchar contra el fascismo. La victoria de Hitler y sus posteriores vivencias en la guerra civil española hicieron que mantuviera sus lazos con el comunismo.

Koestler embarcó en Southampton el 22 de agosto de 1936 en el vapor Almanzora, con destino a Lisboa. Viajaba bajo las credenciales del diario inglés News Chronicle que, unos días antes, había publicado detalles acerca del espionaje auspiciado por los nazis en España. El diario inglés tenía en ese momento una tirada que superaba de largo el millón de ejemplares y era uno de los periódicos ingleses que había tomado partido por la causa republicana. Koestler explicaría luego ese momento en el que muchos intelectuales de todo el mundo marchaban a colaborar con la Republica: “España provocó el último estertor en la conciencia moribunda de Europa. La campaña internacional con la que se expresó esa conciencia fue una mezcla de pasión y farsa. España se convirtió en el lugar de encuentro de la bohemia izquierdista que fueron de gira revolucionaria; poetas, novelistas, periodistas y estudiantes de arte cruzaron en masa los Pirineos para concurrir a congresos de escritores, para elevar la moral en el frente leyendo sus obras desde altavoces móviles a los milicianos”.

Pero Koestler fue a España por otros motivos. En Lisboa se encontraban buen número de conspiradores españoles y se alojó en el Hotel Aviz, donde se había establecido el cuartel general de los emisarios de Franco ante la autocracia portuguesa. Obtuvo un salvoconducto firmado por José María Gil Robles y treinta y seis horas después de su llegada, se marchó a Sevilla para mantener una entrevista con el general Queipo de Llano, autorizada por Luis Bolín, jefe del departamento de prensa del bando nacional. Queipo le recibió inmediatamente después de concluir una de sus famosas arengas radiofónicas nocturnas. Las preguntas de su entrevista iban dirigidas a aclarar la amistad de los sublevados con Alemania e Italia y el origen de los aviones de esas nacionalidades que estaban combatiendo a las órdenes de los golpistas. La entrevista fue publicada en portada por el News Chronicle el 1 de septiembre. Uno de los titulares decía: “Dictadura militar si triunfan los rebeldes”. Su primer despacho tuvo una gran repercusión que hizo crecer su fama como periodista.

En Sevilla, Arthur Koestler fue testigo de la cruel represión por parte de las tropas nacionales. “Las calles están llenas de soldados, carlistas de boina roja, legionarios y pilotos alemanes vestidos de blanco, pero el elemento dominante es la Falange fascista, que crece todos los días en una avalancha tan sólo comparable con la oleada de primavera de los nazis en Alemania, hace tres años”.

Después de la entrevista, un corresponsal nazi que había trabajado en la cadena Ullstein y unos pilotos alemanes vestidos con el uniforme de la aviación del ejército español le reconocieron en el Hotel Cristina. Le denunciaron a Bolín que trató de detenerle, pero consiguió escapar a Gibraltar. Un colega francés le comentó a Koestler que Bolín juró que si le volvía a encontrar le pegaría un tiro. Luis Bolín era malagueño, Cuando estalló el alzamiento trabajaba como corresponsal del ABC en Londres y jugó un papel clave, ya que fue quien contrató el Dragón Rapide, el avión que llevó a Francisco Franco de Las Palmas a Tetuán para encabezar la rebelión al frente de las tropas africanas..



Después de su huida a Gibraltar, Arthur Koestler marchó a París y de allí a Londres. Unos meses más tarde viajó por segunda vez a España, esta vez con pasaporte español. Julio Álvarez del Vayo, por entonces Ministro de Relaciones Exteriores republicano, le pidió que buscara pruebas sobre la infiltración alemana desde antes de la guerra. Prefería que lo hiciera un extranjero porque desconfiaba de las divisiones políticas a las que se enfrentaba la República. Koestler recopiló información al respecto, la metió en una maleta y partió en coche desde Madrid con destino a Valencia y posteriormente a París. Era un enorme automóvil que habían puesto a su disposición y cuya carrocería había sido diseñada y construida para el ex primer ministro Lerroux. Con él viajaron tres pilotos comunistas franceses, pertenecientes a la escuadra de Malraux que, por el cuidado que le dispensaba a la maleta, interpretaron erróneamente que contenía oro de la república. El viaje coincidió con la marcha del gobierno de Largo Caballero a Valencia, ante el peligro de que Madrid cayera en manos de los nacionales. Su fuga le llenaría de vergüenza a causa de la posterior y heroica defensa de Madrid cuando todo parecía perdido.

A su vuelta a París, mientras Inglaterra y Francia incrementaban sus esfuerzos diplomáticos con el objeto de  poner fin a la movilización de voluntarios extranjeros para ayudar a la República, Koestler comenzó a escribir su libro “Testamento español”, que él mismo calificaría años después de propaganda. La obra, escrita en alemán, apareció a principios de 1937 y la edición francesa estaba en imprenta cuando Arthur recibió por tercera vez la orden de dirigirse a España. Volvió a viajar con credenciales del News Chronicle hacia Valencia y de allí salió el 26 de enero de 1937 con destino final a Málaga.

Llegó al atardecer del día 28 y en su diario nos describe muy bien la situación que encontró: “Una ciudad después del terremoto. Oscuridad, calles enteras en ruinas; las aceras desiertas, llenas de cartuchos y un cierto hedor que conocía de Madrid; un polvo de tiza suspendido en el aire mezclado con olor a pólvora y ¿será mi imaginación? El penetrante olor a carne humana quemada. Madrid después de los bombardeos parecía un lugar de veraneo comparada con esta ciudad agonizante”.

Durante los días siguientes recogió en sus diarios y en las crónicas que enviaba a su periódico los hechos dramáticos que se produjeron durante la caída de Málaga en manos de los fascistas. Aunque corría grave peligro, su oficio de periodista no podría ocultar su labor de espía, esta vez decidió quedarse. Todos los periodistas huyeron pero como él mismo escribió en su diario: “seré el último mohicano de la prensa en el mundo”.

Se refugió en la casa de Sir Peter Chalmers-Mitchell, un eminente zoólogo británico retirado, sobre la que ondeaba la bandera británica. El anciano era el único inglés que quedaba en la ciudad. Ese día Koestler le había pedido a una compañera que mandara a su periódico un telegrama: “Málaga perdida. K se queda”. En su libro “Diálogo con la muerte” escribiría que se sintió imposibilitado de huir por una decisión interior que le compelía a quedarse para ver el final. En otro libro suyo, “La escritura invisible”, explica: “He tratado de explicar las razones, o racionalizaciones, que me llevaron a decidir quedarme a pesar de todo. En Dialogo con la muerte estas razones se nublan porque al escribirlo yo mismo no las podía comprender. No podía aún hacer cara a esa cobardía revertida, el miedo a sentir miedo, que había jugado un papel principal en mis acciones; ni podía comprender el tortuoso camino del deseo de la muerte”. Arthur y Sir Peter se quedaron toda la noche bebiendo a la espera de la entrada de los nacionales, cada uno guardaba una jeringa con morfina para precipitar el final si fuese necesario.

Luis Bolín entró en Málaga con las tropas nacionales y al día siguiente fue a su antigua mansión. La encontró vacía, pero intacta y se dirigió a la de su tío Tomás Bolín, un falangista perteneciente a una de las familias ricas de la ciudad y vecino de Sir Peter Chalmers-Mitchell. El inglés había ayudado a huir a Tomás cuando el alzamiento militar del 18 de julio fracasó en la ciudad.

Koestler describe la tensa escena del encuentro con su enemigo: cuando Luis Bolín entró en la casa de Sir Peter se sorprendió de encontrarle y se dispuso a matarle allí mismo. En ese momento también llegó Tomás Bolín a recoger unas maletas que le había confiado a su vecino. Sir Peter mantuvo una acalorada discusión con los Bolín en una habitación contigua. Inmediatamente se llevaron a ambos detenidos. Antes de despedirse  el británico  le recitó unos versos del poeta Swinburne: “Vive y llénate de los días y muere cuando te llegue el día, y no hagas mucho caso de la muerte para que en tu día no coseches ninguna maldad”.

Koestler permaneció detenido todo el día en la comisaría y pudo ver cómo comenzaban las represalias de los vencedores. Después de varias horas, le registraron encontrándole dinero republicano, una pluma y la jeringa. Le devolvieron el dinero para que se pagase “el pasaje al cielo”, pero le quitaron la jeringa. Cuando Arthur les pidió la pluma, le argumentaron la negativa diciéndole que no la iba a necesitar allá arriba. Mientras tanto Chalmers-Mitchell, retenido en un hotel bajo promesa de no escapar, aprovechó la primera oportunidad que tuvo para huir a Gibraltar. El arresto de Koestler fue conocido unos días más tarde por su periódico, que organizó una campaña internacional para solicitar su liberación.

A Arthur lo trasladaron en tren a la prisión de Sevilla, donde veinte días después recibió el primer mensaje del exterior. “Era un rollito de papel marrón usado para los cigarrillos españoles, tirado por el visor de la puerta de mi celda, en la cárcel de Sevilla. Al desplegar el papel hallé líneas escritas en caligrafía de niño con muchas faltas de ortografía. Decía: Camarada, sabemos que estás aquí y que es amigo de la República Española. Ha sido condenado a muerte, pero no le fusilarán. Tienen demasiado miedo al nuevo rey de Inglaterra. Solamente nos matarán a nosotros, los pobres y los humildes. No hubo otras cartas. Luego me enteré de que esos hombres fueron ejecutados esa misma noche”. A ellos les dedicaría su libro “Testamento Español”.

Posteriormente recibió en la prisión la visita de un periodista simpatizante de los nacionales que le pidió que firmara un artículo favorable a su bando. Koestler dudó al principio, pero luego pensó que era su “sentencia de muerte moral” y se negó a hacerlo. Esas breves dudas le atormentaron en la celda durante las semanas siguientes. “Ser ejecutado en una guerra civil es una de las formas más desagradables de morir. Y yo tenía mucho tiempo para pensarlo una y otra vez. Uno piensa muchísimo si no tiene otra cosa que hacer que caminar ida y vuelta, ida y vuelta, durante por lo menos dieciocho horas al día y eso durante 97 días”.

Después de ese tiempo, Koestler fue canjeado por la mujer del aviador Carlos Haya, uno de los héroes de los nacionales. Queipo había llegado a ofrecer hasta veintiuna personas republicanas detenidas a cambio de ella. Fue el mismo aviador quien trasladó personalmente a Koestler en su avión hasta La Línea. El canje de prisioneros se hizo en la frontera con Gibraltar. Nunca volvió a España. Según él mismo confesó: “es inútil volver, después de mucho tiempo, a un lugar con el que uno tuvo fuertes lazos emocionales. Uno no hallará lo que busca y tendrá una gran decepción”.

Después escribió la novela Los gladiadores, que habla de una revolución fracasada: la llevada a cabo por Espartaco. La historia fue llevada al cine por Stanley Kubrik. La experiencia en la guerra española marcó a Koestler que fue muy crítico con la política soviética con respecto a la misma. El proceso que Stalin desencadenó contra algunos compañeros y su pacto con Hitler le hicieron abandonar el partido y escribir la novela que le daría fama: El cero y el infinito. A partir de ese momento, el hombre que había sido un ferviente comunista, dedicó su vida a luchar contra el estalinismo y cualquier clase de totalitarismo.

Participó en la Segunda Guerra Mundial, fue apresado por los nazis e internado en el campo de concentración de Vernet d'Ariège. Gracias a la ayuda de un miembro del Servicio de Inteligencia fue puesto en libertad condicional y se estableció en Marsella, desde donde consiguió pasar a Argelia y de allí a Casablanca e Inglaterra, país que, al terminar el conflicto, eligió como su patria y donde vivió el resto de su vida.

En marzo de 1983 Arthur Koestler y su esposa Cynthia pusieron fin voluntariamente a sus vidas en su domicilio londinense con una sobredosis de barbitúricos. Él tenía 77 años y desde hacía siete padecía la enfermedad de Parkinson, agravada con una leucemia. Con su muerte fue fiel a la última causa que defendió en su vida: la eutanasia voluntaria. Era vicepresidente de la Voluntary Euthanasia Society. Si a lo largo de los años sesenta había defendido incansablemente que ningún hombre tiene derecho a matar a otro hombre a sangre fría, en sus últimos años pasó a defender, prioritariamente, que cada hombre tiene derecho a matarse a sí mismo a sangre fría.

Dejó escrita una nota en la que, entre otras cosas, decía: Intentar suicidarse es un juego arriesgado cuyo resultado es únicamente conocido por el jugador si el intento falla. Quiero que mis amigos sepan que abandono su compañía con plenas facultades mentales, con alguna tímida esperanza en una vida posterior despersonalizada más allá de los límites del espacio y del tiempo y de los límites de nuestra comprensión. Este sentimiento oceánico me ha sostenido frecuentemente en momentos difíciles, y ahora también, mientras estoy escribiendo esto.

Leyendo sus palabras podemos entender su vida: "Si he narrado mis aventuras, es porque ellas son típicas de esa especie de la humanidad a la que pertenezco: los exiliados, los perseguidos, los expulsados de Europa; de los miles y millones que, a causa de su raza, de su nacionalidad o de sus creencias, se han convertido en la escoria de la tierra". 

Para saber más de Koestler recomiendo la lectura de sus obras y también del libro de Andrew Graham Yoll: “Arthur Koestler: del infinito al cero”.

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