En agosto de 1940 algunos
republicanos españoles habían sufrido un cúmulo de desgracias: tras la derrota
en la guerra civil, se habían visto obligados a huir de una dictadura que los
perseguía con saña, a cruzar la frontera con grandes penalidades, habían sido
internados en recintos por sus vecinos franceses, obligados a enrolarse en un
ejército extranjero para combatir de nuevo al fascismo, habían visto morir a
muchos de sus compañeros y cómo sus aliados les habían vuelto a abandonar en el
frente de batalla. Pero aún tendrían que enfrentarse a lo peor.
El avance del ejército nazi
capturó a unos trece mil soldados españoles que combatían bajo bandera francesa
y habían sido abandonados por sus aliados británicos en su precipitada huida de
Dunkerque. Como vestían uniforme del
ejército galo fueron trasladados a los mismos lugares de detención que nuestros
vecinos, los llamados Stalags, que se
encontraban en territorio alemán y donde, en teoría, se cumplían los principios
humanitarios de la Convención de Ginebra.
Cuando se estableció el primer convenio sobre prisioneros entre Francia y
Alemania, el ejército francés no quiso reconocerlos como miembros de sus
fuerzas regulares por ser extranjeros. El gobierno alemán se puso en contacto
entonces con la dictadura franquista y ésta tampoco quiso saber nada de sus
compatriotas. Serrano Suñer, cuñado
de Franco, falangista y ministro de Asuntos Exteriores se limitó a decir: “Ésos
no son españoles. Hagan con ellos lo que quieran”.
El 5 de septiembre de 1940 se
ordenó que los rotspainer o rojos españoles fueran internados en los campos de
concentración de categoría 3, adonde iban los detenidos considerados
irrecuperables. En ese momento solo Mauthausen
tenía esa categoría. Más tarde se crearían otros como Auschwitz, pensados para
“la solución final” que pretendía el exterminio masivo del pueblo judío. En
1940 aún no se había desencadenado en toda su intensidad el antisemitismo y el
centro de internamiento de Mauthausen había estado ocupado por presos políticos
alemanes y austriacos.
La locura había empezado el 6 de
agosto de 1940 con la partida del primer contingente con españoles hacia
Mauthausen. Dos semanas más tarde salió de la estación de la ciudad francesa de
Angulema el primer tren que llevaba
familias enteras hacia los campos de concentración. Fueron las primeras
deportaciones hacia la muerte. Los vagones de carga transportaban 927 hombres,
mujeres y niños españoles. Creían que su destino era el sur, la Francia no
ocupada por los nazis; pero pronto pudieron comprobar, por los nombres de las
estaciones que veían a través de las
rendijas del vagón, que su destino era Austria. Tras cuatro días de viaje el
tren se detuvo. Casi la mitad de aquella “carga”: 430 personas, todos los
hombres y los niños mayores de trece años, fueron obligados a salir de los
vagones y a separarse de sus mujeres, madres e hijas sin posibilidad alguna de
despedirse de ellas. Casi el 90% de los ellos morirían allí.
Los testimonios de los
supervivientes acerca de la llegada a Mauthausen son espeluznantes: el viejo
vagón llegando en la oscuridad de la noche, la luz cegadora de los potentes
reflectores que comienza a colarse entre los tablones de madera, el silencio que
inicia todos los miedos, las pisadas de las botas sobre la arena, el ladrido de
los perros, las puertas que se abren y las órdenes gritadas en un idioma
extranjero e incomprensible.
El discurso con el que les
recibió el comandante del centro no dejaba lugar a dudas: señalando la
chimenea, les anunció que ésa sería su única salida del recinto. Más tarde,
después de desnudarles y raparles el pelo, les entregaron un uniforme de preso
con la estrella azul que identificaba a los apátridas y la S de Spanien (españoles).
Las mujeres que se habían quedado
en el convoy pasaron varias horas en una vía muerta, sin saber qué les estaba
ocurriendo a sus hombres. Finalmente el tren inició un un periplo que, tras
adentrarse en Alemania, les llevaría hasta Hendaya.
Un día llegaron a estar detenidas durante más de ocho horas dentro de un túnel,
en la oscuridad más absoluta. La aviación británica estaba bombardeando la
zona. Tras dieciocho jornadas de interminable viaje el tren volvió a detenerse,
junto a la frontera con nuestro país. Un guardavías, que oyó el llanto de una
niña, se quedó horrorizado al abrir la puerta de un vagón y ver aquella
“mercancía”. Las mujeres y niñas fueron recibidas en la España franquista con
gritos de “rojas” y “asesinas”.
A los 430 hombres que se habían
quedado en Mauthausen el destino les reservaba unas condiciones aún peores. Ellos
fueron los primeros españoles en llegar. Hasta un total de 7.300 compatriotas serían
registrados allí, donde fueron deportadas cerca de 200.000 personas. Los que superaban
los 40 años eran considerados viejos y los que sufrían alguna minusvalía eran asesinados
de inmediato. En el aire flotaba el olor a carne humana quemada. Los que no
podían resistirlo se arrojaban a las alambradas electrificadas y los más
fuertes se enfrentaban al trabajo extre, que consistía en extraer bloques de
granito de una cantera situada a pocos kilómetros del Danubio. Allí construyeron
la “escalera de la muerte”, por la que debían subir descalzos, a lo largo de
sus 186 peldaños, con su pesada carga a la espalda. En lo alto se encontraba lo
que los SS alemanes llamaban con ironía “el salto del paracaidista”: una caída
libre de ochenta metros, por donde despeñaban a algunos presos por pura
diversión.
El primer español que murió, el
26 de agosto, fue un malagueño de Fuengirola: José Marfil. En su honor, sus compañeros republicanos consiguieron
guardar un minuto de silencio y hacerle un funeral con honores militares. Es el
único acto de esa naturaleza conocido. Los sorprendidos guardias no volvieron a
permitirlo. Casi 120.000 víctimas, entre los que se encontraban unos 5.000 españoles,
murieron en Mauthausen, que disponía de una cámara de gas capaz de asesinar a
120 personas de forma simultánea.
A pesar de las extremas
condiciones de vida, los “rojos” de Mauthausen son recordados por su esperanza
en la derrota del nazismo, incluso en los primeros momentos, en los que los
alemanes parecían invencibles marchando por toda Europa. Cuando nuestros héroes
alcanzaban el escalón 186 susurraban “otra victoria” y de esa manera, los que conseguían
sobrevivir, veteranos en la lucha contra la muerte, trataban de ayudar a los
nuevos presos. Éstos, provenientes de la resistencia francesa o del frente de
ruso, traían noticias del avance aliado a medida que la línea del frente se aproximaba.
Los últimos meses, con la
sobresaturación ocasionada por los prisioneros llegados de otros centros del
este, las condiciones de vida se hicieron aún más duras. Los miembros más
jóvenes del convoy de los 927 formaron parte del comando de los “Poschacer”, que consiguieron salvar los
clichés y las fotografías del catalán Francesc
Boix. Estos documentos fueron considerados pruebas fundamentales por el Tribunal de Nuremberg para
condenar a los principales jerarcas nazis.
El 5 de mayo de 1945, tres días
antes de la caída del régimen nazi, las tropas estadounidenses liberaban
Mauthausen. Los españoles habían sustituido las banderas alemanas por otras
republicanas y en la puerta de entrada habían colocado una gran pancarta donde
podía leerse: "los españoles antifascistas saludan a las fuerzas
libertadoras".
Tras la caída del nazismo Franco
quiso evidenciar un distanciamiento con Serrano Suñer, principal promotor de la
unidad de acción con los alemanes. El dictador temía que los aliados acabaran
también con su régimen y le interesaba
alejarse de su cuñado, como primer paso para
un acercamiento a los EEUU. Años más tarde, el franquismo, y Serrano
Suñer en particular, trataron de hacerle creer al mundo que desconocían lo sucedido
con sus compatriotas en los campos de exterminio. Afortunadamente los
documentos lo desmienten. Entre agosto y octubre de 1940, mientras los primeros
exiliados españoles eran deportados, la embajada alemana en Madrid remitió
cuatro cartas al régimen franquista, preguntando qué hacer con ellos. Ninguna
fue contestada. Meses más tarde una quinta carta tampoco recibió respuesta. Un
año después recibieron contestación: “Archívese”.
Tras la Segunda Guerra Mundial
los republicanos sufrieron la última derrota. Los supervivientes la
describieron incluso más terrible que los centros de exterminio. Tras la caída
del fascismo en Europa, los estadounidenses empezaron a considerar a Franco un posible
socio frente a la que consideraban su nueva amenaza: el comunismo. Tras
sobrevivir a dos guerras y a las duras condiciones de los campos de trabajo
franceses y de los campos nazis de la muerte, los españoles, que habían dado sus
vidas luchando por la libertad, volverían a ser abandonados.
Los detalles de sus historias
fueron silenciados durante décadas. Incluso con la llegada de la democracia,
los medios de comunicación y los estudios universitarios de nuestro país
siguieron sin interesarse por ellos. En España hemos visto películas y series
de televisión que nos han espantado sobre el trato que dio el fascismo europeo
a sus víctimas, todos recordamos imágenes de los uniformes nazis y de los
campos de concentración. Pero pocos saben que algunos de los hombres,
mujeres y niños que sufrieron ese horror eran españoles y que el franquismo no
hizo nada por ellos.
TV3 produjo un documental titulado El convoy de los 927.
Relata la historia de los primeros republicanos deportados a Mauthausen. Debido
a su contenido y calidad, es el documental más se ha vendido a otras
televisiones. TVE lo emitió dentro de su programa Documentos TV.
Esa verdad incómoda existe, No
podemos, ni debemos ignorarla. Los documentos la guardan. En el siguiente link
están los nombres de todos los españoles víctimas del nazismo. Lamentablemente
nadie hará ninguna película con la historia de esta lista, pero debemos honrar
su recuerdo.
Hola, llegué a tu blog de pura casualidad (si es que existe jeje) y ya me quedé enganchada leyendo.
ResponderEliminarMe parece primordial que todo esto no se pierda en la memoria, más que nada para que no vuelva suceder jamás.
No se que decir... en estos momentos solo puedo llorar porque una gran tristeza me invade. Es simplemente HORROROSO. Y lo peor de todo es que nadie -o casi nadie- hable de los miles de españoles que sucumbieron en los campos de concentración.
Me ha encantado tu estupendo trabajo y con tu permiso te sigo para no perderte la pista.
Tal vez, otro día te pueda comentar algo más, pero ahora... como te dije, estoy conmocionada por lo que acabo de leer (y eso que ya había oído algo de este tema)
Un abrazo con cariño,
Hola Leonor. Creo que son bastantes las personas que llegan aquí por casualidad. Bienvenida. Me alegro que te haya gustado. Encantado de que me sigas la pista. Siéntete libre a hacer los comentarios que desees. Un abrazo.
ResponderEliminarLa Historia guarda infinidad de víctimas en sus cajones, infinidad de ellas aún son anónimas. Son víctimas silenciosas pero cuando hojeamos libros de Historia parece que escuchamos sus gritos. Normalmente asociamos a la Historia con el Pasado, pero la Historia está más implicada más de lo que pensamos en el Presente y en el Futuro, de hecho hoy estamos construyendo Historia. Las víctimas represaliadas del franquismo aún siguen enterradas no solo en las cunetas de la Historia, sino también entre legajos judiciales, a merced de la ideología de un juez local. Las víctimas del bando "vencedor" (yo no creo que niguna guerra se componga de vencedores ni vencidos) fueron reconocidas, fueron honradas, se les hicieron misas, dignas sepulturas, eran víctimas con nombre y apellidos, incluso fueron indemnizados su familiares. Pero las víctimas del "otro bando" los "vencidos" fueron represaliados durante 40 años, e infinidad de víctimas anónimas siguen en el ignoto olvido. Un pueblo, un país, una nación no puede evolucionar mirando hacia adelante con la nariz tapada y sobre una montaña de cadáveres aún sin reconocer. El pueblo que no reconoce a sus propias víctimas no es un pueblo digno. Creo que España sigue sin transición. Nunca la hubo.
ResponderEliminarHola: Un tío mío, el hermano menor de mí madre, murió en Mauthausen el día 14 de Enero de 1942. Soy pues una afectada directa del genocidio nazi. Hace algún tiempo reuní alguna documentación sobre el asesinato de mí tío Francisco Molina Olmos y sigo intentando que se reivindique su memoria en el pueblo donde nació. Poco más se puede hacer ya, pero yo trato de que toda mi familia que es larga y numerosa, conozcan el triste final de mi querido tío y pongo todo mí empeño en concienciarlos para que en la medida de lo posible, su sacrificio no haya sido estéril. Un saludo
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