26 octubre, 2011

La maleta mejicana 1.


El ascenso del nazismo produjo una diáspora en Centroeuropa, muchos judíos huyeron de sus países y buscaron refugio en París, que, a principios de los años treinta, hervía de vida y se convirtió en el hogar de cientos de intelectuales y artistas exiliados. La mayoría de ellos sobrevivían en la miseria, compartían pequeños apartamentos alquilados, dormían en pensiones baratas y pasaban largas horas en los cafés sin apenas consumir lo que no podían pagar. En ese momento, las cafeterías parisinas se convirtieron en el centro de la vida cultural,  de la esperanza y del miedo.

En una foto tomada en la primavera de 1.936 podemos observar una pareja joven, sentada en la terraza de una café de Montparnasse. Comparten una sonrisa cómplice que nos desvela su amor. Ella, con un peinado “a lo garçon” y una boina oscura que sombrea sus ojos, entorna la mirada seductora. Coqueta con esa ropa humilde, primaveral, se nos presenta atractiva, moderna. Él gira ligeramente la cabeza para dedicarle una mirada tierna, parece un hombre seguro, con esa fortaleza interior que tienen los antihéroes de las películas en blanco y negro. Ella es alemana, nació en una familia de origen polaco y se llama Gerta Pohorylle. André Friedmann es húngaro, ambos son judíos y sobreviven como fotógrafos mientras se aman en el París de antes de la guerra. En un primer plano aparecen unas copas vacías, ocupan una esquina de la imagen, detrás un camarero con chaqueta blanca pasa fugaz y un rostro de hombre, del que apenas podemos ver detalles, lee un periódico. Pese a la falta de recursos a que les obliga el exilio, parecen felices. En ocasiones tienen que empeñar su única propiedad, una cámara Leica que siempre consiguen recuperar. Comparten lo poco que tienen, sobre todo los ideales, con un grupo de amigos, inquietos ante el avance de los nazis.



Sólo unos meses más tarde, con el estallido de la Guerra Civil en España, ambos deciden marchar a Barcelona. Durante casi un año fueron testigos del horror que provocaban los bombardeos fascistas y el hambre. En todo ese tiempo recorren, junto a su amigo y colega, el polaco David Szymin “Chim”, las líneas del frente y la retaguardia para retratar la vida de un país moribundo y se convirtieron es testimonio de su sufrimiento, sus fotos explicaron al resto del mundo lo que estaba sucediendo en nuestro país. Nos guardaron para siempre los rostros famosos, pero también anónimos, la mirada ampulosa del general Líster con ese aspecto tan soviético que le otorgaba la enorme y pesada capa y la gorra de plato, las que posiblemente fueron las últimas fotos que le tomaron a Federico García Lorca, donde podemos ver cierta preocupación en su cara mientras conversa con un amigo poeta, la vehemencia de la Pasionaria, rodeada de hombres que la miran, subyugados por sus palabras, en mitad de un discurso, los retratos de varios corresponsales que luego se convertirían en escritores famosos… pero también los rostros de desconocidos, de soldados que duermen en las trincheras a la espera de un combate, de una campesina que amamanta a su hijo al mismo tiempo que escucha al as consignas sobre la reforma agraria en un mitin, los niños que observan con curiosidad a las tropas que desfilan ante sus ojos, las madres que espera junto a una reja en la puerta de la morgue para saber si dentro se encuentran los cuerpos de sus seres queridos…

Pero de todas las imágenes, una serie me impresionó sobremanera. En ella, Gerta duerme sobre una cama de sábanas entreabiertas, arrugadas, envuelta en un pijama de rayas finas que parece muy cómodo. En mitad del horror de la contienda, André quiso guardar para siempre ese momento íntimo de ternura de su amada que vive un sueño plácido. Poco después, en Julio de 1.937, mientras cubre la Batalla de Brunete montada en el estribo de un coche que transporta heridos, un ataque rasante de la aviación provoca una huida precipitada y un tanque republicano golpea el automóvil, haciéndola caer bajo sus cadenas. Gerta muere pocas horas más tarde cuando estaba cerca de cumplir veintisiete años. Su cuerpo es trasladado a París donde encuentra sepultura.



Unos meses antes, aún en la capital francesa, decidieron cambiar sus nombres por Gerda Taro y Robert Capa, pensaron que si se inventaban un ficticio fotógrafo estadounidense podrían cobrar más por sus fotografías y no se equivocaron. La obra de ambos fotógrafos y amantes se confunde durante un tiempo en que la firman de forma conjunta. Capa, desesperado tras la muerte de Taro se vuelca aún más en su trabajo y cubre como fotoperiodista algunas de las batallas más cruentas de la contienda, como la Teruel en mitad del frio extremo del invierno. Ante el triunfo de los franquistas decide volver a Paris con tres cajas que contienen los negativos que ellos y Chim habían tomado durante la guerra. Más tarde, con los nazis a las puertas de la capital francesa consigue a través de Pablo Neruda, entonces embajador de Chile, un salvoconducto que le permite huir a los Estados Unidos. Se marcha, pero antes le pide a un amigo que proteja los negativos. En ese momento no sabía que iba a tardar años en regresar. Con los alemanes aun resistiendo en sus calles, entra la ciudad a lomos de un tanque. El vehículo tiene escrito en letras blancas la palabra Teruel, le acompañan otros  con las inscripciones Guadalajara, Ebro, Belchite. Son los valientes soldados de La Novena al mando de Leclerc, la mayoría de ellos antiguos combatientes republicanos españoles. Ellos son los primeros en entrar en la capital, un detalle que luego la historia olvidará a lo largo de varias décadas.

Capa, que había sido el único fotógrafo que desembarcó con las tropas en las playas de Normandía, era ya  famoso. Nunca encontró las cajas con los negativos. Él no sabía, nadie sabía que cruzaron el Atlántico con el equipaje de un diplomático mejicano. Robert Capa o lo que es lo mismo André Friedmann moriría en 1.954 cuando una mina estalló a sus pies mientras cubría otra guerra, esta vez en Indochina. Desde entonces su fama merecida no ha parado de crecer, Gerda Taro y su obra caían, en cambio, en el olvido. Años más tarde se reconoció la labor de ambos y de otros fotógrafos españoles y extranjeros que cubrieron la Guerra Civil Española, ellos cambiaron el fotoperiodismo. Las cajas con los negativos aparecieron en 2.007 en Ciudad de México. El domingo yo pude ver esas imágenes, forman parte de la exposición “La maleta mexicana” que se expone hasta mitad de enero en el MNAC de Barcelona. Sigo impresionado por aquellas fotografías, con el miedo, el hambre, la lucha, el amor que Taro, Capa y Chim nos legaron, nos guardaron para que no durmieran en el cajón del olvido.



11 octubre, 2011

La eterna estupidez


Es muy difícil escribir una novela sobre un tiempo que pasado que ocurrió bastantes décadas atrás y sobre el que no se tiene la experiencia sensorial de lo que se ha vivido. Objetos, costumbres, palabras, ideas que hoy forman parte de la cotidianeidad no eran habituales hace setenta años o simplemente no existían, otras en cambio han ido desapareciendo, pero hay algo que permanece inalterable: la estupidez humana.

Antes de empezar a escribir la historia de mi novela dediqué un año a tratar de conocer la época en la que transcurría. La tarea se desveló mucho más difícil conforme fui ampliando el periodo y el ovillo se fue deshilachando en múltiples historias. Dediqué muchas horas a leer las ediciones de periódicos a lo largo de algunos momentos muy concretos, leyendo las crónicas diarias podía conocer mejor cómo evolucionaban los acontecimientos. La perspectiva es muy diferente a la que nos ofrecen los libros de historia que, juegan con la ventaja, de analizar todos los episodios en su conjunto cuando ya se conoce el final.  La primera sorpresa que me ofreció ese acercamiento a la historia fue ver como hay circunstancias que se repiten y conductas y políticas de abordarlas que, por desgracia, se realizan de la misma forma.

Durante el otoño de 1.898, el pesimismo cundió entre la prensa y los políticos. La pérdida de las últimas colonias despertó al país de un sueño imperial que se había acabado mucho tiempo antes, pero no fue hasta que la burbuja explotó y la armada española fue destrozada en una sola mañana por la estadounidense cuando el país quiso ver una verdad que había negado durante demasiado tiempo. Se destapó entonces una enorme crisis, no sólo económica sino moral: el país en el que la mayoría creían vivir era más débil de lo que querían aceptar. Fue en esa situación cuando la burguesía catalana, que se había enriquecido como la que más con la guerra de Cuba y el comercio con las Antillas, dio auge a políticas nacionalistas que tan de moda estaban en la Europa de finales del siglo XIX.

Cuando se leen los periódicos de la primavera del 36 se puede observar cómo fue en aumento la espiral de violencia de las palabras, que se tradujo luego en el estallido de la guerra en las calles. El lenguaje incendiario de unos y otros estaba diseñado conforme a un plan establecido, la irrupción de los medios de propaganda, la megafonía, el amarillismo de una prensa al servicio de la subjetividad, la deriva hacia el extremismo de los políticos, todo eso ha quedado en las hemerotecas y aún hoy, más de siete décadas después puede ser leído por todo aquel que quiera ser consciente del momento. Pero la lectura detallada de los periódicos de los meses previos a la guerra y los que siguieron al inicio de la barbarie rebelan otra sorpresa frente a la visión que ofrecen algunos manuales de historia: los hechos transcurrieron no por la fatalidad de un destino escrito, sino por el encadenamiento de muchas circunstancias. Cuando miramos el estallido de la violencia desde la perspectiva actual, nos parece que era inevitable, como una plaga a la que estaban condenados nuestros antepasados, pero fueron las actuaciones de una minoría de extremistas los que provocaron el desastre en la mayoría que trataba de vivir sus quehaceres cotidianos con normalidad.

En los últimos años, y especialmente en los últimos meses, cuando leo algunos de los periódicos de este país, cuando escucho algunas de sus radios, tengo la misma sensación de pesimismo y hundimiento moral que me provoca la lectura de la prensa del otoño de 1.898, también la crispación buscada, la violencia verbal, la total falta de respeto por el adversario político que se destilaba en la primavera del 36. La lucha por los cambios de poder no se limita ya a la confrontación de miradas entre la izquierda y la derecha, sino también entre nacionalistas que parecen muy diferentes, pero que defienden la misma estupidez, que siempre se repite. Durante años el Partido Popular y su caterva de medios de comunicación, lo que vulgarmente se conoce como “caverna mediática madrileña”, han venido gritando su anticalatanismo con el objetivo de ganar votos en el resto de territorios. Han criminalizado el hecho diferencial porque son incapaces de entender que este país se ha construido a lo largo de los siglos gracias a las diferencias y a pesar a los intentos siempre brutales de unificación (Inquisición, expulsión de religiones, absolutismo cerril frente a los avances liberales…). Durante los últimos meses la histeria de los medios de comunicación catalanes ha alcanzado niveles parecidos a los que con tanta insistencia ellos desprecian. Así en las últimas semanas he leído expresiones como rendición frente al terrorismo, terrorismo económico, declaración de guerra a la lengua, golpe de estado a las instituciones, agresión a la cultura, ataque al hecho diferencial… y últimamente la palabra favorita de algunos políticos: desafección.
Todos simplificado a la niñería infantil “si no me dejas jugar con mis reglas me llevo el juguete” o de la amante falsamente despechada “como no me quieres de la forma que me gustaría, me voy”. En las últimas semanas, la estrategia ha dado un paso más. Bajo la forma del desliz de unas palabras dichas sin intención en un entorno determinado, se esconde una estrategia calculada de forma fría y premeditada: voy a insultar al otro para recibir luego sus insultos y poder justificarles a los míos “veis, lo que os vengo diciendo, como no nos quieren lo mejor es que nos vayamos, salvo que nos den todo lo que estamos pidiendo”.

Los nacionalistas de todo tipo (y los españolistas los primeros) retroalimentan la espiral en beneficio propio y en perjuicio de una mayoría silenciosa que calla, como también calló en el 36 cuando se vio desbordada por los acontecimientos. Ayer Durán i Lleida volvió a poner de manifiesto su incapacidad intelectual de la que últimamente no cesan de hacer gala los líderes de los partidos nacionalistas catalanes y hoy, mientras los medios de Catalunya defendían a capa y espada lo indefendible (el amarillismo esta mañana de RAC1 me parecía tan irritante como el de la COPE o Intereconomía,  medios todos ellos que considero on un insulto a la verdad y a la inteligencia) desde Andalucía usaban la munición para responder a los disparos y darle así más balas a sus adversarios.

Y la mayoría empieza a moverse, a derivar con sus sentimientos viscerales, promovidos desde el falso desliz, hacia posturas más extremas. En un momento de profunda crisis en lugar de buscar la necesaria unidad de acción, se encienden las más bajas pasiones patrióticas o regionales para que unos políticos que no tienen otros argumentos puedan subir como la espuma. Todo eso parecería que se mueve en el plano teórico de las discusiones entre políticos, o en los graznidos de las tertulias radiofónicas, pero el problema, por desgracia, es mucho más real porque está minando la convivencia.

Hace unos días, mi hija, que acaba de cumplir seis años, me dijo muy seria que no le gustaba que le hablara en castellano porque debíamos hablar sólo en catalán  ya que era la única lengua de nuestro país y era el idioma más importante. Yo le expliqué que ella era muy afortunada porque tenía dos idiomas y que mientras yo le hablaba en castellano, su madre lo hacía en catalán, que ningún idioma es más importante que otro, y que cuantas más lenguas conociese podría hablar con más gente. Ella me insistía que no era verdad y cuando le pregunté quién le había dicho esas tonterías, me dijo que un compañero de su clase que sólo habla catalán, uno que precisamente le pega a menudo cuando ella se niega a seguirle en sus juegos. Un país que a través del entorno social y familiar enseña el fascismo ideológico, el estalinismo lingüístico a un niño de seis años es un país muy enfermo.  Si unos y otros seguimos jaleando desde las vísceras la espiral de violencia con las argumentaciones y las palabras tenemos un futuro muy negro. Tras las crisis del 98, una profunda corriente revisionista y un espíritu de modernización recorrieron el país más allá de las divisiones nacionalistas y se inició un auge cultural y económico como no se había vivido en mucho tiempo que nos llevó a la considerada época de plata. Tras la locura que se inició en el verano del 36 vino una guerra atroz y una larga y negra dictadura. Ojalá tomemos ejemplo, pero me temo que la estupidez es eterna.