25 abril, 2012

Más vale tarde...


Hay viajes que se gestan durante mucho tiempo, cuando ni siquiera forman parte de la imaginación, y sobreviven larvados en algún rincón del cerebro, periplos que se emprenden de repente sin atender a un rumbo fijo, más allá del azar que sigue al primer paso. En ellos lo importante no es el destino final, ni los años recorridos, sino las vivencias que transcurren paralelas al camino. Este blog ha acabado convirtiéndose en una caja de sorpresas, en un viaje que no ha cesado de traer noticias insospechadas.

Hace unos meses encontré un mensaje en una de esas carpetas en las que se pierden a veces los correos electrónicos de los desconocidos. Llevaba semanas esperándome. El texto era breve. Al otro lado de internet, una persona quería encontrar a los descendientes de José Castro Peregrina. El azar de Google le había llevado a un artículo sobre mi abuelo que publiqué en marzo de 2010 en este blog.


El remitente aportaba poca información, pero suficiente. Las fechas de nacimiento y defunción eran los únicos datos que conocía y quería saber si se trataba de la misma persona.

Buena parte de lo que ocurrió a partir de la tarde del 22 de febrero de 1942 en la vida de mi abuelo materno está oculto tras las cortinas de lo desconocido. El emprendedor que supo hacer negocios como tratante de ganado, el trabajador que se esforzó siempre por un futuro mejor para los suyos, el teniente que luchó por la República para salvar su vida y la de sus familiares, el resistente que se echó al monte después de la derrota, se perdió entre una huida de datos confusos, de infidelidades y egoísmos. Esa tarde, mientras él lograba huir de una emboscada, la Guardia Civil cercaba la cueva donde vivía su mujer y su hija mayor, el escondite donde se refugiaba junto a sus compañeros, la partida de los hermanos Quero. A partir de ese momento, cuando comienzan la tortura y los años de prisión de mi abuela María, él logra desaparecer para convertirse en un superviviente, en una sombra sobre la que nunca, a lo largo de mi investigación, he logrado arrojar más luz.

Por ello, en cuanto leí el mail, lo conteste con semanas de retraso para confirmarle que hablábamos de la misma persona. También le preguntaba los motivos por los que quería conocerme. La respuesta solo tardó unas horas: “Era mi padre”. No se trataba de ninguna sorpresa. Aquellos años turbulentos dieron lugar a amores apresurados que nacieron al calor de situaciones muy difíciles. Pero las infidelidades de mi abuelo venían de antiguo y no siempre fueron apresuradas. Mi familia sabía que José había tenido otras mujeres y varios hijos fuera del matrimonio.

El remitente no podía contarme nada nuevo: había descubierto la información sobre su padre biológico sólo unos meses antes. Desde entonces buscaba su rastro, el de sus descendientes. Fue la casualidad la que le llevó a descubrir unos datos borrados en una vieja partida de bautismo. Fue la curiosidad la que le empujó a descubrir el nombre de su verdadero padre. Fueron la paciencia y el azar que le llevó a mi blog, los que le pusieron en contacto con unas hermanas desconocidas.

En un nuevo mail le mandé mi número de teléfono y, a partir de ahí, nacieron las conversaciones que nos fueron acercando y las historias se fueron cruzando. Las vidas  tomaron caminos muy diferentes y supieron rehacerse de formas diversas frente al abandono paterno. Mi madre y mi tía Resu malvivieron en los conventos de la posguerra mientras mi abuela perdía seis años en las cárceles. En 1950, sin que ellos lo supieran, nacía José. Compartió el mismo abandono por parte del progenitor. Su madre supo encontrar en otro hombre al padre que él necesitaba. Cuenta que de él aprendió el sentido del deber y el camino que, desde su infancia en el norte de África, le llevó a pelear por el futuro hasta llegar a ser capitán de la legión.

Hace una semana José conoció a María. Ella, a sus 77 años, vio a su hermano de 62. Su primera mirada fue emocionada. En su rostro descubrió los rasgos de su padre, con quien guarda un gran parecido. El hecho de que hayan podido conocerse gracias a este blog, aún le da más sentido al viaje que comencé aquí hace un tiempo.

En la mañana del domingo los dos hermanos conversaban en el jardín de mi casa. Sentados al sol, yo los observaba, feliz por el encuentro.

―Nunca es tarde…― le decía él.
―Si la dicha es buena― le contestaba ella.