04 mayo, 2010

La vida en Cuba de un teniente de la brigada de transporte

Antonio López pertenecía al cuerpo de la Administración militar, que fue el que recibió más críticas durante la guerra de Cuba. Su labor, aprovisionar a un ejército numeroso en una guerra que se libraba a mucha distancia de la metrópoli, fue muy complicada. La alimentación era escasa y se basaba fundamentalmente en arroz, tocino y café: Se fueron introduciendo productos locales como la yuca, el boniato, la malanga a la que no estaban acostumbrados los soldados españoles y a los que los sublevados cubanos le sacaron mayor partido. En los últimos días de la guerra apenas quedaban galletas de arroz. Pero si la adquisición de víveres era complicada, su transporte era aún más difícil. Las compañías de transporte a lomo, fundamentalmente mulos, debían llegar a los sitios más apartados e inaccesibles. Los convoyes debían recorrer muchos kilómetros para llegar a sus destinos y por el camino eran asaltados por tropas emboscadas, que obligaron a que la mayoría de los soldados españoles se destinaran a la protección de los mismos.

Los altos oficiales estaban en las ciudades, lejos de los problemas de las zonas rurales y utilizaban los convoyes para su propio disfrute. A veces daban órdenes de cargar una docena de mulas con bebidas, mesas, sillas, tiendas de campaña y utensilios de cocina de uso exclusivo de la plana mayor, mientras los soldados morían de hambre, como es el caso de un joven corneta que murió en la oscuridad de la noche, mientras unos faroles lejanos iluminaban la opípara cena de un general.

Nadie podía apartarse del convoy, se presentía al enemigo por toda la sabana encharcada y tapizada de una diminuta hierba. Sólo se percibían lo sonidos del bosque, como el de una jutía subida a una guásima y el penetrante olor a tierra húmeda y raíces podridas. “Se camina por un laberinto agreste, lleno de acechanzas: a cada instante se teme la sorpresa, el ataque impetuoso, la granizada de plomo que brota de armas invisibles.” El mayor enemigo fue la manigua cubana y el arma más mortífera la picadura de las más de trescientas especies de moscas y mosquitos, como el mosquito jején o lancero, el repugnante rodador, las cucarachas aladas o el bicho candela, que hicieron que el 40% de los muertos se produjeran por fiebre amarilla y sólo un 5% de los soldados muriera en acciones de combate.

La parte oriental de la isla estaba en manos de los insurrectos. Los soldados se concentraban en la trocha de Mariel y en las ciudades de la costa. La situación en Manzanillo, ciudad en la que estaba destinado Antonio, era especialmente difícil para las tropas españolas. Según una crónica de un periodista “no dominamos más que el terreno que pisamos. Poseemos tan solo las poblaciones de importancia, que son las que están en el litoral; no reciben más víveres que los que les llegan por mar. Para conducir un convoy, tiene que salir toda la brigada y tiene que poner de exploradores dos batallones. Los pueblos del interior están muy mal racionados y como la brigada no puede salir á operaciones, porque está dedicada única y exclusivamente á la conducción de convoyes, apenas llega á Manzanillo de retorno de conducir uno a algún pueblo, tiene que alistarse para conducir otro á otro lugar […] Cada conducción de convoy nos cuesta de veinte y cinco a treinta bajas, pero nada de esto dicen los partes oficiales. Se entierran á los muertos y se acabó el ocuparse más de ellos, pero si una mula se despeña o se inutiliza, entonces se forma expediente para averiguar las causas que motivaron ese percance, y se pierde el tiempo y la paciencia lastimosamente en averiguaciones inútiles. Los insurrectos han ideado unas trincheras, desde las que nos causan bastantes bajas, sin que por nuestra parte se las causemos á ellos. Consisten en unas zanjas hasta la altura del hombre, dejan una hendidura y con palmas y tierra tapan la parte que comprende á la cabeza, de modo, que hieren a mansalva nos hacen desde ellas un tremendo fuego. Cuando destocan algunas compañías á la descubierta, a tomarles las posiciones, entonces los insurrectos se corren por la misma zanja hasta buscar la salida.”

Manzanillo es una ciudad costera en la parte sudoriental de la isla. La región contaba con unas condiciones excepcionales para la agricultura por ser sus tierras fértiles y ricas, ubicadas en llanos que se benefician de un régimen de lluvias frecuentes por su cercanía al macizo montañoso de Sierra Maestra. Debido a esas condiciones, la región resultó muy atractiva para los plantadores de caña. La ciudad actuaba como un centro exportador de azúcar y tenía una burguesía local, fundamentalmente española, que se reunía en os centros culturales como el Casino Hispano. A la ciudad habían llegado un buen número de emigrantes canarios. Cerca de Manzanillo se había fundado, apenas un año antes, el central “Santa Teresa”. Alrededor de la industria se estructuró el batey, con su tienda, telégrafo, fonda e iglesia. En cada uno de los laterales de la carretera se erigieron los barrios obreros, que se destacaban por la uniformidad de largas hileras de pequeñas casas, donde residía el personal administrativo y técnico de la industria. En el centro de los barrios, sobre una meseta, se alzaba de forma imponente la casa del administrador de la Compañía Teresa Sugar Company, un majestuoso bungalow de dos pisos sobre fuertes columnas de madera y anchos corredores. La vivienda estaba comunicada con la industria a través de una calle recta y sombreada de dos hileras de palma real.


El transporte de caravanas se hizo cada vez más difícil. Weyler decidió a finales de año abandonar la guarnición que protegía el río Cauto y confío toda la red de abastecimiento a convoyes terrestres fuertemente protegidos, que avanzaban lentos y vulnerables en mitad de la manigua. A finales de ese año quedó detenido en Bueyito un convoy de 165 carretas que salió de Manzanillo para Bayamo y fue atacado por el camino por los insurrectos. La columna que los custodiaba estaba formada por 2.450 hombres al mando del general Rey. En los combates murieron seis oficiales y dieciocho soldados y los heridos ascendieron a setenta y seis. El convoy finalmente llegó a Bayamo el penúltimo día del año.

A principios de 1.898 un corresponsal de El Imparcial hacía balance de las penurias que habían sufrido los convoyes en los dos años anteriores “nuestras columnas van necesariamente por un campo que el enemigo domina, y han de andar leguas y leguas, 30 ida y 30 vuelta de la boca del río Cauto a Manzanillo, por entre emboscadas y malos caminos, perdiendo el ganado que arrastra las carretas, pagando muy caro por la conducción, regando el camino de enfermos y agotando durante la jornada la comida que se lleva para aquellos pueblos y aquellos destacamentos que viven aislados”

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