23 enero, 2014

Finales de enero

El camino de la escritura no avanza siempre en línea recta y a menudo se pierde entre una niebla densa de miedos e incapacidades. Puede avanzar con furia en breves momentos y luego se detiene, retrasándose en desvanecimientos repentinos. Cuando no avanzo en una escena, trato de leer libros para aprender de los maestros o repaso algunas de las ya escritas y siempre acabo encontrando más defectos de los que me gustaría. Hace unos días regresaba al capítulo 7 que aparqué hace meses, a aquellos días, también de finales de enero, cuando el ejército de Franco decidió lanzar el ataque definitivo sobre Málaga desde todos los frentes y decenas de miles de personas se echaron a la carretera en mitad de la lluvia, que se iba convirtiendo en nieve conforme se empinaba hacia los puertos.
Cuentan los testimonios que, en mitad de la tormenta, el miedo y el cansancio hizo que sólo se oyera el silencio: un absoluto silencio en mitad de la multitud. Yo imaginaba a mi abuela, al que el avance enemigo le pilló en Jayena, un pueblo al sur de Granada, huyendo con mi madre, que entonces aún no había cumplido los dos años. Ella nunca contó nada de lo sucedido y cuando empecé a plantearme la historia que quería contar ignoraba si había participado de ese éxodo dramático. Meses más tarde pude leer la auditoría de guerra que siguieron contra mi abuelo después de la derrota. En ella confesaba que el avance enemigo le sorprendió cerca de Málaga –lo que no decía es que requisaba caballos y ganado para el ejército Republicano por las sierras- y que se dirigió a Jayena a la búsqueda de su mujer y su hija, pero no las encontró hasta días más tarde.
La realidad volvía a ponerse de parte de la ficción que estaba inventando. A partir de ahí, los testimonios de las víctimas, las crónicas de los periódicos, los partes de guerra y los libros de historia  llenaron el silencio que acompañó a mi abuela durante toda su vida. El mismo silencio abrumador en el que avanzaban los que huyeron de aquella desgracia, mientras el agua se convertía en nieve y caía  cada vez más despacio.
En homenaje a ellas y a toda aquella multitud que se enfrentó al frío, a las balas de la aviación alemana y a los obuses de los barcos franquistas, dejo aquí estas palabras…
“El camino se empinaba sin descanso, se retorcía a lo largo de decenas de curvas que parecían llevar al fin del mundo. La lluvia caía más despacio a medida que avanzaban y, a la altura del puerto, se había convertido en aguanieve. Suspendidos del aire helado, los primeros copos empezaron a caer con un murmullo lento de tristeza y se prendía con suavidad sobre las ropas mojadas, con una constancia desesperante que calaba hasta los huesos. A pesar de ello, la nieve escasa se diluía a sus espaldas, como si se negara a dejar huellas sobre el pasado que iban dejando atrás sin saber que les iba a deparar un mañana tan incierto que no existía más allá de la próxima curva.
Un frío espantoso bramaba entre los barrancos y dificultaba el avance de los que huían en mitad de la tormenta. María observaba la cara de su hija, envuelta en mantas, protegida por la pleita de esparto. Miraba el rostro de la inocencia dormida, ajena por un instante a la desgracia de la guerra; sus manitas que abrazaban con toda la fuerza de su instinto protector una pequeña muñeca, casi rota. Rendida en el balanceo del mulo, trataba de proteger a su único juguete de la inclemencia que les rodeaba.
Una familia de campesinos se apiadó de ellas cuando la lluvia comenzó a arreciar al principio de la cuesta y la pequeña lloraba sin consuelo ante los brazos agotados de su madre. El hombre la cogió con sus manos grandes y la metió dentro del único hueco que quedaba en el cujón, los otros tres estaban ocupados cada uno por un niño. El mulo iba con las cinchas bien apretadas, tan cargado con las criaturas que muchas veces se detenía, remoloneándose hasta que su dueño amenazaba su terquedad con la fusta.
Con el paso de las horas los grupos se fueron disgregando. Los que caminaban delante de ellos desaparecían entre la niebla a lo largo de los muchos recodos que dibujaba la carretera y, cuando volvían a verlos, siempre eran menos numerosos. Los más fuertes caminaban a su ritmo, sin mirar atrás, y se perdían a lo lejos. Las familias, en cambio, acomodaban el paso para permanecer juntas, para buscar la pequeña e ilusoria protección que ofrece el cariño en los momentos difíciles. Así, María se fue quedando rezagada, con la única compañía del matrimonio y el mulo con los críos.”

Nota.- La ofensiva contra Málaga se inicio en el frente oriental el día 22 de enero, cuando las tropas de Franco salieron de Granada y en pocos días conquistaron todo el sur de la provincia. La tempestad que les hizo tan difícil la huida a la población civil que, espantada, se echó a la carretera, sin quererlo se pudo de su parte y detuvo la ofensiva. Días más tarde, cuando mejoró el tiempo, los ejércitos nacionales siguieron avanzando y la multitud indefensa se hizo enorme al incorporarse a la misma los que huyeron de Málaga.

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