15 enero, 2014

La concisión en la novela, 14 de Jean Echenoz

Lo breve es dos veces bueno dice un refrán. A menudo el miedo al papel en blanco me hace escribir páginas innecesarias, como si pensara que un buen escritor tuviera que alargarse en detalles prescindibles y confundo, de forma errónea, que la capacidad narradora no siempre se traduce en el talento de llenar hojas sin descanso. Por fortuna en esos casos, trato de recordar la frase de Hemingway que ocupaba la portada de la carpeta que me entregó la Escola d’Escriptura en mi primer curso novela: “la papelera es el primer mueble en el estudio del escritor”.
Siempre he creído que a un libro de más de quinientas páginas le sobran unas cuantas, aunque también defenderé el derecho del escritor a conferirle a su historia el tamaño que crea más conveniente. Hay  bastantes obras que superan el millar, como Vida y destino de Vassili Grossman, que son magníficas. Jean Echenoz en su última novela, titulada 14, es un gran ejemplo de concisión ya desde el propio título. En ella nos describe la Primera Guerra Mundial, un tema de aniversario y ampliamente tratado en la literatura, con una mirada diferente, seleccionado con precisión los hechos en los cuales se quiere detener y obviando otros ya manidos por otros muchos que le antecedieron, como el propio narrador nos advierte:
“Habiéndose descrito mil veces, puede ser que no valga la pena demorarse más en esa ópera sórdida y pestilente. Puede ser, incluso, que no sea útil ni pertinente comparar la guerra a una ópera, y menos aún si no nos gusta la ópera y si, como es, es grandiosa, enfática, excesiva, llena de esperas penosas que hacen mucho ruido, y a menudo, a la larga, son bastante aburridas”.

Nunca había leído a Echenoz. Le descubrí por la admiración que siente la crítica hacia su obra: los suplementos literarios de los periódicos hablaban maravillas de él y, por una vez, estaban en lo cierto. Su estilo, que en ocasiones se muestra muy flaubertiano, sabe encontrar la palabra precisa y el ritmo exacto. La primera escena, que nos presenta al protagonista: un contable gris de veintitrés años que pedalea contra el viento una tarde de verano, me parece una gran entrada a la historia. Con cierta frecuencia los escritores –incluso los más alabados- no saben contar los grandes acontecimientos de la guerra sin incluir a algunos de sus personajes más famosos: generales, políticos, héroes…Echenoz se limita a contarnos la realidad a la que se ven obligados a enfrentarse un grupo de amigos del que podríamos formar parte cualquiera de los lectores.
Una guerra que todos, incluidos los propios personajes, pensaba que iba a durar quince días y se convirtió en la primera masacre industrializada a gran escala,  que no iba a respetar ninguna regla y que “Como todo el mundo, pero sin acabar de creérselo, Anthime se la esperaba un poco, pero no se imaginaba que pudiese caer en un sábado”.
Fotografía de Frank Hurley Hulton Archivo Getty
A partir del primer festivo de agosto en el que Anthime oye a lo lejos, entre la furia del viento, el rebato de las campanas que llama a la movilización mientras asciende con su bicicleta una pequeña colina, su vida y la de sus amigos cambiará para siempre y Echenoz nos lo cuenta con una precisión casi minimalista, no exento de una fina ironía que convierte la guerra en un absurdo ridículo como podemos leer en uno de los primeros ataques a bayoneta mientras a retaguardia suena la música: “Entretanto, mientras la orquesta cumplía su cometido en el combate, el brazo del barítono resultó atravesado por una bala y el trombón cayó gravemente herido: el corro fue estrechándose y, aunque su formación hubiera quedado mermada, los músicos continuaron tocando sin emitir una nota discordante, hasta que al retomar la estrofa en que se alza el estandarte sangriento, el flauta y el viola cayeron muertos”…
Desde la llamada a filas, los desfiles felices y las despedidas, el autor encuentra una voz omnisciente fría y neutra que adquiere la suficiente distancia para contarnos una historia coral donde tienen cabida el hambre, el fango, las trincheras, las explosiones, los piojos y la muerte, pero también la vida en la retaguardia, las avenidas que se vacían de hombres, las mujeres que lloran en silencio a sus muertos o el éxito empresarial de una fábrica de zapatos de cada vez peor calidad que se enriquece con el sufrimiento de los soldados. En definitiva todo un mosaico de la realidad contado en poco más de noventa páginas que se leen en un suspiro y alcanzan una sencillez que podría parecer fácil, pero que requiere de muchísimo oficio. Una maestría que podemos ver en los diálogos –no hay ninguno en toda la novela-, pero las conversaciones de los personajes suenan - ¡y de qué manera!- a través de la voz del propio narrador.
Fotografía de Walter Koesller
Muchos críticos recuerdan otros libros que tratan la Primera Guerra Mundial, ahora que se cumple el centenario de su inicio. A mi 14 me trae a la memoria a uno de las que nadie habla: Sin novedad en el frente de Eric María Remarque, un libro magnífico que leí hace ahora un año y que sólo la pereza y el trajín de las obligaciones cotidianas impidió una reseña en este blog. Encuentro ciertos ecos de él en Echanoz: su visión amplia desde el inicio de la contienda hasta su final a través de un grupo de soldados –en este caso alemanes- y la mirada de uno de ellos que, malherido en el frente, también prueba el sinsabor de las secuelas en la retaguardia. Pero, a diferencia de Remarque, que nos cuenta sucesos que vivió en carne propia, Echenoz los narra –según contó en alguna entrevista- tomando como punto de partida las vivencias que un familiar anotó en una agenda.
No obstante, no creo que 14 alcance el grado de perfección del que habla la mayoría de la crítica. Ese narrador omnisciente pierde para mí el foco cuando narra los hechos desde un presente mentiroso, como sucede en el capítulo del combate aéreo, o en algunos relacionados con la vida cotidiana de Blanche, el personaje femenino o también cuando, conocedor de todos los detalles, se instala en un futuro ventajoso que nos advierte de las consecuencias que acabará teniendo la guerra. Eso no impide que sea una magnífica novela, de una lectura totalmente recomendable, en la que los aprendices de escritores podemos entender el imprescindible uso de la papelera para los detalles superfluos.

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