06 octubre, 2024

El día del lobo

 

Descubrí a Antonio Soler hace más de dos décadas, cuando el inicio de su novela El nombre que ahora digo me dejó fascinado: He perdido mi patria, dejó escrito Gustavo Sintora en el inicio de uno de sus cuadernos. Pero cuando escribió esas palabras, Sintora no hablaba de ningún país, de ningún ejército ni territorio, de ninguna bandera. Su patria fue una mujer, una mujer que tenía nombre y ojo de atardeceres. Me atrapó la historia de una banda de personajes camino de la derrota que sobreviven en la tramoya de la guerra.

Años más tarde, reconocí en El camino de los ingleses los paisajes de mi adolescencia malagueña, por donde se movía otra banda de personajes memorables, como el Babirusa o la Señorita del Casco Cartaginés, que a veces rayaban la parodia. En el centro de nuestras vidas hubo un verano… comienza aquella historia que, a mí sin ningún motivo ni conexión real, me recordaba al último verano que viví en Málaga.

Hace unos tres años Apóstoles y asesinos me transportó a la Barcelona de principios de siglo pasado y a las luchas sociales.

Ahora, con El día del lobo nos narra el cuento de su infancia, que también fue el de mi adolescencia.  Y cuando describe a su abuela materna de esa forma:  La alumbraba el sol de la tarde en aquel sofá de escay marrón, cerca de la terraza, en un piso del número 68 de la calle Martínez Maldonado, Málaga, casi cuarenta años después. Franco todavía vivo, Una estufa de butano adornada por un tapete de croché y una maceta de cintas... yo recuerdo, de forma ligeramente parecida y a poco más de dos kilómetros de distancia, a mi abuela María en otro piso, del numero 49 de la Avenida del Doctor Marañón.

Ese fue el cuento de mi infancia. El más impresionante. El cuento que siempre le pedía a mi abuela materna que me contara. Su viaje al infierno. Allí siempre estaba el lobo acechando. Mostrando los colmillos afilados, su sed de sangre. El lobo que vino todos los días. No había encantamientos, brujas ni monstruos de tres cabezas que pudieran compararse con aquella historia. Con esa esa frase comienza el texto de la sábana final del libro. Y no puedo estar más de acuerdo: siempre me han fascinado esos momentos mágicos, en los que diferentes miembros de mi familia me contaban la historia de María. Mi desgracia es que mi abuela murió cuando yo tenía 8 años y no pude tener las conversaciones que Antonio Soler tuvo con la suya. Su historia me llegó de forma deslavazada y oral y no pudo ordenarse hasta que, de forma casi milagrosa, descubrí que en un olvidado archivo militar existía un Sumario de guerra por ayudar al maquis -entre ellos mi abuelo- y en otro olvidado museo municipal su expediente penitenciario que cuenta ocho años de su vida en una cárcel de la posguerra.


Llevo quince años intentando escribir una novela que cuente la historia más maravillosa que me han contado. Un proyecto varado demasiado tiempo a la espera del momento y la inspiración adecuados. Uno de los episodios más dramáticos –en el que más he trabajado- sucede en a lo largo de varias carreteras que llevaban hacia Almería. Por rutas y momentos diferentes escapaban mi abuela, acompañada de mi madre María de apenas dos años, que huyeron desde Jayena, su marido -mi abuelo José- desde Málaga y dos de sus hermanos: Pepe y Ángeles que habían elegido el peor momento para huir desde Granada.

Durante más de un año dejé el trabajo que pagaba mi hipoteca para centrarme en la investigación histórica y vagabundeé por todas las bibliotecas leyendo todos los libros que encontré relacionados con el tema. Me atrevo a afirmar, por muy rimbombante y falto de modestia que parezca, que me convertí en una inútil eminencia sobre el tema.

El día del lobo llegó a las librerías el jueves pasado. En mi agenda mental tenía una cita ineludible. He devorado en dos días las paginas de esta novela. Algo “normal” en alguien obsesionado con “La Desbandá”. Eso quizás me convierta en un crítico exigente y difícil, pero a la vez entregado, difícilmente objetivo.

Por las páginas de este libro de Antonio Soler vuelven a aparecer, como en todos los anteriores, personajes maravillosos. Los que hayan leído mi blog conocerán las apasionantes historias de Arthur Koestler, sir Peter Chalmers-Mitchell, el coronel Villalba, Luis Bolín, Norman Bethune, Gamel Woolsey… que allí agrupo con el epígrafe Los personajes que no caben en mi novela

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/search/label/Los%20personajes%20que%20no%20caben%20en%20mi%20novela

Antonio Soler les ha encontrado cabida en El día de lobo y comparten sus páginas con los miembros de las familias Soler y Marco. Quien quiera conocer detalles sobre La Desbandá los encontrará aquí con rigor histórico y ecuanimidad. Este libro describe la complejidad de lo sucedido huyendo de esas visiones parciales y maniqueas con las que muchos quieren recordar la Guerra Civil. El horror fue provocado por ambos bandos, aunque la contabilidad del mismo fuese muy dispar, como nos resalta Soler.

Al repelente sabiondillo que escribe este texto le interesan mucho más las historias de esa abuela que se tuvo que hacer estraperlista para sacar adelante a su familia, o de ese abuelo que era krausista sin saberlo, llevado por ideales igualitarios que encendieron de esperanza tantos corazones luego derrotados; o de ese otro abuelo convertido en un santo laico que vela por todos; del cabo Soler Vera -padre del escritor- que vuelve a aparecer conduciendo un camión y acompañado de su amigo Doblas, como ya hacía en aquella primera novela que leí hace tantos años; o del impetuoso Manolito que se perdió en mitad de un bombardeo…

Todos ellos en mitad del horror donde “el tiempo dejaba de existir” porque “cuando parecía que todo acababa, que el estruendo menguaba, renacía y se redoblaba con más virulencia, con más hambre, dejando en una insignificancia el espanto anterior, creciendo en una espiral que llevaba camino de ser inacabable hasta acabar con el último atisbo de vida en los alrededores de la carretera”

La novela rinde homenaje a las víctimas de esa infamia en la que, junto a centenares de miles de personas, estaba también mi familia. Lo hace en un momento en el que están desapareciendo los últimos supervivientes. No hay una sola “desbandá”. Hay miles de historias tan diferentes y a la vez tan parecidas. Fueron silenciadas durante demasiado tiempo. Por ello, me llena de emoción que un escritor alce sus palabras para mantenerlas con vida. Pocas historias me resultan tan cercanas como el cuento más impresionante de la infancia de Antonio Soler y creo que de la de otros muchos.

Creative Commons License


29 septiembre, 2024

Quiero estar despierto cuando muera

 Nunca imaginé que ocurriría mientras nadaba. Me había levantado temprano y decidí ir al mar. […] Era una mañana hermosa mientras íbamos hacia la playa. Había una brisa fresca, y todo parecía en calma. De esa forma tan apacible puede comenzar una guerra. Y es así como Atef Abu Saib comienza este libro que subtitula como el diario de un genocidio.

Nacido en el campo de refugiados de Jabalia en 1973, este escritor gazatí que ha publicado varias novelas y colecciones de cuentos, reside en Cisjordania desde 2019. La guerra le atrapó un amanecer en una tranquila playa de Gaza. En ese momento de calma dibuja una imagen que, a pesar ser habitual, encierra un mal presentimiento: Como siempre, los buques de guerra de Israel usurpaban el horizonte a la vista de todos.

Acompañado por su hijo de 15 años, lo que era una visita familiar que debía durar unos días, se convirtió en un infierno narrado como un libro de memorias, para fijar unos acontecimientos que no deben quedar impunes en el olvido. “Las memorias de la guerra son extrañamente positivas, porque para tenerlas tienes que haber sobrevivido” nos cuenta al comienzo del libro, pero Atef iba describiendo el horror al mismo tiempo que sucedía sin saber si ese día sería el último. En esa situación es imposible ser positivo.

Una de las reglas que debe cumplir una buena historia es que los personajes vivan experiencias transformadoras que los conviertan en algo muy diferente de lo que fueron a su inicio. En este libro la vida o la muerte cambian a cada párrafo según el azar va lanzando sus dados, sin dejar apenas ningún espacio para la esperanza: En tiempos de guerra, los primeros minutos después de despertarte son los más estresantes. En cuanto te levantas buscas tu teléfono para verificar que ninguno de tus seres queridos haya muerto.

Con un estilo conciso y una sucesión de frases cortas, la narración nos va presentando decenas de personas con sus nombres para recordarnos que no estamos ante una ficción sino ante la cruda realidad de la guerra: Ya todos los días se han fundido en uno: hoy como ayer, el mismo bombardeo, las mismas noticias, el mismo miedo, el mismo olor. Nada cambia.

Es un libro devastador. Obliga en ocasiones a saltarse párrafos para huir de tanta desesperanza, que su narrador dibuja con imágenes muy precisas: Algunos niños han inventado una nueva e ingeniosa forma de que su historia sea contada, o al menos quede registrada, incluso después de haber sido despedazados por un misil israelí. Para que sus cuerpos sean reconocidos, han empezado a escribir sus nombres con marcadores en las manos y en las piernas. Algunos incluso escriben los números de teléfono de sus familiares para que puedan llamarlos e informarlos de su muerte.

Pero es tan devastador como necesario. El ejército israelí está perpetrando un terrible genocidio mientras la mayoría de los gobiernos ”democráticos” miran para otro lado. Dicen que en una guerra la primera víctima es la verdad y en Gaza los periodistas son los principales objetivos militares. Por ello me parece honorable que un hombre en mitad del horror se haya dedicado a escribir un diario para recordarle al mundo lo que está sucediendo y que las modestas historias de las personales normales, que están siendo asesinadas en Palestina no acaben en el olvido:  Detrás de cada ataque, los recuerdos se dispersan junto con los escombros y los misiles; las historias se borran.

El libro contiene el relato de los tres primeros meses de la guerra. Muchas veces sin luz, sin internet, sin saber si podría llevarse algo de comida ese día a la boca, su escritor no cesó en su lucha. En los momentos en los que podía, mandaba mensajes de whatsapp, muchas veces audios, a su editor inglés para componer esta obra. Me vino a la memoria la imagen de Vassili Grosmann escribiendo Vida y destino – uno de las mejores novelas que  he leído- sin saber si, en mitad de lo más duro de la dictadura estalinista, podría sacar lo que estaba escribiendo al mundo exterior para ser publicado.

No se puede encontrar ya Quiero estar despierto cuando muera en ninguna librería. La edición se ha hecho sin ánimo de lucro por parte de diez editoriales de varios países. El importe íntegro se destina a labores humanitarias en territorio palestino y, para evitar costes innecesarios, solo se imprimía bajo petición en una campaña a través de internet que, por lo que veo en el siguiente link donde yo hice mi pedido, ha finalizado.

https://blackiebooks.org/atef-abu-saif-quiero-estar-despierto-cuando-muera/


Al registrar mi pedido recibí una amable advertencia indicando que tardarían algunas semanas en realizar la impresión y el envío. Ya casi no me acordaba de él cuando lo recibí por mensajero, pero no pude evitar el comienzo inmediato de la lectura de un libro que había sido impreso expresamente para mí.

Todo se convierte en normal si ocurre con suficiente frecuencia, incluso la muerte. Nos dispara en la conciencia este libro. El 10 de diciembre Atef pudo salir de Gaza en compañía de su hijo que había cumplido 16 años solo unos días antes. La guerra allí aún no ha acabado. La cifra de personas asesinadas supera las cuarenta mil y el gobierno de Netanyahu, el mayor criminal de guerra de las últimas décadas, amenaza con extenderla al Líbano y a todo Oriente Medio.

Escribo este texto el mismo día en el que Netanyahu intenta justificar su infamia ante la Asamblea General de la ONU. No quiero imaginar los miles de historias que siguen hoy sucediendo en Gaza y espero que algún día la historia condene a los asesinos que están perpetrando este genocidio y también a los políticos que están siendo cómplices.

Creative Commons License


15 febrero, 2024

Caminando por la memoria (2 de 2)


En la entrada que escribí ayer en el blog hablaba de las historias y los personajes que fui conociendo cuando inicié la investigación histórica para la novela que llevo escribiendo desde hace más de una década. Pero lo que me motivó a caminar la Marcha de la Desbandá es la memoria de mis familiares que la sufrieron. Su historia, que se había ido transmitiendo de forma oral a lo largo de las generaciones, se certificó el día que encontré la Auditoría de Guerra de mi abuelo. Todos los presos republicanos debían firmar ese documento cuando eran detenidos, que explica los detalles de su guerra particular. El resto de los detalles aparecen en decenas de libros que leí sobre estos hechos…


A las tres de la madrugada del viernes 22 de enero partió de la carrera del Genil y del Paseo del Salón en Granada una larga columna de camiones. Transportaba un tabor de Larache, un batallón de Lepanto, dos compañías de milicias, dos escuadrones, dos baterías y una sección de zapadores. Sus órdenes eran claras: “la marcha se hará lo más rápidamente posible, a fin de lograr el objetivo principal (Alhama) en una jornada. Caso contrario, las columnas armonizarán su desplazamiento a fin de coincidir ante este objetivo”. Había comenzado el avance franquista por el noreste hacia Málaga.


Solo unos días antes mi tía abuela Ángeles, su hermano Paco y un amigo al que llamaban el Chico Pericas decidieron “pasarse” al territorio republicano. Desde el fusilamiento de hermano Paco a finales de octubre vivían con el miedo en el cuerpo. Una mañana en la que iba desde su casa en Churriana, un pueblo de la vega, hacia Granada, donde estaba la fábrica de tabaco en la que trabajaba, recibió el aviso de que los falangistas estaban deteniendo por el camino a todos los que consideraban que podían tener simpatías por la República. Ángeles se escondió entre las altas cañas de un campo de maíz. Su dueño había sido asesinado y la cosecha estaba aún sin recoger. Estuvo horas escondida hasta que, con la primera oscuridad de la noche, regresó a casa de sus padres. Esa madrugada debió de ser larga. Hubo discusiones sobre qué hacer. Al final decidió huir con su hermano. Antes de que amaneciera su padre los escondió en un carro de bueyes, bajo por una pequeña montaña de estiércol. Ya en las afueras del pueblo comenzaron a caminar atravesando Las Gabias -la Chica y la Grande- y luego La Malahá, escondiéndose cada vez que intuían algún peligro. Llegaron a la línea del frente ya de noche y se encontraron con los primeros soldados republicanos.


Con la luz de la mañana Ángeles vió la actividad frenética que había en el campamento. Habían llegado municiones y todos andaban agitados esperando el inminente avance del ejército nacional. Cuando pudieron quitarse el olor espantoso de encima, les dieron de desayunar. Los víveres estaban en cajas con letras escritas en ruso. Ella nunca olvidó el color de la mantequilla azul, tan diferente de la que ella estaba acostumbrada. Después continuaron la marcha con destino a Jayena, el pueblo del sur de la provincia donde vivía su hermana María. En la mayoría de los campos ya se había realizado la siembra, si bien aún había hazas donde no se había segado el trigo. La aceituna ya había sido recogida y sus frutos se amontonaban en muchas casas. Ellos entonces aún no lo sabían, pero ése era el mismo camino por el que solo unos días más tarde iba a avanzar el enemigo del que estaban huyendo.


Ese mismo día, 22 de enero, mi abuelo José Castro Peregrina entraba en Málaga al frente de un rebaño de ganado que había estado requisando durante varios días por las sierras. A pesar de su juventud, era tratando de ganado y tenía experiencia con los animales. Edward Norton, un americano que vivía en Málaga y sentía ciertas simpatías por los franquistas recoge en su diario la impresión que causó entre los hambrientos habitantes de Málaga: “Trajeron a Málaga una gran manada de ganado, para impedir que las bestias cayeran en manos de las tropas de! general Franco, según nos dijeron. Cuando pasaban por La Caleta, oímos un gran coro de mugidos, relinchos, rebuznos y gruñidos, junto con gritos y blasfemias de los impacientes y temerosos arrieros, que les metían prisa para que avanzaran. Estos animales venían del noreste de la provincia donde los nacionales avanzaban en un ataque sorpresa desde Granada.” La ciudad estaba sumida en el caos y apenas quedaba comida. No quedaba aviación que la defendiera y estaba a merced del enemigo.


Las noticias del avance de los fascistas ya habían llegado a Jayena. Mi abuela María Álvarez López cogió a su hija María, mi madre, que entonces apenas tenía un año y medio y comenzó la huida. Cuando sus hermanos llegaron al pueblo no la encontraron. Las calles estaban vacías, llenas de la remolacha que se había recogido para plantar trigo. La aceituna estaba a medio recoger y los campos estaban llenos de sacos con la que había sido recogida. Jayena cayó en manos de los fascistas el 24 de enero. Entonces comenzó un fuerte temporal que hizo mucho más difícil el avance, pero que también paró las operaciones militares. El enemigo aprovechó para incorporar importantes refuerzos: las tropas italianas del Corpo Truppe Volontarie (CTV) que contaba con cuatro divisiones, la primera de ejército regular y las otras tres de milicianos fascistas.


En cuanto las malas noticias llegaron a Málaga y a pesar del temporal, José decidió regresar a Jayena para salvar a su mujer y a su hija. El boquete de Zafarraya parecía la puerta hacia el infierno. Una marabunta descendía serpenteando entre las curvas de la carretera. Pese a las advertencias de lo que huían José decidió seguir adelante hasta que la realidad se impuso a su voluntad. Primero encontró un grupo de cadáveres. debían haber sido asesinados por alguna avanzada. Más tarde divisó tropas enemigas que avanzaban con rapidez. Tuvo que volver sobre su pasos, manchar su cuerpo con la sangre de los muertos que había encontrado en el camino y tumbarse entre los cadáveres.


Durante varios días María caminó con su pequeña en brazos, mientras su marido y sus hermanos las buscaban. Sus rastros se pierden en la locura de La Desbandá. Mi abuelo siempre la recordó como una enorme e inútil masacre. Ángeles y Paco tuvieron que esconderse entre los cañaverales para evitar la metralla de los aviones. Algunos de los que se escondieron nunca se levantaron. Fueron días de muerte, horror y locura.


Mis abuelos José Castro y María Álvarez

Todos se acabarían encontrando algunos días más tarde. La línea del frente quedó establecida en Castell del Ferro y se establecieron cerca de allí: en la Rábita. El desastre de la caída de Málaga provocó la calidad de Largo Caballero. Fue sustituido en la Presidencia del Gobierno por Juan Negrín, un hombre más culto y preparado. Se reorganizó el ejército y José fue llamado a filas. Formó parte del cuerpo de Intendencia de la 85 Brigada que se estableció en Berja. Su misión siguió siendo requisar ganado, sobre todo caballos.


Ya al final de la guerra estuvo varios días y noches sin dormir. Le dieron unas pastillas rusas que le quitaron el sueño y le ayudaban a combatir el cansancio, Debería conseguir el mayor número de caballos posible. ël no lo sabía pero su misión formaba parte del Plan P, diseñado por el General Rojo como el último y desesperado intento por cambiar el curso de una guerra que se estaba perdiendo. El plan fue abortado en el último momento por desacuerdos entre diferentes miembros del alto mando.

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2009/12/el-plan-p-el-ultimo-intento-de-la.html


Tras la guerra mi abuelo fue encarcelado primero en la prisión del Alhama. De allí fue trasladado a la cárcel de Granada y luego al campo de concentración de La Espartera, cerca de Baza. Cuando fue liberado se unió a la partida de los hermanos Quero que continuaron luchando en los primeros años de posguerra en la ciudad de Granada.

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2010/03/los-secretos-del-abuelo-desconocido.html


Mi abuela les dió cobijo en su cueva del Barranco del Abogado. Cuando la Guardia Civil se enteró, la torturó -estaba embarazada de su tercera hija- y la puso frente a un pelotón de fusilamiento para que confesara dónde se escondía su marido con el resto de miembros de los Quero. Nunca lo hizo. Siguieron contra ella un consejo de guerra: la Causa 595 que la acabó condenando a 10 años. Pasaría casi ocho años en las cárceles de Granada y Málaga.

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2010/07/la-causa-595.html


Mi abuelo huyó y vivió durante décadas en Holanda. El resto de los Quero tuvo un final dramático

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2010/12/los-hermanos-quero-el-dramatico-final.html


No hay una única Desbandá. Hay tantas como historias de los que la sufrieron, diferentes rutas de huída, con finales muy distintos. Todas ellas son igual de importantes y todas merecen la pena ser recordadas. Caminando por la memoria también los rescatamos del olvido.





Creative Commons License


Caminado por la memoria (1 de 2)

El sol calienta la mañana de febrero en la terraza del hotel en Castell del Ferro. Es martes y trece. A lo largo de los últimos días hemos caminado tres etapas -casi 60 kilómetros- de la VIII Marcha La Desbandá, que se celebra en memoria de los centenares de miles de personas que huyeron de Málaga durante la Guerra Civil. Llevaba demasiado tiempo deseando participar y al hacerlo he saldado una vieja deuda personal. Ha sido un honor y un placer compartir sendero con tanta gente de lugares tan dispares. Me ha sorprendido la cantidad de personas venidas de lejos de Málaga: vascos, navarros, catalanes, madrileños, franceses… con los que he tenido ocasión de conversar a lo largo de la ruta, contando y escuchando historias que se entrelazaban tejiendo complicidades.

He caminado por la memoria de mis familiares que sufrieron esta masacre hace justo ahora 87 años, por la memoria de centenares de miles de personas, en su mayoría mujeres y niños, que caminaron más de doscientos kilómetros a lo largo de la carretera de Málaga a Almería huyendo del terror fascista mientras eran perseguidos por la infantería italiana, ametrallados por la aviación alemana o bombardeados por los barcos franquistas.


Comenzamos la marcha en la 4ª etapa que partió de la Catedral de Málaga. La emoción sólo necesitó unos pasos para aflorar, los pocos que tardaron las mujeres que encabezaban la marcha en cantar el himno de La Desbandá. Más de setecientas personas avanzamos por el parque, el paseo marítimo y las playas de El Palo hasta llegar al Peñón del Cuervo. La etapa acabó en el llamado Paseo de los canadienses, que recuerda la labor desarrollada por Norman Bethune, uno de esos personajes fascinantes que se vieron envueltos por los acontecimientos y del que he hablado en este blog:

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2010/02/el-heroe-desconoocido.html


La 5ª etapa se inició en Almuñécar y, tras atravesar Salobreña, acabó 18 kilómetros más adelante en la desembocadura del río Guadalfeo. Todo el rato fui justo detrás de Manolo Teniente, el hombre que siempre encabeza la columna con una bandera republicana sobre sus espaldas. Estaba vez acompañada por la bandera palestina, ya que esta marcha -que recuerda una masacre que sucedió hace casi nueve décadas- no podía olvidar otra que está sucediendo en nuestros días. Y al igual que ocurrió entonces, con la completa pasividad de las democracias occidentales. Manolo sabe muchas cosas sobre los hechos históricos que rodean La Desbandá. No sólo los grandes acontecimientos políticos, sino también las pequeñas historias de las personas sencillas que los sufrieron y que son las que a él más le interesan. Para mí, que llevo años obsesionado con este tema, fue un lujo compartir pasos y conversación con Manolo. 


Desde la vanguardia podía ver cómo se alargaba la columna, formada por 537 personas, serpenteando entre las curvas. Al llegar al río Guadalfeo charlamos con una mujer francesa que nos explicó la historia de su padre. Podíamos ver la emoción en sus ojos cuando hablaba del comandante del ejército republicano que pudo huir en el último barco que zarpó del puerto de Alicante para acabar en un campo de prisioneros en Argelia, donde ella vivió muchos años antes de trasladarse a Toulouse. Junto a la desembocadura de ese río ahora casi seco que, 87 años antes, bajaba crecido por las lluvias, murieron muchas personas intentando atravesarlo:

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2012/10/el-puente-sobre-el-rio-guadalfeo.html


La 6ª etapa arrancó en Torrenueva. Está vez me quedé en la cola esperando a mi primo Ernesto, que se incorporaba a la marcha. Desde allí los senderistas parecían una larga fila de hormigas que avanzaban entre los rayos del sol por las crestas de los acantilados. Tras el fin de semana, el número bajó a las 154 personas que nos avituallarnos con naranjas, higos secos y pastelitos de guayaba en el Castillo de Carchuna. Otro lugar que guarda una de esas historias que tanto me fascina, ya que allí se produjo la primera operación de comandos de un ejército regular, cuando una treintena de guerrilleros republicanos, entre cuyas filas había bastantes combatientes de las Brigadas Internacionales, asaltó la prisión liberando a más de 300 presos asturianos:

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2009/11/los-hijos-de-la-noche.html


Continuamos caminando por la playa en la que sucedió una maravillosa historia que también he contado en este blog, la de la Escuadrilla España formada por André Malraux:

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2012/10/el-final-de-la-escuadrilla-espana.html


https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2015/01/la-palabra-del-aviador.html


Y donde se produjo la muerte de un brigadista holandés Jan Frederikus Stolk, uno de esos personajes que vinieron desde tierras lejanas a luchar por la República Española

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2014/12/el-heroe-desconocido.html


Justo cuando el camino comenzó a empinarse apareció por sorpresa mi primo Antonio. En ese momento nos juntamos 4 primos descendientes de personas que sufrieron La Desbandá: el cuarto Pepe Enguix colabora con la organización de la Marcha y es un histórico que cada año camina todas las etapas. Fue un momento especial porque, a pesar de la dureza de la cuesta que sube hasta las trincheras del frente que se estableció tras el avance franquista y que duraría hasta el final de la guerra (el del Almería fue el último frente en rendirse) las conversaciones sobre la historia de nuestra familia hicieron más leve el esfuerzo.





Para nosotros la Marcha acabó en Castell del Ferro, el pueblo hasta donde llegaron los primeros soldados republicanos que lograron parar el avance. Tampoco me pude resistir a contar hace unos años la historia del Batallón Chapaiev de la XIII Brigada Internacional.

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2013/03/el-final-de-la-huida.html


Todas esas historias se mezclan con las de mi familia: mi madre María, que apenas tenía un año y medio en aquellos dramáticos días de febrero de 1937, mis abuelos José Castro y María Álvarez, y dos hermanos de ésta: Pepe y Ángeles. Pero ésa es otra historia que contaré mañana….


NOTA.- Publico esta entrada en el blog el día en el que el ministro de Política Territorial y Memoria Democrática ha informado de la publicación este miércoles en el Boletín Oficial del Estado (BOE) del inicio del procedimiento de declaración de 'La Desbandá' como lugar de memoria democrática. Hace unos días mientras caminaba junto a mi primo Pepe Enguix, que colabora con la organización de la Marcha, me explicaba cómo los pueblos por los que pasa la ruta y que están gobernados por el PP no permiten que se señalicen con marquesinas que expliquen la historia.


Pepe: ¡Ve preparando esas marquesinas! Vuestro trabajo y esfuerzo para que se conozca el sufrimiento de centenares de miles de personas acabará dando resultados!!!!



Creative Commons License