18 agosto, 2013

Las viejas fotos de Cuba

Tuve la suerte de conocer a mi abuela María. Murió cuando yo tenía ocho años. A pesar del sufrimiento al que el azar de la guerra y la posguerra la habían condenado, aún conservaba genio en la mirada. Desde muy niño pude advertir la admiración con la que todos hablaban de ella, el orgullo con el que narraban su historia.

Del tatarabuelo Antonio, en cambio, nada sabíamos. El único detalle conocido por la familia es que regresó con el grado de teniente de la Guerra de Cuba y que su hija, la bisabuela Antonia, rezó durante los tres años que permaneció en la isla antillana para que volviera sano y salvo. Cuando solicité su expediente militar al Archivo de Segovia no podía imaginar lo que iba a encontrar. El documento fue el extremo de un hilo del que comencé a tirar: la historia que guardaba el enmarañado ovillo no deja de sorprenderme aún hoy. La pulcra caligrafía decimonónica comenzó a nombrar lugares que desconocía, una geografía lejana que se perdía en las montañas del norte o en ciudades caribeñas: Abanto, Monte Muro, Manzanillo, Cienfuegos

Con el paso de los meses fui descubriendo detalles de los hechos en revistas antiguas, en grabados magníficos que me acercaban a ellos, en periódicos que los contaban con una rabiosa actualidad, imposible de encontrar en los libros de historia. Quedé atrapado por aquellas batallas de hace dos siglos, con sus asaltos a punta de bayoneta y un heroísmo que no tiene cabida en las guerras modernas. Los soldados eran solo fichas en un tablero, pero aún veían al enemigo y llegaban a enfrentarse cuerpo a cuerpo, a intercambiar cigarrillos, a interesarse por familiares y amigos que combatían en el bando contrario.

Antonio López Martín tuvo la mala suerte de estar en sus dos guerras siempre en el lugar equivocado en el peor momento. En San Pedro de Abanto formó parte del ataque final, el más desesperado. En Monte Muro no está claro si ése volvió a ser su papel o si estuvo entre las últimas tropas en marchar, las que cubrieron la retirada de todo un ejército en mitad de la derrota. Y en Cuba su cuerpo, la Administración Militar, también se llevó la peor parte: eran los encargados de internarse en la manigua para llevar provisiones a los lugares más remotos, expuestos a los mambises y a los mosquitos en caminos impracticables y selváticos.

Mi admiración por el tatarabuelo fue creciendo con la lectura de los documentos, pero no podía ponerle rostro a sus sentimientos. Los “Mitaíllas” no conservábamos ninguna fotografía suya.  En las cajas guardadas como un tesoro por la familia fueron apareciendo las caras de todos los personajes, pero no había rastro del teniente y sus rasgos quedaron al albedrío mentiroso de mi imaginación.

De forma casual, una llamada de mi prima Alicia, que forma parte de una rama más lejana de la familia, me abrió a la esperanza: marchaba de vacaciones al pueblo de la vega granadina donde nació nuestro antepasado común y otra prima, que ni siquiera conozco, conservaba fotografías más antiguas.


Las imágenes fueron llegando primero al teléfono móvil de mi tía Victoria y luego a mi correo electrónico: el tatarabuelo Antonio se nos presentaba desde un pasado muy remoto con una sonrisa, vestido con el traje oscuro del ejército. Las estrellas de teniente en la manga y una insignia borrosa, imprecisa, que solo podían pertenecer al cuerpo de Administración Militar, nos ayudaron a identificarlo entre otros rostros.



Luego apareció en una foto anterior, con barba algo más oscura y el uniforme de rayadillo que vistieron las tropas en la Guerra de Cuba. Posa acompañado por otros tres compañeros, con altas botas oscuras, fustas y cuerdas propias de un regimiento de transporte con mulos. Un rasguño de la fotografía condena la cara de unos de ellos al olvido, pero las de los otros tres son bien visibles: con bigotes decimonónicos y ojos que no miran a la cámara. Los dos del centro dirigen su mirada hacia la izquierda con porte orgulloso, la de Antonio, menos gallarda, esconde cierta melancolía.


Su historia ha cogido ya tanto vuelo que no me cabe en la novela, demasiado larga, demasiado compleja según el consejo de otros que saben más que yo del oficio de escritor. Al final creo que no voy a tener más remedio que hacerles caso: ni siquiera he escrito una pequeña parte de mi primera novela y ya tengo la segunda esperando. Es más, buena parte del material  ya escrito forma parte de ella y deberá dormir en un cajón durante más tiempo.

2 comentarios:


  1. https://fbcdn-sphotos-e-a.akamaihd.net/hphotos-ak-frc3/v/t1.0-9/522456_10200840877126901_1668826350_n.jpg?oh=af92b5c6cd012cccd972a8e676dbdcd2&oe=548D5109&__gda__=1419218500_59c21a2a98d390317a46e6364fbdd678

    ResponderEliminar
  2. https://fbcdn-sphotos-e-a.akamaihd.net/hphotos-ak-frc3/v/t1.0-9/522456_10200840877126901_1668826350_n.jpg?oh=af92b5c6cd012cccd972a8e676dbdcd2&oe=548D5109&__gda__=1419218500_59c21a2a98d390317a46e6364fbdd678

    ResponderEliminar