07 agosto, 2013

La batalla de Monte Muro VI. La retirada

En cuanto el general Echagüe se enteró de la gravedad de la situación se subió a un caballo, pese a estar muy enfermo de disentería, y se dirigió a Abarzuza. Así lo narra Galdós: “El primer Jefe que se presentó en Abárzuza fue el General Echagüe, que enterado del desastre tomó el mando del Ejército a pesar de hallarse muy enfermo. No olvidaré nunca la cara del Conde del Serrallo cuando vio el cadáver de su amigo y maestro. El dolor concentrado y mudo no tuvo jamás expresión más fiel que la que le dieron aquellas facciones duras, angulosas, de soldado curtido en cien combates. La primera determinación de Echagüe fue convocar Consejo de Generales y Brigadieres.. Por unanimidad acordose la retirada del Ejército a Tafalla para el amanecer del siguiente día. Y al cabo se circularon órdenes a fin de que el movimiento se realizase aquella misma noche.”
Como justifica La Época en su edición de agosto de 1874, no había otra elección posible: “Doloroso era en extremo volver sobre sus pasos, cuando uno más hubiera dado al ejército la posesión de Estella, pero sin municiones de boca no de guerra, puesto que las segundas se hallaban agotadas y las primeras habían llegado en una cantidad insuficiente para el ejército; inferiors éste en número al enemigo; colocado en el hemiciclo en cuyo fondo se asienta Abárzuza, con fuerzas contrarias a vanguardia y retaguardia y quebrantada la moral del soldado por la pérdida de un general en Jefe que gozaba de grande y merecido prestigio, intentar un nuevo a ataque al día siguiente habría sido insensato; permanecer en las posiciones hasta esperar los elementos de que carecía, sobre ser punto menos que imposible, creaba al gobierno todos los embarazos de una situación militar forzada. La retirada era precisa y el General Echagüe la ordenó”

Movimientos de retirada del día 28 de junio de 1874

La narración en la novela de Galdós alcanza entonces sus momentos más brillantes: “Las tropas se pusieron en marcha. El desfile de las de la derecha fue protegido por las del centro. Las de la izquierda mantuviéronse en sus posiciones hasta que desfilaron todas las demás. El cadáver del Marqués del Duero fue colocado con misterio sigiloso en un furgón de Artillería, y los heridos quedaron en Abárzuza confiados a la humanidad del enemigo. Como el éxito de la operación dependía del tiempo que se ganase y de que los carlistas no advirtieran la retirada, se apresuró ésta todo lo posible y se tomaron minuciosas precauciones. Determinose prohibir a los vecinos de los pueblos por donde había de pasar la tropa el encender luz ni fuego en las casas; se advirtió a todo el Ejército que nadie podía fumar, del General en Jefe para abajo; se conminó con penas severísimas al que imprudentemente produjera el menor ruido. De este modo, bajo la protección del silencio y de las sombras, realizose el prodigio de que antes de amanecer hubiera desfilado ya la muchedumbre armada, incluso la Artillería y los convoyes, por delante de las posiciones de Villatuerta, sin que los realistas sospechasen siquiera lo que ocurría en el campo liberal.”
Las compañías del Regimiento de Zamora, que formaban parte del 1er Cuerpo del Ejército, habían permanecido hasta las nueve de la noche en las posiciones de Arandigoyen, tal y como se les había ordenado. A las doce de la noche el general Rosell llegó a Villatuerta, donde dos horas más tarde se recibió una carta manuscrita a lápiz del general Echagüe en la que se comunicaba la muerte del Marqués del Duero y que añadía: “Para proteger nuestra retirada el general Rosell deberá ocupar las alturas de Villatuerta y no las abandonará hasta nuestro paso”.

En cuanto las tropas de Rosell ocuparon sus posiciones y las de Melitón Catalán las suyas en Arandigoyen, la artillería empezó a cañonear los altos de toda la línea para que el enemigo no saliera de sus trincheras. Una vez más los soldados del Regimiento de Zamora se convieron en protagonistas de la escena: “El convoy, aunque dificultado por el estado  del camino de travesía desde Murillo a la carretera vieja de Oteiza, a causa de la abundante lluvia del día anterior, pudo ir llegando a aquel último punto, cubriendo el trayecto la división Catalán, que tuvo que sostener un nutrido fuego y rechazar los ataques del enemigo tanto por la parte de Arandigoyen como por la de Villatuerta. […] Fue notable sin duda aquella retirada, con inmenso convoy, desfilando después majestuosamente por malos caminos, ante un enemigo no despreciable, conteniéndole de posición en posición, desplegando batallones y haciendo fuego por escalones y en masa.”

En ese punto, vuelvo a la narración de don Benito: “Ya era día claro y nos aproximábamos a Oteiza cuando los carlistas se dieron cuenta del fúnebre desfile. Tarde conoció el enemigo su engaño, y fue inútil cuanto intentó para molestar a nuestras tropas. Las columnas delanteras donde iba el furgón mortuorio avivaron el paso. Las de retaguardia, combinadas con las fuerzas de Rosell y de Reyes, tomaron posiciones y contuvieron el tardío movimiento de los soldados de Dorregaray, retirándose después por escalones con el orden más perfecto. No se perdió ni un hombre, ni un fusil, ni un cañón, ni una acémila, ni un carro del convoy: la retirada dispuesta por Echagüe en Abárzuza fue una brillante aunque triste página militar. En las encarnizadas acciones del día 27, las bajas del Ejército de Concha habían sido: 121 oficiales y 1.300 individuos de tropa fuera de combate, más 268 extraviados y prisioneros.”

El general Echagüe se lo expreso asó al Ministro de Guerra: “No se ha perdido nada del material de artillería, ni un solo carro de los 200 que traje desde Murillo, ni una sola acémila de las 2.000 que seguían en el ejercito, ni una res de las 250 que se llevaban para abastecerlo”

Un día más tarde, el 29 de junio, la 2ª División del 1er Cuerpo se situó en Lárraga. El soldado de segunda Antonio López Martín había dejado atrás su segunda batalla que, como la primera, había acabado con una derrota dolorosa. Sólo habían transcurrido cuatro meses desde su alistamiento en el ejército, pero ya había tenido que afrontar difíciles peripecias. Derrotado, pero vivo, al tatarabuelo aún le quedaban dos años de guerra por delante. 

El siguiente número de La Ilustración Española y Americana recoge en su edición una noticia: “La muerte del general Concha ha sido la nube más densa y triste que ha enturbiado el horizonte nacional estos días. Azotados por el vendaval, calados por la lluvia, agarrotados por el lodo, nuestros bravos soldados avanzaban a través de una granizada mortífera de proyectiles”. Anunciaba también “el viaje para ponerse al frente de las tropas del ministro de la Guerra, general Zabala”

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