12 noviembre, 2013

El alcalde de los años más oscuros

Correteando, por culpa de la novela, a través  del entorno social de la Granada gris y cruel de posguerra me he encontrado con otro personaje curioso: Antonio Gallego Burín. El que fuera dos veces alcalde de la ciudad y gobernador civil de la provincia durante los primeros y más opresivos años de la dictadura es un claro ejemplo de la evolución hacia el fascismo de buena parte de la derecha española.

Había nacido en el seno de una familia burguesa granadina. En 1914 se licenció en Letras y meses más tarde, con tan sólo veinte años de edad, se afilió a las juventudes mauristas. El estallido de la Primera Guerra Mundial aceleró en la sociedad europea algunos cambios que venían larvándose desde hacía tiempo, entre ellos la fiebre nacionalista que se propagó no sólo por los países contendientes. En  1917 Antonio Gallego abandonó el partido de Maura por el regionalismo de Cambó, figura emergente en la política, aupada por la burguesía industrial catalana que se había enriquecido con la contienda en Europa. Abrazó con fervor la idea del “imperio de las naciones” que tanto deseaba Cambó y criticó a los que les tildaban de separatistas.

No obstante sus ideas estaban llenas de contradicciones. No dudó en criticar el pujante andalucismo de Blas Infante porque consideraba que Andalucía lo que necesitaba era “un periodo de educación política” y era contrario a su autonomía porque le “acarrearía males infinitos”

1920 decidió presentarse a las elecciones municipales, pero la enorme derrota electoral le hizo retirarse a su labor universitaria y abandonar la política “embrutadora e idiotizante”. La llegada de la Dictadura de Primo de Rivera, con sus ideales de regeneración nacional y fuerte sentimiento católico, le hizo concebir esperanzas que se frustraron para él de forma rápida. En 1929, cuando la dictadura comenzaba a agonizar se aproximó aún más la Lliga Catalana de Cambó y, según una carta que le escribió ese año a un amigo, consideraba que “Cataluña es el único pulmón español que respira el aire de Europa”.

Las elecciones municipales de 1931 se convirtieron en un pleibiscito a la Monarquía y los Regionalistas catalanes de Cambó se acercaron al viejo maurismo con el objetivo de evitar la victoria republicana. Otra derrota le obligó a Gallego a regresar de nuevo a su actividad académica, en la que permaneció durante toda la Segunda República hasta que, tras el golpe de estado de los militares y el estallido de la guerra, vistió las “mangas verdes” de Defensa Armada, las milicias civiles que ayudaron a implantar el nuevo orden. Un año más tarde, en 1937, de la mano de sus amigos y confundadores de la Falange, Julio Ruiz de Alda y Alfonso García Valdecasas ingresó en ese partido y estuvo al frente de la propaganda en Granada.

El 3 de junio de 1938 fue nombrado alcalde la ciudad y su primera medida fue la construcción de una Cruz a los Caídos. Entonces ya era un firme defensor de imperialismo nacional y los principios de la Nueva Cruzada “La paz de España para ser sólida y duradera ha de asentarse en los filos acerados de nuestras bayonetas”. Para él la guerra, y con ella los asesinatos y fusilamientos que habían llenado Granada de terror, tenían  “carácter una auténtica redención y de una resurrección”.

En Octubre de 1940 le nombraron Gobernador de la provincia, pero a lo  largo de los meses siguientes, la Falange local lo consideró tibio frente a las acciones que estaba desarrollando la guerrilla de los Queros, muchas de las cuales golpeaban y ridiculizaban al partido. La muerte del alcalde Rafael Acosta fue la excusa perfecta para devolverle a la alcaldía y ofrecer la Gobernación  a un hombre duro e implacable: Manuel Pizarro.

Durante los años siguientes Gallego viviría enfrentado a la Falange. En 1943, cuando destinaron a Pizarro a Teruel con la misión de que también allí impusiera su política de terror contra el maquis, el nuevo Gobernador Civil, el “camisa vieja“ Fontana Terrats se quejaba de la escasez de alimentos, el hambre espantosa, las condiciones laborales infrahumanas o la mendicidad que se encontró a su llegada. La relación entre  ambos siempre fue tensa hasta que Fontana cesó en el cargo en 1947 por culpa de la fama que adquirieron en la ciudad las acciones cada vez más audaces de los Quero, a los que no había podido quebrar.

En ese momento, con la Falange domesticada por Franco a sus intereses, Antonio Gallego mostró una fe inquebrantable en el Caudillo. Lo hizo en un momento en el que el dictador, que había sentido la presión internacional tras la derrota del nazismo en Europa con el que tanto conqueteo, sólo le interesaba hombres de lealtad sin fisuras.

La desmedida desmemoria de una parte de la sociedad granadina, “la peor burguesía de España” como la calificó García Lorca,  no quiere recordar que Gallego Burín consiguió gracias a la fuerza de las armas lo que nunca había logrado conseguir en unas elecciones libres. El diario Ideal, cuando eligió a las 100 personas más ilustres de Granada en el siglo XX, incluyó en la lista a un hombre que ejerció el cargo de alcalde poco tiempo después de que el que había sido elegido con los votos del pueblo: Manuel Fernández Montesinos fuera fusilado frente a la tapia del cementerio.

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