23 diciembre, 2011

La relojería interna de las novelas.


“No sé quien dijo que los novelistas leemos las novelas de los otros sólo para averiguar cómo están escritas. Creo que es cierto. No nos conformamos con los secretos expuestos en el frente de la página, sino que la volteamos al revés para descifrar las costuras. De algún modo imposible de explicar desarmamos el libro en sus piezas esenciales y lo volvemos a armar cuando ya conocemos los misterios de su relojería”.  Gabriel García Márquez.

De entre los cientos de lecturas que me han apasionado a lo largo de los años, nunca había encontrado una maquinaria de relojería más afinada como en la última: A sangre fría de Truman Capote. Según los teóricos de la literatura con ella se abrió un nuevo género: la novela testimonio, también llamada de no ficción. Otros le atribuyen ese mérito al argentino Rodolfo Walsh con su libro Operación Masacre, publicada seis años antes, en 1.957. Lo cierto es que Stendhal ya bebió en 1.830 de la realidad para construir la ficción de Rojo y negro, algo que también hizo Lorca en su Bodas de sangre, pero nadie lo llevó al extremo de Capote.

A sangre fría no sólo está basada en hechos reales, sino que los novela con una minuciosidad que está presente en todas sus costuras. En 1.959 un matrimonio y dos de sus hijos fueron brutalmente asesinados en un tranquilo pueblo de Kansas. Capote, periodista en el New Yorker, se desplazó hasta allí con el objetivo de cubrir el reportaje. Su personalidad excéntrica, cosmopolita y homosexual no podía ser más diferente del carácter conservador y rural de sus habitantes. A pesar de eso y tras meses investigando sobre el terreno, consiguió establecer una relación de confianza con ellos, lo cual permitió que le facilitaran hasta los detalles más mínimos. Truman construyó la obra a partir de aquel material valiosísimo, pero en el que ningún otro había reparado.

Su primera intención era escribir un relato breve. El crimen fue brutal, no había móvil aparente y la policía no tenía pistas. Capote quería describir la atmósfera de desconfianza que se había instalado en aquel lugar próspero, perdido en el medio oeste. Pero el caso dio un giro cuando ya llevaba escrita la mitad del texto y, después de varios meses, los asesinos fueron detenidos. Entonces Capote, buceó en la personalidad de los criminales y de su entorno como antes lo había hecho con las víctimas. Los visitó en la cárcel y llegó a establecer amistad con los detenidos. Consiguió dibujar a la perfección a todos los personajes, de forma que el lector acaba identificándose tanto con los miembros de la familia Clutter, como con sus crueles asesinos. Capote llegó a hacerlo especialmente con uno de ellos, Perry Smith, con quien compartía algunos detalles de su biografía. Ambos tuvieron una madre alcohólica, sufrieron la ausencia del padre y la inadaptación social.

Uno de los aspectos magistrales de esta novela es el trabajo de los personajes. Nos los va presentando uno a uno, simultaneando a los asesinados con sus verdugos, mientras nos describe el entorno en el que se desarrollaron sus vidas. El primer párrafo es magnífico en ese sentido: “El pueblo de Holcomb está en las elevadas llanuras trigueras del Oeste de Kansas, una zona solitaria que otros habitantes de Kansas llaman “allá”. A más de cien kilómetros al este de la frontera de Colorado, el campo, con sus nítidos cielos azules y su aire puro como el del desierto, tiene una atmósfera que se parece más al Lejano Oeste que al Medio Oeste. El acento local tiene un aroma de praderas, un dejo nasal de peón, y los hombres, muchos de ellos, llevan pantalones ajustados, sombreros de ala ancha y botas de tacones altos y punta afilada. La tierra es llana y las vistas enormemente grandes; caballos, rebaños de ganado, racimos de blancos silos que se alzan con tanta gracia como templos griegos son visibles mucho antes de que el viajero llegue hasta ellos.”

Capote no sólo nos describe a los personajes, sino que consigue que veamos a través de sus ojos y entendamos como piensan. Con ese objetivo utiliza muchos documentos reales que obtuvo en su investigación y en su relación con ellos. Así, a lo largo de la obra aparecen fragmentos del diario personal de uno de los asesinos, las cartas que les dirigen sus familiares, los interrogatorios de los investigadores, las pruebas periciales o incluso los detalles de una póliza de seguro. “El amo de la granja de River Valley, Herbert William Clutter, tenía cuarenta y ocho años y, como resultado de un reciente examen médico para su póliza de seguros, sabia que estaba en excelentes condiciones físicas.”

Otro de los engranados mecanismos de relojería de la A sangre fría lo encontramos en su trama y en la evolución de las escenas, en las que usa técnicas no sólo de la novela, sino también del cine o del periodismo. Sólo después de presentarnos con minuciosidad a los personajes, nos lleva a la fatídica noche en la que sucedieron los hechos con la intención de contarnos apenas los primeros momentos, porque el detalle de lo que ocurrió en la granja no lo sabremos hasta más adelante. La trama se desarrolla a través de escenas breves y dinámicas que ofrecen múltiples puntos de vista. Las ordena en una doble dirección: una sigue a los asesinos en su itinerario hasta la granja y su posterior huida a lo largo de todo el país, la otra sigue a la familia Clutter primero y luego a los investigadores que tratan de esclarecer el crimen. Y ambas se entrelazan, alterando el orden temporal con una naturalidad que hace que el lector no se pierda en ningún momento.


Pero uno de los aspectos que me tiene más turbado es la voz narradora a través de la cual Capote nos cuenta la historia. Esa voz omnisciente que maneja todos los detalles con precisión, que gira el tiempo a voluntad, que salta de un personaje a otro y nos describe con la mayor minuciosidad posible loas paisajes que ha visto con sus propios ojos. Esa voz que está siempre presente, pero que nunca vemos, que pertenece a alguien que nos dirige en todo momento a donde quiere, pero que nunca se rebela. Esa voz es la que consigue que, aunque haya otras novelas que me han gustado más, en ninguna de ellas haya aprendido tanto como en A sangre fría.

Finalmente, también me gustaría incidir en algo que, como aprendiz de escritor, me interesa mucho, El proceso creativo de la obra fue singular. Tras pasar meses investigando y relacionándose con los personajes del libro, su autor marchó a Europa con el deseo de alejarse de todo y poder escribirlo. Pero su sufrimiento no había hecho nada más que empezar. Capote tuvo que esperar durante seis años a los diferentes recursos y apelaciones que retrasaron la ejecución de la sentencia. Por un lado, no quería que se produjera el ahorcamiento de dos personas a las que conocía, pero por otro, era imprescindible para poder acabar el libro. Ese proceso le traumatizó tanto que nunca volvió a escribir una novela.

Cuando finalmente apareció publicada en 1.966, los teóricos de la literatura le criticaron por construirla a partir de hechos reales más propios de la crónica periodística. Consideraban que debía ser exclusivamente la ficción la materia sobre la que podía alzarse una novela. Lo cierto es que Truman Capote diseñó uno de los mejores mecanismos de relojería de la narrativa de todos los tiempos.

Tras el éxito arrollador de crítica y público, algunos trataron de desarmar el libro con el objetivo de encontrar los fallos que demostraran cómo en aquella ficción maravillosa, construida a partir de la realidad de la realidad más absoluta, había mentido a la verdad. Comprobaron que hasta el más mínimo detalle era fiel a la historia. Sólo había una excepción, el encuentro que se produce en la última escena del libro, la que acaba, no podía ser de otra manera, de forma espléndida: “Se fue hacia los árboles, de vuelta a casa, dejando tras de si el ancho cielo, el susurro de las voces del  viento en el trigo encorvado.”



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