22 agosto, 2011

La tumba del poeta

Hay ciudades de paso por las que nace, de forma inesperada, un fuerte motivo que invita a volver. En agosto del año pasado apenas pude pasar una hora en Colliure. Lo suficiente para descubrir la belleza de este pueblo del sur de Francia, una de las villas costeras más hermosas que conozco, y visitar la tumba de Antonio Machado. Prometí volver con más tiempo, disfrutar de sus playas y del paseo por sus calles, pero sobre todo visitar el cementerio del poeta.

Tras la primera visita, leí todo lo que encontré sobre sus últimas semanas de vida. Los detalles de la historia del hombre cansado y enfermo que cruza la frontera, que debe compartir la única camisa que le queda con su hermano cada vez que baja a comer en la modesta pensión del pueblo tan cercano a su patria, que muere a los pocos días en mitad de una tristeza espantosa, me conmovieron y decidí contarla en una entrada que publiqué en este blog.


Una de las cosas que más me sorprendió en la primera visita fue ver un pequeño buzón, junto a su tumba, repleto de cartas y papeles que dejaban sus admiradores. Me pregunté quién los leería. Meses más tarde, en un artículo en El País, descubrí que una asociación se encargaba de hacerlo y que el volumen de esa extraña correspondencia era importante. Decidí regresar para dejarle aquel texto que había escrito. Tenía un motivo por el que volver.

Esta vez alguien había anudado una cinta con los  colores blanco y verde de la bandera andaluza en la boca del buzón. La tricolor republicana se dibujaba en varios ramos. Impresiona ver la lápida en el suelo, a una veintena de metros de la entrada, repleta de ofrendas de todo tipo, las flores marchitas, los diversos objetos. Allí seguían varias placas llevadas en recuerdo por institutos y organizaciones de toda la geografía española. Pero lo que llamó mi atención fue un libro, un ejemplar de la Colección Austral de Espasa Calpe, donde se recogen su Poesías Completas. Acompañaba a un ramo ya seco bajo un celofán transparente, junto a un bolígrafo plateado, que indicaba que su antigua dueña era mexicana, y un trozo de papel, muy pequeño, parecido al que encontraron en el bolsillo del abrigo de Machado tras su muerte y que contenía el mismo verso, el último que escribió el poeta “Estos días azules y este sol de la infancia”.



Acabo de leer que publicó esa antología en 1.917, cuando tenía apenas 42 años de edad. El título suena a testamento anticipado. Se reeditaría en 1.928, 1.933 y 1.936. Luego debió esperar a la llegada a la democracia para ser reeditado en España, aunque muchos guardaron las ediciones antiguas o las que se publicaron en Latinoamérica como un tesoro durante los años negros de la dictadura franquista.


La lectura de ese ejemplar, ya viejo y gastado por muchas lecturas, debió provocar muchos sentimientos en la lectora. Imagino que no debió ser fácil desprenderse de él, por ello, creo que no hay mejor ofrenda para la tumba de un poeta que un libro suyo, muy querido y devorado durante años por una amante de su poesía. Tuve la tentación de cogerlo entre mis manos por un momento y leer al azar cualquiera de sus poemas, pero al instante me pareció un sacrilegio romper aquel vínculo al que yo sólo asistía como espectador. Me marché emocionado. Es imposible estar allí y no sentir cómo la emoción va envolviéndote el cuerpo. El quedó el libro sobre la lápida, pero sus versos ya son eternos y queridos por muchos que peregrinan hasta aquel pequeño cementerio.
"El aire se llevaba de la honda fosa el blanquecino aliento". Antonio Machado.

2 comentarios:

  1. me encanta este blog!!!! ya sólo con la frase de Machado se me ha caído la baba...
    te sigo, pásate por mi blog a ver si te gusta tanto como a mí el tuyo. Saludos
    http://mildiasazules.blogspot.com/

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  2. Me alegro mucho de que te guste. Te agradezco el comentario. Trato de ponerle mucho cariño y sentimiento a cada entrada, aunque no siempre lo consiga. En cuanto tenga un momento, me daré un paseo por tu blog.Saludos

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