12 mayo, 2011

Un pequeñoburgués liberal

A lo largo de varios artículos de este blog, he ido contando la enorme dificultad que le representa a un novelista encontrar la voz adecuada con la que contar una historia. Como aprendiz de escritor, estoy sufriendo esa búsqueda en toda su intensidad. La voz del narrador es la que puede hacer sentir al lector, la que le transporta a los paisajes de la novela, la que le hace vivir a través de los sentidos de los personajes, la que consigue que, cuando cerremos la última página, la novela haya quedado para siempre en nuestro corazón. Cuando un escritor relata historias que sucedieron hace décadas se encuentra con una dificultad añadida. A menudo tiene que hablar de una época que no conoce, de un tiempo que no ha vivido. Entonces la búsqueda de la voz se complica aún más. La semana pasada escribía aquí sobre dos novelas de grandes escritores actuales que, al menos en mi opinión, no habían sabido encontrar el tono adecuado desde donde contarnos la historia.

Ahora quiero hablar de dos libros que considero maravillosos porque sí acertaron en ese aspecto. Las mejores escenas sobre la barbarie de la guerra las encontré en un libro de un corresponsal que vivió las batallas junto a las tropas. No necesitó inventar nada, porque estaba novelando hechos que había visto con sus propios ojos. Es lo que hizo Vassili Grosmann en su Vida y destino, donde recoge el sufrimiento del pueblo ruso en la Segunda Guerra Mundial. Los dos autores a los que quiero referirme también contaron con esa ventaja. Ambas obras fueron publicadas mientras España se desangraba, mientras las armas aún estaban segando la vida de muchos inocentes. Utilizaron sus propias experiencias para narrarnos el conflicto desde dentro.

El periodista andaluz Manuel Chaves Nogales escribió A sangre y fuego entre enero y mayo de 1.937. En las páginas del prólogo, de esta colección de nueve relatos, podemos encontrar algunas de las opiniones más lúcidas sobre nuestra guerra incivil. “Cuento lo que he visto y he vivido más fielmente de lo que yo quisiera.” Chaves era un republicano de ideas moderadas, seguidor de Azaña. El mismo se calificaba como “un pequeñoburgués liberal” que se ganaba la vida con el oficio del periodismo. Desde esa visión, encarna la imposible tercera España, la inmensa mayoría de personas que vieron como los extremismos de uno y otro bando incendiaron la convivencia. Varios años antes de que estallara la guerra en nuestro país y después de viajar por Europa, combatió desde sus artículos los totalitarismos fascistas de Italia y Alemania y la dictadura soviética del proletariado.

A partir del 18 de Julio de 1.936 se mantuvo en su puesto y continuó luchando contra el fascismo. Pero lo hizo alejado de las posturas fanáticas que le rodeaban. Permaneció en Madrid hasta que el gobierno abandonó la capital, ante el temor de su caída, dejándola en manos de la enconada resistencia de los milicianos y de las brigadas internacionales, que, semanas más tarde, acabarían evitando su caída. “Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba”.

Desde su exilio en un arrabal parisino, rodeado de los desarraigados de toda Europa, que habían llegado hasta allí huyendo de todos los totalitarismos, Chaves escribe A sangre y fuego, un conjunto de relatos breves, en los que aparecen una galería de personajes que nos hacen tener una visión coral de lo que estaba pasando. Lo hace lejos de posturas maniqueas. La locura de la guerra no distingue entre buenos y malos. En todos los bandos siempre aparecen personas despreciables que aprovechan el momento para ejecutar sus acciones más ruines, también los idealistas que tratan de defender una causa mientras se desmorona ante los ataques de todos. Chaves los retrata como nadie ha conseguido hacerlo. “A veces los personajes que intento manejar a mi albedrío, a fuerza de estar vivos, se alzan contra mí y, arrojando la máscara literaria que yo intento colocarles, se me van de entre las manos, diciendo y haciendo lo que yo, por pudor, no quería que hiciesen o dijesen”


Nos va presentando los delincuentes que aprovechan la debilidad del estado con el objetivo de imponer su ley, los hombres idiotizados por una ideología que le dicta la destrucción del enemigo, los señoritos que campan a sus anchas cazando por el mero odio clasista a los que sólo unos días antes trabajaban sus tierras, la crueldad de los legionarios que guardan las orejas de los milicianos como botín de su victoria, la ingenuidad de los que vienen del extranjero a luchar por un país que nos es el suyo, la disciplina totalitaria de los comisarios políticos que anteponen los intereses del partido a las necesidades del pueblo que dicen defender, el idealismo de los obreros que luchan con valentía en el frente sin apenas armas con las que hacer frente al enemigo, el miedo de los que huyen ante el primer ataque de un ejército cruel y profesionalizado. Quizás de todos ellos me quedo con Bigornia, el maduro gigantón anarquista que, pese a la decepción que le provoca el comportamiento de la mayoría de sus compañeros, mantiene su ideal libertario de lucha, incluso en el último momento. En el primer párrafo del relato hace una descripción del personaje que debería servir a todo aquel que empiece a escribir.

“Le llamaban Bigornia y era un ogro jovial y arrabalero que balanceaba su corpachón envuelto en tela azul desteñida junto a las vallas de los solares y los desmontes del suburbio donde tenía su vivienda. Un ogro que en vez de comerse a los niños los daba de sí, los producía con una fertilidad indecorosa. Un ogro municipal y suburbano escandalosamente prolífico, acampado con toda su prole en una casucha de los arrabales de la gran ciudad como en la orilla de un bosque, por cuya espesura de cúpulas, torres y chimeneas se adentraba todas las mañanas llevando en la mano un martillo de herrero que recordaba el hacha que en otros tiempos debieron llevar los ogros como él”

Chaves murió sólo en 1.944 un hospital de Londres, a donde había llegado huyendo de los nazis que habían invadido Francia. A sangre y fuego fue publicado por primera vez ese año. Pese a la calidad incuestionable de su narrativa, la obra permaneció dormida en el cajón del olvido hasta que, cincuenta y seis años después, volvió a ver la luz en nuestro país. Todos aquellos que quieran acercarse a la realidad de la guerra civil española desde una voz objetiva, fiel a los acontecimientos, alejada de las ideologías extremistas, deben leer esta obra, donde la acción transcurre con maestría, a través de un narrador que sabe cederle el protagonismo necesario a sus personajes

“La heroica resistencia se quebró al primer choque. Con el corazón no basta. Faltaban armas y disciplina. Los campesinos fueron derrotados, y su desesperada resistencia no sirvió más que para irritar a los militares, que dieron rienda suelta a sus hombres y los dejaron desparramarse por el valle sembrando la muerte y la desolación. Los grupos de campesinos armados huyeron a la montaña, adonde los persiguieron sañudamente las patrullas de moros y legionarios, que les infligieron un castigo implacable. Los prisioneros fueron fusilados en racimos. Hasta bien entrada la noche estuvieron sonando en los pinares próximos a Monreal las descargas de fusilería.”

Antes hablaba de un segundo libro. Queda para el siguiente artículo.

1 comentario:

  1. Es, como tantos años después Muñoz Molina en su "La noche de los tiempos", un desmitificador del mito más intocable de la izquierda: santa República.
    Ambos escritores nos hablan de la barbarie republicana, tan igual a la barbarie fascista.
    El prólogo ya es, en sí mismo, toda una obra maestra de análisis en un momento en que ser frío, objetivo y equidistante era imposible. Chaves Nogales lo consigue.

    Gracias por ponerme en la pista de este artículo: ya sabes que yo también me he ocupado de este libro.

    AG

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