17 mayo, 2011

La amargura del idealismo.

En el artículo anterior me quedó pendiente hablar de uno de los libros que, según mi opinión, mejor retrata la guerra civil, porque lo hace desde una voz narradora que supo describir con maestría lo que estaba pasando.
El 26 de diciembre de 1.936 el periodista británico Eric Arthur Blair llegaba a Barcelona. Como otros muchos intelectuales progresistas de todo el mundo, acudía en defensa de la República Española. Consideraban que era en nuestro país donde se estaba librando la lucha contra el avance del totalitarismo fascista que, años más tarde, acabaría arrasando Europa. Inmediatamente se alistó en las milicias del POUM un minúsculo partidos troskista. Durante varios días recibió una instrucción inútil que debería prepararle para el combate. “Con desesperación descubrí que no se enseñaba nada sobre el uso de las armas. La llamada instrucción consistía simplemente en ejercicios de marcha del tipo más anticuado y estúpido”.

Agustí Centelles tomó con su cámara Leica algunas de las mejores fotografías de aquellos personajes que se movían por las calles de Barcelona llenos de idealismo. En una de ellas, inmortalizó a una brigada de soldados que trataban de formar en tres filas sobre un pavimento de adoquines del patio del Cuartel Lenin. Con la manta cruzada en bandolera alrededor del pecho, los calcetines altos hasta la rodilla, algunos con la escudilla de hojalata colgada al cinto, los milicianos improvisan una marcialidad reciben aprendida. A la izquierda de la imagen puede apreciarse una figura que sobresale por su altura entre el resto de las cabezas. Se trata de Eric que forma parte de “esa multitud de criaturas ansiosas que serían arrojadas a la línea del frente”.


Antes de ello desfilan por toda la ciudad, entre la euforia revolucionaria de aquellos que pensaban que no sólo iban a ganar la guerra y a detener el avance del fascismo, sino que, embargados de idealismo, creían que iban a cambiar el mundo. La realidad fue muy diferente. Pocos meses más tarde, eran muchos de ellos los que habían cambiado para siempre.

La llegada al Frente de Aragón coincidió con el frío del invierno. De entre todos los bienes, Eric destaca la obsesión por conseguir leña con la que calentarse. Sobre aquel terreno árido, áspero, le esperaba una guerra absurda de trincheras, tan parecida a los monólogos que el humorista Gila mantenía con sus enemigos por teléfono. “A menudo solía contemplar el paisaje invernal y me maravillaba de la futilidad de todo. ¡Qué absurda era una guerra así! Un poco antes, por Octubre, se había producido una lucha salvaje en esas colinas; luego, debido a la falta de hombres y de armas, en particular de artillería, las operaciones a gran escala se tornaron imposibles y ambos ejércitos se establecieron y enterraron en las cimas ganadas”.

Durante aquellas semanas de inactividad el aburrimiento, el frío, el hambre y los piojos se convirtieron en el peor enemigo. "No había más que el aburrimiento y el malestar de las guerras en punto muerto. Una vida tan monótona como la de un oficinista". Tras participar en los fracasados avances republicanos que pretendían conquistar la ciudad de Huesca, Eric, herido en el combate, regresa de permiso a Barcelona. También la ciudad había cambiado. La alegría revolucionaria de los primeros meses había dado paso a las divisiones, la lucha por el poder, el presagio de la derrota. Allí en mayo de 1.937 vive con igual intensidad, otra guerra, la interna que está desangrando la República. Los comunistas y anarquistas se enfrentan en las calles tratando de imponer su visión del conflicto. El pequeño POUM fue el partido que primero pagó los platos rotos de esas disputas. Fue ilegalizado y sus milicias disueltas. Eric huyó de un país al que había llegado como un apasionado antifascista y del que marchaba con el desengaño del antiestalinismo muy interiorizado en sus ideas.

Sólo unos meses más tarde, en 1.938, mientras las batallas continuaban en España, escribió un libro en el que 
retrataba con maestría los acontecimientos que había vivido en nuestro país. A través de una voz narradora cuenta en primera persona los hechos de los que había sido no sólo testigo directo, sino también protagonista. Lo extraño es que para ello no utiliza el presente, un tiempo verbal que puede llegar a ofrecerle a un novelista mayor cercanía y credibilidad y que, probablemente, se acercaba más a aquellos acontecimientos tan próximos. Eric despliega, a través del pasado, una historia que puede parecer muy remota, como si hubiera ocurrido mucho tiempo atrás. Aunque sólo habían pasado unos pocos meses, la intensidad de los sentimientos vividos, el dramatismo de la historia, la amargura antes de las diferentes derrotas que se estaban produciendo, le resultaron a su autor un espacio de tiempo demasiado grande y le ofrecieron un punto de vista magnifico desde el que narrar. En esa distancia, logró tener cabida, con una enorme proximidad para el lector, ese poso de desengaño que destila el texto.

“En esa época yo casi no tenía conciencia de los cambios que se sucedían en mi propia mente. Como todos los que me rodeaban, percibía el aburrimiento, el calor, el frío, la mugre, los piojos, las privaciones y el peligro. Hoy es muy diferente. Ese periodo que entonces me pareció tan inútil y vacío de acontecimientos, tiene ahora gran importancia para mí. Es tan distinto de mi vida que ha adquirido una cualidad mágica que, por lo general, pertenece a los recuerdos muy viejos. Fue espantoso mientras duró, pero ahora constituye un buen sitio por el que pasear mi mente.”

En 1.938 vio la luz Homenaje a Cataluña, un libro que no sería publicado en nuestro país hasta 1.963, cuando la fama de su autor era ya incuestionable. Eric escribiría años más tarde otras dos magníficas obras: Rebelión en la granja y 1984, que arremeterían contra todo tipo de totalitarismo denunciando los intentos de los dictadores por convertir en gregarios a sus pueblos. Son la mayor denuncia contra el Gran Hermano que todo lo controla. Esa lucha no puede entenderse sin sus experiencias en España. Hoy George Orwell, que es el seudónimo con el que escribía Eric, el protagonista de la historia de este texto, está considerado uno de los mejores escritores del siglo XX. Lo que nadie puede discutir es el ritmo narrativo que alcanzó en sus obras…

“Ya estaba aclarando. A lo largo de la línea todavía resonaba un fuego sin sentido, como la llovizna que sigue cayendo después de una tormenta. Recuerdo que todo tenía un aspecto desolador: las ciénagas, los sauces llorones, el agua amarilla en el fondo de las trincheras y los rostros agotados de los hombres cubiertos por el barro y ennegrecidos por el humo.”

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