14 septiembre, 2015

Los hombres que amaban los perros

De nada sirve una historia poderosa si el novelista no sabe contarla, hacérsela vivir al lector. De igual forma, hay escritores con talento que eligen historias banales, personajes aburridos, sin la mínima sustancia para generar la pasión necesaria. No es fácil encontrar una gran novela que narre una historia a la vez magnifica y bien contada. El hombre que amaba a los perros, del escritor cubano -y último premio Princesa de Asturias de Literatura- Leonardo Padura tiene ambas cosas en dosis abundantes.

Nos cuenta el asesinato de Trostki desde tres perspectivas diferentes: la de la propia víctima, la de su ejecutor, el comunista catalán Ramón Mercader, y la del presunto escritor al que el asesino, al borde de la muerte, le cuenta los hechos. Conforme avanzan las páginas, las tres voces van encajando para contar detalles complementarios que enriquecen la visión del lector.

Y sin duda alguna, de las tres voces, es la de Mercader la que me parece más interesante. En ciertos momentos, llega a abrumar el exceso de detalles históricos que rodean la vida del dirigente soviético Lev Davídovich “Trostki” o las dudas y penurias del narrador que elige Padura para contarnos la historia. En cambio, la vida del asesino, su transformación en diferentes personajes, la alienación ideológica para conseguir un fin, me parecen apasionantes. A través de su biografía, la de un hombre al servicio de la causa, podemos entender mejor la deriva totalitaria del estalinismo, capaz de sacrificar a la República Española y a diferentes países europeos como peones de una larga partida de ajedrez contra el nazismo primero y los aliados más tarde.
Ramón Mercader
Entre el idealista combatiente republicano que conocemos en el frente del Guadarrama y el espía asesino, entrenado en el odio, que purga su desilusión en las frías avenidas de Moscú o en las cálidas playas de La Habana media un abismo. Una transformación que sirve para explicar algunos de los momentos históricos más importantes del siglo XX, la destrucción de un ideal igualitario para convertirlo en una dictadura cruel que no tiene ni un gramo de piedad, ni siquiera por unos de sus fundadores.

El viaje del propio Troski desde el poder absoluto al más mísero abandono también está lleno de matices, pues muestran a un político fanatizado que antepone los fines políticos y la ideología por encima de todo, incluso sus seres más queridos. De tal forma que, en algunos momentos de la novela, es posible sentir más simpatía por el asesino que por la víctima.

Trostky
Junto a los tres protagonistas aparecen un ramillete de personajes secundarios antológicos, todos ellos reales, que se mueven por la ficción que levanta Padura con una veracidad que parece absoluta. De entre ellos, hay dos que tuvieron una biografía apasionante: Caridad del Río, la madre del asesino, una mujer fría, sin sentimientos que lleva a su hijo al mayor de los fanatismos o Leonid Eitingon, el espía que va adquiriendo diferentes nombres a lo largo de la novela y que dirige e instruye a Mercader. Los diálogos amargos que mantiene con su pupilo al final de la novela, tras la larga estancia de éste en una cárcel mejicana, reflejan la enorme desilusión y el sentimiento de culpa de dos hombres que fueron capaces de sacrificar lo mejor de sus vidas por un ideal que, muchos años después, se demuestra absurdo.
Caridad del Río
Si una de las condiciones imprescindibles de una novela es que sus personajes evolucionen con los hechos que narra, de tal forma que al final de la misma sean muy diferentes de cómo eran al principio, El Hombre que amaba a los perros es uno de los mejores ejemplos que recuerdo en ese sentido.

Leonid Eitingon
Más allá de cómo trenza realidad y ficción, la novela es también un ejemplo del dominio de la sintaxis. Siento admiración por los escritores que se atreven a construir largas frases encadenadas sin que el lector se pierda entre ellas, para conseguir un tono y una voz que lo atrapen a la historia.

Yo he disfrutado la edición de bolsillo, recientemente publicada. Por lo que he leído en un periódico, a pesar de ser una reedición, ha sido uno de los libros más comprados este verano. Es una de las mejores novelas que he leído este año en el que, por desgracia, también ha habido lecturas bastante insulsas, un libro muy recomendable para conocer el camino al fanatismo, la pérdida de identidad de las personas en beneficio del presunto interés colectivo de un pueblo, que, en realidad, sólo responde a los intereses personales del gran líder. Y en esas circunstancias, como vemos en la poderosa escena con la que arranca la historia de Ramón Mercader, el individuo puede enfrentarse a las presiones y al menos cuestionarse la verdad oficial para decir NO.

–Sí, dile que sí.
Por el resto de sus días Ramón Mercader recordaría que, apenas unos segundos antes de pronunciar las palabras destinadas a cambiarle la existencia, había descubierto la malsana densidad que acompaña al silencio en medio de la guerra. El estrépito de las bombas, los disparos y los motores, las órdenes gritadas y los alaridos de dolor entre los que había vivido durante semanas, se habían acumulado en su conciencia como los sonidos de la vida, y la súbita caída a plomo de aquel mutismo espeso, capaz de provocarle un desamparo demasiado parecido al miedo, se convirtió en una presencia inquietante, cuando comprendió que tras aquel silencio precario podía agazaparse la explosión de la muerte.
En los años de encierro, dudas y marginación a que lo conducirían aquellas cuatro palabras, muchas veces Ramón se empeñaría en el desafío de imaginar qué habría ocurrido con su vida si hubiera dicho que no.

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