Hace unos meses, Antonio Muñoz Molina
recordaba en su blog algunas de las actividades de las que más orgulloso se
sentía en su época de director del Instituto Cervantes de Nueva York y entre
ellas destacaba: “Cada 23 de abril organizábamos una lectura pública del Quijote y del
Tirant y regalábamos una rosa de Sant Jordi a los que asistían. […] En 2005, en representación de España,
trajimos a Quim Monzó, porque me parecía importante resaltar que en mi país
había otras lenguas aparte del castellano”
Ha pasado menos de una
década y hoy las personas inteligentes que pudieron estar cerca del poder
político se encuentran más alejadas que nunca de él. En su lugar sólo
encontramos acólitos obedientes a las doctrinas de los mediocres gobernantes,
esos que se enfadan cuando le llaman casta, una palabra demasiado benevolente
para reflejar su incapacidad reiterada. Se llenan la boca de la palabra que
menos practican: diálogo y con sus palabras y actos sólo hacen que retroalimentar
desencuentros y alentar a las facciones mas talibanes del nacionalismo de uno y
otro lado.
Unos días atrás saltaba a la
prensa la cancelación de un acto de presentación de Victus, la novela de Albert
Sánchez Piñol sobre los acontecimientos de 1714, que se iba a realizar en el
Instituto Cervantes de Utrech. La editora está gestionando hábilmente la
noticia que seguramente le reportará más lectores a su representado, pero el
hecho en sí es intolerable y vergonzoso y ni siquiera puede entenderse en el clima
de falta de empatía y de compresión que muchos se están encargando de extender
por intereses políticos. Este acto sólo puede verse como un acto más de censura
y despropósito de un gobierno centralista y autoritario y de nada me sirve la
excusa peregrina y absurda que ofrece el jefe de gabinete de Rajoy cuando dice
que al Presidente le gustó la novela.
A mí no me gustó. Apenas puede hojear un centenar de páginas y me pareció oportunista y comercial
y, desde un punto de vista literario, la considero mediocre, entre otras cosas
porque la voz narradora y el tono en ningún momento me resultan creíbles para contar
la historia. Al calor de conmemoraciones históricas y especialmente cuando hay
manifiestos intereses políticos detrás, los poderes y los medios le suelen dar
un pábulo inmerecido a obras menores. Hace unos años al calor del bicentenario
de la batalla de Trafalgar, Arturo Pérez Reverte escribió una novela infumable,
repleta de onomatopeyas y anacronismos. Fue el paso definitivo en el que dejó
atrás al magnífico escritor de aventuras –siempre me gustaron sus novelas
históricas o su maravillosa Territorio Comanche y hemos tenido que esperar
muchos años, hasta que Yolanda Álvarez nos ha contado las vivencias de Gaza,
para que en la Televisión española se vean crónicas de guerras como las suyas
en los Balcanes-. Con aquella novela dio el paso definitivo para convertirse en
el esperpento de cualquier de sus personajes sobrados de testosterona.
A diferencia supuestamente
de Rajoy -de este hombre yo no me creo nada- a mi no me gustó Victus, pero la
cancelación del acto me parece una cacicada. Más allá del valor literario, hay
que reconocerle a Sánchez Piñol un muy loable esfuerzo por buscar ecuanimidad
en el rigor histórico de lo que escribe. De hecho, leí entrevistas en la prensa
más independentista en las que los periodistas le criticaban que hubiera
escrito la novela en castellano y que Rafel de Casanovas apareciera dibujado en
ella más cerca del cobarde que fue que del héroe de la patria que se inventaron
algunos historiadores para que cada año le lleven ramos de flores. Las
respuestas que le leí me parecieron maravillosas y le hicieron ganar mi
empatía. Dijo simple y llanamente que trató de ser lo más fiel posible a la
realidad de la historia y que, como toda la documentación que leyó durante
meses para preparar la novela estaba en castellano, le resultó más fácil pensar
su ficción en esa lengua. Los escritores tienen unas manías creadoras que los
políticos y los periodistas a su servicio nunca podrán entender.
Son ese tipo de gente los
que han vetado a Sánchez Piñol a hablar de su novela, temiendo que de paso
exprese sus sentimientos favorables a la independencia de Catalunya. La
prohibición sólo ha producido el efecto contrario y ha dado una enorme
resonancia a lo que trataban de evitar, la enésima prueba de su estupidez.
¡Qué lejos queda ese
sentimiento del que hablaba Muñoz Molina en el Instituto Cervantes de Nueva
York!
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