09 diciembre, 2010

Los hermanos Quero. El dramático final de la resistencia antifranquista.

En la mañana del diecinueve de mayo de 1.947, los tres últimos miembros de la partida de los Quero abandonaban uno de sus refugios en Churriana de la Vega, un pueblo cercano a Granada, para dirigirse al que iba a ser su último escondite: un piso en el Camino de Ronda. A lo largo de los últimos siete años, en torno a los hermanos Quero se había constituido la guerrilla urbana más activa que actuaba en el interior del país contra la dictadura franquista. En Churriana, una de las familias que más les había ayudado, conocida por el apodo de los mitaíllas, tenía encarcelada a una de sus hijas, por ello. Se trataba de mi abuela María Álvarez López.

Entre esos tres hombres se encontraba Antonio, el único de los cuatro hermanos que había pertenecido a la banda y que seguía con vida. Permanecieron escondidos durante dos noches en el piso. Su objetivo era realizar un atraco. Ése había sido, junto con el secuestro de personalidades ligadas al régimen, el medio de subsistencia a lo largo de esos años, la forma de conseguir el dinero que les había permitido mantener un alto nivel económico, con el que pudieron recompensar los enormes sacrificios que realizaba su red de colaboradores, formada por familiares y amigos. En aquel tiempo de continuas huídas, de intrépidas acciones, debieron acostumbrarse a vivir al minuto, a tratar de disfrutarlos como si fuera el último. Eso les llevó a firmar con su nombre en las facturas de los mejores restaurantes de Granada, a vestir elegantes trajes y a usar perfumes caros en una época de hambre y miseria, en la que pocos podían permitirse esos lujos. Ese estilo de vida no les ayudaba a pasar desapercibidos.

En 1.947 el acoso de la policía, la guardia civil y el ejército había diezmado la partida de los guerrilleros, pero sólo unos años antes, tras la derrota del nazismo y la muerte de Hitler y Mussolini, Franco sufrió un ataque de pánico, ante la posibilidad de que los vencedores de la Segunda Guerra Mundial le desalojaran del poder, por su apoyo a los derrotados regímenes fascistas. Fue en aquel momento, en los meses inmediatamente posteriores a la victoria aliada, cuando la guerrilla pudo sentirse poderosa. Pero, a partir de entonces, con el franquismo bendecido desde Londres y Washington, la dictadura desplegó todo su poder con el objetivo de acabar con uno de sus más temidos focos de resistencia.

En la tarde de jueves veintidós de mayo, los tres últimos hombres que formaban de lo que las autoridades denominaban “huidos a la sierra” se encontraron con el hombre que, en aquel momento, aún no sabían que les iba a traicionar. Se refugiaron con él en un segundo piso del número siete del Camino de Ronda, a la espera de que llegara la hora prevista para dirigirse al objetivo de su atraco. Con la misión de evitar que eso ocurriese, a la llegada de la noche, más de doscientos efectivos rodearon por completo el edificio. La autoridad ordenó su desalojo. Cosa que todos los vecinos realizaron de inmediato. Dentro del mismo sólo permanecían los tres guerrilleros, que rápidamente se dieron cuenta que la huída era imposible. Se sucedieron tiroteos y un helicóptero del ejército sobrevoló la azotea. En el interior, tabiques rotos y toda clase de muebles y utensilios, convirtieron el edificio en la última barricada. Rompieron las cañerías e inundaron la planta baja, disponiéndose a librar la más encarnizada resistencia.

En la madrugada, Antonio Ibáñez, uno de los sitiados, se arrojó desde una ventana de la segunda planta, a lomos de un colchón, mientras no paraba de disparar contra la policía. Cayó al suelo malherido, pero continuó utilizando su revólver, parapetado tras el colchón en plena calle, más de una hora, hasta que una bomba de mano, arrojada por uno de los agentes que pudo acercarse, acabó con él. Los otros dos guerrilleros alargaron su resistencia dos días más. Antonio Quero, consciente por su experiencia que la entrega conllevaba la tortura y el fusilamiento, era partidario de luchar hasta la muerte. Su primo José, recién iniciado en la lucha armada, agotado tras un asedio que iba camino del tercer día, no le creyó y decidió entregarse. Antonio cometió entonces el acto más difícil: dispararle mientras se dirigía hacia la policía con la intención de rendirse. Éstos presenciaron la escena y debieron de quedarse atónitos al conocer hasta dónde estaba dispuesto a llegar el último miembro de la guerrilla granadina.

Seis años antes, el cinco de julio de 1.941, Antonio había visto morir a uno de los primeros miembros de la banda: su sobrino Manuel. Ambos habían tratado de asaltar un molino de harinas a plena luz del día y a cara descubierta. El resultado fue una precipitada huída por la sierra, portando a Manuel malherido, con una bala alojada en el estómago. Perseguidos por todas las fuerzas disponibles, consiguieron llegar a la cueva en la que vivía mi abuela María, en el Barranco del Abogado, una de las zonas más deprimidas de la ciudad, en la que habitaban las familias de los perdedores de la guerra. Ella le calentó un vaso de leche y se lo dio a Manuel. Antonio le acercó a su sobrino el que iba a ser su último cigarrillo. Éste, entre un charco de sangre, le hizo prometer a su tío que vengaría su muerte. Esa misma madrugada, le enterraban a escondidas a pocos metros de la cueva. Meses más tarde ella, tras una declaración obtenida con tortura, María sería detenida y juzgada por un tribunal militar en un consejo de guerra que desconocía lo que eran las garantías jurídicas.

Desde aquella noche en la que Antonio sintió como expiraba su sobrino entre sus brazos, había visto cómo poco a poco iban cayendo el resto de sus compañeros. El seis de noviembre de 1.944, con la Segunda Guerra Mundial en plena intensidad, Pepe Quero tomó un taxi junto con un compañero y le pidió que les llevara al Carril del Picón. Una vez allí ordenó al taxista que les esperara. A la una de la tarde y armado con una bomba de mano entró en los Almacenes Contreras con la intención de realizar un atraco. No salió del edificio. Varios disparos le produjeron la muerte. Ocho meses después, Pedro Quero consiguió escapar con graves heridas de otro golpe que realizaron a una de las sagas de banqueros más importantes de la ciudad. Días más tarde un confidente de la policía rebeló su refugio, una vieja mina abandonada. Herido, solo y sitiado por sus enemigos, decidió suicidarse. No quería que le capturasen. El treinta de marzo de 1.946, dos días antes de la celebración del séptimo aniversario de la victoria nacional y meses después de que Churchill respaldara la dictadura de Franco, Paco Quero fue sorprendido por la policía en la Plaza de los Lobos. Tras una persecución a pie por todo el centro de Granada, incluida la plaza del Carmen, donde se encontraba la sede del Ayuntamiento, pudo alcanzar el laberinto de callejas que forma el barrio del Realejo, pero, cuando trataba de encontrar refugio en casa de un conocido, fue acribillado a balazos por los agentes. No sólo fueron cayendo sus hermanos sino también el resto de miembros de la partida. Uno de ellos, mi abuelo José, formó parte de la misma en sus inicios, pero, tras la detención de mi abuela, huyó abandonando a su familia y a sus compañeros.

Todas las muertes de sus hermanos debieron pasar por la cabeza de Antonio mientras contemplaba como se acercaba su final, rodeado por cientos de policías. Los mandos obligaron a su padre a entrar en el edificio con la misión de convencerle que se entregara. Él, temiendo por la vida de su progenitor, le pidió que se marchara. Mientras éste regresaba hacía el pelotón de policías que apuntaba hacia la puerta, pudo oír un disparo en el interior del edificio. Su hijo se había suicidado. A lo largo de los días siguientes los atestados policiales y el periódico El Ideal reflejaron una mentira. Decían que los rojos huidos a la sierra se habían entregado y que, cuando los sitiadores les acompañaron a recoger sus armas, se produjo un tiroteo en el que resultaron muertos. El régimen no quería que se supiera que todos los Quero habían preferido la muerte antes que entregarse. Pese a ello y a toda la campaña de desprestigio que el franquismo arrojó sobre ellos durante décadas, pese a las sombras de algunos de sus comportamientos, más cercanos en ocasiones a la delincuencia que a la guerrilla, su historia se ha transmitido a lo largo de generaciones y en Granada aún hoy Quero es sinónimo de guerrillero. La palabra maquis vendría más tarde desde Francia.

El veinticuatro de mayo de 1.947, cuando murió el último de los Quero, María Álvarez López, que les había dado cobijo, llevaba en la cárcel más de cinco años. Aún tendrían que pasar otros dos para que saliera en libertad, gracias a un indulto y algunos más para que, entre los susurros del miedo, empezara a contar una parte pequeña de su drama. Durante mucho tiempo he oído a miembros de mi familia lamentarse por aquellos hechos que cambiaron la vida de mis abuelos. Más de siete décadas después no es fácil entender el por qué de tanta lucha. Hoy conozco los detalles de aquel sufrimiento, que puede leerse en la causa que forma parte del consejo de guerra que siguieron contra mi abuela y en su expediente penitenciario. Últimamente vengo oyendo y leyendo críticas de algunos que acusan a la tercera generación, a los nietos de los represaliados, de querer despertar a los viejos fantasmas que sus padres y abuelos decidieron no remover. Nos acusan de intentar reescribir la realidad de los hechos de forma partidista, de elevar a categoría de héroes a personas corrientes. A esos falsos garantes de una concordia impuesta por los represores y sus descendientes, les gustaría que aquellas viejas leyendas quedaran dormidas en el cajón del olvido.

Los documentos encontrados y las narraciones orales contadas cuentan una historia. Lo que nada, ni nadie puede contar es lo me he venido preguntando durante los últimos meses: ¿Qué pasó por la mente de mi abuelo en el momento en el que decidió abandonar a sus compañeros, a su mujer y a sus hijas? ¿Qué dolor sintió mi abuela en lo más profundo de su ser cuando se vio torturada, condenada y abandonada? Yo no trato de ajustar cuentas con nadie, ni acusar del sufrimiento de mis antepasados. Tampoco atribuirles más heroicidades que la tratar de sobrevivir, con toda su humildad de personajes pequeños, entre las tormentas de la historia con mayúsculas, la que escriben los generales, los políticos y sus biógrafos. Sólo trato, a partir de la verdad de los hechos, contar la más maravillosa de las mentiras. Tratar de encontrar las respuestas a través de la imaginación, que es el material con el que se construyen las novelas. Fijar en el papel aquellas narraciones que tanto me gustaba oír en boca de mis tías. María Álvarez López, “la mitaílla” según la conocían sus paisanos, “la rubia” como aparece en los documentos policiales, “la granaína” como la llamaban sus compañeras en la cárcel de Málaga y sus vecinas cuando decidió quedarse a vivir en esa ciudad, es ante todo mi abuela materna y su historia, la que he decidido convertir en novela, forma parte desde la infancia de mi propia vida.

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dormidasenelcajondelolvido by José María Velasco is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

5 comentarios:

  1. Que bonito y dificil a la vez investigar para descubrir todos los detalles que describes.
    Un beso.

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  2. Gracias prima por tu comentario. Lo realmente difícil es cómo nuestras abuelas encontraron el valor para enfrentarse a los acontecimientos que les tocaron vivir. Un beso para vosotros.

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  3. Ya estoy impaciente por poder leer esa novela de la rubia que aparece en el libro de mis antepasados los Quero.

    una Quero

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  4. Habrá que tener paciencia, escribir una buena novela requiere de más tiempo del que me imaginaba y creo que me llevará al menos dos años, pero es una promesa interior que pienso cumplir. Tardé muchos años en tomar la decisión de empezar a escribirla y ahora, que conozco más detalles de los que nunca podría haber imaginado, no pienso rendirme. Esas historias no merecen dormirse en el cajón del olvido. Ojalá llegue un día en el que puedas leerla y todos nos sintamos orgullosos de esos personajes

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  5. hola soy amiga de una de las hijas de uno de los hermanos Quero ellos no olvidan a su padre y van mucho a granada una casa que les dejo su padre a ellos, de echo el hermano de mi amiga vive en granada

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