01 septiembre, 2010

Los falsos mitos del nacionalismo 2. La crisis de 98.


El empobrecimiento que generan las grandes crisis económicas hace que las luchas por los recursos disponibles se incremente y la mayoría de los políticos, en lugar de trabajar por aumentar el pastel a repartir, no dudan en utilizar los sentimientos nacionales con el objetivo conseguir un mayor trozo del mismo, a costa exclusivamente de lo que puedan perder los demás. En 1.898 España perdió la Guerra de Cuba y con ella las últimas colonias que le quedaban. El país se despertó de un sueño imperial que no existía desde hacía siglos, pese a que algunos se habían empeñado tozudamente en creer en una grandeza y una riqueza que se había malgastado hacía mucho tiempo. La derrota golpeó a una economía débil y la inflación desbocó los precios de todos los productos. Cada día los periódicos publicaban la oscilación que sufrían los de los alimentos más básicos para la subsistencia de la gente. Compartían las portadas con las críticas furibundas que sobre la crisis lanzaban los generadores de opinión, los mismos que meses antes ensalzaban la gloria y la grandeza sin fin de la patria.


Una de las consecuencias de la crisis del 98 fue el auge de los nacionalismos. No era nada nuevo. Sólo unas décadas antes, en otro momento de fuerte inestabilidad, el entonces llamado cantonalismo había explotado en muchos territorios de nuestro país (y no sólo los hoy considerados “nacionalidades históricas”), reclamando unas estructuras de poder más flexibles y más cercanas al pueblo. La fracasada Primera Republica, trató hace ya casi un siglo y medio, crear un Estado Federal que apenas duró unos meses. Era algo que entonces, y al parecer hoy, resultaba demasiado moderno para un país como el nuestro. Sólo unos años más tarde, la nueva la recesión económica, incrementada por la derrota, encendió los ánimos y oscureció el alma de los españoles.

Un pueblo que había visto marchar a cientos de sus hijos para defender los intereses de unos pocos en una contienda al otro lado del océano. Allí sólo fueron los militares profesionales y los pobres que no pudieron pagar el dinero de la redención que les evitaba marchar a Cuba. Tras la pérdida de las colonias, algunos quisieron mirar hacia otro lugar reinventando el pasado. La alta burguesía catalana, que se había beneficiado del comercio con América, tanto como el resto de las burguesías de otras regiones, despertó entonces sus reivindicaciones políticas, y una parte del pueblo catalán, que había perdido tantas vidas como el resto en aquella contienda, las abrazó. A mí me parece lícito que los pueblos, de forma soberana, decidan regir el destino con sus propias manos, pero lo que no comparto es la amnesia que algunos tratan de imponer en ese proceso y los peajes que a otros tratan de imponerles por ello. Hoy una minoría fundamentalista reinventa parte de la historia pensando que con ello consigue algún beneficio. El franquismo más rancio también lo hizo durante más de cuarenta años de prohibición de libertades, entre ellas las identitarias. Lo que a mí me comienza a generar preocupación es que, mientras el nacionalismo español tiene una gruesa capa de caspa que lo identifica y que a muchos, entre los que me encuentro, nos repele, (lo cual no impide que siga vigente y fuerte), los otros nacionalismos se visten con el áurea de lo políticamente correcto, de lo que está de moda, pero no por ello, al menos para mí, son menos inquietantes. A lo largo de la historia, en demasiadas ocasiones, unos pocos han utilizado los sentimientos de las mayorías exclusivamente para beneficio propio. En nombre de la religión, la lengua y la bandera se han asesinado durante siglos sólo por una verdad escondida: el poder y el dinero.

Hoy en algunas de las calles en las que habito oigo algunas reclamaciones justas, pero también algunas falsedades. Creo que no es cierto que España haya sido, a lo largo de la historia, un mal negocio para Catalunya, también es mentira que Catalunya nunca se beneficiara de los negocios en América y que se limitara a los negocios mediterráneos que había impulsado, por lógica proximidad, la Corona de Aragón. Por cierto, me parece curioso que ahora algunos veneren a una de las mayores hordas de mercenarios que haya existido (los almogávares), mientras critican, por los mismos motivos, la expansión colonial que, según ellos, “otros” hicieron en América. Es falso que del negocio americano sólo se beneficiara a lo largo del los siglos exclusivamente los viejos castellanos. De hecho, como siempre que se miran las cosas con la perspectiva equivocada del presente, el pasado es mucho más complejo de la visión que hoy tenemos del mismo. Aquel viejo imperio en el que no se ponía el sol no fue levantado sólo por castellanos, ni tan siquiera también por andaluces, vascos y catalanes. En aquella empresa también participaron y se beneficiaron genoveses, napolitanos, flamencos, portugueses y alemanes.

Mi tatarabuelo Antonio López marchó a Cuba con un único objetivo. Después casi treinta años de lento ascenso en los grados más bajos del escalafón militar, aquella guerra le proporcionaba el ascenso a teniente. Pagó un alto precio por ello. A su regreso, enfermo por las circunstancias de la contienda pasó a la reserva. Pese a ello, la posición que tanto le había costado conseguir, le permitió que su familia no sufriera con tanta furia, la recesión que golpeó al país.

Una vida muy diferente tuvo otro Antonio López, que después de hacer fortuna en Cuba con sus plantaciones y con el negocio de esclavos, fundó en Barcelona una compañía naviera. La Trasatlántica hizo fortuna repatriando, en pésimas condiciones pese al importe cobrado por el trayecto, a los soldados que regresaron de la guerra de las Antillas. Ese Antonio López, fue nombrado Grande de España y su hija se casó con otro ilustre miembro de la burguesía catalana, que también había amasado su fortuna con los negocios en Cuba: el conde Güell. La ciudad de Barcelona le levantó a Antonio López una estatua que aún hoy preside la plaza de su mismo nombre, al final de la Vía Laietana.

Hay curiosamente otra estatua en Barcelona alrededor de la cual la historia difiere según el que la cuente. Cada 11 de Septiembre el nacionalismo deposita flores en honor de Rafel de Casanova. Pese a lo que muchos creen, el defensor de la ciudad frente las tropas borbónicas en 1.714 no murió en aquella acción. Resultó herido en una rodilla, durante la defensa de una ciudad que se había posicionado a favor de un monarca tan extranjero y tan absolutista, como el que defendían sus oponentes. Huyó disfrazado y posteriormente fue amnistiado, muriendo en Sant Boi 32 años más tarde. Por cierto, la bandera bajo la que lanzó el contraataque era la de Santa Eulalia, aunque hoy allí se acuda con esteladas. A partir de ahí, el mismo tipo nacionalismo que ensalza la fiesta nacional del 12 de Octubre, encumbrando sus luces y olvidando sus sombras, ensalza un mito sobre el 11 de Septiembre, que no es del todo fiel a lo que hoy algunos tratan de vender. Los que quieren dibujar como un enfrentamiento entre regiones, estados o pueblos o una lucha por las libertades lo hacen desde una perspectiva equivocada en el tiempo. El principal motivo de aquella guerra era el enfrentamiento entre dos pretendientes a un trono real y los intereses económicos de una minoría, que, entre otros motivos, precisamente quería sacar mayor tajada de los negocios con América

Desde la Grecia antigua, el hombre construye mitos que le sirvan de ejemplo. El problema es que algunos lo pretenden convertir en historia y lo que es peor, utilizar su personal interpretación de la misma como arma arrojadiza contra la convivencia.


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