Al atardecer del 27 de junio
de 1874 los soldados liberales intentaron por segunda vez la toma de Monte
Muro, pero “cubiertos de lodo y rendidos
de cansancio, se vieron súbita y rudamente atacados a la bayoneta por las
fuerzas carlistas” según nos describe el Tomo II de Los Anales de la Guerra Civil que
continúa la descripción: “El momento era
supremo, y nadie medía la distancia ni se ocupaba del peligro común. Con la
vista fija en el cerro de enfrente, y envueltos
humo denso, era imposible seguir el movimiento de las tropas. Se tocó alto al
fuego de la artillería y disipada la niebla, vimos aparecer por la cresta de
Muru masas compacta de carlistas, que avanzaban sobre los bravos soldados,
obligándoles a retroceder hasta la cañada. Volvió la artillería a destrozar
trincheras y á causar bajas al enemigo, pero sin contener su ataque, que era
brusco, sostenido y ordenado. Nuestros oficiales, nuestros jefes y nuestros
brigadieres y generales estaban allí alentando á todos; los ayudantes iban y
venían para trasmitir órdenes; el Estado mayor corría á través del fuego y
dejaba a alguno de sus individuos muerto ó herido en el campo.”
Las palabras de Galdós
también nos relatan los hechos: “Los
treinta cañones empleados en la altura escupían a torrentes la mortífera
metralla. Concha, con gesto de rabia y ronco acento imperioso, daba órdenes y
más órdenes. La formidable Artillería logró al fin contener el ímpetu de los
valientes realistas, obligándolos a buscar el refugio de sus trincheras. Por
segunda vez treparon nuestros soldados con increíble arrojo por las
fragosidades de Murugarren y Muru, y de nuevo fueron atajados en su avance.
Descompuestos retrocedieron hasta la carretera. Pero los cañones, vomitando
fuego, pusieron nuevamente a raya a los bravos batallones de don Carlos.”
Colina que sube a Monte Muro |
La situación era crítica
para los soldados republicanos que se retiraron hacia la carretera, donde el coronel
Castro consiguió reunir los restos de los batallones junto a las tropas de
reserva. Hacia allí se dirigió a las siete de la tarde el general Concha. Su
ejército, diseminado y batido con dureza desde las trincheras carlistas, corría
además el riesgo de perder la cobertura de la artillería, que comenzaba a
quedarse sin munición. En ese instante desesperado, el jefe del ejército
decidió ponerse al frente de las tropas de vanguardia que iban a intentar el
tercer ataque sobre Monte Muro. Cuando llegó junto al arroyo Iranzo concentró
las fuerzas que allí quedaban en una sola columna y comenzó a ascender.
La obra Relación histórica de la Última Campaña del Marqués del Duero nos describe el
momento: “Al llegar al puentecillo, el
general en jefe se separó de la carretera hacia la derecha y, pasando junto a
un grupo de chopos que crecen en la margen del arroyuelo, comenzó a ganar la
pendiente accidentada. Ya a la mitad de ella, era imposible la subida a caballo
y el general Concha y su comitiva echaron pie a tierra, dejando los caballos
reunidos en una ligera inflexión del terreno, algo resguardada del fuego de
flanco que los carlistas haciéndose la parte de Murugarren. No iba escolta
alguna para el cuartel general y los caballos quedaron sueltos, bajo la
vigilancia del asistente del general. Poco antes de llegar a la meseta, coronadas
trincheras que para su defensa habían abierto los carlistas, mandó detenerse a
los que le acompañaban.”
Don Benito Pérez Galdós
adorna así la narración: “Cansado de
esperar a los batallones del General Reyes, se decidió Concha a intentar el
esfuerzo supremo. Dejó los tres Regimientos de Caballería en la altura donde
estaban emplazados los cañones, para que protegiesen esta posición y aseguraran
el flanco derecho. Llevose consigo los dos batallones de Infantería y con ellos
se unió a los diez y ocho que acababan de reconcentrarse. Al frente de estas
fuerzas se lanzó al asalto, cuando ya el sol, enrojeciendo las nubes de
Occidente, se hundía en el horizonte. Arreció el combate con creciente furia.
Las tropas de Reyes no llegaban. Concha enviábale de continuo órdenes
apremiantes para que acudiera pronto en apoyo de sus movimientos. Y decidido a
jugar el todo por el todo, ascendió al frente de sus tropas hacia las
trincheras carlistas.”
Cuando llegó a cincuenta metros de las
trincheras carlistas, viendo que se acercaba la noche y que no había recibido
los refuerzos necesarios para mantener el ataque, decidió posponer las
operaciones para el día siguiente. Regresamos a la novela galdosiana: “La artillería continuaba teniendo a raya a los carlistas, que ya no se
atrevían a salir de sus trincheras. El avance de Concha fue tan rápido que
llegó a cincuenta metros del enemigo cuando aún no se le habían incorporado los
batallones del General Reyes. Por falta de este apoyo no se pudo dar fin y
remate al supremo esfuerzo. A las siete y media de la tarde, Concha no tuvo más
remedio que aplazar el ataque definitivo, dando por frustrada en aquel día la
operación. Empezó a descender, dirigiéndose con los demás Jefes a donde
aguardaban los caballos.”
No
muy lejos de allí se encontraban los soldados del Regimiento de Zamora, como
queda reflejado en la obra Relación histórica de la Última Campaña del Marqués del Duero: “Entretanto, el Coronel Castro que dirigía la reserva, creyendo hace
más eficaz su acción con apoyar la marcha del General por su flanco derecho,
ganaba la altura por una inflexión de la montaña, donde no experimentaría los
efectos de la fusilería enemiga hasta ponerse ya muy cerca de las trincheras
que iba a atacar. Y con efecto, ya asomaba a la cumbre y se disponían las
parejas de guerrilla, que iban a la cabeza, a romper el fuego, cuando después
de de nutridas y mortíferas descargas de los que defendían las trincheras, les
asaltó una masa de infantería navarra para lanzarse sobre nuestros soldados a
la bayoneta y con una espantosa gritería”
De
nada serviría ya el último esfuerzo. En ese preciso instante se producía el
fatal hecho que iba a cambiar la batalla: la muerte del general Concha: “Le acercó el caballo y los situó de través
con la pendiente a fin de que el general lo montase mejor; y, al cruzar éste la
pierna derecha para dejarla descansar en el estribo, una bala de fusil fue a
atravesarle el pecho derribándole sobre la espalda derecha del caballo sin que
bastasen apenas las fuerzas del criado, que quiso recogerlo en brazos, para
amortiguar el terrible golpe de su caída en tierra”.
Capitán Grau y el Teniente de Húsares Montero trasladan el cadáver del General Concha |
Galdós
novela el momento con gran maestría:
Las voces de Tordesillas acudieron los que estaban más próximos. El cuerpo
del General en Jefe cayó en tierra. Tal fue la consternación y el espanto de
los primeros espectadores de la terrible escena, que todos quedaron un momento
mudos. Los ayudantes de Concha, creyendo que aún vivía el caudillo, le
desabrocharon el impermeable y levita, haciendo saltar botones y rasgando
ojales. Nada vieron que no indicase la seguridad de una muerte instantánea.
Pronto se formó un grupo espeso en el cual nadie osaba determinar cosa alguna. ¿Qué
pensar, qué decir, qué hacer...?
Por fin, entre los
ayudantes y Tordesillas discurrieron lo único práctico en trance tan fatídico.
Ante todo urgía apartar de allí el cadáver. Con gran trabajo, por la pesadumbre
del recio cuerpo exánime, colocaron éste sobre un caballo y sigilosamente fue
conducido al pueblo de Abárzuza, evitando que las tropas pudieran darse cuenta
de la catástrofe. La triste caravana, fatal término y desenlace de un acto
militar que debió ser glorioso, deslizábase furtiva por los campos como una
decepción horrenda, o una burla del Destino que quiere sustraerse a la mirada
humana, y aun a los ojos de la Historia. La media luz crepuscular, alumbrando
este paso solemne y medroso, daba a la escena la intensa melancolía de las
grandezas caídas súbitamente en los abismos de la nada.
Muerte del Marqué de Duero |
Finalmente llegaron a
Abarzuza, desde donde el general Echagüe dirigió sin pérdida de tiempo al
ministro de la Guerra el siguiente despacho telegráfico: “General en jefe interino al ministro de la Guerra. Ejército rechazado.
General en jefe muerto. Pérdidas sensibles. Me ocupo en levantar la moral de
las tropas, mientras llega mi relevo. Padezco mucho. Echagüe.”
Gloriosa Muerte del Marqué de Duero |
Desconozco la
posición que ocupaba el soldado de segunda Antonio López Martín. Quizá formaba
parte de una de las cinco compañías del Regimiento de Zamora que avanzaban con
las tropas de reserva, muy cerca de Concha en el momento de su muerte. O tal
vez aún permanecía en Arandigoyen. En ambos casos, al tatarabuelo le esperaba una noche muy dura, una madrugada
muy larga…
Excelente una vez mas. Aqui va mi aportación, el monumento al general concha tal y como esta hoy en día
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