En su edición de mitad de agosto, cuando los
periódicos adquieren la enorme delgadez de una dieta falta de noticias, Babelia
publicaba un artículo firmado por Javier Gomá Lanzón que titulaba Raptado por las musas. El texto
comenzaba así: “Hay un hecho notorio y
universal que reclama una buena explicación: por qué determinadas personas
dedican las mejores horas del día, los mejores días del año y los mejores años
de su vida a producir algo que nadie les ha pedido, sin que el éxito social, los
requerimientos de la conciencia, el anhelo de fama o el enriquecimiento
económico constituyan nunca la motivación principal. El hecho suele ser
designado con la palabra vocación.”
El
artículo continuaba más adelante: “Es literaria aquella
vocación que elige como objeto la producción de un texto. De igual manera que
un pintor percibe un magnetismo en la asociación de unos particulares colores o
el compositor descubre la necesidad interior de una concreta secuencia de notas
musicales, así el escritor es aquella persona que ha desarrollado un sentido
para aprehender el campo de fuerzas que generan dos o más palabras cuando se
ponen cerca y del que carecen por separado. El escritor, en resumidas cuentas,
no es otra cosa que un juntapalabras y su arte reside en juntarlas con
acierto”
Hay
ocasiones en que las palabras se niegan a juntarse o, cuando lo hacen, el
resultado que revelan es desolador, pero a veces de una idea absurda, de un
título surreal, nace un hilo que basta poco más de dos centenares de palabras
antes de romperse para dejar una resultado incierto...
Emilio Cifuentes eligió para morir un domingo de agosto.
Durante los días previos las temperaturas fueron muy altas, tanto que le
provocaron un hervor de pensamientos que le remordió el estómago y le fue
consumiendo muy despacio. La mañana del deceso, en cambio, amaneció tibia,
pastosa, con un cielo lleno de nubes sucias que tampoco era promesa de lluvias.
—¡Vaya día ha elegido este cabrón para marcharse! —pensaba su
mujer en mitad de una soledad inquebrantable. Era de esperar: en vida su esposo
no se había dedicado a hacer amigos.
—Debería estar prohibido morirse en Agosto cuando todo el
país está de vacaciones —musitó entre dientes después de firmar el papeleo—. Al
menos así tendrán la excusa para no venir al entierro.
Al salir a la avenida limpia de coches el calor comenzaba a
repuntar y decidió que ya era hora de dar portazo al pasado.
—Te va a enterrar con la camisa azul Rita la Cantaora, porque
yo acabé bien harta de tu yugo y tus flechas.
Cuando llegó a casa, lo primero que hizo fue ducharse, mirar
como el agua se iba por el desagüe dibujando círculos entre sus pies doloridos.
Con el pelo aún mojado abrió la puerta del armario ropero y no tardó mucho en
rebuscar entre las perchas de plástico. Cogió el vestido negro que vistió el
año en que murió su madre, se fue a la cocina y lo tiró a la basura.
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