08 agosto, 2013

La batalla de Monte Muro VII. Las consecuencias.

(Nota previa.- Ésta es la séptima entrada consecutiva publicada en este blog sobre los hechos que acontecieron en la batalla de Monte Muro, ocurrida ene los montes de Estella a finales de junio de 1874. Se recomienda iniciar la lectura por la primera de ellas para entender de forma cronológica y ordenada lo que aconteció allí y las peripecias del soldado de segunda Antonio López Martín, mi tatarabuelo).

Los carlistas, que permanecieron escondidos en sus trincheras durante toda la madrugada, no se enteraron de la retirada de las tropas liberales hasta que ya era demasiado tarde para hostilizarlas, como reconoció el propio Dorregaray en sus Memorias: “por la falta de vigilancia encargada de la extrema izquierda no supo á tiempo la retirada del enemigo”. Al salir algunas fuerzas a efectuar reconocimientos y recoger las armas y municiones perdidas en el combate fue cuando supieron lo ocurrido.

Dorregaray, ebrio de victoria, llevó entonces a término su promesa de guerra sin cuartel y ordenó la muerte de los 155 soldados liberales que habían quedado en Abarzuza. La excusa fue un incendio que se propagó en dicho pueblo durante la batalla. Efectivamente, en la mañana del 27 se propagaron por las casas algunas de las hogueras, que habían encendido los soldados liberales para calentarse; hecho que ya provocó el enfado y la reprimenda del general Concha a sus tropas. Pese a la oposición de algunos mandos carlistas, que intentaron frenar el despropósito, el cruel Dorregaray, ordenó la ejecución inmediata de catorce hombres, aunque muchos de ellos pertenecían a unidades que habían estado lejos del lugar de los hechos. Entre los ajusticiados se encontraba un ciudadano alemán, lo que provocó las quejas de las potencias internacionales ante la barbarie del general carlista, obligándole a justificarse en una carta firmada en Estella un día más tarde, que se publicó en El Cuartel Real, diario oficial de Don Carlos: “Hoy hemos fusilado no más que la décima parte de los criminales: de hoy para arriba sufrirán esa suerte todos; de para arriba haremos guerra sin cuartel á ese ejército de fieras.” […] “Esos hijos espúreos de la patria, que veían manchando el nombre del antiguo ejército español con sus vandálicos atropellos, lo han hecho en esta ocasión de la manera más inícua, cobarde y asquerosa de que hay ejemplo en la historia de las naciones civilizadas. De este modo, Señor, han respondido a la intachable y casi paternal conducta que constantemente contra ellos hemos observado”.

El pretendiente Don Carlos, satisfecho con la victoria, le concedió a Dorregaray la Cruz de San Fernando y a Mendiri el condado de Abárzuza. Podemos vislumbrar la personalidad de los personajes a través de sus palabras tras la victoria. El parte que firmó Dorregaray dice: “Dios, que visiblemente vela por nuestro ejército, ha querido recompensarle concediendo a sus ramas la victoria más completa y decisiva que hemos tenido en esta campaña, y a costa de muy pocas, aunque siempre sensibles pérdidas, en los mismos puntos, testigos de los crímenes de nuestros contrarios” o en la alocución que realizó don Carlos a sus tropas en la revista realizada el 2 de julio en Monte Jurra ante 28 batallones: “El Dios de los ejércitos, por cuya gloria principalmente peleamos, multiplicó vuestro aliento y os ayudó a confundir la soberbia del que había prometido la destrucción y el exterminio de esta tierra leal, haciéndole morir a vuestros pies, precisamente el día en que la Iglesia conmemoraba la aparición de Santiago en Clavijo para confundir a la morisma”.

No fue la ayuda divina el motivo de la vitoria carlista. La falta de provisiones y la inclemencia del tiempo obligaron a los liberales a presentar batalla hambrientos y a escalar colinas en condiciones impracticables, pero la desmedida ambición del plan de ataque tampoco se ajustaba a los medios con los que contaba. Tras el levantamiento del sitio de Bilbao, el general Concha pretendía dar el golpe definitivo que acabara con la guerra. Su objetivo no era sólo tomar Estella, sino conseguir el mayor número de prisioneros. En todo momento contuvo el ataque de la derecha del ejército, que estaba más próxima a la capital de los carlistas, porque, tras la toma de Monte Muro, los batallones del ala izquierda debían cortar la huida al enemigo.

Algunos panegiristas de Concha dicen que el general “se había encariñado con un plan vasto, extenso, que no sólo le diese la victoria, sino que le produjese un resultado decisivo. No le satisfacía la mera ocupación de Estella, ni no hacía á la vez algunos miles de prisioneros”. Y a continuación añaden: “La ocupación de Estella pudo conseguirse, mas no conseguía el Marqués su objeto, y la pérdida de los carlistas se habría limitado á la de la ciudad, quedándoles libre la retirada.” Otros en cambió criticaron su decisión: “Otro general, quizá de menos entendimiento, pero de mayor serenidad de raciocinio, hubiera desechado el citado plan, ó á lo sumo hubiera requerido del Gobierno el envío de la fuerza que necesitaba para realizarlo. De ninguna manera se habría aventurado en una empresa que, sobre ser ardua, no le iba á producir, aun victorioso, el resultado decisivo que apetecía.”

Mendiri, que dirigió a los carlistas en la colina de Monte Muro, analizó años más tarde la batalla y alabó el plan de Concha “pero le faltó, estratégicamente hablando, apreciar lo que siempre constituyó nuestra debilidad. Sí una vez situadas sus fuerzas sobre Villatuerta, Murillo, Zaval y Abarzuza, nos hubiera entretenido con pequeños ataques de guerrillas, sin comprometer sus masas, adelantando aquéllas con sus reservas parciales hasta obligar á nuestros voluntarios á romper el fuego, dos días hubiéramos podido resistir, pero al tercero nos habríamos visto obligados á abandonar las posiciones y la plaza por falta de municiones, pues con las que teníamos de reserva apenas hubiéramos podido reponer de 30 á 40 cartuchos por plaza”.

El jefe carlista Mendiri en la Acción de Monte Muru.
Dibujo de G. Marichal para La Ilustración Española y America, edición de 15 de julio de 1874
Una victoria en la batalla de Monte Muro sin duda hubiera acercado el fin de la contienda. La derrota, en cambio, alargó la guerra dos años más y acabó por precipitar el fin de la República y la restauración borbónica con la subida al trono de Alfonso XII. Lo que nadie puede negar al general Concha fue su valor en el combate. Tenía 66 años cuando se puso al frente del Ejército del Norte. Consiguió levantar el sitio de Bilbao, empresa en la que habían fracasado previamente los generales Morriones y Serrano. En el momento decisivo de la batalla, decidió ponerse a la cabeza de las tropas que subían la colina de Monte Muro y encontró la muerte en primera línea de combate, un hecho completamente inusual porque los generales observaban las batallas desde la distancia.

En el sexto aniversario de su muerte se inauguró un monumento en su honor en el lugar donde perdió la vida. La columna aún permanece hoy al borde de la carretera que lleva desde Estella a Abárzuza. Hace poco más de un mes, cuando conducía medio perdido buscando los lugares de la batalla, apareció junto a los campos sembrados. Era el mismo día y a la misma hora en que falleció y en ese momento decidí contar en este blog las peripecias de mi tatarabuelo en aquellos mismos campos.

Monte Muru - Inauguracióndel monumento erigido a la memoria del General Marques del Duero
.
Dibujo de Nemesio Lagarde para La Ilustración Española y Americnaa, edición de 15 de julio de 1874


Los primeros seis meses en el ejército del soldado de segunda Antonio López Martin coincidieron con los más duros de la 3ª Guerra Carlista. Tras las derrotas en Abanto y Monte Muro, participó en la conquista de Oteiza, el levantamiento del bloqueo a Pamplona, la toma de Aoíz y la batalla de Elgueta. Terminada la contienda pasó a Vitoria y se acantonó en Haro, donde fue licenciado y se le abonó un año de servicio que extinguía su empeño. Ya no era necesario mantener un ejército tan numeroso, pero Antonio, que había participado en duras batallas como soldado raso, seguramente creyó conveniente amortizar ese esfuerzo continuando su carrera militar, esta vez como oficial y en tiempo de paz. Tenía sólo veintidós años, pero los acontecimientos vividos  debieron cambiar seguramente su forma de pensar y hacerle madurar de forma acelerada. Inició entonces su lento y trabajado ascenso por los grados más bajos del escalafón militar. Tuvieron que pasar otros veintidós años para que alcanzara el grado de teniente, pero para eso tuvo que volver a presentarse voluntario a otra guerra: la de Cuba.


La guerra carlista ocupa hoy escaso párrafos en los planes de estudio, pero, más allá de los actos heroicos de la última guerra romántica, origina la idea de las dos Españas, que acabaría de estrellar décadas más tarde en la Guerra Civil. Algunas de sus consecuencias siguen hoy vivas: nuestra actual Constitución recoge derechos arcaicos que han sido cuestionados incluso por las instituciones europeas. Tampoco debe ser casualidad que en los territorios donde el carlismo encontró más adeptos sean hoy aquellos en los que nacionalistas vascos y catalanes obtienen mayor número de votos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario