28 noviembre, 2021

La felicidad es una manera de resistir

Porque la felicidad es una manera de resistir… Fue la dedicatoria que me escribió en un ejemplar de Las tres bodas de Manolita. Ahora puedo recordar la fecha exacta porque ella se encargó de anotarla: Barcelona 11-3-2014.

Tres años antes había hablado con ella solo unos minutos. Como cada diada de Sant Jordi, Barcelona lucía primaveral, las calles andaban abarrotadas de gente con rosas rojas y libros. Recuerdo la larga cola de lectores que zigzagueaba en uno de esos puestos de libros que colapsan el Paseo de Gracia, esperando pacientemente a que Almudena Grandes les firmara su autógrafo.

Había publicado Inés y la alegría unos meses antes. Iba a ser la primera novela de un total de seis que había titulado Episodios de una guerra interminable. Al ver las páginas gastadas por la lectura me preguntó si me había gustado. Mi respuesta le sorprendió cuando ya había empezado a escribir. Entonces alzó la vista y vi sus ojos muy fijos por encima de sus gafas algo bajadas. Yo le dije que me había encantado su novela porque me apasionaban las historias relacionadas con la Guerra Civil y la posguerra, que mi abuelo había sido maquis y mi abuela lo pagó con ocho años en una cárcel franquista y que llevaba tres años escribiendo una novela que contase su historia.

¡Los Quero! ¡Eran la Champion League del maquis! ¡Vaya personajes, los más grandes! Me dijo que conocía la historia de esos hombres que pusieron Granada patas arriba durante los años cuarenta, en lo más duro del régimen de Franco porque su marido, que era de Granada, se la había contado. Le respondí que conocía a Luis. Me recibió una tarde de nochebuena en su casa de la avenida Cervantes cuando aún vivía en Granada y no eran pareja. Fue en 1988 cuando yo tenía veinte años y aún soñaba con ser poeta y Luis García Montero me firmó su dedicatoria en su Diario cómplice después de una tarde que pasó volando mientras charlábamos de poesía. Pero ésa es otra historia…

Entonces Almudena me preguntó cómo se llamaba mi abuela y acabó la dedicatoria que había dejado a medias incluyendo una referencia a su memoria. Tienes que escribir esa historia, estaré encantada de poder leerla algún día, fueron sus palabras de despedida. La espera del resto de lectores no pudo alargar la conversación.

Antes del primero de los episodios de esa maldita guerra interminable yo había leído Los aires difíciles, El corazón helado. Luego vendrían El lector de Julio Verne, Las tres bodas de Manolita, Los pacientes del doctor García y La madre de Frankestein. Cada una de esas lecturas produjo en mí esa felicidad de la resistencia.

Tres años después, otra vez por Sant Jordi, volvió de firmarme una dedicatoria cariñosa. Esta vez en presencia de mi hija que a sus 12 años se quedó sorprendida de que "tuviéramos tanto en común"

Detrás de una lectura amena se esconde mucho oficio al escribirla. No conozco a nadie que escriba mejor las acotaciones de los diálogos. Lo que para algunos es una mera acción entre dos líneas, para Almudena Grandes era otra oportunidad de aportar más detalles, de engancharnos a la lectura:

-¿Y tú que miras? –al escucharla, la palmera se dio cuenta de que estaba borracha, seguramente drogada, pero lo que le impresionó no fue eso.

-¿Yo? –sino descubrir que nunca, en su vida, había visto tanta rabia en los ojos de nadie-. Nada

Pero si hay algo en sus libros que nos hiela el corazón son sus personajes. En sus descripciones se puede sentir el amor y la pasión que siente por ellos, ese universo de vencidos que negaban la derrota. Manolita, que en el peor de los tiempos se casó con un preso para que pudieran funcionar dos multicopistas. La Palmera, el flamenco feo que con la proclamación de la república sintió que había llegado su hora, la de los miserables, las de los pobres, la de los humillados, la de los maricones… y a través de las palabras escritas por Almudena podemos sentir todo su orgullo. Nino, el pequeño para el que las paredes de la casa cuartel no sabían guardar secretos porque no podían ocultar el sonido de las torturas de aquellos maquis con apodos inolvidables. Germán Velázquez, el psiquiatra que regresa del exilio para tratar a sus pacientes con la humanidad que les había negado el siniestro Antonio Vallejo Nájera que tanto dolor causó en la cárcel de mujeres de Málaga, donde mi abuela acabaría por penar su condena. Incluso podía hacer que en ciertos aspectos sintiéramos simpatía por tipos tan ruines como Julio Carrión, antiguo divisionario de oscuro pasado que construyó su fortuna al elegir en el momento adecuado el bando ganador. Inés que, desde su exilio en Tolouse mientras cocina platos suculentos y lee las novelas de Galdós, nos cuenta la invasión del Valle de Arán. (A la muerte de Franco se supo, por la información que guardaba en su archivo personal, que en los largos cuarenta años de su dictadura solo hubo dos cosas que le habían preocupado: la invasión del valle de Arán  y la lucha de los hermanos Quero en Granada).

Nuestros abuelos perdieron la guerra y también estuvieron a punto de perder la historia. Tras cuarenta años de noticias vacías, narradas por la voz engolada del NODO para mayor gloria del dictador y su régimen de asesinos, la llegada de la democracia impuso un manto de silencio. Los derrotados se fueron a la tumba sin contar todo su dolor, negándose a dejar esa herencia difícil a sus hijos y nietos, avergonzados a veces de su propio sufrimiento. Pero esas vidas tan duras no explican solo nuestro pasado, son también fundamentales para entender nuestro presente.

Esas vidas apasionantes son un arsenal muy poderoso, porque sus biografías de lucha, de dolor, de silencio son mucho más interesantes que la ignominia que podemos oír en labios de los vencedores. Javier Cercas lo describe muy bien cuando narra, casi con vergüenza, la historia de su tío abuelo falangista en El monarca de la sombras.

Almudena Grandes supo contar con mucho oficio las historias de nuestros derrotados. No fue la única, ni siquiera la primera en hacerlo, pero sí la que posiblemente lo hizo con más empeño. Nos deja un legado maravilloso, un puñado de novelas imprescindibles, un camino por el que estoy seguro de que nos seguirán llegando otras malditas novelas sobre la Guerra Civil, parafraseando la ironía de Isaac Rosa.

2 comentarios:

  1. Gracias por mantener vivos los anhelos y esperanzas de los que ya no están aquí, y por ayudar a contar la historia de nuestros vencidos en la guerra. Recordar sus experiencias es una forma de hacer justicia.
    Espero que la voz de tu blog no se apague, me ha dado una gran alegría ver una publicación reciente después de encontrar tu entrada de 2009 sobre el Plan P

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  2. Gracias David por tu comentario. Me alegra que alguien que leyó un texto en el 2009 vuelva aquí años después. Ahora publico mucho menos, pero anima saber que hay gente ahí detrás que lee lo que escribo. Saludos!

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