10 febrero, 2010

La caída de Málaga contada por los que la vivieron

La caída de Málaga ha sido analizada por la perspectiva de los historiadores a lo largo de los más de setenta años que han transcurrido desde que sucedió, pero la narración de los que vivieron los hechos desde dentro aún me parece mucho más interesante y, además, me ha sorprendido la cantidad de libros escritos, sobre todo por extranjeros, sobre el tema.

En la mayoría de los casos, las historias se entrecruzan y se solapan como la de varios escritores que paso a comentar. En Febrero de 1.937 vivían en Málaga dos ancianos que compartían edad: setenta y tres años e incluso amistad y que podía decirse que estaban ambos de vuelta de todo, pero que tenían una visión completamente opuesta de los hechos. Se trataba del escocés Sir Peter Chalmers Mitchel que había sido director del Zoo de Londres y presidente de la Sociedad Zoológica de dicha ciudad y que llevaba varios años residiendo en Málaga, dedicándose a escribir libros. Este hombre, con pinta de intelectual de ateneo, había sido uno de los pocos que había seguido llevando corbata en la Málaga republicana y sentía simpatía por los comunistas y anarquistas. Todo lo contrario que Edward Norton, un estadounidense que había sido cónsul de su país en Málaga y que, años después, tras abandonar su carrera diplomática, había decidido retirarse en la ciudad, ocupando la presidencia de una compañía exportadora de pasas y almendras que era propiedad de un amigo. Chalmers es especialmente interesante cuando describe el castigo que sufre la ciudad asediada y la brutal represión que comienza en los primeros momentos tras entrada de las tropas enemigas. Norton obvia estos temas y se escandaliza de la actuación de “los rojos” y de la anarquía que traen los comités republicanos. Sir Peter escribió en 1.937, sólo unos meses después de los hechos, su libro “My house en Málaga” que desgraciadamente no ha sido reeditado ni traducido. Ambas cosas ocurrieron hace sólo unos años con “Muerte en Málaga” de Norton que lo escribió por la misma época.

Paralelamente a la vida de estos dos ancianos, discurren las de dos idealistas jóvenes. Arthur Koestler era un periodista húngaro, que en aquel momento se sentía comunista y trabajaba para el servicio de inteligencia de la Republica (su personalidad me parece tan interesante que ya escribí un artículo sobre él en este blog). También en 1.937 escribió “Testamento español”, un libro donde recoge, fruto de su propia experiencia personal, el derrumbamiento de los frentes, la caótica situación de la ciudad y la represión. Treinta años más tarde su ideología ha cambiado y, desde el más furibundo antitotalitarismo que le había provocado el estalinismo, reescribe y retitula el libro que pasa a llamarse “Diálogo con la muerte”. En este caso se centra más en su espera de la muerte en una cárcel de Sevilla, aunque sigue narrando de forma vigorosa los acontecimientos de Málaga incluidos su detención a manos de Luis Bolín.


Éste era capitán del ejército de Franco y secretario de su oficina de prensa y había tenido una participación clave en el golpe de estado, ya que fue la persona que alquiló el Dragon Rapide, el avión que transportó a Franco para ponerse al frente de la sublevación militar. Bolín, que era miembro de una de las familias ricas de Málaga, escribió en los años sesenta “España. Los años vitales”. Para entonces ya debía conocer los otros libros y el suyo trata de dar una visión muy diferente de los hechos, llegando incluso a negar algo que su superior, Queipo de Llano, había reconocido treinta años antes, el ametrallamiento de los refugiados que huían por la carretera de Almería.

La detención, a manos de Bolín, de Koestler y Chalmers y la posterior liberación de éste último con la ayuda de Norton entrecruzan los hechos en los cuatro libros.

Pero además de estos cuatro personajes merece la pena destacar la visión de dos extranjeros que participaron directamente en los hechos bélicos. Bonaventura Caloro era un legionario italiano que en su libro “De Málaga a Tortosa” relata, bajo la perspectiva de su euforia juvenil y fascista, la historia de este cuerpo, desde que llegan hasta que marchan de nuestro país. Elizaveta Parshina era una joven rusa que trabajaba como voluntaria traduciendo del ruso al español. A las pocas semanas de estar en Madrid, pidió ser destinada a la primera línea del frente, llegando así a Málaga una semana antes de su caída. En su libro “La brigadista” narra sus experiencias durante toda la guerra, pero es en los primeros capítulos, precisamente los relacionados con los hechos de Málaga, donde el interés de la narración es mayor. Su marcha de la ciudad dejando atrás los heridos de un hospital o la muerte de un niño en un bombardeo en la carretera de Almería, ambos magníficamente descritos, cambian su opinión del mundo y, a partir de ese momento, hacen que aquella joven traductora sin experiencia militar se convierta en una luchadora ferviente y temeraria de las brigadas internacionales.

Gamel Woosley vivía con su marido, el también escritor Gerald Brenan en un pueblo cercano a Málaga en el momento en el que los milicianos consiguieron detener el golpe de estado en la ciudad. Aunque se marchó a Gibraltar, vio lo suficiente como para escribir “Málaga en llamas” donde recoge sus sentimientos ante la barbarie de ambos bandos.

Finalmente hay otro libro de alguien que no vivió los hechos, Diego Carcedo, pero que los narra a través del conocimiento que tiene tras las conversaciones con Porfirio Smerdou, el cónsul de Mexico en Málaga. “El Schinlder de la Guerra Civil” narra la historia de un hombre que salvó a muchas personas con simpatía por los nacionales durante el dominio republicano. Especialmente interesante es el pasaje donde cuenta la noche previa a la entrada de los fascistas. Esa noche sus refugiados nacionales comparten la misma comida, aunque diferentes escondite, con los primeros republicanos a los que esconde. Bolín, que era primo de su mujer, a la entrada en la ciudad le agradece lo que ha hecho por sus amigos, pero le pide la entrega de sus enemigos en la misma situación. Otra diferencia entre la magnanimidad de unos y otros la encontramos cuando intercede por el antiguo alcalde republicano de Málaga que le había facilitado ayuda para evadir a personas que estaban en peligro de ser fusiladas. El nuevo fiscal, el franquista Carlos Arias Salgado, se niega en cambio a salvar la vida del antiguo alcalde.

“Los camiones pasaban cada vez más llenos y más deprisa, erizados de rifles, y sus ocupantes, blandiendo las pistolas, cantaban La Internacional. Llevaban marcadas a tiza las iniciales de todos los grupos de izquierdas […] ¿A dónde se dirigían? Ellos sabían tan poco como nosotros. La revolución de la derecha, frustrada en su comienzo, había desencadenado la revolución de la izquierda. El aire se llenaba de esperanzas y promesas. Estaba claro que, para ellos, “era una maravilla estar vivos aquella madrugada”. Los camiones pasaban en un torrente interminable. El día seguía adelante, radiante, caluroso, con esperanza y determinación en el aire”Málaga en llamas. Gamel Woosley.

“El cielo estaba casi totalmente despejado el 26 de enero, un campo abierto para los aviones y un paraíso para los pilotos. En nuestro jardín, la buganvilla había alcanzado la floración perfecta. Los jazmines amarillos habían florecido tras las lluvias y su perfume impregnaba la casa. […] Los aviones parecían una cuña de gansos cuando se abrían y zigzagueaban sobre nosotros, descendiendo cada vez más abajo. […] La brisa del noroeste era cálida. La primavera estaba en el aire. Y también los aviones. Era nuestro tercer día sin pan y sin patatas. […] Mientras tomábamos el té en el jardín, dos formas grises y alargadas avanzaban por el mar, los cruceros nacionales Canarias y Almirante Cervera. La alarma causada por la presencia de los cruceros fue espantosa y miles de personas huyeron para refugiarse en los arroyos cercanos a nuestra casa. […] Hacía una tarde preciosa. Las montañas, los olivares cercanos y el Mediterráneo estaban muy hermosos. Pero no teníamos ojos para el paisaje, No podíamos disfrutar del bello escenario que nos rodeaba porque la sombra del inminente ataque pendía sobre nosotros. Observamos con cierta inquietud que los cañones se oían cada vez más cerca”Muerte en Málaga. Edward Norton.

“La calle estaba llena de asnos cargados con niños, mujeres ancianas y jóvenes y soldados abatidos que trataban de ayudar a los niños y a los ancianos. Como uno de los más terribles cuadros de Goya, iban corriendo, empujando, gimiendo, gritando con el miedo y la miseria en sus caras. Y mientras desde el mar los buques iban yendo y viviendo, iluminando las curvas de la carretera. […] Un clamor llegó gritando al camino Nuevo desde el extremo inferior de la caleta y pronto vimos que lo causaba una turba desordenada de hombres armados, muy diferentes a las disciplinadas tropas italianas que habían tomado la ciudad pacíficamente veinticuatro horas antes. Una gran multitud de hombres gritando y gesticulando. Pude ver como lanzaban contra el barranco escarpado de su izquierda lo que parecía ser dos o tres paquetes de ropa vieja, pero luego me di cuenta de que se trataban de hombres heridos”Mi casa en Málaga. Sir Peters Chalmers-Mitchell

“El barco de guerra inglés ya no está fondeado en el puerto. A Europa no parece importarle la suerte de Málaga. Unos hombres y mujeres suben corriendo desde el puerto, con los rostros mirando al cielo. Unos segundos más tarde las campanas se echan al vuelo: alerta de ataque aéreo. Ni siquiera hay sirenas. Todo el mundo corre de un lado a otro en un desorden irresponsable; el pánico es mucho mayor del que haya visto nunca en Madrid. La ciudad es más pequeña; los objetivos se ven con mayor nitidez gracias al mar de fondo” […] La ciudad está en un caos total. Los milicianos del ejército de la zona duermen tumbados en las aceras, en los portales, debajo de las mesas de mármol de los cafés. Han perdido toda traza de soldados: son fardos de ropa sucia con criaturas temblorosas dentro. Los que no duermen deambulan por las esquinas de las calles, liándose cigarrillos, esperando la llegada de sus verdugos. Están abatidos. Han intentado impedir el avance de los tanques lanzándoles piedras. […] Bajé a la ciudad. Desde ayer ha cambiado su fisonomía: ya no hay tranvías; todas las tiendas cerradas; grupos de gente en todas las esquinas y en todos los rostros el velo gris del miedo como una telaraña. Sol radiante, cielo de un azul brillante, pero las amplias alas de la muerte están desplegadas para envolver a la ciudad. […] No hay electricidad, no hay tranvías, ni policías en las esquinas, Sólo la oscuridad y el estertor de una ciudad estrangulada: un disparo, un grito embriagado, un gemido en una calle más allá. Milicianos que pasan corriendo, sin saber dónde ir, como dementes. Mujeres con mantillas negras que revolotean como murciélagos en las sombras de las casas. […] Un ejército de invasores extranjeros acampa detrás de las colinas, recuperando fuerzas para mañana, ocupar estas calles e inundarlas con la sangre de personas cuya lengua no comprende, con quienes no tiene pleitos pendientes, y cuya existencia ayer le era tan desconocida como indiferente le será mañana su muerte” Testamento español. Diálogo con la muerte. Arthur Koestler

Uno de los acorazados fascistas se acercó a la costa y comenzó el bombardeo. Los obuses estallaban entre las rocas, sobre la carretera empezó a caer una lluvia de pedruscos. La gente corría llevando a los niños en brazos y abandonando los últimos restos de sus pertenencias. Se oían los llantos y los gemidos de los heridos. Todos intentaban llegar a alguna curva donde la carretera se alejara del mar. Los viejos, con lágrimas en los ojos suplicaban para que los abandonasen allí e intentasen salvar a los niños. Nuestros coches se pararon. Salimos y nos tumbamos en el suelo mientras esperábamos que terminase el bombardeo. Cuando el acorazado se alejó nos levantamos y caminamos un rato. Había un carro volcado en nuestro camino. Del montón de harapos asomaba la manita de un niño. Corrí hacia el carro pero al ver al niño me di cuenta de que ya no necesitaba ayuda… A partir de aquel momento me di cuenta de que ya no podría dejar las armas. Había empezado una nueva vida, la vida del soldado y ese nuevo camino me lo marcó la mirada congelada de aquel niño. […] Había gente aplastada por las piedras que caían cuando disparaban desde los barcos a los acantilados. Vi muchos niños muertos en las cunetas. Me acuerdo de una mujer que había muerto y todavía tenía un niño pequeño en brazosLa brigadista. Elizaveta Parshina.

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