17 febrero, 2015

Las pistas de la memoria

“Lleva tiempo conseguir que salga a la luz lo que ha sido borrado. Quedan pistas en los registros pero se ignora dónde están escondidos y qué guardianes los vigilan y si querrán enseñárnoslos. O tal vez simplemente han olvidado que esos registros existen.
Basta un poco de paciencia”

Mi primer acercamiento a Patrick Modiano, último Premio Nobel de Literatura, quedó marcado hace pocos días por esas frases que aparecen en la séptima página de su novela Dora Bruder. Hay muchos novelistas que escriben historias, unos pocos logran que el lector llegue a vivirlas y hay un grupo, aún más reducido, que te hacen sentir único, como si te susurraran al oído unas palabras escritas especialmente para ti.

Cuando uno trata en convertirse en detective de la memoria depende en gran medida del azar -que trae muchos más enigmas que certezas- y, si tiene suerte, de un puñado de documentos que nunca aparecen ordenados en el tiempo y cuyos vacíos acaban siendo irremediables.

En el expediente del sumario 595, las frías palabras escritas por los funcionarios hablan de mi abuela María Castro Álvarez como si fuera una extraña, rodeada de otros seres tan extraños como ella, que pueblan lugares grises, llenos de las mancha de humedad que va dejando el tiempo.

Los documentos son fríos y carecen de sentimientos, pero no pueden ocultar su angustia que se percibe en el telegrama de incoamiento de diligencias previas, en el atestado firmado por el capitán de la Guardia Civil, en las diversas declaraciones, la ampliación de diligencias, la exposición del juez, en el inicio de la causa, que viene acompañado de nuevas declaraciones, en el informe de su  embarazo -que tuvieron que enviar dos veces ante la falta de respuesta-, en la solicitud de traslado al hospital y más tarde -después de haber dado a luz a una hija que viviría sus primeros meses en la cárcel- la diligencia de remisión de oficio, el inicio de la causa y más declaraciones seguidas de informes policiales, de la notificación de procesamiento, la elevación a Plenario, la terrible solicitud del fiscal –que cambió la anunciada pena de muerte por treinta años de prisión-, la diligencia de disposición y su acuse de recibo, la notificación de composición del consejo de guerra, nuevamente más declaraciones, informes policiales y, para acabar, la sentencia…Todos ellos cuentan de forma sesgada el sufrimiento de una mujer que se encuentra sola frente a un proceso que aún hoy cuesta de entender y produce miedo y dolor..

Un sufrimiento que sigue a lo largo del expediente penitenciario, donde la distorsión de la persona -que ha dejado de ser madre, hija, esposa- continúa, convertida simplemente en reclusa, a través de la liquidación de condena, de su hoja de conducción, el certificado de examen, la carta de protección para las hijas –recluidas en el espanto de un convento de monjas-, la propuesta de redención, el informe del patrocinador, el juramento, multitud de telegramas, de cartas, de certificados, documentos de redención por penas de trabajo, diligencias de nombramientos que dieron paso a la solicitud de indulto, su denegación y varios decretos que llevan a su concesión, retrasada a través de exhortos antes de recibir el certificado de liberación definitiva y, finalmente, su, hoja de salida.



Por todo eso, resulta obvio explicar cómo me ha estremecido esta novela de Patrick Modiano, donde cuenta –en mi caso susurra al oído- la historia de una adolescente judía: Dora Bruder, que desaparece de un internado de monjas en el Paris de la Ocupación nazi y acaba en un convoy que sale el 11 de febrero de 1943 hacia el campo de exterminio de Auschwitz. En lucha contra “los centinelas del olvido”, su autor trata de reconstruir la posible vida de Dora, los detalles escasos de su biografía, que se acaba volviendo borrosa a través de la sucesión de los inviernos que se mezclan. Camina por las mismas calles parisinas con una obsesión casi enfermiza por sus nombres y su geografía, por sus edificios, existentes y desaparecidos, sus cines, su cafés, sus tiendas. A raíz de un anuncio en un periódico, publicado varias décadas atrás, trata de encontrar pistas, la traza de una vida y un sufrimiento que se resiste a abandonar en el olvido, pero las que encuentra son las de otros seres reales que habitaron el mismo espacio de la desmemoria, que pudieron vivir parecidas experiencias, incluido su propio padre por el que destila sentimientos confusos.

En menos de ciento veinte páginas Modiano intenta demoler “el hormigón del color de la amnesia” dejando al lector inquieto con su estremecedora sencillez narrativa. Para describir el horror sobran los artificios, bastan el estrépito de los trenes, el silencio de los internados, los números de registro, las cifras y las letras que no tienen sentido, que sólo lo tienen para la contabilidad de los torturadores.

En el proceso de búsqueda hacia Dora Bruder se mezclan los nombres de las víctimas y los verdugos. No podía ser de otra forma. En la lista de los inocentes que fusilaron junto a mi tío abuelo Paco se repiten varios apellidos que podrían indicar algún parentesco o simplemente ser una casualidad, en la hoja de traslado de prisión aparecen los nombres de algunas compañeras de mi abuela, en los documentos que relatan su proceso han quedado fosilizados los nombres de las personas que participaron: el juez instructor que estaba de guardia ese día; el capitán de la Guardia Civil que participó en su detención; el médico del hospital que certificó las muertes que se produjeron en el asalto de los agentes; los nombres de éstos; la propia firma de mi abuela que, pese a la tortura, se niega aportar más datos; su declaración semanas más tarde, cuando otros ya han confesado, y a ella no le queda más remedio que aceptar lo evidente; los nombres de los falangistas que les habían vendido la munición a los compañeros de la partida de mi abuelo que, pese a sus pésimos antecedentes, acaban siendo absueltos; los apellidos de los trece hombres y mujeres que fueron condenados junto a mi abuela: el grado que tienen en el escalafón militar cada uno de los miembros del tribunal del Consejo de Guerra…


El silencio de los documentos puede gritar las vivencias de una forma cruel y espantosa y le sirven a Modiano para susurrarnos una historia ante la que, al menos yo, no puedo quedarme indiferente.

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