Hace sólo dos semanas, anunciaba con toda pompa en este blog que había acabado el primer capítulo de mi novela. Lo había cosido con varios pedazos y en todos ellos me había dejado el alma. Cada uno por su lado había sido revisado muchas veces, pero a veces un aprendiz de escritor es ciego, incapaz de ver los destrozos que ocasiona con sus palabras. Las repite creando cacofonías que suenan a un eco pesado, casi insoportable. Conjuga gerundios que aburren, que alejan a los personajes. Construye sintaxis retóricas, no ya sólo malsonantes, sino en ocasiones ininteligibles. Usa metáforas gastadas, frases muy parecidas a otras que leyó en la página de un libro que ya casi no recuerda. Describe acciones absurdas como cuando dice “el conductor conduce”. Se deja preposiciones y adverbios inoportunos en cualquier esquina de la historia. O lo que es peor de todo, deja que se le oiga por encima de la ficción. Todo eso me he encontrado en la casi treintena de páginas del primer capítulo.
A veces puede resultar deprimente la enésima relectura, la que abre los ojos a la ceguera. Cuando todo se cae como un castillo de naipes y la ilusión se desmorona, hay que seguir perseverando. Siempre hay un diálogo en el que viven los personajes, una descripción mágica que nos sitúa en los paisajes donde transcurre la historia, una voz que nos engaña como en un encantamiento en el que nos gusta viajar. Sólo se trata de tener paciencia, de tener ojos para verlo y oídos para escucharlo. De, como hacía Flaubert (ese escritor que pensaba que carecía de talento, pero que tuvo el tesón para escribir magníficas novelas): leer lo escrito en voz alta para detectar donde se encallan los sonidos.
También oír los consejos de los que, antes que tú, tropezaron en la misma piedra.
“Hay reglas. Claro que esto parece reaccionario. Pero todo buen revolucionario sabe que está tratando de abolir unas reglas para establecer otras”. Augusto Monterroso. Viaje al centro de la fábula.
“Mientras escribe sé tú mismo, desbórdate y apasiónate, pero sé sobrio cuando te releas”. André Gidé.
“Fue por esta época cuando descubrí que las novelas se escribía principalmente con obsesiones y no con convicciones” Mario Vargas Llosa. Historia secreta de una novela.
La mejor lección que he aprendido este año en la Escola d’escriptura aparece impresa en la carpeta que me entregaron el primer día del curso. Sobre el fondo amarillo aparece el dibujo de una papelera negra formada por miles de círculos pequeños que probablemente serían de metal. Bajo el dibujo una frase de Hemingway: “La papelera es el primer mueble en el estudio del escritor”
De todo lo que escribí me quedo con una frase: Quizás algún día descubra que siempre fui un escritor que aceptó otros trabajos para pagar la hipoteca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario