19 julio, 2011

El inicio del horror

Un 18 de julio de hace setenta y cinco años comenzó la Guerra Civil. Como suele ocurrir con los aniversarios redondos, los medios de comunicación le dedican un tibio recuerdo a aquellos acontecimientos y, una vez más bajo la dictadura de lo políticamente correcto, la mayoría tratan de mantener una mentirosa equidistancia entre ambos bandos. Pero no podemos dejarnos engañar. Lo que sucedió el 18 de Julio de 1.936 fue un golpe de estado fascista, perpetrado por una parte del ejército con el apoyo de la jerarquía de la iglesia católica y de los principales poderes económicos del país, contra un régimen legal y democráticamente elegido por el pueblo.

Esta celebración no debería servir para enquistar antiguas divisiones, ni tampoco para idealizar la historia desde una perspectiva partidista, pero tampoco para tratar de ocultar lo que aconteció en aquellos días. Cuando observo las fotografías tomadas en las primeras semanas del conflicto hay un detalle que me sorprende: la alegría exaltada con las que los soldados marchaban a los frentes de batalla. Ajenos al horror que les esperaba, aquellos rostros transmiten aún hoy una pasión ideológica que aterra. Junto a las expresiones henchidas de ideología vemos también las muestras del horror producido por la política de exterminio del enemigo. Las fotos de los cuerpos que han sido fusilados, las manchas oscuras de la sangre que se seca sobre la arena son la otra cara de esa locura que llevó a España a una guerra cruel y fratricida.
Más de siete décadas después quedan pocos testigos de aquel momento. La mayoría de ellos apenas eran niños en aquel verano del 36 y, dentro de poco tiempo, no quedará nadie que explique en primera persona los detalles del horror. La tragedia, aunque sea anunciada, conlleva sorpresa en la mayoría de los casos. Siempre guardamos la esperanza de que no se acabe produciendo. Tras la victoria, del Frente Popular en febrero, los falangistas y diversos extremistas de derecha trataron de contraponer con violencia su fracaso electoral. A lo largo de la primavera los incidentes, provocados por los matones de ambos bandos, fueron arreciando, pero con la llegada del verano la tensión bajó y la vida de los ciudadanos parecía discurrir con la normalidad de los actos cotidianos. Como cualquier sábado de verano, aquel 18 de julio, fueron muchas las personas que se disponían a disfrutar de sus momentos de ocio. Pero una calma tensa se respiraba en el ambiente después de la cadena de asesinatos y venganzas de las últimas semanas.
Cuando pienso en mi novela, trato de imaginar lo que debió pasar por la cabeza de mis abuelos durante aquellos momentos. Con una hija de apenas dieciséis meses (mi madre) y todo un proyecto de vida en común por delante, aquellos acontecimientos cambiaron el curso de su historia personal. Desde mi situación de confort democrático, me resulta difícil ambientarme en la situación que vivieron los personajes, en aquella espiral de locura y represión que se desató con el paso de los días. Trato de marcar las pautas que puedan describir cómo el mundo se desmorona a tu alrededor sin que se puede hacer nada para evitarlo, cómo todo ha cambiado por completo en el curso de unas horas.
Nunca supe cómo afectó el golpe a mis antepasados hasta que hace poco más de un año recibí un sobre de un archivo militar. Contenía la auditoría de guerra que iniciaron contra mi abuelo José en los primeros meses de la derrota. Ese documento me contaba una historia. En él se incluyen varias declaraciones suyas. La información obtenida en los interrogatorios aportaba luz sobre cómo afrontó aquellos instantes. Al poco tiempo de casarse en Granada, se trasladaron a Jayena, una pequeña población del sur de la provincia de donde procedía su madre. Desconozco los motivos de esa mudanza, quizás obedecía al interés por escapar del clima de inseguridad de la capital o a los negocios de ganado a los que se dedicaba José. Lo cierto es que el golpe no llegó al pueblo hasta el 24, una semana después de las tropas africanas se sublevaran en Melilla y días más tarde de que, tras muchas dudas, triunfara en Granada. Fue en ese momento cuando el Comandante de la Guardia Civil, con la ayuda de falangistas se alzó en armas y se hizo con el control. Fue el único en toda la comarca donde los sublevados triunfaron, aunque sólo pudieron conservarlo hasta que el 6 de agosto fue reconquistado por milicias anarquistas.
Mi abuelo confesó que, aunque era militante de la UGT, permaneció en su casa durante aquellos días, en los que se dedicó a cuidar del ganado, hasta que por causa del tiroteo huyó a Alhama y de allí a Málaga, donde su tía tenía una casa. Aquella declaración fue obtenida en una celda y, casi con toda seguridad, bajo tortura. Con ella trataba de minimizar su actuación en defensa de la república. Negaba haber participado en los disturbios y en la posterior reconquista, como así le acusaban, y confesaba que, meses más tarde, fue enrolado en el ejército republicano. Desconozco la veracidad de esas afirmaciones. Es muy probable que ante el triunfo de los fascistas y, temiendo por su vida debido a su militancia socialista, huyera del pueblo. También es probable que tratara de oponer algún tipo de resistencia o incluso de que participara de alguna forma en la reconquista de Jayena. A fin de cuentas, allí habían quedado su mujer y su hija. Si tuvo el valor de unirse a la partida de los Quero años más tarde, no sería de extrañar que también participara de esos hechos. O quizás decía la verdad cuando negaba su participación en los mismo, quizá en aquel momento sólo era un joven que temeroso por salvar el pellejo, que se vio obligado a huir lejos de su esposa y de un hija pequeña y sólo fue durante la guerra y la cárcel donde adquirió la fiereza imprescindible para formar parte de aquella banda de hombres que se negaron a aceptar la derrota.
Lo cierto es que los hechos que se desarrollaron a partir del 18 de Julio cambiaron por completo la vida de mis abuelos y también la de mi madre. Sus biografías fueron ya muy diferentes. Debieron enfrentarse acontecimientos dramáticos que ni siquiera debían imaginarse aquella mañana de verano, cuando los rumores del golpe comenzaron a tomar presencia. En los años posteriores debieron hacer frente al fusilamiento de familiares, a continuas huidas, bombardeos, hambre, derrota, persecución, cárcel y exilio. Nada de eso formaba parte de los planes de futuro de aquella joven pareja que sólo quería disfrutar de su bebé.
Setenta y cinco años después, merece la pena recordarles. Yo lo hago con orgullo.

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