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Estoy recogiendo las palabras dormidas en el cajón del olvido, los viejos poemas, los relatos, los diarios de mis viajes… , los quiero acompañar de algunas de las citas y las lecturas que más me gustaron.
Indice de contenidos
- Trabajo de investigacion para la novela (92)
- Esos libros maravillosos (66)
- Cajón desastre (49)
- Guerra Civil (43)
- Los personajes que no caben en mi novela (32)
- El proceso creativo (31)
- Desbandá (25)
- Guerra Carlista (19)
- Relato (17)
- Citas (13)
- La retirada (12)
- Diario de viaje (11)
- Guerra de Cuba (8)
- Poesía (7)
- Los Quero (6)
- 2ª Guerra Mundial (5)
- Brigadas Internacionales (5)
- Exilio Republicano (4)
21 diciembre, 2010
El inicio de la novela
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20 diciembre, 2010
¿Cuando dejará de grAZNAR?
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09 diciembre, 2010
Los hermanos Quero. El dramático final de la resistencia antifranquista.
En la mañana del diecinueve de mayo de 1.947, los tres últimos miembros de la partida de los Quero abandonaban uno de sus refugios en Churriana de la Vega, un pueblo cercano a Granada, para dirigirse al que iba a ser su último escondite: un piso en el Camino de Ronda. A lo largo de los últimos siete años, en torno a los hermanos Quero se había constituido la guerrilla urbana más activa que actuaba en el interior del país contra la dictadura franquista. En Churriana, una de las familias que más les había ayudado, conocida por el apodo de los mitaíllas, tenía encarcelada a una de sus hijas, por ello. Se trataba de mi abuela María Álvarez López.
Entre esos tres hombres se encontraba Antonio, el único de los cuatro hermanos que había pertenecido a la banda y que seguía con vida. Permanecieron escondidos durante dos noches en el piso. Su objetivo era realizar un atraco. Ése había sido, junto con el secuestro de personalidades ligadas al régimen, el medio de subsistencia a lo largo de esos años, la forma de conseguir el dinero que les había permitido mantener un alto nivel económico, con el que pudieron recompensar los enormes sacrificios que realizaba su red de colaboradores, formada por familiares y amigos. En aquel tiempo de continuas huídas, de intrépidas acciones, debieron acostumbrarse a vivir al minuto, a tratar de disfrutarlos como si fuera el último. Eso les llevó a firmar con su nombre en las facturas de los mejores restaurantes de Granada, a vestir elegantes trajes y a usar perfumes caros en una época de hambre y miseria, en la que pocos podían permitirse esos lujos. Ese estilo de vida no les ayudaba a pasar desapercibidos.
En 1.947 el acoso de la policía, la guardia civil y el ejército había diezmado la partida de los guerrilleros, pero sólo unos años antes, tras la derrota del nazismo y la muerte de Hitler y Mussolini, Franco sufrió un ataque de pánico, ante la posibilidad de que los vencedores de la Segunda Guerra Mundial le desalojaran del poder, por su apoyo a los derrotados regímenes fascistas. Fue en aquel momento, en los meses inmediatamente posteriores a la victoria aliada, cuando la guerrilla pudo sentirse poderosa. Pero, a partir de entonces, con el franquismo bendecido desde Londres y Washington, la dictadura desplegó todo su poder con el objetivo de acabar con uno de sus más temidos focos de resistencia.
En la tarde de jueves veintidós de mayo, los tres últimos hombres que formaban de lo que las autoridades denominaban “huidos a la sierra” se encontraron con el hombre que, en aquel momento, aún no sabían que les iba a traicionar. Se refugiaron con él en un segundo piso del número siete del Camino de Ronda, a la espera de que llegara la hora prevista para dirigirse al objetivo de su atraco. Con la misión de evitar que eso ocurriese, a la llegada de la noche, más de doscientos efectivos rodearon por completo el edificio. La autoridad ordenó su desalojo. Cosa que todos los vecinos realizaron de inmediato. Dentro del mismo sólo permanecían los tres guerrilleros, que rápidamente se dieron cuenta que la huída era imposible. Se sucedieron tiroteos y un helicóptero del ejército sobrevoló la azotea. En el interior, tabiques rotos y toda clase de muebles y utensilios, convirtieron el edificio en la última barricada. Rompieron las cañerías e inundaron la planta baja, disponiéndose a librar la más encarnizada resistencia.
En la madrugada, Antonio Ibáñez, uno de los sitiados, se arrojó desde una ventana de la segunda planta, a lomos de un colchón, mientras no paraba de disparar contra la policía. Cayó al suelo malherido, pero continuó utilizando su revólver, parapetado tras el colchón en plena calle, más de una hora, hasta que una bomba de mano, arrojada por uno de los agentes que pudo acercarse, acabó con él. Los otros dos guerrilleros alargaron su resistencia dos días más. Antonio Quero, consciente por su experiencia que la entrega conllevaba la tortura y el fusilamiento, era partidario de luchar hasta la muerte. Su primo José, recién iniciado en la lucha armada, agotado tras un asedio que iba camino del tercer día, no le creyó y decidió entregarse. Antonio cometió entonces el acto más difícil: dispararle mientras se dirigía hacia la policía con la intención de rendirse. Éstos presenciaron la escena y debieron de quedarse atónitos al conocer hasta dónde estaba dispuesto a llegar el último miembro de la guerrilla granadina.
Seis años antes, el cinco de julio de 1.941, Antonio había visto morir a uno de los primeros miembros de la banda: su sobrino Manuel. Ambos habían tratado de asaltar un molino de harinas a plena luz del día y a cara descubierta. El resultado fue una precipitada huída por la sierra, portando a Manuel malherido, con una bala alojada en el estómago. Perseguidos por todas las fuerzas disponibles, consiguieron llegar a la cueva en la que vivía mi abuela María, en el Barranco del Abogado, una de las zonas más deprimidas de la ciudad, en la que habitaban las familias de los perdedores de la guerra. Ella le calentó un vaso de leche y se lo dio a Manuel. Antonio le acercó a su sobrino el que iba a ser su último cigarrillo. Éste, entre un charco de sangre, le hizo prometer a su tío que vengaría su muerte. Esa misma madrugada, le enterraban a escondidas a pocos metros de la cueva. Meses más tarde ella, tras una declaración obtenida con tortura, María sería detenida y juzgada por un tribunal militar en un consejo de guerra que desconocía lo que eran las garantías jurídicas.
Desde aquella noche en la que Antonio sintió como expiraba su sobrino entre sus brazos, había visto cómo poco a poco iban cayendo el resto de sus compañeros. El seis de noviembre de 1.944, con la Segunda Guerra Mundial en plena intensidad, Pepe Quero tomó un taxi junto con un compañero y le pidió que les llevara al Carril del Picón. Una vez allí ordenó al taxista que les esperara. A la una de la tarde y armado con una bomba de mano entró en los Almacenes Contreras con la intención de realizar un atraco. No salió del edificio. Varios disparos le produjeron la muerte. Ocho meses después, Pedro Quero consiguió escapar con graves heridas de otro golpe que realizaron a una de las sagas de banqueros más importantes de la ciudad. Días más tarde un confidente de la policía rebeló su refugio, una vieja mina abandonada. Herido, solo y sitiado por sus enemigos, decidió suicidarse. No quería que le capturasen. El treinta de marzo de 1.946, dos días antes de la celebración del séptimo aniversario de la victoria nacional y meses después de que Churchill respaldara la dictadura de Franco, Paco Quero fue sorprendido por la policía en la Plaza de los Lobos. Tras una persecución a pie por todo el centro de Granada, incluida la plaza del Carmen, donde se encontraba la sede del Ayuntamiento, pudo alcanzar el laberinto de callejas que forma el barrio del Realejo, pero, cuando trataba de encontrar refugio en casa de un conocido, fue acribillado a balazos por los agentes. No sólo fueron cayendo sus hermanos sino también el resto de miembros de la partida. Uno de ellos, mi abuelo José, formó parte de la misma en sus inicios, pero, tras la detención de mi abuela, huyó abandonando a su familia y a sus compañeros.
Todas las muertes de sus hermanos debieron pasar por la cabeza de Antonio mientras contemplaba como se acercaba su final, rodeado por cientos de policías. Los mandos obligaron a su padre a entrar en el edificio con la misión de convencerle que se entregara. Él, temiendo por la vida de su progenitor, le pidió que se marchara. Mientras éste regresaba hacía el pelotón de policías que apuntaba hacia la puerta, pudo oír un disparo en el interior del edificio. Su hijo se había suicidado. A lo largo de los días siguientes los atestados policiales y el periódico El Ideal reflejaron una mentira. Decían que los rojos huidos a la sierra se habían entregado y que, cuando los sitiadores les acompañaron a recoger sus armas, se produjo un tiroteo en el que resultaron muertos. El régimen no quería que se supiera que todos los Quero habían preferido la muerte antes que entregarse. Pese a ello y a toda la campaña de desprestigio que el franquismo arrojó sobre ellos durante décadas, pese a las sombras de algunos de sus comportamientos, más cercanos en ocasiones a la delincuencia que a la guerrilla, su historia se ha transmitido a lo largo de generaciones y en Granada aún hoy Quero es sinónimo de guerrillero. La palabra maquis vendría más tarde desde Francia.
El veinticuatro de mayo de 1.947, cuando murió el último de los Quero, María Álvarez López, que les había dado cobijo, llevaba en la cárcel más de cinco años. Aún tendrían que pasar otros dos para que saliera en libertad, gracias a un indulto y algunos más para que, entre los susurros del miedo, empezara a contar una parte pequeña de su drama. Durante mucho tiempo he oído a miembros de mi familia lamentarse por aquellos hechos que cambiaron la vida de mis abuelos. Más de siete décadas después no es fácil entender el por qué de tanta lucha. Hoy conozco los detalles de aquel sufrimiento, que puede leerse en la causa que forma parte del consejo de guerra que siguieron contra mi abuela y en su expediente penitenciario. Últimamente vengo oyendo y leyendo críticas de algunos que acusan a la tercera generación, a los nietos de los represaliados, de querer despertar a los viejos fantasmas que sus padres y abuelos decidieron no remover. Nos acusan de intentar reescribir la realidad de los hechos de forma partidista, de elevar a categoría de héroes a personas corrientes. A esos falsos garantes de una concordia impuesta por los represores y sus descendientes, les gustaría que aquellas viejas leyendas quedaran dormidas en el cajón del olvido.
Los documentos encontrados y las narraciones orales contadas cuentan una historia. Lo que nada, ni nadie puede contar es lo me he venido preguntando durante los últimos meses: ¿Qué pasó por la mente de mi abuelo en el momento en el que decidió abandonar a sus compañeros, a su mujer y a sus hijas? ¿Qué dolor sintió mi abuela en lo más profundo de su ser cuando se vio torturada, condenada y abandonada? Yo no trato de ajustar cuentas con nadie, ni acusar del sufrimiento de mis antepasados. Tampoco atribuirles más heroicidades que la tratar de sobrevivir, con toda su humildad de personajes pequeños, entre las tormentas de la historia con mayúsculas, la que escriben los generales, los políticos y sus biógrafos. Sólo trato, a partir de la verdad de los hechos, contar la más maravillosa de las mentiras. Tratar de encontrar las respuestas a través de la imaginación, que es el material con el que se construyen las novelas. Fijar en el papel aquellas narraciones que tanto me gustaba oír en boca de mis tías. María Álvarez López, “la mitaílla” según la conocían sus paisanos, “la rubia” como aparece en los documentos policiales, “la granaína” como la llamaban sus compañeras en la cárcel de Málaga y sus vecinas cuando decidió quedarse a vivir en esa ciudad, es ante todo mi abuela materna y su historia, la que he decidido convertir en novela, forma parte desde la infancia de mi propia vida.
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26 noviembre, 2010
La banda sonora de mi adolescencia
23 noviembre, 2010
Las cinco mil visitas
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09 noviembre, 2010
Las mentiras de Ratzinger
01 noviembre, 2010
La vida y el destino
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27 octubre, 2010
Inventario de lecturas (y 3)
Resulta curioso, pero en la novela he ido teniendo grandes y diferentes enamoramientos a lo largo del tiempo. Cuando descubro un autor que me apasiona, me resulta muy difícil resistirme a leer más cosas suyas. Me pasó con El invierno en Lisboa de Antonio Muñoz Molina. En la lectura, las adicciones pueden llegar a ser muy fuertes y, desde aquella tarde en la que no fui a clase, porque me quedé colgado de la historia de aquel pianista, he tratado de leer casi todo lo que él ha escrito. El día que descubrí a Aureliano Buendía frente al pelotón de fusilamiento, recordando el día en que su abuelo le llevó a ver por primera vez la nieve, quedé atrapado en la magia de García Márquez. Sigo pensando que sus Cien años de soledad es, probablemente, la mejor novela que he leído, y creo, sin ninguna duda, que su comienzo es el mejor que se ha escrito.. Ahora que se alarga el boom de la novela histórica, yo me sigo quedando con León el Africano de Amin Maalouf, la historia de aquel musulmán granadino exiliado, en la que conviven oriente y occidente, a caballo entre la edad media y el renacimiento, y que me pareció magnífica.
19 octubre, 2010
Inventario de lecturas (2)
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14 octubre, 2010
Inventario de lecturas (1)
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07 octubre, 2010
Los sátrapas modernos
En España, después de cuarenta años de una cruel dictadura, que había actuado con dureza contra cualquier atisbo de oposición política que atacara su dogma fascista y unitario de la patria, la llegada de la democracia representó una gratificante explosión de las libertades individuales y colectivas. El yugo unificador que hablaba de Una, Grande y Libre, obviaba que el país no cumplía precisamente con ninguna de esas tres características. La llegada de la democracia abrió la puerta a las reclamaciones nacionalistas, muchas de ellas justas y brutalmente cercenadas por el dictador. Las consideradas nacionalidades históricas solicitaban recuperar las instituciones que nacieron con la Segunda República y que habían desaparecido con la barbarie de la victoria franquista. Uno de los argumentos era simple y de una lógica aplastante: había que acercar el alejado poder monolítico al interés de los pueblos. Pero cuando otras regiones no consideradas históricas, también reclamaron, con la misma lógica aplastante, la descentralización del poder, aquel, llamado con desprecio, “café para todos” no gustó a algunos de los nacionalistas históricos, simplemente porque debajo del “somos diferentes” en realidad pensaban “somos mejores”.
Se inició entonces un proceso de descentralización hacia comunidades y municipios que llevan años recibiendo las deseadas transferencias del llamado Estado Central. Pero lo que debía ser bueno para los ciudadanos, si los centros del poder se acercaban a ellos podrían gestionar mejor sus necesidades, también ha dado pie a la aparición de nuevos sátrapas que han incrementado sus estructuras de poder y los gastos, a veces en obras faraónicas fuera de control. Quizás el mejor ejemplo de sátrapa lo encontramos hoy en los antiguos alcaldes de Marbella, Jesús Gil a la cabeza, ahora que vuelven a estar en el “candelabro” por un juicio que trata de analizar la pésima gestión que realizaron.
Con la crisis económica, el nivel de gasto de las satrapías se ha demostrado insostenible y algunas voces empiezan a pedir que, al igual que desgraciadamente la falta de competitividad ha obligado a realizar despidos masivos en algunas empresas privadas, ocurra lo mismo en la administración pública. Sin ir más lejos, en el pequeño pueblo donde vivo, la nómina de policías municipales se ha multiplicado exponencialmente aunque la población no haya crecido al mismo ritmo.
Los campos y los mares sobreexplotados acaban siendo abandonados. Por eso, como acérrimo defensor de los servicios públicos, creo que hay que velar por la supervivencia de los mismos. No me gustan las políticas neocon de algunos sátrapas como la Presidenta de la Comunidad de Madrid, que se dedican simplemente a destrozar todo lo público en beneficio de lo privado. No nos dejemos engañar, en algunas áreas lo servicios privados no son necesariamente mejor que los públicos, ni benefician al pueblo, solo responden a los intereses económicos de las minorías que jalean a sus sátrapas. Pero hay que racionalizar el dinero de todos y no se pueden mantener estructuras que no se pueden pagar.
La opción de que otros proponen es mucho más drástica. Si no me dan lo que pido, me voy. Los nacionalistas siempre han tratado de aprovechar las crisis en beneficio propio y siempre la jugada les ha acabado saliendo mal. El caldo de cultivo que hirvió tras la crisis del 98 acabó años más tarde derivando en la dictadura de Primo de Rivera. En los momentos más difíciles de la Segunda República, algunos, en lugar de remar por el bien común, trataron de levantar estados independientes y acabaron colaborando con la desunión que permitió la victoria de un fascismo, que no tardo ni un segundo en extinguir sus libertades. Ahora los independentistas organizan periódicamente pseudo-referendums en los que una minoría de la población (repetidamente su techo electoral se queda por debajo del 20%) proclaman una independencia futura. La otra mayoría, la del 80%, calla. Hoy los chic, cool, pijo y políticamente correcto en Catalunya es der independentista. Lo son los locutores radiofónicos, los presentadores de televisión, los escritores de segunda y hasta los pregoneros. Si te pronuncias en contra, corres el riesgo de que te acusen de facha, centralista o retrógrado. Aunque no deberíamos tampoco olvidar que el mayor agresor a la unidad del Estado fue el hoy ex presidente Aznar que, desde el castillo de su mayoría absoluta, quiso mirar, desde su rancia chulería centralista, la diversidad de los pueblos de este país. El sembró los vientos que trajeron las posteriores tempestades. Son los extremistas del nacionalismo de un lado los que retroalimentan a los del opuesto.
Yo esta mañana me he acordado de ellos que acusan y también de los sátrapas. Mi mujer hace tres años pagó el impuesto de sucesión por la modesta casa que su padre dejó en herencia a sus cuatro hijos. Una presunta deuda de menor cuantía con la Generalitat, que se ejecuta a través del “Estado Central” acabó con un comprobante del cobro perdido por los pasillos de las administraciones. Después de recursos y al borde del embargo, tras contar el caso por diferentes mostradores de varias administraciones, una funcionaria ha comprobado que efectivamente el pago había sido realizado y con gran amabilidad lo ha resuelto “de oficio”. Los funcionarios de hoy han aprendido los manuales del trato amable y correcto al ciudadano, pero los pasillos de la administración se han hecho aún más largos y más ineficaces.
También me acordé de ellos, la tarde en que una doctora, esta vez no tan amable (faltó a clase el día que enseñaron la amabilidad en el trato al ciudadano) del Institut Catalá de Salut no quería expender la receta que mi madre necesitaba para poder inyectarse la insulina que necesita cada día. Su pecado era ser una descuidada por visitar a su hijo en navidad sin traer la dosis adecuada y ser de “otra comunidad”.
Lo siento pero cada día soporto peor a los sátrapas que encarecen los servicios públicos que pagamos entre todos y tampoco a los que bajo el disfraz de “cool” tratan de aprovechar otra crisis para sembrar tempestades que sólo beneficiarían a unos cuantos. La descentralización que por principio puede ser buena, puede acabar en algunos casos, alejando las administraciones públicas de las personas.
El enfado por lo que veo o lo que oigo hace que escriba cosas con una sinceridad que probablemente no debería. Prometo no hacer más artículos de actualidad política y seguir publicando en este blog antiguos poemas o artículos sobre la lucha de los viejos republicanos, sé que tampoco será “cool”, pero si parecerá más políticamente correcto. Desgraciadamente el desconocimiento de la historia hace los pueblos volvamos a cometer si no los mismos errores, al menos otros muy parecidos.