A lo largo de las últimas semanas, las revelaciones de Wikileads han puesto de manifiesto la total falta de respeto al Derecho Internacional de los gobiernos estadounidenses, sus políticas mafiosas en defensa de los intereses de unos pocos poderosos, pero también han sacado a la luz detalles sobre algunas personas. Acabo de leer en El País una noticia relacionada con José María Aznar que me ha llenado de indignación.
En el año 2.007, el embajador norteamericano en España envió un cable, el nº 114042, a Washington en el que narraba los detalles de una conversación que había mantenido en una cena privada con el expresidente Aznar. En ella dibujaba una paisaje desolador sobre la situación de nuestro país, le repetía el famoso “España se rompe” que tanto le gusta decir. Le confesaba que “España está realmente desesperada, quizá tendría que volver a la política nacional.” Desde que abandonó la Presidencia del Gobierno, el expresidente Aznar no ha cesado de criticar la situación española en todos los foros internacionales. En los últimos días, cuando los mercados lanzaban sus ataques especuladores contra nuestro país, este ferviente “patriota” se encargaba de escribir un artículo en The Wall Street Journal en el que le daba más munición a aquellos que nos atacan.
Probablemente es el rencor el que alimenta estos comportamientos. El expresidente pensaba que abandonaría el poder por la puerta grande, legando su mayoría absoluta al heredero que había nombrado a dedo. Pero la historia es caprichosa. Después de llevar al país a una guerra ilegal, asegurando que tenía informaciones que demostrarían la existencia de unas armas de destrucción masiva, que luego la verdad reveló que nunca habían existido, se tuvo que enfrentar, como consecuencia de sus decisiones, al mayor y más vil atentado sufrido en España. El esfuerzo de su gobierno por esconder la verdad al país durante las horas posteriores fue vano. Su cara en la noche de la derrota electoral demostraba su desilusión por cómo le recordaría la historia. Desde entonces gana millones por sus conferencias y por sus servicios en Consejos de Administración de empresas y hombres poderosos. Y se encarga de grAZNAR sin descanso sus mensajes apocalípticos. Pero esos comportamientos no son nuevos en su familia.
Cuando realizaba la investigación histórica para mi novela, me fui encontrando con algunas personas admirables, pero también con otras de comportamientos ruines. Al tratar de conocer más sobre el entorno carcelario al que se tuvo que enfrentar mi abuela, descubrí lo que el franquismo denominaba “redención por penas de trabajo”. Durante la guerra y los años que siguieron a la derrota, el régimen trató de justificar el escaso valor humano de los vencidos. Ya hablé en un artículo de este blog de los trabajos de psicología realizados por Vallejo Nájera para tratar de demostrar, inspirándose en los principios nazis que justificaban el holocausto de los judíos, la enfermedad incurable que los rojos tenían en sus mentes. Los derrotados no tenían ningún derecho, eran enfermos que debían redimirse a través del adoctrinamiento y el trabajo.
En este punto me encontré con un artículo firmado por un periodista llamado Manuel Aznar en la edición de El Diario Vasco de 1 de enero de 1.939. “Yo entiendo que hay, en el caso presente de España, dos tipos de delincuentes; los que llamaríamos criminales empedernidos, sin posible redención dentro del orden humano, y los capaces de sincero arrepentimiento, los redimibles, los adaptables a la vida social del patriotismo. En cuanto a los primeros, no deben retornar a la sociedad; que expíen sus culpas alejados de ella, como acontece en todo el mundo con esa clase de criminales. Respecto de los segundos, es obligación nuestra disponer las cosas de suerte que hagamos posible su redención. ¿Cómo? Por medio del trabajo.” La persona que escribía esas palabras era el abuelo de José María Aznar.
Investigando sobre él, descubrí más detalles de su biografía. En su juventud había sido un ferviente nacionalista vasco, pero sus convicciones políticas derivaron hacia el más rancio franquismo. El golpe de estado de Julio del 36 le pilló en Madrid, pero consiguió pasarse a la zona nacional y hacerse con una posición importante en el estado franquista. Fue director de El Diario Vasco y escribió artículos y libros en los que ensalzaba la figura del dictador, lo cual le llevó a ganar el 1er Premio de Periodismo Francisco Franco por un artículo que se titulaba “La batalla de Franco prosigue y amplía su gran vuelo”. Días antes de que finalizara la guerra fue nombrado responsable de prensa en Madrid y, al poco tiempo, escribió el primer libro del régimen sobre el conflicto. En su “Historia militar de la guerra de España” hizo la siguiente descripción del Caudillo: “En él se da esa rara mixtura de energía indomable y de flexibilidad humana, de audacia juvenil y de reflexiva prudencia, de realismo profundo y de lírico patriotismo, de objetividad exacta y de impasible serenidad, de técnica estudiosísima y de imaginativa improvisación cuando la hora lo exige; todo le calificaba para elevarle al caudillaje de los españoles”. Gracias a estas adulaciones, era normal que se convirtiera en el entrevistador oficial de Franco y que éste, cada vez que necesitaba realizar alguna declaración importante, le eligiera para entrevistarle. Al final de la guerra, Manuel Aznar firmaba una entrevista con el dictador en la que éste le decía “no es posible devolver a la sociedad o como si dijéramos, a la circulación social, elementos dañados, pervertidos, envenenados política y moralmente”. En una entrevista que José María Aznar concedió al diario ABC en el año 2.000, recomendaba el libro de su abuelo porque contaba con acierto la “guerra de liberación”.
Después de leer eso, llegué a la conclusión no sólo de que el abuelo del expresidente era un fascista, sino también, por si alguien tenía alguna duda, que su nieto también lo es. A partir de entonces, ya no me sorprenden sus declaraciones, pero no dejan de indignarme. En los documentos oficiales que he ido encontrando en los archivos relacionados con la historia de mi abuela, aparecen los nombres y los apellidos de las personas que le robaron varios años de vida en las cárceles franquistas: el juez de guardia que instruyó su caso, el fiscal que trabajó durante más de un año para solicitar su pena de muerte, el juez que la condenó en un juicio sin garantías, los directores de las prisiones en las que estuvo, los funcionarios que trataron de retrasar los trámites de su indulto… Curiosamente el único nombre que no aparece es el del abogado defensor que no hizo casi nada por defenderla en los pocos días que dedicó a su causa. Como si fuera una vergüenza tener esa misión. En los artículos de este blog no aparecen sus nombres. Yo trato de dignificar la memoria de mi abuela. La historia de aquellos que la torturaron se la puede llevar el olvido. Sus nietos no tienen culpa de sus comportamientos. Pero cuando veo que hay personas que están a la altura de la ruindad de sus abuelos no puedo callarme.
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