20 mayo, 2009

Ángel González

Yo tenía dieciocho años cuando varios poetas me asaltaron el alma. Ángel González fue el último de ellos. Siempre recuerdo aquel curso en el instituto en Málaga, el aula apartada, cuyas ventanas daban al pequeño jardín con la jacaranda, estaba siempre reservada para la sensibilidad de los de letras. Aquel curso de COU descubrí a Ángel González y a la poesía de la generación del 50. Un poco hastiado de los poetas de planes de estudio de cursos anteriores, él tenía la frescura que hablaba de la vida y del amor de una forma sencilla y cotidiana. Lo que escribí en aquellos meses no dejó de ser una mala imitación de sus poemas.

Un hombre lleno de febrero
ávido de domingos luminosos,
caminando hacia marzo paso a paso

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Yo sé que existo
porque tú me imaginas.
Soy alto porque tu me crees
alto, y limpio porque tu me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.

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Yo no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para guardar con calma
a que te crees tu mismo cada día

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Inventario de lugares propicios al amor.
Son pocos.
La primavera está muy prestigiada, pero
es mejor el verano.
Y también esas grietas que el otoño
forma al interceder con los domingos
en algunas ciudades

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Escribir un poema se parece a un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen.

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Cuando tengas dinero regálame un anillo,
cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca,
cuando no sepas que hacer vente conmigo
pero luego no digas que no sabes lo que haces

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Todo lo consumado en el amor
no será nunca gesta de gusanos.

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Escribir un poema: marcar la piel del agua.

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Esto es un poema.
Aquí está permitido
fijar carteles,
tirar escombros, hacer aguas
y escribir frases como:
Marica el que lo lea.

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