05 mayo, 2009

Antonio Muñoz Molina

Recuerdo una tarde de primavera en la que el calor comenzaba como preámbulo a la ansiedad de los éxamenes cercanos. Yo debía llevar leido poco más de un tercio de El invierno en Lisboa. Tenía la primera hora libre y decidí aprovechar aquel rato en el bar de la facultad para continuar un poco más la lectura de la novela. No recuerdo que asignatura tenía después, probablemnte Derecho Civil, lo que nunca olvidaré es el que no puede abandonarla y que cuando cerré la ultima página comenzaban a cerrar el bar. A partir de ese momento me hizo adicto a los libros de Antonio Muñoz Molina y a su manera pausada de contar historias


Tan inútil somo hablar con demasiada gente es leer demasiados libros, porque uno, al final, se queda con los tres o cuatro amigos de todas las horas y regresa o habita en muy pocos libros, en media docena de películas, en una fatigada lealtad a ciertos bares y a ciertos recuerdos que no obedecen a la invocación de la voluntad, sino a una costumbre íntima de la memoria… Igual que los amigos del corazón y los desengaños más devastadores, los mejores libros nos suceden en la adolescencia, y su materia, sedimentada por los años y los muchos regresos, termina por confundirse con nuestra propia vida.

Diario del Nautilus.

Un músico está siempre en el vacío. Su música deja de existir justo en el instante que ha terminado de tocarla.

con esa lucidez que dá el alcohol bebido a solas…

la nostalgia no es el peor chantaje de la lejanía

Hay ocasiones en las que uno tarda una fracción de segundo en acpetar la brusca ausencia de todo lo que le ha pertenecido: igual que la luz es más veloz que el sonido, la conciencia es más rápida que el dolor, y nos deslumbra como un relámpago que sucede en silencio.

Pensé que nada une más a dos hombres que haber amado a la misma mujer. Y haberla perdido.

El invierno en Lisboa

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