En la entrada que escribí ayer en el blog hablaba de las historias y los personajes que fui conociendo cuando inicié la investigación histórica para la novela que llevo escribiendo desde hace más de una década. Pero lo que me motivó a caminar la Marcha de la Desbandá es la memoria de mis familiares que la sufrieron. Su historia, que se había ido transmitiendo de forma oral a lo largo de las generaciones, se certificó el día que encontré la Auditoría de Guerra de mi abuelo. Todos los presos republicanos debían firmar ese documento cuando eran detenidos, que explica los detalles de su guerra particular. El resto de los detalles aparecen en decenas de libros que leí sobre estos hechos…
A las tres de la madrugada del viernes 22 de enero partió de la carrera del Genil y del Paseo del Salón en Granada una larga columna de camiones. Transportaba un tabor de Larache, un batallón de Lepanto, dos compañías de milicias, dos escuadrones, dos baterías y una sección de zapadores. Sus órdenes eran claras: “la marcha se hará lo más rápidamente posible, a fin de lograr el objetivo principal (Alhama) en una jornada. Caso contrario, las columnas armonizarán su desplazamiento a fin de coincidir ante este objetivo”. Había comenzado el avance franquista por el noreste hacia Málaga.
Solo unos días antes mi tía abuela Ángeles, su hermano Paco y un amigo al que llamaban el Chico Pericas decidieron “pasarse” al territorio republicano. Desde el fusilamiento de hermano Paco a finales de octubre vivían con el miedo en el cuerpo. Una mañana en la que iba desde su casa en Churriana, un pueblo de la vega, hacia Granada, donde estaba la fábrica de tabaco en la que trabajaba, recibió el aviso de que los falangistas estaban deteniendo por el camino a todos los que consideraban que podían tener simpatías por la República. Ángeles se escondió entre las altas cañas de un campo de maíz. Su dueño había sido asesinado y la cosecha estaba aún sin recoger. Estuvo horas escondida hasta que, con la primera oscuridad de la noche, regresó a casa de sus padres. Esa madrugada debió de ser larga. Hubo discusiones sobre qué hacer. Al final decidió huir con su hermano. Antes de que amaneciera su padre los escondió en un carro de bueyes, bajo por una pequeña montaña de estiércol. Ya en las afueras del pueblo comenzaron a caminar atravesando Las Gabias -la Chica y la Grande- y luego La Malahá, escondiéndose cada vez que intuían algún peligro. Llegaron a la línea del frente ya de noche y se encontraron con los primeros soldados republicanos.
Con la luz de la mañana Ángeles vió la actividad frenética que había en el campamento. Habían llegado municiones y todos andaban agitados esperando el inminente avance del ejército nacional. Cuando pudieron quitarse el olor espantoso de encima, les dieron de desayunar. Los víveres estaban en cajas con letras escritas en ruso. Ella nunca olvidó el color de la mantequilla azul, tan diferente de la que ella estaba acostumbrada. Después continuaron la marcha con destino a Jayena, el pueblo del sur de la provincia donde vivía su hermana María. En la mayoría de los campos ya se había realizado la siembra, si bien aún había hazas donde no se había segado el trigo. La aceituna ya había sido recogida y sus frutos se amontonaban en muchas casas. Ellos entonces aún no lo sabían, pero ése era el mismo camino por el que solo unos días más tarde iba a avanzar el enemigo del que estaban huyendo.
Ese mismo día, 22 de enero, mi abuelo José Castro Peregrina entraba en Málaga al frente de un rebaño de ganado que había estado requisando durante varios días por las sierras. A pesar de su juventud, era tratando de ganado y tenía experiencia con los animales. Edward Norton, un americano que vivía en Málaga y sentía ciertas simpatías por los franquistas recoge en su diario la impresión que causó entre los hambrientos habitantes de Málaga: “Trajeron a Málaga una gran manada de ganado, para impedir que las bestias cayeran en manos de las tropas de! general Franco, según nos dijeron. Cuando pasaban por La Caleta, oímos un gran coro de mugidos, relinchos, rebuznos y gruñidos, junto con gritos y blasfemias de los impacientes y temerosos arrieros, que les metían prisa para que avanzaran. Estos animales venían del noreste de la provincia donde los nacionales avanzaban en un ataque sorpresa desde Granada.” La ciudad estaba sumida en el caos y apenas quedaba comida. No quedaba aviación que la defendiera y estaba a merced del enemigo.
Las noticias del avance de los fascistas ya habían llegado a Jayena. Mi abuela María Álvarez López cogió a su hija María, mi madre, que entonces apenas tenía un año y medio y comenzó la huida. Cuando sus hermanos llegaron al pueblo no la encontraron. Las calles estaban vacías, llenas de la remolacha que se había recogido para plantar trigo. La aceituna estaba a medio recoger y los campos estaban llenos de sacos con la que había sido recogida. Jayena cayó en manos de los fascistas el 24 de enero. Entonces comenzó un fuerte temporal que hizo mucho más difícil el avance, pero que también paró las operaciones militares. El enemigo aprovechó para incorporar importantes refuerzos: las tropas italianas del Corpo Truppe Volontarie (CTV) que contaba con cuatro divisiones, la primera de ejército regular y las otras tres de milicianos fascistas.
En cuanto las malas noticias llegaron a Málaga y a pesar del temporal, José decidió regresar a Jayena para salvar a su mujer y a su hija. El boquete de Zafarraya parecía la puerta hacia el infierno. Una marabunta descendía serpenteando entre las curvas de la carretera. Pese a las advertencias de lo que huían José decidió seguir adelante hasta que la realidad se impuso a su voluntad. Primero encontró un grupo de cadáveres. debían haber sido asesinados por alguna avanzada. Más tarde divisó tropas enemigas que avanzaban con rapidez. Tuvo que volver sobre su pasos, manchar su cuerpo con la sangre de los muertos que había encontrado en el camino y tumbarse entre los cadáveres.
Durante varios días María caminó con su pequeña en brazos, mientras su marido y sus hermanos las buscaban. Sus rastros se pierden en la locura de La Desbandá. Mi abuelo siempre la recordó como una enorme e inútil masacre. Ángeles y Paco tuvieron que esconderse entre los cañaverales para evitar la metralla de los aviones. Algunos de los que se escondieron nunca se levantaron. Fueron días de muerte, horror y locura.
Mis abuelos José Castro y María Álvarez |
Todos se acabarían encontrando algunos días más tarde. La línea del frente quedó establecida en Castell del Ferro y se establecieron cerca de allí: en la Rábita. El desastre de la caída de Málaga provocó la calidad de Largo Caballero. Fue sustituido en la Presidencia del Gobierno por Juan Negrín, un hombre más culto y preparado. Se reorganizó el ejército y José fue llamado a filas. Formó parte del cuerpo de Intendencia de la 85 Brigada que se estableció en Berja. Su misión siguió siendo requisar ganado, sobre todo caballos.
Ya al final de la guerra estuvo varios días y noches sin dormir. Le dieron unas pastillas rusas que le quitaron el sueño y le ayudaban a combatir el cansancio, Debería conseguir el mayor número de caballos posible. ël no lo sabía pero su misión formaba parte del Plan P, diseñado por el General Rojo como el último y desesperado intento por cambiar el curso de una guerra que se estaba perdiendo. El plan fue abortado en el último momento por desacuerdos entre diferentes miembros del alto mando.
https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2009/12/el-plan-p-el-ultimo-intento-de-la.html
Tras la guerra mi abuelo fue encarcelado primero en la prisión del Alhama. De allí fue trasladado a la cárcel de Granada y luego al campo de concentración de La Espartera, cerca de Baza. Cuando fue liberado se unió a la partida de los hermanos Quero que continuaron luchando en los primeros años de posguerra en la ciudad de Granada.
https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2010/03/los-secretos-del-abuelo-desconocido.html
Mi abuela les dió cobijo en su cueva del Barranco del Abogado. Cuando la Guardia Civil se enteró, la torturó -estaba embarazada de su tercera hija- y la puso frente a un pelotón de fusilamiento para que confesara dónde se escondía su marido con el resto de miembros de los Quero. Nunca lo hizo. Siguieron contra ella un consejo de guerra: la Causa 595 que la acabó condenando a 10 años. Pasaría casi ocho años en las cárceles de Granada y Málaga.
https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2010/07/la-causa-595.html
Mi abuelo huyó y vivió durante décadas en Holanda. El resto de los Quero tuvo un final dramático
https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/2010/12/los-hermanos-quero-el-dramatico-final.html
No hay una única Desbandá. Hay tantas como historias de los que la sufrieron, diferentes rutas de huída, con finales muy distintos. Todas ellas son igual de importantes y todas merecen la pena ser recordadas. Caminando por la memoria también los rescatamos del olvido.