El
día 25 de enero de 1.939 amanece frío en La Garriga, pero, a pesar de ello, el
aeródromo de Rosanes bulle de actividad. Los pilotos de los cazas no han parado
de realizar salidas durante las últimas semanas. El enemigo cerca ya Barcelona
y los Heinkel HE111 de la Legión Cóndor alemana han convertido la capital
catalana en su objetivo prioritario, castigando a la población con una cruel
lluvia de bombas. Aunque ha pasado ya un mes
desde la debacle de la tarde de Nochebuena, en la que desapareció la escuadra
de bombarderos Natachas (ver http://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com.es/2013/05/el-ultimo-vuelo-de-los-natachas.html), en el aeródromo la actividad aérea
se ha acelerado con la continua llegada de los cazas Polikarpov I16, más
conocidos como “Moscas”, especialmente desde hace diez días, cuando los pocos
aviones que les queda a la República en Cataluña recibieron la orden de
replegarse al norte del río Llobregat.
La
“Gloriosa”, como es conocida la aviación republicana, no cuenta ya con
bombarderos y esta labor deben realizarla los pequeños “Chatos”, que se han
transformado en caza bombarderos. Sus hermanos, los “Moscas” son los encargados
de proteger sus acciones de defensa en un cielo a menudo poblado por centenares
de aparatos enemigos. En esa situación, con un frente cada vez más amenazante sobre
Barcelona, el esfuerzo de los pilotos de la República se vuelve sobrehumano. La
presión comienza a acercarse y los bombardeos sobre las poblaciones y las
líneas ferroviarias de la comarca del Vallés, situada al Norte de Barcelona,
extienden el pánico. Esa misma mañana, el aeródromo de Rosanes se ha convertido
en el centro de mando de la aviación republicana que defiende la capital y
empieza a abarrotarse con los aparatos que se repliegan desde otros puntos
cercanos al frente que están más expuestos al enemigo.
A
las nueve y media de la mañana, los Moscas de La Garriga despegan para dar
protección a los cazabombarderos que tratan de frenar, con muy escasos medios,
el avance de los soldados de Franco. Tres
horas más tarde vuelven a salir y se encuentran en el cielo con un centenar de
aviones alemanes e italianos. Ven cómo bombardean las estaciones de Canovelles,
Granollers y Cardedeu. Cuando aterrizan, a la una y media, un grupo de cazas
Fiats italianos aparece en el cielo y comienzan a ametrallar la pista desde la distancia. No es el
primer ataque que sufre Rosanes: el día anterior los Messerschmitt alemanes ya
ocasionaron serios daños en la pista, que tuvo que ser reparada a toda prisa.
A
las cuatro menos cuarto los aparatos vuelven a despegar de La Garriga para
dirigirse al frente. Media hora más tarde aparece un nutrido grupo de Fiats que
comienzan a atacar el aeródromo, ahora sin tantas precauciones como unas horas
antes. Sólo encuentran enfrente a los pocos aparatos que han quedado de
guardia. Al rato, los Moscas, que regresan de su misión, se encuentran con el ataque
y se unen a toda prisa a la batalla. El teniente Antonio Calvo Velasco, jefe de
la 3ª escuadrilla lo describió así: “Me
lancé desde arriba. El combate ya estaba en marcha. Me fijé en un Fiat que no
había advertido mi presencia y puede darle. Vi como ardía y el piloto saltaba
en paracaídas. Luego el combate prosiguió.”
Se
trataba del italiano Marino Massi, cuyo avión se estrelló en Sant Antoni de
Vilamajor. Mientras, el mosca de Manuel Plaza, que ha sido alcanzado por el
enemigo, cae en llamas sin que el piloto
pueda saltar y se acaba estrellando cerca del Castillo de Samalús.
Durante
unos cuarenta minutos más de cincuenta aviones combaten el cielo de forma
encarnizada, mientras en las poblaciones vecinas contemplan en espectáculo como
si de una película se tratara. Los que eran niños en aquella época aún lo
recuerdan.
Los
italianos acaban retirándose cuando se quedan sin gasolina y munición. Tras es
el combate, los mandos republicanos piensan que el aeródromo está demasiado
expuesto y dan la orden de que todos los aparatos se marchen hacia el Ampurdán.
El repliegue coincide con la entrada de las tropas nacionales de cuerpo de
Navarra y los soldados marroquíes en Barcelona. Solo tres días más tarde, la
aviación nazi bombardea La Garriga
Los
últimos aviones republicanos en Cataluña quedarían totalmente destruidos en la
madrugada del 6 de febrero, cuando un ataque rasante de los Messerschimtt Bf
109 alcanzó los pocos cazas que quedaban en Vilajuïga.
Los
pilotos republicanos se consideraban unos privilegiados. Aunque se jugaban la
vida en cada vuelo, eran conscientes de que también lo hacían los soldados de
infantería, ese pequeño ejército de hormigas que veían desde el cielo. Ellos al
menos recibían una buena paga y apuraban su juventud cada vez que podían.
No
he logrado encontrar información sobre el destino de algunos de aquellos
hombres, sólo que Antonio Calvo Velasco falleció en Francia en mayo de 2.011.
Escribo esta entrada en recuerdo de todos los aviadores que trataron con su
esfuerzo detener un avance que ya era imposible de parar.
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