14 mayo, 2013

El último vuelo de los natachas


En la guerra, la mejora del tiempo nunca es buen presagio para los que esperan un ataque. En la mañana del 24 de diciembre de 1.938 todo el personal del aeródromo de Rosanes, cercano a La Garriga, tenía la mente puesta en la fiesta de Nochebuena, que durante la República se había disfrazado bajo el nombre de la fiesta del invierno, pero un día antes Franco había lanzado la ofensiva final contra Cataluña y, a media mañana, la actividad en las pistas comienza a ser intensa. La escuadra de Natachas acaba de recibir la orden de bombardear el avance enemigo cerca de Fontllogosa, en el frente de Balaguer.

Los camiones van de un lado a otro de la pista poniendo en marcha los aviones. Los ametralladores prueban sus armas con ráfagas cortas. Los pilotos no pueden hacer lo mismo: ante la escasez de medios, las suyas han sido desmontadas para armar los cazas Polikarpov “Chatos”, lo cual les deja indefensos en el caso de que el ametrallador sea alcanzado por las balas enemigas. A las dos despega el primer aparato, pilotado por el jefe de la escuadrilla, el toledano Eustaquio Gutiérrez. Minutos más tarde los nueve Natachas se alejan del cielo de La Garriga agrupados en tres patrullas que dibujan una flecha. Media hora más tarde se encuentran con las dos escuadrillas de cazas Polikarpov I16 “Moscas” que deben darles cobertura en el ataque. Los diez aviones de la Sexta Escuadrilla se sitúan doscientos metros por encima de los bombarderos, mientras los nueve de la Séptima vuelan unos cien metros por debajo de ellos. Tienen que hacerlo en zigzag para poder seguir el lento vuelo de los aparatos que protegen si no quieren caer en pérdida. A estas alturas de la guerra, los Natachas son ya aviones anacrónicos frente al avance técnico de los últimos modelos de la aviación alemana e italiana que operan en el bando nacional.

Cuando llevan una hora y veinte de vuelo alcanzan su objetivo y son recibidos por el fuego violento de la artillería antiaérea. A una altura de quinientos metros dejan caer las bombas y comienzan el viraje a casa. Ante la intensidad de los disparos que reciben desde tierra se ven obligados a dispersarse y, aunque no han perdido la formación, la han dejado demasiado abierta. De repente cesa el fuego. Los Moscas de escolta vuelan ya lejos cuando un enjambre de Fiats nacionales se lanza sobre ellos. Los cazas enemigos, que regresaban de dar protección  a un bombardeo, se han dado cuenta de la situación y se ensañan contra los Natachas, cuyo único medio de defensa es un picado vertiginoso. Sin la ayuda de los cazas y sin ametralladoras rápidas son una presa fácil.

El primero en caer es el jefe de la escuadrilla: Eustaquio Gutiérrez y su ametrallador, Teodoro Garrote, son heridos por los disparos y se ven obligados a saltar en paracaídas sobre territorio enemigo. Son hechos prisioneros. El aparato que le acompañaba a la derecha también es alcanzado. El piloto, José Gómez, ha recibido un impacto de metralla en la cabeza y la sangre apenas le deja ver cuando siente un enorme dolor en el tobillo producido por la bala explosiva de un Fiat. Mientras, el ametrallador, Juan José Ruiz, que ha recibido seis disparos en una pierna, continúa disparando hasta caer desmayado. Cuando alcanzan las líneas propias, el combustible corre por el suelo del aparato y amenaza con incendiarlo. Toman tierra de forma violenta en una montaña dos kilómetros al norte de Osó de Balaguer, un terreno de matojos cercano a un barranco. Son recogidos por un pequeño grupo de soldados republicanos que ha visto al accidente y los llevan a lomos de mulos hasta un hospital de campaña. Allí, los médicos piensan que el piloto ha muerto y centran sus esfuerzos en su compañero, hasta que un niño de siete años se acerca al cuerpo y, al tocarlo, se da cuenta que aún está con vida. Más tarde recuperará la conciencia, pero se quedará sordo porque han tenido que extirparle ambos oídos. A su colega le han amputado una pierna. El tercer avión de la primera patrulla, el que vuela a la izquierda es alcanzado. El ametrallador, Diego López deja de disparar a causa de las heridas. Sin defensa, el piloto Antonio Nicolás consigue llegar hasta territorio controlado por los republicanos, pero se estrella y muere en el acto. Su compañero lo hará un día más tarde.

El Natacha que encabeza la segunda patrulla, que pilota Francisco Palma, se lanza en un picado salvaje hostigado por sus perseguidores y logra aterrizar cerca de Tárrega, pero el aparato sufre averías irreparables y tanto él como el ametrallador, Miguel Mulet, han resultado heridos. A su derecha, el avión al mando de Antonio Arijita logra escapar en solitario sin que nadie lo vea, pero no regresa a su base y lo dan por muerto junto a Martiniano Lumbreras. No saben que ha logrado tomar tierra en Vic sin haber recibido un solo impacto. El bombardero de la izquierda donde vuelan Isidoro Nájera y Dionisio Onoro consigue escapar junto a uno de la tercera patrulla, el de Luis Villalvilla y Antonio Lizaga. Ambos se defienden de forma conjunta de los cuatro cazas que les persiguen, logrando incluso abatir a uno de ellos. Son los únicos que consiguen regresar a La Garriga. El jefe de la última escuadra, Héctor de Diego, se lanzó en picado a más de quinientos kilómetros por hora mientras escuchaba los insultos de su ametrallador mezclado con el tableteo de su arma. Tras dejar atrás a los cazas, trató de tomar tierra con la mayor brevedad posible para que pudieran socorrer a su compañero, herido en una pierna, y capotó sobre un campo donde el aparato sufrió un vuelco brusco.  Tras ser atendidos en Cervera, consiguieron regresar en coche a Barcelona, donde, después de pasar unas horas en la Clínica Platón, de Diego decide dejar a su compañero, al que atienden de las heridas en una pierna, y regresa a La Garriga.

El último Natacha, el de Ramón D’Ocón, tuvo peor suerte. Perseguido por algunos de los pilotos enemigos más experimentados, entre ellos el as de la aviación nacional García Morato, es el que más impactos recibe. El ametrallador, Enrique Sanz, no cesa de disparar su rápida Shkás. Ese día le ha tocado relevar en el puesto de fotógrafo del último avión a un compañero. Tras ser alcanzados, el piloto salta en paracaídas, pero se desespera al ver cómo su compañero se estrella con el avión en el pantano de Camarassa. Después de permanecer escondido durante toda la noche en terreno de nadie maldiciendo la muerte de su amigo, logra alcanzar las líneas republicanas.

Cuando Héctor de Diego llega a La Garriga, a las tres de la madrugada del día de Navidad, el silencio es sepulcral. La mesa estaba preparada con la cena  de la fiesta, pero vacía, iluminada por la luz de las velas. La escuadrilla de Natachas del aeródromo de Rosanes ya es historia.

Miembros de la 2ª escuadrilla frente al Chalet. 
Fotografía tomada por uno de los pilotos: Héctor de Diego.


Nota. El pasado día 23 de abril, diada de Sant Jordi, mi mujer Laura me regaló, como es tradición cada año, un libro: Aviació i guerra a La Garriga. 1933-1946 de David Gesalí y David Iñiguez. Pese a que en ocasiones se pierde en detalles localistas, algo provincianos, está magníficamente documentado e ilustrado. Este artículo bebe de algunos detalles, muy precisos, descritos en él.


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