Cuando inicié la investigación histórica para mi novela no podía llegar a imaginar lo que estaba a punto de conocer. Ya he comentado en este blog los sentimientos que afloraron cuando tuve acceso a unos documentos inesperados: la causa 595 del consejo de guerra que siguieron contra mi abuela en 1.942, su expediente penitenciario, la ficha clasificatoria con la que en 1.939, como al resto de combatientes del ejército republicano, registraron las actividades de mi abuelo.
Aquellos documentos revelaron detalles, parcialmente desconocidos, de la historia de mis antepasados, en ellos puede seguirse el itinerario de sus sufrimientos. Más allá de la enorme sorpresa que me produjeron algunos aspectos novelescos de su propia historia, del dolor que me ocasionaba imaginar aquellos hechos que narraban, lo que más me llamó la atención fue el lenguaje que destilaban aquellos informes. Las palabras también pueden torturar, los términos pueden humillar tanto como los golpes, los calificativos duelen tanto como la cárcel. En aquellos papeles, se distinguía a los “rojos” de las “personas de orden”. Al antiguo enemigo se le negaba la personalidad, eran sólo individuos, sujetos, elementos o, cuando se trataba del plural, masa, turba, hordas. Las personas que intentaban sobrevivir a la derrota eran descritas como delincuentes, los guerrilleros que se echaron al monte, los mismos que en otros países son considerados como héroes, en España eran calificados como bandoleros. Más allá de sus nombres, trataban de destacarlos por sus motes y, aunque los informes policiales dijeran que no habían tenido comportamientos ilegales en el pasado, su mera militancia izquierdista los convertía en presuntos asesinos.
Mi abuela cometió un “delito”: darle cobijo y alimentos a su marido y a sus compañeros, aquellos a los que los vencedores no les dieron otra salida que las cárceles, las palizas, los campos de internamiento y el hambre, los que se vieron obligados a echarse al monte, los que continuaron la lucha, los que incluso llegaron a creer que la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial arrastraría también al régimen franquista. Es verdad que en aquella lucha no sólo hubo golpes extremadamente audaces, huidas imposibles, persecuciones novelescas, suicidios heroicos, sino también atracos y, en algún caso, muertos. Era la única manera que tenían de seguir luchando en un país arrodillado frente al miedo de la represión. Ese “delito” la llevó frente a un pelotón que simuló su fusilamiento, por él un fiscal solicitó para ella la pena capital, por él parió a su tercera hija en la cárcel, donde pasó más de seis años, alejada de su familia.
Yo pesaba que ese lenguaje acartonado, tan antiguo como aquellos documentos de hace siete décadas, formaba parte del pasado, de un pasado que, de forma reiterada, algunos tratan de esconder. Pero, por desgracia, aquel lenguaje humillante, aquella terminología fascista sigue muy viva. Según leo en un periódico,
se acaba de publicar el Diccionario Biográfico Español. En él los maquis siguen siendo delincuentes (ahora añaden el término terroristas) y el ejército republicano, que defendió un régimen democráticamente elegido, es el enemigo. Lo que me resulta más triste es que esa obra ha sido escrita gracias a 6,4 millones de euros de ayudas públicas, que, en momentos de crisis en los que vivimos, hayan utilizado parte del dinero de mis impuestos a pagar esa mentira con la que algunos historiadores revisionistas tratan de seguir engañándonos.
Esa obra tiene las tapas de un azul pastel, el mismo color que sólo hace unos días, cubría el mapa de España en los noticiarios de la televisión, el que indicaban la victoria arrolladora del Partido Popular en la mayoría de las provincias y de las comunidades autónomas, esa marea azul que manchaba la pantalla, no muy diferente de aquel azul mahón con el que muchos de sus abuelos confeccionaban sus camisas de falangistas. Ellos pueden tratar de cambiar la historia, de ocultar los detalles, pueden utilizar los calificativos que quieran, pero yo seguiré estando orgulloso de ser el nieto de una “terrorista”, si así se empeñan en llamarla, de reivindicar su memoria. Y lucharé con todo para que su historia no se duerma en el cajón del olvido, para que algún día su biznieta Paula pueda conocerla y también ella pueda sentirse orgullosa de María.
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