11 enero, 2011

Suite Francesa

En muchas ocasiones, la lectura tiene un componente de azar, de descubrimiento. Hace unas semanas, un compañero del curso de novela me recomendó un libro: Suite francesa de Irene Nemirovsky. Lo tomé prestado de la biblioteca, pero cuando llevaba leídas una decena de páginas, decidí que debía tener aquel libro en propiedad. Cuando un libro me gusta, siento la necesidad imperiosa de hacer anotaciones, señalar las frases, los párrafos, las escenas que me gustan.

Suite francesa ha sido un descubrimiento. En los últimos meses me han interesado las novelas que encierran en su interior una historia, no ya la que nos cuentan sus personajes, sino la que el propio escritor ha sufrido en su piel y le ha ofrecido la materia prima sobre la que dejar volar la imaginación para modelar la ficción. Irene Nemirovsky era la hija de un banquero ruso de origen judío, que huyó a Paris tras la revolución bolchevique. Su madre prefirió una vida de lujos, olvidado el cuidado de su hija en manos de un aya francesa. Irene ahogó esa soledad en la lectura y posteriormente en la escritura. Cuando envió el borrador de su primera obra a una editorial, ni siquiera puso el remite con sus datos. No confiaba en que fuera publicada. El editor, entusiasmado tras su lectura, se vio obligado a buscar a la autora a través de un anuncio en la prensa y cuando ella finalmente se presentó, no creía que aquella mujer de aspecto frágil y elegante la hubiera escrito. Tras la invasión nazi de Francia, Nemirovsky decidió contar aquellos hechos. La historia era tan amplia que creyó conveniente hacerlo a través de un conjunto de novelas, orquestadas como una suite musical, donde poder recoger todos los sonidos, todos los matices de lo que quería contar.


No tuvo tiempo de hacerlo. Deportada, por sus orígenes judíos, a Auschwitz, murió cuando apenas había escrito dos de las obras que debían componer la suite. La primera de ellas, Tempestad en Junio, me parece genial. Describe la desbandada que se produce en París ante la inmediata llegada de los alemanes. Y lo hace desde el punto de vista de aquellas personas que, por su clase social, conocía bien. La alta burguesía que, en mitad de la debacle, solo piensa en salvar sus muebles, sus porcelanas, las acciones de su banco, sin importarle el drama de los refugiados que les acompañan a lo largo de aquellas carreteras colapsadas, de aquellos pequeños pueblos que se ven impotentes para acoger tanta desesperación. A través de la mirada de diferentes personajes realiza una despliegue de focalización que describe cómo la mezquindad aflora en mitad del drama, una mezquindad que no proviene del enemigo, sino de los distantes compañeros de huida. Nos hace ver la gravedad de los acontecimientos que están ocurriendo a través de los ojos de personajes, sin tomar partido como narradora, haciendo que así nos parezca más terrible lo que está sucediendo. La escena en la que el banquero abandona a su empleados porque su amante caprichosa ha ocupado con su perro y su equipaje el lugar que les correspondía en el automóvil que debía llevarlos, puede resumir el paisaje de la novela, aunque son muchas las escenas en las que va pintando la podredumbre moral que acompañó al rápido desplome de las defensas francesas frente al ataque nazi, muchos los personajes que, magníficamente trazados, van conformando la historia coral.

La edición de la obra inacabada contiene en sus últimas páginas los notas de la propia Irene mientras la escribía, sus últimas cartas, la correspondencia de su marido tras la detención de la escritora, la de la mujer que huye con sus hijas, el aya que, atravesando Francia, las salva de su destino. Es ahí donde podemos conocer la historia de la novela, los apuntes que la estructuran, las dudas de la autora sobre la extensión, sobre el orden de las escenas que van componiendo la trama, pero también el drama que la acompaña, la preocupación que avanza conforme el paso de las semanas revela las políticas nazis y de los colaboracionistas franceses contra los judíos, la educación con la que la escritora le pide un adelanto de sus honorarios a su editor ante el temor por su destino, la preocupación de éste por ayudarle, las dos últimas cartas que ella escribe antes de su detención, en las que transmite valor y esperanza a sus hijas, la correspondencia desesperada de su marido que trata de obtener noticias sobre la situación de su esposa, que lucha por salvarla, el esfuerzo de las personas que le ayudan, el silencio de los que deciden no hacer nada, el coraje del aya por salvar a las niñas, el intento de ellas por proteger la libreta de su madre, donde estaba manuscrita la novela en letras muy pequeñas, por la premura del tiempo y del escaso espacio del papel.

Irene fue deportada a Auschwitz a los cuatro días de su detención. Murió allí sólo un mes más tarde. Durante ese tiempo y los dos meses posteriores, su marido no cesó de escribir cartas tratando de justificar el pasado. La poca simpatía hacia los comunistas que la obligaron a huir de niña de Rusia, la fe católica en la que fue bautizada, cuando el antisemitismo había empezado a dar las primeras muestras antes de la guerra, la propia escritora arremetió en algunos de sus escritos contra algunos aspectos integristas del propio judaísmo. No sirvió de nada. Sólo para que él acabara igualmente detenido, deportado y asesinado en Auschwitz. Las hijas guardaron aquella libreta como un tesoro moral durante décadas. Finalmente se atrevieron a leerla y no encontraron el diario de sus últimos meses que esperaban, sino un tesoro literario, las dos novelas que había escrito y que formaban parte de Suite francesa, que fue publicada en 2.004, siete décadas más tarde. Yo la descubrí, por el azar de una recomendación, hace unas semanas. Imagino a la adolescente que se refugia en la lectura para combatir la soledad, la mujer joven que no se atreve a firmar su opera prima, la escritora de duda sobre la extensión de su obra, la que sabe que no va a tener tiempo de acabarla. El hecho de que yo pueda leer hoy Suite francesa es una justa y pequeña recompensa, robada al destino, una semilla literaria contra la intolerancia que germinará en todos los lectores que lleguen a ella en el futuro.

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