Durante más de una década viví en San Cugat, un pueblo cercano a Barcelona, sin conocer que en su monasterio románico se había celebrado una reunión de las Cortes Republicanas, probablemente una de las más tensas y emocionantes reuniones de diputados que se haya producido nunca en nuestro país. Pese a la importancia histórica del suceso, las autoridades y los medios locales lo han obviado con indiferencia y, como otras tantas historias acontecidas durante aquellos años, ha acabado en el cajón del olvido, pero el contexto histórico que rodea a aquel 30 de Septiembre de 1.938 es apasionante.
La Batalla del Ebro se había enquistado desde hacía ya unos meses. El rápido avance republicano se había frenado a los pocos días y las tropas en retirada trataban, con gran esfuerzo, vender lo más caro posible el territorio que habían conquistado. No obstante, la suerte ya estaba echada y la derrota en el Ebro era inevitable y con ella la caída de Cataluña y la pérdida de la guerra. En esa situación, las esperanzas republicanas se dirigieron hacia Europa, donde el conflicto estaba a punto de estallar en todo el continente. Después de la anexión de Austria, el expansionismo nazi había puesto sus ojos en los Sudetes, una región de Checoslovaquia donde vivía una importante minoría de origen germánico. Los checos tenían un tratado con Francia por el que ambos se obligaban a defenderse en caso de ser agredidos por un tercer país. A su vez, los soviéticos se obligaban a prestarles auxilio, pero sólo si antes lo hacían los franceses. Algunas divisiones del Ejército Rojo fueron movilizadas en Ucrania, dispuestas a ayudar a los checos frente a una invasión alemana, pero desde Paris se mostraban reticentes a cumplir el tratado. Gran Bretaña, en cambio, estaba dispuesta a sacrificar a otros países si con ello conseguía evitar una confrontación a gran escala. Su primer ministro, Chamberlain, tuvo varias entrevistas con Hitler y le ofreció las primeras concesiones, pero el Fuhrer no estaba dispuesto a la anexión de pequeños territorios y exigía la ocupación total el ejército nazi de los Sudetes. El estallido de la guerra entre las potencias europeas hubiera beneficiado a una República, que comenzaba a ver que la derrota sólo era cuestión de tiempo, porque podría cambiar el curso de las operaciones militares en nuestro país. En esa situación, Mussolini propuso la celebración de una conferencia en Múnich en la que se ofrecía como mediador entre Hitler, Chamberlain y el Primer Ministro francés Daladier. Fueron expresamente excluidos tanto los soviéticos, que no parecían estar tan dispuestos a plegarse con facilidad a los intereses alemanes y los checos que vieron cómo se decidía el futuro de su país sin ellos estar presente.
Durante esas semanas, la República se enfrentaba al retroceso de sus tropas en la batalla final y también a una reciente crisis de gobierno, que se había producido con la salida de los nacionalistas vascos y catalanes del mismo. En un momento en el que la Republica se sentía acosada y se estaba jugando sus últimas bazas, los nacionalistas parecían más interesados en defender competencias que en ganar la guerra. Por ello, la reunión de Cortes se presentaba tensa. Sólo unas semanas antes, Juan Negrín, el Presidente del Gobierno republicano, había pronunciado un encendido discurso en la sede de la Sociedad de Naciones. Frente a la política de Francia y Gran Bretaña de no intervención y de embargo de armas, Negrín reclamaba el derecho de defensa con el objetivo de poder aprovisionarse de material de guerra. También pedía la retirada de las tropas extranjeras, alemanes e italianos que apoyaban al fascismo español, y anunció como contrapartida la marcha de las Brigadas Internacionales. Volcó en aquella tribuna toda su pasión en unas palabras que han quedado en la historia: “Durante catorce meses, Europa ha asistido, estremecida hasta lo más hondo de sus masas populares, al desarrollo de esta nueva modalidad de la guerra, que no necesita de declaración previa para sembrar sus horrores sobre el territorio codiciado. Cada país pacifista sabe ya con la experiencia de España que no le basta con vivir sin designios de hostilidad hacia nadie, (...) para sentirse a cubierto del zarpazo brutal de quienes han elevado a la categoría de filosofía del Estado el culto a la violencia (...) Sí, Europa ha asistido a este ultraje inaudito a su civilización y a su honor. Pero España lo ha sufrido en su propia carne. La sangre de los caídos en la defensa común a todos los pueblos libres pide, en esta última hora, que sean reparados los errores de una política que con el mejor deseo en unos y la más deleznable intención en otros, es por sí sola responsable de la situación actual. Al punto en que hemos llegado, aferrarse a la ficción de la no intervención es trabajar, consciente o inconscientemente, por la prolongación de la guerra.” La propuesta republicana quedó en segundo término ante la crisis en Checoslovaquia. Hitler apretaba cada vez más a los dirigentes británico y francés. Finalmente el 30 de Septiembre se firmó el Acuerdo de Múnich. Las democracias europeas se plegaban a los intereses del fascismo permitiendo al Tercer Reich la anexión de los Sudetes y alimentando un sentimiento de poder que acabaría desencadenando un año más tarde la Segunda Guerra Mundial.
Ese mismo día, las Cortes Republicanas se reunían en Sant Cugat o más concretamente en Pins del Vallés, que es como se llamaba el pueblo en aquella época en la que habían desterrado el santoral de la geografía. La crónica de La Vanguardia del día siguiente nos describe el acontecimiento. El Monasterio, que se había convertido en almacén del Sindicato Agrícola, estaba artísticamente adornado con valiosos tapices del patrimonio de la República, con flores y banderas de los colores nacionales. En el fondo de la nave central había sido situado el estrado presidencial; en el centro, los asientos para los parlamentarios; y detrás los destinados a los invitados y cuerpo diplomático. Entre el estrado presidencial y los asientos destinados a los diputados estaban, a la derecha, el banco azul, y a la izquierda, la tribuna de Prensa. Minutos antes de las cinco llegó el Presidente de las Cortes, que fue recibido con honores de ordenanza por un pelotón de carabineros, con banderas y música. Poco antes de las seis hizo su entrada Juan Negrín. A esa hora todos los asientos estaban ocupados por diputados de todos los sectores del Frente Popular. A las seis y diez minutos hizo su entrada en el Gobierno en pleno y los ministros ocuparon el banco azul.
El diario continuaba la crónica reproduciendo la totalidad del discurso de Negrín. La decisión y el empuje de éste se pusieron ese día una vez más de manifiesto. Inició su discurso refiriéndose al lugar, recordando que la nave del templo acogía por cuarta vez la celebración de unas Cortes. Posteriormente explicó la reciente crisis de gobierno, sus intentos encaminados a evitar la salida del mismo de los ministros nacionalistas vascos y catalanes, su defensa de la Constitución y del Estatut. Manifestó su punto de vista sobre las relaciones de colaboración entre la Generalitat y el Gobierno republicano, pero fue muy claro al manifestar que, más allá de las aristas, su misión era hacer frente a las necesidades de la guerra. A continuación explicó sus actuaciones en la Sociedad de Naciones. Frente al aislamiento al que la política de no intervención había sometido a la democracia en España fue contundente: “el Gobierno de la República, ha tropezado en muchas ocasiones por parte de quienes no se han dado cuenta de que aquí estamos defendiendo, no una causa política, ni siquiera la causa de España, sino una causa que representa la futura orientación del mundo; hemos tropezado con una incomprensión lamentable, pero que no mejoraríamos ahora con lamentaciones”.
Luego explicó la propuesta realizada en para la retirada de tropas extranjeras y la decisión de que marcharán las Brigadas Internacionales. En ese punto, quiso referirse a ellas con admiración: “Yo no puedo dejar pasar en estos instantes, sin señalar aquí la deuda de eterno agradecimiento que España ha contraído con esos auténticos voluntarios que han venido espontáneamente a nuestra tierra a ofrendar su sangre, a ofrendar su vida muchos de ellos en defensa de una causa que consideraban justa, por principios ideológicos muy diversos, muy variados, muchos de ellos por puro patriotismo, bastantes por pura simpatía y afecto a España, lo que ha significado y representa ya la acción de los voluntarios extranjeros en la lucha española en algunos de los momentos más difíciles de nuestra guerra, eso basta con que yo pida aquí un recuerdo para que pase a la memoria de todos los quo aquí se sientan: Madrid, Guadalajara, Belchite, en tantos y en tantos sitios han sido combatientes que con ahínco, con fervor y con entusiasmo, diezmando sus filas cuando era preciso, han servido de barrera al avance del enemigo y en muchas ocasiones han sido también los que han abierto brecha en sus filas. Precisamente por eso, porque han venido llevados simplemente por una idea, o por un sentimiento, nuestro agradecimiento tiene que ser más duradero y más profundo.”
Quiso también explicar los motivos por los que se decidió la ofensiva en el Ebro y la heroica lucha de los soldados: “se ha logrado algo más, algo que ni el Mando ni los mismos jefes que directamente han luchado en el frente podían nunca imaginar: el espíritu admirable de resistencia de esa gente que se ha pegado al terreno y que no cede y que, cuando se ve obligada en un momento a ceder, contraataca inmediatamente, y que resiste bombardeos de artillería y de aviación, que aún sabiendo que en determinados momentos le han cortado las comunicaciones de los puentes, sigue luchando impávido”. Finalmente, frente al pesimismo cada vez más imperante, volvió a lanzar su mensaje de resistencia hasta el final. “La guerra se pierde cuando da uno la guerra por perdida. El vencedor lo proclama el vencido, no es él quien se erige en vencedor. Y mientras haya espíritu de resistencia hay posibilidad de triunfo. (…) No tenemos más remedio, defendemos nuestra vida, defendemos nuestros intereses y defendemos algo que yo quiero creer que para nosotros está por encima de todo eso: defendemos a nuestra España.”
Negrín expuso sus ideas con apasionamiento y se enfrentó las divergencias de nacionalistas de PNV y ERC. No estaba dispuesto a admitir votos de confianza condicionados en aquellos momentos tan críticos en los que se necesitaba unidad y autoridad para reconducir la guerra. Tras su intervención todos los portavoces del resto de partidos, incluso aquellos que habían intrigado con la intención de derribarle, le anunciaron su apoyo. Lo hicieron por aclamación, tal y como recogen las crónicas periodísticas de aquellos días. Así, La Vanguardia en sus ediciones del 1 y 2 de Octubre reproducen el discurso íntegro que Negrín hizo en Sant Cugat, así como el del resto de los líderes políticos. Estos números son fácilmente consultables en http://www.lavanguardia.es/hemeroteca/
Meses más tarde, Negrín volvería a presidir otra reunión de Cortes en un curioso escenario. En esa ocasión el ambiente fue muy diferente, pero esa es otra historia que merece la pena conocer.
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