Escribo desde la penumbra de una habitación de hotel, mientras un sol rojo se pone en el horizonte de Minneapolis. La vista desde la ventana de la planta decimosexta del hotel Marriott se diluye en un gris brumoso. Hace apenas poco más de una hora, un sol dorado se reflejaba en los cristales de los rascacielos jugando a un juego de espejos infinitos que iba mostrando la silueta distorsionada de los edificios vecinos. El semicírculo gris de la autopista dibuja una hoz entre los edificios y a la izquierda, bajo los puentes, discurre el Mississippi. El viento apenas mueve una bandera de barras y estrellas en el edificio contiguo.
El sol se ha puesto totalmente. Pasan dos minutos de las nueve. Una extraña sensación de desamparo y cansancio de va apoderando de mi hasta aturdirme en un sopor despierto. El vuelo ha sido como siempre largo. Mi cuerpo siente que es bien entrada la madrugada y que debe quedar poco para amanecer, pero mis ojos lo contrarían con una puesta de sol. Que extraña se hace la noche en una habitación de hotel con el desvarío del horario. Quieta y callada la luz se va apagando y, como en un cuadro de Hopper, con la misma sensación de soledad y desamparo, las calles se vacían y las luces verdes de neón giran en la esquina de abajo, enmarcando un anuncio que no alcanzo a leer. Enfrente, un antiguo edificio de ladrillo, poblado de ventanas, te transporta a un paisaje onírico de película americana. En el fondo Minneapolis se parece a aquellas películas de bajo presupuesto, donde unos coches enormes cruzan la ciudad vacía como las almas en pena de los cuadros de Delvaux.
Minneapolis es una ciudad en mitad del medio oeste, pero recuerda a la imagen que tenemos de todas las ciudades americanas, siempre semidistorsionada por el cine. La geometría no se dibuja en horizontal, la vertical de los edifcios tiene aquí su importancia. Desde abajo sube un rumor sordo, pero continuo, del aire acondicionado.
Aún no son las seis de la mañana y la ciudad despierta bajo el mismo cielo nublado. El sol debe estar saliendo detrás de los rascacielos porque los tonos dorados empiezan a apuntar por el este. Desde la habitación se ve la inmensa extensión plana de edificios y árboles que hay al norte de la ciudad. Justo debajo se extiende Warehouse District, a la izquierda, como una inmensa tortuga blanca, Target Center, donde juegan los Timberwolves y la primera avenida, que concentra una buena parte de los restaurantes y bares de la ciudad.
Me espera el sopor aburrido de dos días de sesiones en un convención comercial anual, donde descubriré lo cuidada que tienen la dentadura los norteamericanos y la importancia que conceden a sus sonrisas.
Minneapolis, Junio 2.006.
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